Locke

Locke


Especies

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ESPECIES

La pretensión, aparentemente modesta de Locke, de que nuestras ‘ideas de clases particulares de sustancias’ se forman a partir de ideas de cualidades y poderes tal como ‘la experiencia y la observación de nuestros sentidos nos dicen que se dan unidas’, lleva aparejada —hay que decirlo—, una carga teórica pesada y problemática.

Constituía una respuesta al reto que había de enfrentar cualquier proponente de la hipótesis corpuscular, incluido alguien tan cauteloso como Locke. Se trata del problema de las especies, ya que, tanto las especies de cosas vivas como las clases de sustancias químicas ocuparon un lugar central en la ciencia aristotélica y en la alquimia, modelos que la Nueva Filosofía iba a reemplazar. El antiguo modelo biológico era el de una multiplicidad jerárquica de especies y géneros, cada uno con su naturaleza o forma, con una ‘esencia’ universal que tenía que ser identificada y definida. En esta teoría, la definición científica de una clase divide cada género por la ‘diferencia’ esencial de un género inferior o especie, ubicando la clase en una jerarquía natural —en este ‘árbol’ que asciende desde la categoría de sustancia y se abre en sustancias vivas e inertes, cada nueva rama o género se divide de nuevo y así sucesivamente hasta los últimos vástagos, las especies—. Tal definición ‘real’ difiere de la mera ‘definición nominal’. La ‘definición real’ identifica la esencia =explicatoria de la cual fluyen otras ‘propiedades’ de la especie, esto es, atributos comunes y naturales a todos sus miembros. Así, la posición erecta, las manos liberadas, la capacidad de lenguaje y la risa, según se dice, fluyen de la racionalidad que define a los seres humanos. La definición nominal simplemente provee criterios para seleccionar los miembros de la especie. En la química, la naturaleza de cada sustancia supuestamente la determinaba la proporción de elementos —tierra, aire, fuego y agua— definidos a su vez por los ‘contrarios’ cualitativos calor y frío, húmedo y seco. A pesar de que la hipótesis corpuscular barrió con la teoría de las formas y los elementos, ¿cómo iba a explicar la apariencia bastante asombrosa —en el nivel de la observación ordinaria— de una jerarquía fija de clases relacionadas, bajo la cual cae toda criatura viviente? ¿O las divisiones aparentemente rígidas entre distintos metales y ácidos, por ejemplo, que experimentalmente se ha descubierto que interactúan y responden de manera segura a la alteración de las circunstancias?

Locke no fue el primero de los Nuevos Filósofos que argüyó que la naturaleza no era un lugar tan ordenado como lo suponían los aristotélicos, pero ciertamente su argumento es único por su alcance y por la amplitud de los principios filosóficos en que se apoya. He aquí su concepción (de alguna manera imprecisa biológicamente) de la ‘Gran Cadena del Ser’:

12…. Que sobre nosotros pueda existir un número de especies de criaturas inteligibles mayor que el de las sensibles y materiales que hay debajo de nosotros, es algo que me parece probable por lo siguiente: que en todo el mundo visible corpóreo no vemos abismos o lagunas. Todo el descenso, de nosotros hacia abajo, es por pasos graduales, y por una serie continua de cosas que difieren muy poco, en cada grado, las unas de las otras. Existen peces alados que no son extraños en las regiones aéreas: aves que habitan en el agua y cuya sangre es fría como la de los peces y cuya carne es de un sabor tan parecido, que hasta los más escrupulosos se permiten comerla en día de vigilia. Hay animales tan cercanos a la estirpe de las aves y de las bestias que están a medio camino entre ambos: los anfibios, que aúnan las propiedades de los terrestres y los acuáticos. Las focas habitan en la tierra y el mar, y los puercos marinos tienen la sangre caliente y las entrañas de un cerdo, sin hacer mención de lo que se dice de la existencia de sirenas y tritones. Existen algunos brutos que parecen tener tanto conocimiento y razón como algunos de los que se denominan hombres; y los reinos animal y vegetal están tan estrechamente entrelazados, que si tomamos lo más bajo del primero y lo más elevado del segundo, escasamente se percibirá alguna diferencia notable entre ambos. Y así, hasta llegar a las partes más bajas e inorgánicas de la materia, podemos encontrar por cualquier parte que las diversas especies están unidas y que tan sólo difieren en grados irrelevantes. (IV, VI,12, pág. 670).

