Lily

Lily


Capítulo 16

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—Debo aceptar que, a pesar de la manera tan deplorable que eligió para decirlo —dijo el señor Thoragood—, sí parece que el señor Randolph alberga un cierto afecto por la señorita Sterling. Eso alivia mi conciencia de modo significativo. También me gustaría recordarles que soy pastor y me encuentro aquí presente.

Zac veía que el cerco se estrechaba sobre él. Cada palabra que pronunciaba parecía acercarlo más al fin de la clase de vida que había elegido. Tenía que combatir la conspiración que, evidentemente, habían tramado Dodie, el pastor, su esposa y el lucero del alba.

—Lily no quiere casarse conmigo, no debe hacerlo. —En el tono algo suplicante de su voz empezaba a notarse que se sentía acorralado, casi al borde de la desesperación—. Lo que quiere es ser libre y en lo que atañe a la respetabilidad, yo no sería un esposo, sino más bien un tirano. Es superior a mis fuerzas. Me resistiría a dejarla bajar al salón principal de la taberna mientras hubiera un solo hombre presente. Ni la dejaría tener relación alguna con las chicas.

Las aludidas se echaron a reír.

—Ni siquiera la dejaré ver a Dodie. Tendrá prohibido trabajar. Las únicas personas que podrán visitarla serán la señora Thoragood y su selecto grupo de amigas.

—Espero ser una de esas amigas —dijo Bella.

—Es probable. Te estás convirtiendo en la más mojigata de las brujas locales.

Bella se puso pálida. El ministro volvió a sus pomposas regañinas.

—No hay necesidad de ser grosero.

—Usted irrumpe aquí, en mi casa, y en mi habitación, y me acusa de violar a la única mujer que no me atrevería a tocar aunque mi vida dependiera de ello, ¿y se atreve a decirme que no sea grosero? Si yo fuera usted, le echaría otro vistazo a esa Biblia que se pasa la vida leyendo. No creo que tenga usted una buena traducción. O quizá no aprendió a leer bien en el colegio.

—Cada minuto que pasa sus palabras se parecen más a las de un enamorado —dijo Dodie.

Zac la miró con odio infinito.

—¡Cállate! Y por cierto, estás despedida. Recoge tus cosas. Quiero que te marches de aquí antes del mediodía.

Ahora fue Lily la que se puso pálida.

—No puedes despedir a Dodie. Si se va, ¿quién va a dirigir este local mientras duermes?

La despedida soltó una carcajada nada en consonancia con la actitud que se puede esperar de una mujer que teme por su futuro.

Zac pareció olvidarse del despido.

—Toda esta conversación es absurda No me voy a casar con Lily, y punto. Además, tú sabes perfectamente que ella no debería casarse con alguien como yo. Su padre probablemente me pegaría un tiro.

Dodie asentía.

—Todos sabemos que tú no eres digno de ella. Nadie te lo discute.

—Yo sí.

Nadie hizo caso a Lily, y menos que nadie el ministro, que se interesó por el futuro inmediato.

—¿Qué piensa hacer usted con respecto a la situación de la muchacha?

—La llevaré con mi hermano Tyler. Él y Daisy, mi cuñada, están dispuestos a encargarse de ella a partir de ahora.

Dodie no quería soltar la presa.

—¿Y planeas contarle a tu hermano lo que has hecho?

—¡Yo no he hecho nada! —Zac dio un fuerte golpe en la mesilla.

—¿Pero no piensas contarle que no has hecho nada?

—No se va a enterar.

—Si Tyler no te pregunta nada, se lo contaré yo.

Pero Tyler le haría preguntas, desde luego. Lo más probable es que no accediera a ayudar a Lily a menos que Zac le contara toda la historia. Su hermano era así. Y además si George pensaba que Zac había deshonrado a una jovencita, fuera cierto o no, se pondría furioso. Nadie se tomaba eso de la caballerosidad sureña más en serio que George, ni siquiera Jeff.

El asunto llegaría, sin duda, a oídos de Monty, y a los de Hen. Se enterarían tarde o temprano, y vendrían a buscarlo. Zac no sabía si lo matarían directamente o primero le darían una paliza. Nunca había entendido a los gemelos, pero sabía que lo llevarían al altar a rastras si era necesario.

La señora Thoragood alzó la mano para pedir calma y soltó una frase solemne.

—No pueden obligar a Lily a casarse con este monstruo. Yo preferiría encontrar a un joven decente para ella.

