Lo privado no es político

Lo privado no es político

Fernando Paz Cristóbal

Lo privado no es político

19 febrero, 2018


Lo formuló mejor que nadie la teórica feminista Kate Millet cuando escribió aquello de que lo privado es también político. No he encontrado jamás una mejor definición de totalitarismo; algo no estaba en la intención de la sra. Millet, lo que confiere más valor a lo dicho.

En eso, básicamente, consiste toda la política feminista y de género: en politizar, judicializándolas, la vida personal y familiar, hasta hacerlas inviables. No es extraño, por cuanto el feminismo y la política de género son hijas del marxismo cultural, para el que lo único relevante es la vida social.


La asfixia legislativa cada vez deja menos espacio para la privacidad. La perversión de la vida social ha impuesto unas normas que relegan el hecho religioso a la esfera privada, mientras articula la vida pública en función de lo sexual. Es decir, que hace público lo privado y privado lo público. Algo que ya estaba en el ánimo de los viejos revolucionarios del XIX cuando pedían “postergar al sagrario de la conciencia individual la creencia religiosa”; puede que la expulsión de la religión del espacio público nos haya dejado sin Dios al que adorar, pero no ha eliminado la necesidad que tenemos de adorar. El ersatz que nos ofrecen como sustitutivo no puede, ni podrá jamás, ocupar ese lugar.


La destrucción de la privacidad está siendo justamente posible porque se ha aceptado el narcótico principio de que lo privado es también político. Nadie ha cuestionado esta falsedad esencial: en consecuencia, el comportamiento privado ha de ser sometido al escrutinio público, examinado y valorado.

Vivimos una versión posmoderna de la Ginebra calvinista, con la denuncia pública de los pecados. A nadie le es perdonada una incorrección , tanto da que sea en su privacidad. Una tangencial alusión machista, la inapropiada mirada a un escote apenas entrevisto, una insustancial broma “homófoba” (hay cosas con las que no se juega), por más que ocurran entre amigos y tras unas copas, revela una inaceptable falta de autocontrol. 

 

Sólo una contrición apropiada obtendrá la indulgencia. No importa la autenticidad del arrepentimiento, ni la interiorización del dolor: lo esencial es que el pecador se someta, y que su sumisión sea visible. En esa sumisión está implícita la renuncia a la privacidad.

El no haber detectado que la clave del nuevo totalitarismo es la renuncia a la privacidad, es lo que ha producido una mayor desorientación. No, lo privado no es político, y los hombres libres no pueden permitir que lo sea.

 

Decía Koestler que cualquier imbécil provisto de un adecuado manejo de la jerga marxista podía pasar por persona inteligente. Hoy, ochenta años después, no hay imbécil que no te coloque el heteropatriarcado, el micromachismo o el empoderamiento un par de veces al día; supongo que con idéntico propósito al de aquellos que denunciaba Koestler.

 

Iba a escribir que ya no cuela pero, para qué nos vamos a engañar, claro que sigue colando. La deserción de quien debiera dirigir el combate nos deja inermes frente a las pezuñas de unos bárbaros ayunos de la instrucción de los viejos marxistas, ante los que uno, en medio de toda discrepancia y pese a todo, podía manifestar un cierto respeto.

Ante esta chusma iletrada, ninguno. 

Report Page