Aquí no se cuestiona solamente el orden jerárquico de los géneros, sino que incluso las divisiones entre especies se ponen en duda. En efecto, el mundo natural de Locke está compuesto de individuos ligados mediante una red de semejanzas entrelazadas, pero expuestos a diferir ‘en grados casi imperceptibles’. Dados tal desorden y vecindades, ¿qué son los géneros y las especies? La respuesta de Locke es que son producciones humanas, respuesta que virtualmente se sigue de su carácter universal, por cuanto la universalidad es un producto de la práctica humana: en particular, de la costumbre de dar a las cosas nombres generales basados en la semejanza:

6. El siguiente tema que debemos abordar es cómo llenan a ser hechas las palabras generales. Porque, desde el momento en que todas las cosas existentes son sólo particulares, ¿cómo llegamos a ellas mediante términos generales, o en qué lugar encontraremos esas naturalezas generales que se supone que corresponden a tales términos? Las palabras llegan a hacerse generales porque son los signos de las ideas generales; y las ideas se convierten en generales cuando se separan de las circunstancias de tiempo y lugar y de cualquier otra idea que pueda determinarlas a esta o aquella existencia particular. Por esta vía de abstracción se habilita a las ideas para representar a más individuos que uno: cada uno de los cuales, por tener en sí cierta conformidad con esa idea abstracta, es (por así decir) de esa clase. (III, III, 6, pág. 618).

9…. Y aquel que piense que las naturalezas generales o nociones son algo distinto de semejantes ideas, abstractas y partes de otras más complejas, tomadas en principio de existencias particulares, me temo que tendrá bastante dificultad para saber dónde encontrarlas. Pues que reflexionen bien y que después me digan en qué difiere su idea de hombre de la idea de Pedro o Pablo, o su idea de caballo de la idea de Bucéfalo, si no es en haber dejado fuera algo que es peculiar de cada individuo, y en retener tanto de esas ideas particulares complejas, de varias existencias particulares, como para que éstas sean encontradas compatibles con aquéllas. De las ideas complejas significadas por los nombres hombre y caballo, dejando al margen solamente aquellas peculiaridades en las que difieren, y manteniendo aquellas otras en las que coinciden, con las que se forja una nueva y distinta idea compleja a la que se da el nombre de animal, logramos un término más general que abarca a los hombres y a otras criaturas. De la idea de animal, hagamos a un lado sentidos y movimiento espontáneo: la idea compleja remanente, formada por las restantes ideas simples de cuerpo, vida y alimento, llega a ser una idea todavía más general que se engloba bajo el término más comprehensivo de viviente. Y para no alargarnos más en este particular, tan evidente por sí mismo, es por idéntico camino por el que la mente procede hacia las ideas de cuerpo, de sustancia y, por fin, a las de ser, cosa y otros términos universales por el estilo, que corresponden a todas nuestras ideas, cualesquiera que éstas sean. Para terminar todo este misterio de los géneros y las especies que tanto ruido mete en las escuelas, y que, con justicia, tan poca atención recibe fuera de ellas, no es nada más que ciertas ideas abstractas, más o menos comprehensivas, con nombres anejos a ellas. (III, III, 9, pág. 620-621).

Todo esto se sustenta mediante el recurso a la teoría general de la significación de Locke, que está de acuerdo con la forma global de su constructivismo empirista. El siguiente pasaje se refiere a los ‘nombres’ —con frecuencia Locke dice simplemente ‘palabras’, a pesar de su descripción diferente de palabras como ‘es’, ‘pero’ y ‘porque’—. Los significados de los nombres, sostiene Locke, corresponden a maneras de concebir las cosas: es decir, a ‘ideas’. Los nombres son ‘signos de concepciones internas’, y las ideas son signos de las cosas.