—No me cabe la menor duda —dijo Zac—. Para condenarla a un matrimonio frío y sin amor el resto de su vida. Lily es amable, generosa y cariñosa. Necesita un marido que sea tan amable y generoso como ella. De no ser así, lo mejor sería casarla con ese tal Ezequías.

Dodie volvió a interpelar a Lily.

—¿Te molestaría casarte con Zac?

—Eso no es lo que deberías preguntarle —terció Zac—. Se supone que debes preguntarle si me ama, y tú sabes que no. ¿Cómo podría amarme? ¡Qué disparate! No me parezco a ella lo más mínimo.

Lily se sonrojó. Estaba encantadora. A Zac le entraron ganas de comérsela. Pocas cosas podían ser más peligrosas que una mujer que se sonroja en el momento decisivo. Ante semejante forma de presión, lo mejor que se puede hacer es renunciar a toda esperanza y ofrecer dócilmente la cabeza al verdugo. La chiquilla habló con timidez.

—Me gustas mucho. Eres amable, cálido y generoso. Aquí todas las chicas dicen lo mismo. No creo que me molestara estar casada contigo.

Zac podía oír el sonido de las cadenas y sentir cómo el hierro comenzaba a cerrarse sobre sus tobillos y sus muñecas. Ya sentía el húmedo olor de las mazmorras. Tenía que resistir como fuera.

—Piensa en todas las cosas que no te gustan de mí. Soy un jugador empedernido y me quedo despierto toda la noche. Maldigo constantemente. Duermo desnudo. Tú me dijiste que eso no te gustaba.

—¿Es que lo has visto en su estado natural? —Si Sarah Thoragood no falleció en ese instante es porque debía de ser inmortal.

Zac lanzó una maldición. Otra vez se había ido de la lengua. No hacía más que cavar su propia tumba, palada tras palada. Y su prima también contribuía al desastre.

—También hay muchas cosas que me gustan de ti. Me has cuidado desde el comienzo. Has recibido a todas estas chicas, las has ayudado y les has encontrado maridos cuando se hizo necesario.

Dodie se impacientó.

—Todo el mundo sabe que Zac es un buen samaritano cuando se trata de ayudar chicas metidas en problemas. Y del mismo modo todo el mundo sabe que tú eres la única que solo ve bondad en él.

El clérigo habló de nuevo, y consiguió provocar aún más escalofríos al apuesto tahúr.

—Me parece que están hechos el uno para el otro y forman una pareja maravillosamente avenida. Me encantará presidir la ceremonia. ¿Nos encontramos en la iglesia dentro de una hora?

Zac oyó que la puerta de acero de su terrible destino se cerraba y luego oyó cómo giraba la llave del matrimonio en la cerradura. Estaba atrapado. No tenía salida. No había forma de escapar. A menos que… Había una sola posibilidad, una medida desesperada. Era un recurso que preferiría no usar, pero un hombre que se está ahogando es capaz de agarrarse a cualquier salvavidas.

—Está bien, lo haré. Pero nos casaremos aquí en la cantina y la ceremonia estará presidida por quien yo quiera, un ministro de mi confianza.

—No creo que… —El señor Thoragood quería protestar, pero le interrumpió el inminente novio.

—Me importa un pepino lo que crea o deje de creer. Usted ha venido aquí a dar órdenes y a gritar toda clase de cosas sobre la moral y la bondad y las mujeres deshonradas. Está bien, accedo a hacer lo que quiere, pero lo haremos a mi manera. Usted se puede quedar si lo desea, y asegurarse de que todo quede atado a su satisfacción, pero una vez que termine la ceremonia, lo quiero fuera de aquí. Y nunca más vuelva a poner un pie en mi local, es decir, en mi casa. Si lo hace, le echaré por la fuerza.

—Creo que su futura esposa tendrá objeciones al respecto. —La señora Thoragood sonrió, aunque con malignidad, por primera vez en toda la trifulca.

—Mi futura esposa puede pesar lo que desee, ir a donde quiera, visitar a quien le plazca y hacer lo que le venga en gana, pero esta cantina es mía, y aquí se hace lo que yo digo.

Los dos Thoragood lo miraron con odio, pero ninguno de los dos parecía dispuesto a presionarlo más.

Zac cambió de repente a un tono de gran ternura, para dirigirse a Lily.

—¿Estás segura de que quieres hacerlo?

Ella asintió con la cabeza.

—Dodie, llévatela y prepárala. Vosotras, chicas, podéis ayudarlas. Y todo el mundo fuera de aquí.

