Lily

Lily


Capítulo 19

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Cada minuto que la joven permanecía en el local, Zac lo pasaba con los nervios de punta. Ya llevaba tres noches recibiendo a los clientes. Lily había obedecido puntualmente cada una de sus órdenes. Bueno, casi las había cumplido. Usaba un vestido menos llamativo, pero continuaba maquillándose para dar color a su cara. Y debía admitir que eso la hacía estar aún más bella.

También lo enloquecía un fenómeno que tenía más que previsto: cientos de hombres la miraban, la deseaban, fantaseaban con ella. Entre unas cosas y otras, parecía un demente. No podía dormir. No podía comer y deambulaba por los pasillos de la cantina, gruñendo y vociferando a todo el que le hablaba.

Todas las noches, antes de que ella llegara, ya esperaba vestido y listo para su labor de guardia en el salón. Sometía a intenso escrutinio cada detalle de la apariencia de Lily. Discutía con ella, en ocasiones gritaba y amenazaba con encerrarla en la oficina, si ella no cambiaba alguna cosa que le molestaba. La chica escuchaba tranquilamente todo lo que él decía, se quitaba algunas cosas, cambiaba otras y hacía caso omiso de unas cuantas más. Con cambios o sin cambios, siempre entraba en el salón de juego a las siete en punto.

La seguía como un perro guardián, mientras maldecía en voz baja a las mujeres, en especial a las que tenían nombre de flor, y se maldecía a sí mismo.

El local se llenaba a reventar todas las noches. La noticia de la presencia de Lily había corrido como la pólvora y los hombres aguardaban turno en la puerta cada noche antes de que abrieran. Zac no estaba seguro de que jugaran más, al menos hasta que Lily se marchaba, pero ciertamente bebían más. Las chicas estaban constantemente con la lengua fuera para atender todos los pedidos. Una vez incluso tuvieron que pedirle a Julie que saliera a servir, aunque la vio tan incómoda por las atenciones que le dedicaban los clientes, a pesar del modesto vestido que llevaba puesto, que Zac tuvo que enviarla de nuevo a la cocina.

—Ella es muy hermosa. No te la mereces.

Zac se dio la vuelta al oír la voz de Dodie.

—No te he visto entrar. —Zac se dio cuenta enseguida de que Dodie había estado bebiendo. Además de tener los ojos rojos y la voz pastosa, llevaba un vaso de whisky vacío en la mano—. ¿Qué haces bebiendo whisky?

Esa última pregunta le salió con un tono seco que Zac no pretendía usar, porque en realidad estaba feliz de ver a Dodie de vuelta en el salón y nada le gustaría más que verla de regreso definitivo. Pero la tensión que le causaba todo el asunto de Lily hacía que apenas se diera cuenta de lo que decía. En ese momento Lily estaba hablando con un tío que parecía directamente llegado de las minas. Ni siquiera había hecho una escala para bañarse, a juzgar por su olor.

—No te preocupes. No me voy a quedar —dijo Dodie, al tiempo que seguía la dirección de la mirada de Zac—. Oí que Lily estaba haciendo maravillas con este lugar y quise verlo con mis propios ojos. Ella es mucho mejor para el local que yo.

Zac percibió celos, tristeza y resignación en aquellas palabras de Dodie y sintió pena por ella. La mujer, su amiga, había trabajado bien y lealmente para él durante años. Debía de ser terrible comprobar que la podían reemplazar tan fácilmente. Zac se preguntó si esa sería la razón por la cual Dodie había vuelto a beber. Dejándose llevar por el instinto, le pasó el brazo por detrás y la atrajo hacia él con un gesto fraternal.

—Nadie te podrá reemplazar nunca, ni siquiera Lily. Tengo que vigilarla a cada minuto. Tú, en cambio, podías manejar este lugar por tu cuenta desde el crepúsculo hasta medianoche, y aun así a la mañana siguiente estabas levantada, revisando los libros.

—Yo era un fiel perro guardián, pero ahora tienes algo mucho mejor que un perro, algo muy especial. Espero que te des cuenta de eso.

—Me doy cuenta de que ella no debería estar aquí.

—Entonces haz algo al respecto.