2…. Las palabras, en su significación primera o inmediata, no corresponden sino a las ideas que están en la mente de quien las emplea, por muy imperfecta o descuidadamente que esas ideas hayan sido recogidas de las cosas que se supone que representan. Cuando un hombre habla a otro, es para que éste le entienda: y la finalidad del habla consiste en que los sonidos puedan, en cuanto señales, dar a conocer sus ideas al oyente. Resulta, por tanto, que las palabras son las señales o signos de las ideas del hablante, y nadie puede aplicarlas, como señales, a ninguna cosa inmediatamente si no es a las ideas que él mismo tiene. Pues ello significaría convertirlas en signos de sus propias concepciones, y, sin embargo, aplicarlas a otras ideas distintas, lo que equivaldría a hacerlas signos y no signos de sus ideas al mismo tiempo, y a que así, de hecho, carecieran de significación. Al ser las palabras signos voluntarios, no pueden ser signos voluntarios impuestos por él a cosas que no conoce. Ello supondría hacerlas signos de nada, sonidos sin significación. Un hombre no puede hacer de sus palabras los signos o cualidades de las cosas, o de las concepciones en la mente de los otros hombres, si él mismo no tiene ninguna idea de ello. Mientras no tenga algunas ideas propias, no puede suponer que correspondan a las concepciones de otro hombre, ni podrá usar signos para ellas: serían signos de no sabría qué cosa, o sea, en verdad, signos de nada. Pero cuando se representa a sí mismo las ideas de otros hombres, por algunas ideas propias, si consiente en darles los mismos nombres que otros hombres sigue dándoles nombres a sus propias ideas, a las ideas que tiene, no a las que no tiene. (III, II, 2, pág. 610-611).

3. Esto es tan necesario en el empleo del lenguaje, que a este respecto el conocedor y el ignorante, el letrado y el iletrado, usan de un mismo modo las palabras al hablar (cuando tienen algún significado). Y éstas, en boca de cada hombre, corresponden a las ideas que él tiene, y que él quiere expresar mediante ellas. (III. II, 3, pág. 611).

Por consiguiente, las palabras no pueden usarse directamente para nombrar esencias específicas en el mundo, como implica la teoría aristotélica, y la definición de un término no puede ser otra cosa que el vaciado de una concepción humana, una ‘idea abstracta’ formada sobre semejanzas observadas:

13. No quisiera que se pensara que aquí olvido, o inclusive que niego, que la naturaleza, al producir las cosas, hace muchas de ellas semejantes: nada hay más obvio, especialmente en las razas animales y en todos los seres que se reproducen por simiente. Sin embargo, creo que podemos afirmar que su clasificación bajo ciertos nombres es la hechura del entendimiento, que se sirve de las similitudes que observa, para elaborar ideas abstractas y ordenarlas en la mente con anexión de nombres, como modelos, o formas (porque en este sentido la palabra forma tiene una significación muy adecuada), a las que, en la medida en que las cosas particulares existentes se conforman, en esa misma medida se dicen de tal o cual especie, tiene la denominación correspondiente, o son incluidas en esa clase. Pues cuando decimos éste es un hombre, eso es un caballo; esto es la justicia, aquello la crueldad: esto es un reloj, aquello una prensa, ¿qué es lo que hacemos sino clasificar las cosas bajo diversos nombres específicos, en tanto dichas cosas se conforman con aquellas ideas abstractas de las que hemos hechos signos? ¿Y qué son las esencias de esas especies, fijadas y marcadas por ciertos nombres, sino esas ideas abstractas que existen en la mente, que son, como si dejáramos, los vínculos entre las cosas particulares existentes y los nombres bajo los que deben quedar clasificadas? (III, III, 13, pág. 624-625).