—Todavía estás a tiempo de cambiar de opinión —le dijo Dodie a Lily—. Podrías encontrar un pequeño pueblo en el Este en el que instalarte y olvidarte de Zac Randolph.

Estaban solas en la habitación de Dodie. La joven virginiana se había puesto su mejor vestido, pero le costaba mucho trabajo mantener el buen ánimo. La media hora de tumulto en la habitación de Zac había sido el rato más desagradable y perturbador de toda su vida. Todo había pasado demasiado rápido, había sido demasiado inesperado. No había tenido tiempo de pensar ni lo que decía ni lo que decidía. Todavía no estaba segura de estar haciendo lo correcto.

—Quiero casarme con Zac. Lo deseo desde hace tiempo… Y desde hace tiempo he imaginado muchas cosas, pero nunca que Zac pudiera ponerse tan furioso por tener que casarse conmigo.

Se había repetido a sí misma que casarse con su primo era la mejor manera de salvarlo. Hasta ese momento no había podido hacer nada por él, pero si se convertía en su esposa las cosas serían diferentes.

Pero no quería casarse con él por ayudarle, sino porque estaba enamorada. Y nunca habría aceptado contraer matrimonio si no creyera que, en lo más profundo de su corazón, Zac la amaba. Al menos un poco.

—Cuando vi que tú sonreías y no dejabas de repetir que la única alternativa de Zac era casarse conmigo, me sentí segura de que estaba haciendo lo debido. Pero ahora lo pienso mejor y… ¡él estaba tan enojado! No fue justo que lo presionaras tanto.

—Claro que sí. —Mientras hablaban, Dodie pasaba el cepillo por el pelo de Lily y de vez en cuando hacía pruebas, para ver cuál sería el peinado que mejor pudiera irle—. Zac no sabe lo que le conviene. Nunca lo ha sabido. La mitad del tiempo ni siquiera sabe lo que quiere. La otra mitad está seguro de que no se merece lo que ya tiene. La única manera de lograr que se case es obligarlo, por las malas si es necesario. Por sí mismo no dará jamás ese paso.

—No puedo hacer eso. —Lily se puso en pie con tanta rapidez que Dodie no pudo evitar que se le escapara de las manos la trenza rubia que en ese momento peinaba. Obligó a Lily a sentarse de nuevo y comenzó a recogerle el pelo otra vez. Cuando quería, la ayudante de Zac era la mujer más paciente del mundo.

—Es mejor que se case contigo y no con alguna descarada que no lo quiera y que le amargue la vida.

Lily se volvió a mover en la silla, pero esta vez Dodie estaba preparada.

—Sí, todas las mujeres que vivimos en este lugar sabemos que no estás enamorada, sino locamente enamorada de Zac. Lo sabemos todas menos tú, claro está.

—Ya he reconocido que amo a Zac, pero estoy empezando a preguntarme si él me ama a mí. Llegué a pensar que me quería. Anoche, en el barco… no podría besarme como lo hizo, ni abrazarme de esa manera, si no me quisiera al menos un poco. Eso pensé anoche, pero después de lo de esta mañana, no estoy segura.

—Zac Randolph es el hombre más egoísta del planeta. Cree que el mundo debe girar en torno a sus deseos, te lo he dicho mil veces. Pero de la misma forma te digo que te ama. Creo que todavía no es del todo consciente de ello. No sé. Está claro que piensa que no tiene derecho a amar a una persona como tú. Y está seguro de que una mujer como tú no puede amarlo a él.

—¿Por qué? Si es un hombre maravilloso.

—Zac vive muy conforme con su manera de ser, y así tiene que ser, ya que él es la única persona en la que piensa, pero no se siente orgulloso de sí mismo.

—No lo entiendo.

—Yo tampoco estoy segura de entenderlo, pero sé que es así. Zac hará cualquier cosa para satisfacer sus caprichos, para asegurarse de salirse con la suya cuando se trata de la cantina, pero no cree que se merezca lo mejor de la vida. Incluso se ha convencido de que no lo desea.

—Pero se equivoca, claro que se merece lo mejor. Todo el mundo lo sabe.

—Todo el mundo no, ni mucho menos, pero supongo que lo importante es que tú lo pienses.

—Tú también piensas lo mismo.