—¿Qué podría hacer? No se quedará con Bella a menos que la encadene.

—Supongo que lo entenderás cuando madures, o cuando Dios disponga. —Se dirigió a una de las chicas, que pasaba apresuradamente por su lado—. Tráeme otro whisky, querida.

—¿No crees que ya has bebido bastante?

—Sé cuándo detenerme. No te preocupes por mí. Me llevaré mi copa y me sentaré en un rincón. Cuando termine, me marcharé. De sobra sabes que puedes confiar en mí hasta cuando estoy borracha.

—¿Qué has estado haciendo estos días?

—Descansando. Decidí que necesitaba un poco de reposo.

—Me gustaría que volvieras.

—Los dos tenemos que asimilar unas cuantas cosas. Tú tienes que hacerlo a tu manera y yo tengo que hacerlo a la mía. —Dodie hizo un gesto señalando su vaso vacío.

—Sabes que siempre podrás volver, ¿verdad?

—Claro. Lo sabía cuando me fui. —Dodie tomó el whisky que le trajeron—. Pero ahora me iré a buscar a un tío que no esté mirando a su mujer todo el tiempo mientras habla conmigo.

Zac se volvió para mirar a Dodie.

—Lo siento. No me di cuenta.

—Lo sé. Nunca te das cuenta de nada cuando ella está cerca.

Dodie se alejó, mientras Zac trataba de digerir ese último comentario. No le gustaba lo que esas palabras decían sobre él, pero sabía que era cierto. Mientras Lily estuviera por allí, él no podía pensar en otra cosa. Media hora después, su mujercita lo miró. Zac hizo un gesto. Era hora de que se marchara. Obedientemente, Lily terminó su conversación y se abrió pasó a través del salón para seguirlo hasta la oficina.

—Tu coche está esperando. —Zac hablaba al tiempo que agarraba la capa con capucha de la chica. Nunca la dejaba salir de la taberna si no iba cubierta de pies a cabeza.

—No me iré hasta que me des mi beso de buenas noches. —Las mejillas de Lily se sonrojaron un poco—. Es lo menos que puede esperar una esposa, después de trabajar todo el día para su marido como una esclava.

Zac no podía decidir si aquel era el momento más temido o más anhelado de la noche. En todo caso, pensó que la chica estaba usando eso del beso de buenas noches como instrumento de tortura. Y funcionaba. Desde el momento en que Zac bajaba al salón, no podía pensar en nada más. Sin embargo, cuando llegaba la hora de que ella se fuera, besarla era lo último que quería hacer.

Besarla sin morirse por quitarle la ropa a tirones y hacerle el amor allí mismo, en el suelo de la oficina, le exigía un tremendo esfuerzo de autocontrol.

Zac ya no trataba de darle un beso rápido que apenas le rozara los labios. Eso era lo que había intentado la primera noche, pero Lily lo obligó a besarla más largamente, y el pobre hombre estuvo a punto de arder por combustión espontánea.

La segunda noche había intentado lo que esperaba que fuera un beso intermedio, moderado: largo y sensual, pero no tan largo ni tan sensual como para que el cuerpo se le sublevara hasta la tortura. A lo mejor con la fórmula intermedia ella no respondía, incendiándole. Pero eso tampoco había funcionado, sino todo lo contrario. A la chica le gustó tanto que había querido un segundo beso.

La tercera noche probó directamente con un beso ardiente. Introdujo la lengua en la boca de Lily y la estrechó de modo que los cuerpos se fundieron desde las rodillas hasta el pecho. Lily se quedó tan aturdida que lo había dejado montarla en el coche de alquiler y mandarla a casa de Bella, sin acordarse de pedirle más. Eso había funcionado un poco mejor. Pero solo relativamente, pues tardó horas en dominar el incendio desatado en zonas muy sensibles de su cuerpo.

Pero con solo echarle un vistazo a la joven, Zac supo que esa noche la cosa no iba a ser tan sencilla.

—Anoche me dejaste muy confundida y luego me sacaste de aquí antes de que pudiera recuperarme. ¿Por qué?

—Era lo más seguro.

—¿Qué es lo que te parece tan peligroso de los besos? Hasta Bella dice que está bien que las parejas casadas se besen.