La tesis de Locke lo compromete con dos consecuencias tan cuestionables como radicales. Primera, si los significados están ligados de manera tan cercana a las ‘ideas’, se sigue que los significados de las personas diferirán en la medida en que sus conocimientos difieran. Ésta es una consecuencia que el mismo Locke acogió abiertamente: las personas con diferente conocimiento y concepciones del ‘metal (que oyen) llamar oro’, entenderán diferentes cosas con la palabra ‘oro’. Sin embargo, por erróneo que pueda ser este individualismo semántico, hay otra consecuencia de su explicación del significado que todavía lo es más para el presente propósito. Porque su explicación implica que el nombre de un compuesto químico o de una cosa viva está atado a una apariencia compleja, aunque la palabra ‘blanco’ está atada a una apariencia simple. Sin embargo, a pesar de que en general pueda ser verdad que clasificamos las cosas basándonos en sus propiedades observables, lo hacemos en la suposición de que esas propiedades son manifestaciones de una naturaleza subyacente, que es lo que realmente determina la membresía de la clase en cuestión. Leibniz señala, en una crítica directa a Locke, que dos sustancias pueden tener la misma apariencia, aun teniendo diferentes naturalezas. Puede pensarse que esto es, si no imposible en absoluto, al menos imposible de descubrir si se supone que la noción de ‘la misma apariencia’ cubre todas las observaciones posibles. Sin embargo, como arguye Leibniz, podría haber sido que, en alguna etapa del conocimiento humano acerca del oro, algo que no fuera oro hubiera pasado todas las pruebas para el oro. Una nueva prueba y ulteriores observaciones podrían haber revelado la diferencia escondida. A la inversa, la misma naturaleza subyacente podría no manifestarse de la misma manera característica en todos los casos. Leibniz argumenta que la capacidad racional que define lo humano puede estar presente en un individuo, aunque inhibida por una anormalidad accidental. De acuerdo con esto, puede sostenerse que, si dos personas quieren decir la misma cosa con ‘oro’ o ‘humano’, esto no depende de si ellas tienen la misma concepción o emplean el mismo criterio para aplicar el término (la misma ‘definición nominal’), sino, simplemente de si la usan para la misma —desconocida o más bien, indirectamente conocida— realidad o naturaleza subyacente: esto es, si la usan para los mismos casos o paradigmas de la clase en cuestión. Es decir, lo que importa es que sus diferentes criterios se proyecten sobre la misma realidad y seleccionen individuos de la misma clase natural, real.

La reciente teoría semántica tiende a confirmar las críticas de Leibniz en aspectos importantes, pero su defensa de los supuestos aristotélicos no presenta soluciones que no hayan sido consideradas por Locke, quien explícitamente sostuvo que es pura ilusión la suposición de que el significado puede ser determinado por lo que no se conoce de manera directa. Como hemos visto, él permite que nos refiramos en cierto sentido a lo que no se conoce directamente y hacerlo en efecto mediante nuestras ideas de cualidades secundarias y poderes, pero sostiene que esta referencia se logra solamente en relación con lo conocido y experimentado. La ilusión, para Locke, es que podamos pensar lo desconocido de una manera no determinada por lo que conocemos —esto sería lo necesario para determinar el significado de los nombres por medio de esencias reales escondidas:

19…. Porque aunque uno incluya en la idea compleja de lo que llamamos oro lo que otro excluye, y viceversa, sin embargo, los hombres no piensan habitualmente que haya cambiado la especie; porque en-sus mentes secretamente refieren ese nombre a la esencia real inmutable de una cosa existente de la que dependen esas propiedades, y lo suponen anejo a ella. No se piensa que haya cambiado las especies alguien que añada a su idea compleja de oro la fijeza y la solubilidad en aqua regia, que no había incluido antes; sólo se piensa que tiene una idea más perfecta al haber añadido una idea simple más, que de hecho es siempre añadida a las otras de las que estaba formada su idea compleja anterior. Pero (…) por esta referencia tácita a la esencia real de las especies de los cuerpos, la palabra oro (…) llega a no tener significación alguna, al usarse para algo de lo que no tenemos ninguna idea, de manera que no podemos significar nada cuando no tenemos presente el cuerpo mismo. Porque aunque se piense que es lo mismo, sin embargo, si se considera detalladamente, se encontrará una gran diferencia entre discutir sobre el oro en cuanto a nombre y hacerlo con respecto a una parte de este mismo cuerpo, por ejemplo, una hoja de oro colocada delante de nosotros, y eso aunque en la conversación nos veamos forzados a sustituir el nombre por la cosa. (III. X. 19, pág. 748).

