Lo mejor de Fredric Brown

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Ratón estelar

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—¿Mi esbosa? — preguntó Mitkey. Había pasado tanto tiempo que realmente se había olvidado de la familia que tuvo que abandonar. Los recuerdos volvieron lentamente—. Bueno — dijo—, hum…, sí. Constrruirré rrápidamente un bequeño broyectorr de X—19 und… Sí, sus negociaciones serrán más fáciles si der gobierrnos ven que somos varrios, y de este modo no crreerrán que soy un monstruo.

No fue algo deliberado. No pudo serlo, porque el profesor no sabía nada sobre la advertencia de Klarloth acerca de posibles descuidos con la electricidad… Der nuevo arreglo molecularr de tu centrro cerrebrral… es inestable, und…

El profesor aún estaba en la habitación iluminada cuando Mitkey irrumpió en la estancia donde Minnie se hallaba en su jaula sin barrotes. Estaba dormida, y al verla… Los recuerdos de otros días volvieron en tropel y, de pronto, Mitkey se dio cuenta de lo solo que había estado.

—¡Minnie! — exclamó, olvidándose de que ella no podía comprenderle.

Y entró en la caja de madera donde dormía. Se produjo una descarga. La suave corriente eléctrica existente entre las dos tiras de papel de estaño le alcanzó de lleno.

Hubo un rato de silencio.

Después:

—Mitkey — llamó Herr Proffessor—, ven y hablarremos de todo esto…

Entró en la habitación y los vio, a la grisácea luz del amanecer, dos ratoncillos grises fuertemente abrazados. No habría podido decir cuál era cuál, porque los dientes de Mitkey habían rasgado las prendas rojas y amarillas que súbitamente se convirtieron en objetos extraños y molestos.

—¿Qué demonios…? — preguntó el profesor Oberburger. Entonces se acordó de la corriente, y adivinó lo sucedido—. ¡Mitkey! ¿Es que ya no buedes hablarr? ¿Acaso der…?

Silencio.

Después, el profesor sonrió.

—Mitkey — dijo—, mi bequeño rratón estelarr. Crreo que ahorra erres más feliz..

Los contempló un momento, afectuosamente, y después accionó el interruptor que eliminaba la barrera eléctrica. Claro que ellos no sabían que eran libres, pero cuando el profesor los cogió y los depositó cuidadosamente en el suelo, uno de ellos echó a correr hacia el agujero de la pared. El otro le siguió, pero volvió la cabeza y miró hacia atrás, con algo de estupefacción en los ojillos negros, una estupefacción que se fue desvaneciendo.

—Adiós, Mitkey. Así serrás más feliz. Und siembrre tendrrás queso en abundancias

El ratoncillo gris lanzó uno de sus característicos chillidos, y se introdujo en el agujero.

«Adiós»… podría, o no, haber querido decir.

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