—Sí, ya sé que soy una tonta, pero creo que ese hombre, con todos sus defectos, es un príncipe. Para ser totalmente sincera, y si alguna vez repites una palabra de esto lo negaré y te venderé a unos traficantes de esclavos, reconozco que me casaría con él con los ojos cerrados si ello fuera posible. Pero Zac se ha opuesto al matrimonio desde el día en que lo conocí. Y todavía cree que está en contra del matrimonio… Pero en cuanto supe que tú lo amabas, estuve segura de que debía casarse contigo, y decidí hacer todo lo posible para que ello ocurra. Por eso te ayudé con lo de tu número en el salón. Y por eso le he apretado tanto las clavijas esta mañana. Tú vas a salvar a Zac Randolph de sí mismo.

Lily sonreía de oreja a oreja.

—Tú también te mereces lo mejor de la vida, Dodie.

—No creas. En cualquier caso, no pararé hasta cumplir la misión que me he impuesto.

Pero Lily todavía abrigaba un resquicio de duda. No acababa de saber cómo salvaría a su primo. No parecía un hombre fácilmente manejable. Podría preguntarle a Dodie, pero no sería correcto. La relación entre dos personas que se aman no puede involucrar a un tercero, por mucho interés que este ponga en el asunto y muy buena voluntad que tenga. La joven se preguntó si su inocencia, precisamente la cualidad que había llamado la atención de Zac desde el principio, podría ser al final la razón de su fracaso.

No debía fallar. No podía hacerlo. Si no estaba segura, debería echarse para atrás en ese mismo momento. Era un rasgo de lealtad que Zac se merecía. Había muchas otras mujeres dispuestas a intentar salvarlo. Si ella no era capaz, debía hacerse a un lado.

Eso pensaba, y un momento después pensaba lo contrario. No era capaz de renunciar a la oportunidad de tener a Zac para ella sola. Hacía días que no pensaba en otra cosa. Aunque lo que la había llevado a California había sido la fantasía de una chiquilla, la noche que entró en la taberna y lo vio en la mesa de juego, sintió que en su corazón se borraban las quimeras infantiles y nacían los sueños de una mujer. En ese momento supo que había acertado. Pero en aquel instante solo era un presentimiento.

Ahora tenía una certeza.

Dodie la sacó de sus meditaciones.

—Ya es la hora. Y recuerda, si necesitas ayuda, estaré cerca.

—Gracias, pero todo esto tengo que afrontarlo sola, valerme por mí misma.

—No me mires así, maldito viejo réprobo. —Zac miraba airado al hombre que estaba cómodamente sentado en el sillón de su oficina, fumándose uno de sus mejores puros y deleitándose con los últimos sorbos de un gran vaso de coñac—. Y no me vengas con el cuento de que nunca has hecho una cosa así.

—Claro que lo he hecho. No lo voy a negar. Pero pensé que tú eras un tío recto y no un fulano capaz de hacer una jugada tan sucia a una chica tan dulce como Lily.

—¿Qué sabes tú de Lily? —Zac se preguntaba si al final toda la escoria que se arrastraba por Barbary Coast conocía a Lily mejor que él.

—He oído hablar de ella —dijo el reverendo Ambrose Winston Dumbarton III—. Toda la gente de por aquí ha oído hablar de ella. Demonios, si ha donado ropa a la mitad de las mujeres de la calle.

¡Maldición! Otra cosa inapropiada que hizo sin que él se enterase.

—Bueno, si te han hablado tanto de ella, sabrás que es una chica demasiado buena para alguien como yo. Pero ese condenado predicador y sus secuaces me han tendido una trampa y me han puesto contra las cuerdas. Tengo que casarme con ella, pero no tiene sentido arruinar la vida de la pobre chica. Si no registras el matrimonio, no será legal ni tendrá ningún efecto. Si todo el mundo mantiene la boca cerrada, nadie tiene por qué saber la verdad. Transcurridos unos cuantos meses, cuando las cosas se hayan calmado y ella haya tenido tiempo de darse cuenta de que cometió un error, Lily podrá desaparecer sin ataduras legales. Podrá decir que nunca estuvo en California, porque no habrá papeles ni rastros que lo prueben. Me aseguraré de que tenga el dinero suficiente para empezar una nueva vida en cualquier otro lugar.

—¿Y qué planeas hacer mientras tanto? ¿Dormir en el sofá?

El viejo reverendo había dado en el clavo. Eso era exactamente lo que Zac planeaba hacer, pero se daba cuenta de que Windy no lo creería. Nadie le creería.

—Ya pensaré algo. Quizá la lleve a vivir a la residencia de Bella con cualquier excusa. Con ese dragón cuidándola, no habrá preocupación posible.