Este argumento, que vincula estrechamente significado y conocimiento, estrictamente hablando, no excluye la posibilidad de que exista un orden natural de especies y géneros, sino que trata de probar que nosotros en ningún caso podemos esperar capturarlo mediante nuestra clasificación, o saber si lo hemos logrado. Para Locke, no hay ninguna posibilidad de identificar una especie —es decir, una esencia específica— simplemente por referencia a paradigmas individuales (por ejemplo, ‘una hoja de oro colocada delante de nosotros’), ya que hablar de una esencia (en realidad, hablar de ‘hoja de oro’) supone ya la clasificación:

4. Que la esencia, en el uso normal de la palabra, se relaciona con las clases, y que se la considera en los seres particulares no más allá que en cuanto ordenados en clases, se deduce de lo siguiente: quitemos las ideas abstractas por las que clasificamos a los individuos y los agrupamos bajo nombres comunes, y entona 5 el pensamiento de algo que les sea esencial se desvanece inmediatamente: no tenemos ninguna noción. Es necesario para mí ser como soy: Dios y la naturaleza me han hecho así; pero no hay nada que yo tenga que sea esencial a mí. Un accidente o una enfermedad pueden alterar mucho mi color y aspecto; una fiebre o caída me pueden privar de la razón, de la memoria o de ambas; y una apoplejía me puede dejar sin sentidos, sin entendimiento o sin vida. Otras criaturas de mi forma pueden haber sido hechas con más y mejores, o con menos y peores cualidades que yo; y otras pueden tener razón y sensación en una forma y en un cuerpo muy diferentes del mío. Nada de esto es esencial para uno u otro, ni para individuo alguno, hasta que la mente lo refiere a alguna clase o especie de cosas, y entonces, en ese momento, de acuerdo con la idea abstracta de clase, se descubre que algo es esencial. Examine cualquiera sus propios pensamientos, y podrá encontrar que tan pronto como suponga o hable de lo esencial, la consideración de alguna especie o de alguna idea compleja significada por algún nombre general le vendrá a su mente; y es en este sentido en el que se dice que esta o aquella cualidad es esencial… (III, VI, 4, pág. 661).

5…. Pues yo preguntaría a cualquiera: ¿qué es necesario para que se produzca una diferencia esencial en la naturaleza entre dos seres particulares cualesquiera, sin ninguna referencia a una idea abstracta, que es considerada como la esencia y el modelo de la especie? Y si se abandonan totalmente todos esos modelos y patrones, se podrá comprobar que los seres particulares, considerados únicamente en sí mismos, tienen todas las cualidades de una manera igualmente esencial: y todo será esencial en cada individuo, o, lo que es lo mismo, nada le será esencial. Pues aunque pueda ser razonable preguntar si la atracción es esencial para el hierro, creo, sin embargo, que resulta muy impropio y poco significativo preguntar si es esencial a una porción determinada de materia con la que corto mi pluma, sin considerarla bajo el nombre de hierro, o como perteneciente a cierta especie. Y si, como se ha dicho, nuestras ideas abstractas, que tienen nombres anexados a ellas, son los límites de las especies, nada puede ser esencial, excepto lo que está contenido en esas ideas. (II. VI, 5, pág. 663).

