Live
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From the moment we met we let it get out of control
The universal dance
The black romance of running prey.
Gravenhurst, ‹‹Nicole››
Emma y yo habíamos vuelto. No era una ilusión, ni un sueño ni un deseo. Era una realidad. Como lo eran nuestros dedos enredados al caminar, o las miradas que tejían puentes por encima de mesas, pasillos o almohadas.
Podría haber sido más complicado. Podríamos haber ido con calma, despacio, tanteando cada paso antes de darlo. A fin de cuentas, habíamos estado meses separados, enfadados… Tal vez hubiera sido lo más coherente, lo más precavido. Pero ninguno quisimos hacerlo así. No después de la larga espera.
Preferíamos querernos en serio. Con todo lo que ello implicaba, lo bueno y lo no tan bueno, llegado el caso. Hacía tanto tiempo que ambos ansiábamos ese momento que fue tan natural como la ola que vuelve a fundirse con el mar tras romper sin dejar rastro de suturas ni cicatrices.
Después de aquel beso en la azotea que tanto me recordó a los momentos que habíamos compartido en lo alto del edificio de Develstar, regresamos corriendo a mi habitación para secarnos la lluvia que nos había alcanzado de repente.
Hasta que no estuvimos secos y despeinados no advertí que estábamos solos. Que estábamos en mi habitación y que no era una ilusión. Que Emma estaba allí, frente a mí, con la camiseta arrugada y la mirada clavada en mis ojos. Había tanto que decirse, tanto que explicar y que aclarar, que sabía que en cualquier momento uno de los dos rompería el hechizo. Así que, antes de que ocurriera, decidí recortar los metros que nos separaban, atraparla entre mis brazos y darle un segundo beso, esta vez sin lluvia ni un paisaje de postal de fondo.
Pretendía separarme al instante, pero resultó imposible.
En algún momento indeterminado, mis labios acariciaron su cuello y el suspiro que Emma emitió logró congelar el tiempo y grabar de un fogonazo nuestras sombras unidas para siempre en mi memoria.
Busqué bajo su camiseta y no me detuve hasta alcanzar la tira del sujetador. Rocé con pudor su piel, sin atreverme a quitárselo. De pronto me sentía cohibido: ¿y si estaba yendo demasiado deprisa? ¿Y si no era eso lo que Emma quería? ¿Y si…?
Ella se apartó entonces. Unos centímetros nada más. Lo suficiente para terminar de convencerme de que me había precipitado. Fui a disculparme cuando se agarró el dobladillo de la camiseta y, de un solo movimiento, se la sacó. Su piel, perfecta, me quitó la respiración.
Emma se acercó de nuevo a mí y pasó los dedos por la cintura de mi pantalón. Pero, en lugar de desabrochármelo, agarró mi camiseta e, igual que había hecho con la suya instantes antes, me la quitó. La dejé hacer en silencio, sin oponer resistencia. Sin creer del todo lo que estaba sucediendo.
Hasta entonces no fui consciente de lo deprisa que se agitaba mi pecho. Y en parte por eso, y en parte porque no soportaba más estar separado de ella teniéndola tan cerca, la atraje hacia mí y terminé de quitarle el sujetador blanco, que se deslizó por uno de sus brazos y, seguidamente, el resto de su ropa. Emma hizo lo mismo. De un puntapié mandé los pantalones a la esquina de la habitación y arrastré a Emma a la cama hasta que cayó sobre mí. En ese momento, el mundo, salvo ella, dejó de tener sentido para mí.
Había otro ritmo impuesto por nuestros cuerpos, otra cadencia que no hablaba de ella ni de mí, sino de nosotros. Hubo algo, algo que solo podía traducirse al lenguaje del cuerpo, que me terminó de convencer de que, si el amor verdadero existía más allá de la celulosa y la tinta de los libros, llevaba el nombre de Emma.
Mi mano encajaba en cada curva, en cada recoveco de su anatomía con una naturalidad que, de haber tenido cierto poder de razonamiento, me habría llevado a divagar sobre medias naranjas y piezas de rompecabezas. Pero me había desprendido de la razón, igual que de la ropa, sin prestar atención, sin fijarme cuándo ni dónde habían caído.