Windy le miró con aire escéptico.

—Creo que estás entrando en un jardín del que te resultará difícil salir, muchacho.

—¿Y qué más te da a ti? Lo único que quiero es que celebres un matrimonio ficticio para que Lily pueda anularlo cuando lo desee. Así de sencillo. Solo te pido que digas sí o no.

—¿Y si ella no se arrepiente de vuestra boda?

—Lo hará.

Lily apenas podía creer que estaba casada. Todo había sucedido tan rápido que parecía irreal. Y a medida que pasaban los minutos, se sentía cada vez menos segura de haber hecho lo correcto. Zac había estado muy irritable durante la ceremonia. Prácticamente había echado a empujones al señor Thoragood y a su mujer, en cuanto terminó el servicio.

Y ahora, mientras se dirigían en un coche hacia la pensión de Bella, iba sentado junto a ella, pero sumergido en sus pensamientos. Lily no quería regresar a aquella residencia. Estaba más asustada que cuando salió de Salem. Al menos en aquella ocasión tenía sentido, pero ahora vivir allí no tenía ni pies ni cabeza. Zac parecía estar poniendo entre ellos todo el terreno que podía.

—Todavía no entiendo por qué no me puedo quedar en la cantina contigo.

—No es un lugar apropiado para ti. —Zac seguía estando visiblemente disgustado—. Nunca lo fue.

—Pero no quiero ir a vivir con Bella.

—Ya te he dejado tomar demasiadas decisiones.

—Es mi vida.

—Y tú me hiciste responsable de ella desde el mismo momento en que huiste de tu casa. Si yo no me hubiese portado como un maldito perezoso y egoísta, lo habría comprendido desde el primer instante.

—Y lo entendiste de maravilla. Has estado pendiente de mí todo este tiempo.

—No me refiero a eso. Lo que quiero decir es que debí meterte en un tren y llevarte de regreso a Virginia, aunque fuera por la fuerza. Pero como no podía apartar la nariz de las cartas ni siquiera el tiempo suficiente para ver lo que sucedía, seguí pretendiendo que las cosas iban a mejorar y esperando que tú desaparecieras. Ahora mira lo que ha ocurrido. De repente, estás casada conmigo.

—¿Y eso es tan terrible?

—No lo sé, y tú tampoco. Pero si de mí depende, nunca lo vas a averiguar.

—¿A qué te refieres? No irás a enviarme de regreso a Virginia, ¿verdad?

—No, ya es demasiado tarde para eso, pero de ahora en adelante te vas a quedar en la pensión de Bella o en cualquier otro lado que no sea la cantina. Si no te gusta la casa de Bella, podemos buscar otra pensión. Te llevaría al hotel, pero no tengo ganas de dar explicaciones a Tyler.

—Todavía no entiendo por qué no puedo quedarme contigo. Estaré lejos del salón.

—¿Es que no lo entiendes? —El apuesto tahúr se volvió hacia ella con expresión de ira y frustración—. No volverás a poner un pie en la cantina nunca más.

Lily no sabía qué decir, pero no podía permitir que su marido la dejara en una pensión y luego cerrara la puerta y se olvidara de ella.

—¿Cómo voy a ayudar a Dodie en estas condiciones?

—Dodie lleva años manejando la taberna sola. Se apañará sin problemas.

Lily no tenía intención de dejar las cosas en aquel punto, pero de momento decidió mostrar menos encono.

—¿Qué se supone que debo hacer durante todo el día?

—No tienes que hacer nada.

—Si no hago nada me volveré loca.

—Tal vez podrías ayudar a la señora Thoragood. No tendrás que cocinar, limpiar ni ordeñar, pero seguro que habrá cosas que hacer.

Lily lo miró a los ojos con la esperanza de encontrar una chispa de humor, pero el recién casado no estaba para bromas. Tras unos instantes, la muchacha abrió la boca para protestar, pero volvió a cerrarla antes de decir nada. No tenía sentido. Zac no la estaba escuchando. Ya había tomado una decisión y nada que ella dijera lo haría cambiar de opinión. No entendía lo que estaba ocurriendo. Nunca había visto a Zac tan obstinado con respecto a algo. Era como si se hubiese sentido acorralado y se estuviera aferrando a la única solución posible. Pero, desde luego, no era una buena solución para ella. En realidad, la chica creía firmemente que tampoco lo era para su esposo, pero tendría que esperar un poco para actuar en consecuencia. Hasta que se le ocurriera qué hacer o hasta que él quisiera escucharla.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Bella hizo la pregunta con cierto enojo.