Este argumento acerca de la clasificación es bastante general, pero es motivado, en gran medida, por su consonancia con la creencia de Locke acerca de lo que con mayor probabilidad descansa detrás de las propiedades observables de las cosas: a saber, estructuras cuasi-mecánicas que sobreviven temporalmente en medio del flujo de los corpúsculos. Porque éstos son tan diferentes de las esencias universales de Aristóteles que, a juicio de Locke, son tan incapaces de poner límites entre las especies, como las mismas propiedades observables, sin la decisión humana. A partir de una clasificación, podemos hablar de ‘constituciones reales’ de las especies —de estructuras que descansan detrás de las propiedades observables que figuran en nuestras definiciones—, pero la ‘constitución real’ de los individuos tomados en cuanto tales está en un flujo continuo. Locke expone abiertamente su propia concepción al distinguir entre ‘esencias reales’ y ‘esencias nominales’, haciendo eco a la distinción aristotélica entre definiciones reales y nominales. Su argumento es dialéctico: primero, se representa ‘esencias reales’ individuales y posteriormente se mueve hacia la concepción de que, dado que ‘la esencia… se refiere a alguna clase’, todo hablar con sentido de una ‘esencia real’ está siempre en relación con una esencia nominal.

19…. Todas las cosas existentes, con excepción de su.

Autor, están sometidas al cambio, en especial aquellas de las que tenemos conocimiento y que hemos dividido en grupos, bajo distintos nombres y signos. Así lo que hoy es hierba, mañana será carne de cordero, y después de unos cuantos días se convertirá en parte de un hombre. En todos estos cambios y otros similares es evidente que la esencia real de las cosas —su constitución de la que dependían sus propiedades respectivas— ha sido destruida y perece con ella. Pero se supone que las esencias, tomadas de las ideas establecidas en la mente, con nombres anexados a ellas, permanecen constantemente inmutables, cualquiera que sea el cambio a que hayan sido sometidas las sustancias particulares… De donde se infiere que la esencia de una especie subsiste segura y entera, incluso sin la existencia de un solo individuo de esa clase. (III, III, 19, pág. 630-631).

6. Es verdad que con frecuencia me he referido a una esencia real, distinguida en sustancias, a partir de las ideas abstractas de dichas sustancias, ideas a las que he denominado esencia nominal. Por esta esencia real significo la constitución real de cualquier cosa, que es el fundamento de todas aquellas propiedades que están combinadas, y que se encuentran coexistiendo, de manera constante, con la esencia nominal, esa constitución particular que cada cosa tiene en sí misma, sin ninguna relación con nada que esté fuera de ella. Pero la esencia, incluso en este sentido, se refiere a una clase y supone una especie. Pues siendo ésta una constitución real de la cual dependen las propiedades, necesariamente supone una clase de cosas, ya que las propiedades pertenecen únicamente a las especies y no a los individuos: por ejemplo, suponiendo que la esencia nominal del oro sea un cuerpo de un color y un peso peculiares, dotado de maleabilidad y fusibilidad, la esencia real es esa constitución de las partes de materia de las que esas cualidades y su unión dependen; y es también el fundamento de su solubilidad en agua regia y de las demás propiedades que están comprendidas en esa idea compleja. He aquí esencias y propiedades, pero todas basadas en la suposición de una clase o idea abstracta general, que se considera como inmutable; pues no existe ninguna porción individual de materia a la que cualquiera de esas cualidades esté tan anexada como para ser esencial o inseparable de ella… Además, en cuanto a las esencias reales de las sustancias, únicamente suponemos su ser, sin saber con exactitud lo que son. Pero lo que las une a las especies es la esencia nominal, de la que son el fundamento y la causa supuestos. (III, VI, 6, pág. 663-664).

Tras haber rechazado el ideal de un ‘sistema natural’ basado en esencias reales, Locke desarrolla su concepción clásica e influyente de buenas clasificaciones prácticas: deberíamos trazar límites donde parezcan más útiles para recoger los resultados de la observación cuidadosa y del experimento, pero no perder nunca de vista la importancia del acuerdo general, sin el cual el mismo lenguaje tiende a perder su sentido. El argumento, como la mayoría de los que se han discutido en este libro, tiene más complejidades e implicaciones de las que pueden explorarse aquí. Y, como todos los argumentos discutidos, es parte de la empresa central de Locke de diagramar la relación entre experiencia y teoría. Los efectos de tal empresa, así como de las intuiciones y errores de Locke, se hallan aún con nosotros, muchas veces tan fundidos con nuestra herencia intelectual, que no nos percatamos de ellos.

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