Las oficinas de la cadena desde donde se grababa el programa se encontraban pegadas a la orilla del Sena, a unos quince minutos de nuestro hotel. Al llegar encontramos a un montón de jóvenes congregados junto a la verja de entrada que comenzaron a golpear los coches entre gritos que fui incapaz de entender.
No había vuelto a pisar un plató desde que salí de True Stars, y sentí cierto vértigo al recordar todo lo que había sucedido delante de las cámaras del programa americano. Esperaba que aquello fuera a ser mucho más sencillo, tranquilo y distendido. Y, sobre todo, esperaba que la repelente Melanie Leroi no nos la jugase.
La vi antes de que ella advirtiera nuestra presencia. Se encontraba en mitad del plató, hablando con el regidor entre aspavientos, con su melena rubia ondeando sobre un vestido de tirantes que dejaba al aire la mitad de su espalda. Los zapatos, a juego con el resto de las prendas, tenían tanto tacón que debía de haber crecido por lo menos diez centímetros y cuando nos acercamos a ella, casi parecía más alta que yo.
—Hola, Melanie —dije, y ella se dio la vuelta dando un respingo.
—¡Ya estáis aquí! —replicó en cuanto se recompuso, y su sonrisa estirada resultó tan artificial como los nuevos pechos que se había puesto—. Me alegro tanto de veros… ¿Qué tal todo? ¿Cómo os va? Hola, Leo. Tú debes de ser Selena, mucho gusto de ponerte cara al fin. Emma, ¿no? Zoe, me alegro de volver a verte. Y tú eres…
—Icarus Bright. Pero mis amigos me llaman Ícaro —añadió el americano divertido.
—Encantada, Ícaro.
—No, tú llámame Icarus —replicó el otro sin variar un ápice su mueca de alegría.
Melanie se aclaró la garganta mientras el resto nos aguantábamos la risa, y después nos pidió que la siguiéramos hasta los sillones desde donde dirigía su pequeño imperio.
—¿Nos vas a entrevistar? —quiso saber Zoe—. Pensé que era solo un concierto…
La francesa se hizo la sorprendida y buscó la mirada de Selena.
—Había pensado que por darle más color, podíamos charlar un ratito antes. ¿Es mucho problema?
—Sí —repliqué con sequedad. Sabía que aquello no saldría bien.
—Son órdenes de arriba —se excusó Melanie—. No puedo cederos el plató solo para vuestras cancioncitas sin que me deis algo a cambio.
—Ya te estamos dando algo a cambio —dijo Selena—. ¿Nuestro silencio?
—¡Y os lo agradezco muchísimo! No me malinterpretéis. Pero de verdad que esto viene de las cabezas pensantes de arriba —comentó con cara de fingido fastidio—. ¿Os parece entonces bien?
—No —respondí con el mismo tono de antes—. Nos marchamos.
E iba a darme la vuelta cuando ella dijo:
—¿Y decepcionar a todos los espectadores que esperan este concierto? No lo creo…
Miré a mi hermano y comprendí que estaba igual de cabreado que yo, si no más.
Mis peores temores se estaban confirmando allí mismo. Si nos marchábamos, decepcionaríamos a miles de personas. Si nos quedábamos, nos arriesgábamos a someternos a una entrevista que ni habíamos pactado ni queríamos hacer.
—Te lo advierto —le dije—, una sola pregunta sobre con quién salimos o dejamos de salir, y Selena filtrará la información sobre tu hermana.
—¡Entendido! —respondió la otra.
La situación terminó de decidirme para que, en cuanto volviera a la rutina, contratase a la publicista con más mala leche del planeta para que nadie pudiera tomarme el pelo y no tuviera que volver a lidiar yo solo con víboras como Melanie Leroi.
Tras las pruebas de sonido y la sesión de maquillaje, Zoe y yo tomamos asiento en uno de los sillones. Una chica vino para facilitarnos un pinganillo a través del cual escucharíamos la traducción instantánea. Los demás prefirieron acomodarse entre bambalinas en lugar de en los asientos reservados para el público, no fuera Melanie a dirigirles la palabra en directo y tuvieran que decir o hacer algo que no querían para salir del paso.