—Traigo a Lily para que se quede contigo.

—Pero no puedes hacer eso —dijo Bella—. No admito a hombres en mi casa.

—Lo sé. Ella se quedará aquí y yo seguiré viviendo en la cantina.

Lily había temido que Zac dijera algo como aquello, y al escucharlo le resultó más penoso de lo que esperaba.

Bella no trató de ocultar su sorpresa.

—Pero si os acabáis de casar.

—Gracias por informarme. Te aseguro que estoy al tanto de mi matrimonio, pero no es correcto que ella viva en el Rincón del Cielo.

La señora Thoragood y tú lo dejasteis muy claro.

—Sí, pero…

—Así tendrá que ser hasta que se me ocurra algo. Entretanto, no le digas nada a nadie. A Lily no le haría ningún bien que la gente empezase a murmurar.

Bella lo miró como si fuese un loco.

—¡Pero no se quedará callada por mucho tiempo!

—Yo diría que eso depende de ti y de la señora Thoragood.

Era una clara advertencia.

—Yo agradecería mucho que no se supiese nada. —Lily no se veía capaz soportar que se especulara sobre su relación con Zac. Y eso sería lo que comenzaría a ocurrir si alguien descubría que estaban casados y no vivían en el mismo sitio.

Bella acabó aceptando de no muy buena gana.

—Está bien, pero será mejor que se te ocurra algo mejor cuanto antes.

—Gracias. Te dejo para que ayudes a Lily a instalarse. Tengo que regresar a la cantina.

Lily estuvo tentada de agarrarlo. Se moría de ganas de pedirle que se quedara, pero sabía que no lograría convencerle. Tal vez era mejor dejarlo ir. Zac había sufrido un impacto más grande que ella. Al fin y al cabo, Lily se quería casar, y él no.

Zac miró a su esposa.

—Volveré en cuanto pueda, pero tarde lo que tarde, mucho o poco, no debes acercarte a la taberna. ¿Lo entiendes?

Lily asintió con la cabeza.

—Bien. Ahora no te preocupes. Las cosas se solucionarán por sí solas antes de que te des cuenta.

En cuanto Zac se marchó, Bella interrogó a la muchacha.

—¿Qué significa todo esto?

Lily no tenía idea, pero no iba a permitir que Bella se enterase de su ignorancia al respecto.

—La vida de Zac se divide entre el salón y yo, pero él cree que es una combinación que no funciona. Así que tiene que pensar qué hacer con las dos.

—Ten cuidado, no sea que decida que le gusta más la cantina que tú. —Bella hizo la advertencia con un deje un poco maligno.

La pobre Lily tenía ese mismo temor. Estaba empezando a percatarse de lo mucho que deseaba que Zac se enamorase de ella. Había negado sus sentimientos durante tanto tiempo que no había visto cómo crecían más y más en el tiempo que llevaba en San Francisco.

Pero ese día y la noche anterior habían constituido una revelación. No solo se había dado cuenta de que estaba perdidamente enamorada de Zac, sino que había descubierto que esperaba convertirse en su esposa, cosa que finalmente había ocurrido de la forma menos previsible. Pero casada y todo, sabía que la convivencia con su amado primo no iba a ser fácil.

La decisión de Zac de dejarla en casa de Bella mientras él se quedaba en la cantina lo trastornaba todo. Zac parecía decidido a alejarla de él, a separarla de su vida todo lo que pudiera. Lily se había sentido tentada a negarse de plano, pero el mal humor que se apoderó de él la echó para atrás. No conocía aquella faceta del talante de Zac, y le dio miedo. Había oído hablar del carácter de los Randolph, pero no sabía que fuese tan fuerte. Ahora temía que, si tensaba demasiado la cuerda, pudiera ponerla sin contemplaciones en un tren de regreso a Virginia.

Peor aún, temía resultarle demasiado antipática. Si le llevaba la contraria en exceso, acabaría odiándola y ya le resultara imposible conquistar su corazón, que era el mayor deseo de su vida. Zac tenía miedo del amor, miedo de no poder alcanzarlo, miedo de no ser digno de él. Lily tenía que encontrar la manera de ayudarlo a ver el daño que se estaba haciendo a sí mismo. Si no lo conseguía, el miedo podría impedirle llegar a ser verdaderamente feliz.

Y por tanto, también a ella.

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