El regidor avisó entonces de que estábamos a punto de entrar en antena. Comenzó la cuenta atrás en francés, y como siempre que me ponía delante de una cámara, se me quedó la boca seca y tuve que toser para aclararla.
—En el programa de hoy contamos con unas estrellas invitadas muy, muy especiales —dijo Melanie cuando terminó la cabecera del programa, Las Mañanas de Melanie. A través del pinganillo, una mujer de voz grave traducía al inglés lo que la rubia decía—. Ambos quedaron finalistas en la edición americana de T-Stars y han continuado sus impresionantes carreras musicales en solitario. Buenos días, Zoe. Aarón.
Nosotros devolvimos el saludo y yo me obligué a componer una sonrisa que, entre el maquillaje y los filtros de la cámara, diera el pego de sincera.
—Hemos oído y visto que estáis de viaje por Europa con otros amigos, regalando a la gente conciertos sorpresa. Habladnos un poco de esta iniciativa…
Con un gesto, le cedí la palabra a Zoe. Ella, con su dulzura natural, explicó que el tema de los conciertos sorpresa había surgido de una manera bastante inesperada y natural.
—El primero fue en Barcelona, en la fiesta de unos amigos —añadió—, y nos lo pasamos tan bien que decidimos convertirlo en una tradición en cada ciudad que visitáramos… ¡Y así hemos hecho hasta llegar a París!
Melanie asintió fingiendo tanto interés como yo alegría de estar allí.
—Aarón, tu hermano también os acompaña en este peculiar viaje, ¿verdad? Leo Serafin —explicó, mirando a cámara y sin esperar mi respuesta—, a quien quizá recuerden por haber sido la cara de Play Serafin durante sus inicios, ha comenzado un nuevo proyecto: un canal de YouTube. Háblanos de ello.
—Bueno, en realidad es su proyecto —contesté con una ceja alzada. La pregunta me había pillado bastante desprevenido—. Pero sí, es eso: un canal en el que se graba hablando sobre él, sobre lo que hacemos, dónde estamos, avisando de estos conciertos…
—Ajá, eso es —contestó ella—. ¿Y tú lo ves? ¿Lo veis? —añadió abarcando con la mirada también a Zoe.
—Cuando tenemos tiempo, claro —respondió ella. Yo me quedé callado. Empezaba a temerme lo peor…
Melanie se recolocó en su asiento y miró a cámara.
—Algunos de estos conciertos no solo han podido disfrutarlos los que os han encontrado a través de las pistas de los vídeos, sino que, en el caso del último, también los que estábamos en casa pudimos verlo de principio a fin. Aquí tenemos algunas imágenes…
En cuanto comenzó el vídeo, yo busqué la mirada de mi hermano en el otro extremo del plató. Estaba diciéndole algo a Selena con gestos de sorpresa y cabreo. Ella, mientras, tecleaba a toda velocidad en su móvil. Emma e Ícaro seguían el vídeo que se estaba proyectando en esos instantes en las pantallas. Era nuestra actuación en el Englischer Garten de Munich.
En la imagen salíamos Zoe y yo, por lo que me relajé. Después el clip cambió y apareció ella tocando el violín en solitario, la parte que yo mismo había grabado. Con un poco de suerte…
La imagen cambió una vez más.
Yo tocando al fondo. Un tumulto de cabezas y brazos alzados. Siluetas oscuras. Y la voz de mi hermano. La de Emma. La conversación completa. Fundido a oscuro. Estábamos en directo otra vez.
Cuando Melanie se volvió hacia mí con una mirada de sorpresa, supe que mi oportunidad de salir corriendo había pasado. ¿Cuánta gente estaría viendo el programa? ¿Sería muy escandaloso si me levantaba y la mandaba a la mierda allí mismo?
En ese momento comprendí lo que debió de sentir mi hermano en el programa de Audrey Leymann cuando compartieron con el mundo entero el tema de Sophie. De vuelta en el presente, apreté los puños con fuerza y tuve que contenerme para no abalanzarme sobre aquella víbora con manicura perfecta.
—Imagino que esto fue un shock tan grande para ti como para los demás —comentó la rubia, y se giró hacia Zoe—: Eras tú quien grababa, ¿no?
Ninguno supimos cómo reaccionar, por eso la presentadora añadió enseguida:
—En las últimas imágenes de vosotros en Francia hemos advertido que tú, Aarón, has vuelto con Emma Davies, la misma persona con la que estuviste durante tu estancia en Nueva York y que, según se deduce en el vídeo que acabamos de ver, también tuvo una relación con tu hermano Leo. Seguro que nuestros espectadores se estarán preguntando cómo surge un viaje de estas características, en el que os reunís todos a pesar de vuestras… ¿debería decir diferencias o afinidades?
El público le rió la broma y yo me quise morir. Sentía el sudor corriendo por mi frente. Necesitaba a la señora Coen, a mi hermano, a mi padre, ¡a quien fuera! Alguien que me dijera qué contestar, cómo sentarme, cómo detener el sonrojo que me cubría ya toda la cara.
¿Cómo había permitido que nos engañaran y caer en ese ridículo?
Esperaban una respuesta de mí. Ella, el público, la gente en sus casas, Zoe, que me miraba suplicante, porque sabía que si no decía nada, la chica iría a por ella.
—En realidad… ha sido todo un montaje.
Solo por ver la cara de Melanie, mereció la pena la mentira. El gesto de extrañeza fue tan evidente que hasta se volvió para mirar a mi hermano entre bastidores para intentar confirmar que lo que había dicho era verdad, pero yo aproveché y continué hablando.
—Estaba todo preparado. Zoe con la cámara, mi hermano y Emma charlando como si nada… ¿Crees que se podría haber escuchado tan bien de no haberlo preparado?
—Pero…
—Sí, yo estuve con Emma en Nueva York. Y, de hecho, hemos vuelto. Zoe y yo somos solo amigos. Muy, muy buenos amigos —añadí, tendiéndole la mano para que ella me la tomara—. Pero mi hermano jamás ha estado con Emma. Nuestra intención era llamar la atención de los medios para promocionar nuestros peculiares conciertos gratuitos y que más gente se uniera a los siguientes.
—Eso no es…
—Nuestra intención no era engañar a nuestros seguidores, a los que apreciamos de corazón y por los que estamos haciendo esta locura por Europa; sino a los buitres que se alimentan de las vidas de otros. —Y le dediqué mi sonrisa más cándida, que se ensanchó cuando me encontré con la rabia de sus ojos—. Pensábamos no pronunciarnos y dejar que el bulo terminara por desaparecer por sí solo, como pasa siempre con estos rumores. Pero ¡entonces nos llamaste tú!, y nos dijiste que a cambio de contar la verdad podríamos actuar en directo en la televisión pública francesa para que los millones de personas que nos siguen lo disfrutaran sin necesidad de verlo grabado. Comprende que no nos quedara más remedio que aceptar… por ellos —añadí, y señalé a la gente de las gradas—. Siento, Melanie, que no hayas escuchado lo que esperabas. Pero, bueno, aun así, un trato es un trato, ¿no? Y ahora que ya hemos confesado, estoy seguro de que aquí la gente está deseando escuchar buena música, ¿no es así?
Las personas del público comenzaron a aplaudir y a vitorearme sin necesidad de una pancarta que les ordenara que lo hiciera. Me puse en pie, agarré de la mano a Zoe, que a su vez se alzó para darme un beso en la mejilla, y nos dirigimos sin que la presentadora nos dijera nada hasta el lugar donde esperaban nuestros instrumentos.
Sin quedarle otra opción, con la rabia reflejada en su voz, sus dientes blancos, su gesto y su postura, Melanie Leroi nos presentó y se retiró con los tacones echando humo. Entre aplausos, mientras el corazón dejaba de martillearme el cerebro y las manos paraban de temblar, hicimos una rápida reverencia y comprobamos que los instrumentos y los micros funcionaran. Después, me giré para buscar a mi hermano con la mirada. Cuando levantó los dos pulgares mientras asentía yo le devolví la sonrisa.
Entonces le hice la señal de siempre a Zoe y así dio comienzo nuestro primer concierto gratuito retransmitido en directo por televisión.