—¿Tú le cuentas a Bella todo lo que sucede entre nosotros?

—No, pero una vez le dije que mi padre no estaba de acuerdo con los besos y ella respondió que estaban bien. Si eso es así, ¿por qué siempre estás tratando de deshacerte de mí sin besarme?

—No me gusta dejar sola la cantina cuando está abierta. —Zac no sabía qué decirle—. Nunca se sabe lo que puede hacer la gente cuando no hay nadie vigilando.

—Es hora de que contrates a alguien que te ayude. Apenas te veo. No pasamos nada de tiempo juntos.

—Eso te lo advertí desde que llegaste a San Francisco. —Zac, por mucho que se esforzara en fingirse cargado de razón, se sentía cada vez más canalla—. Tú te levantas cuando yo me voy a acostar. Siempre estás en la iglesia y yo nunca pongo un pie en ese lugar. Todo en nuestra vida es completamente opuesto.

—Pero no tiene por qué ser así. Podríamos cambiar las cosas. Lo único que tenemos que hacer es tomarnos el tiempo suficiente para hablar sobre el asunto. Estoy segura de que podremos encontrar una solución. Te echo de menos.

Ahora Lily estaba sacando sus armas más poderosas y apuntándolas directamente a la única parte de él que no había podido blindar.

—Este no es buen momento. —Zac estaba ansioso por marcharse antes de que la culpa lo hiciese aceptar algo de lo que después se pudiera arrepentir—. Tengo que regresar al salón. Chet Lee está en racha y no confío en él.

—No te vas a marchar hasta que me beses.

Zac la atrajo hacia él y le dio un beso rápido. Ella le dedicó una sonrisa encantadora y seductora que lo sacudió como un puñetazo.

—Ese miserable besito y una promesa no son suficientes. Después de lo de anoche sé que puedes hacer algo mucho mejor. Quiero saber si eres capaz de superar esa marca.

Teóricamente no era difícil, sino todo lo contrario, tomar a Lily entre sus brazos. A él le encantaba besarla, ya fuera con un simple roce de labios, un mordisco en la oreja o un beso apasionado con lengua. Todo era muy fácil sobre el papel. El suspiro de felicidad que Lily dejaba escapar después, el pequeño jadeo que revelaba su excitación, el súbito cambio en su respiración, todo eso eran signos sutilmente halagadores, que lo animaban a hacer caso omiso de lo que él sabía que sería lo correcto y lo justo y a ceder a los instintos que le gritaban que poseyera a Lily allí mismo. Era sencillísimo besarla, sí, pero también el peor de los tormentos mientras le quedara un gramo de conciencia.

Y de pronto la conciencia se esfumó.

Zac olvidó que Lily era la hija de un predicador que podía confinarlo para toda la eternidad en los hornos del infierno. Olvidó que era joven y confiada y completamente ingenua. Solo recordó que era la mujer más hermosa que había visto en la vida, que estaba en sus brazos y que estaba a punto de explotar de pasión.

La sensación del cuerpo de Lily, delgado y frágil, contra su pecho; el aroma del perfume de Lily, el calor de los senos mientras se apretaba contra Zac actuaron sobre él como un afrodisíaco imparable. Zac le estampó un beso tras otro en la nariz, los párpados y la boca, sin preocuparse por las consecuencias que ello podría acarrear.

Lily se aferró a él de tal forma que su deseo pareció tan fuerte como el de él. Su cuerpo respondió a la presión de Zac y todos los músculos se pusieron en tensión. Abrió la boca para recibir la lengua de Zac, y su lengua exploró con voracidad la boca de su marido. Así estuvieron largo rato, en un duelo de lenguas, en un delicado intercambio de saliva y calor.

Cuando se separaron, los dos estaban jadeando.

—Será mejor que te vayas. —Al hablar, parecía Zac que acabara de correr diez kilómetros.

—¿Por qué? No tengo nada que hacer aparte de acostarme.

—Tienes que irte o no me haré responsable de lo que pueda suceder.

—¿A qué le tienes tanto miedo? Somos marido y mujer.

Lily lo miró con expresión de súplica. Sin decirlo, pedía más, su mente imploraba respuestas, mientras su cuerpo tenía muy claro lo que deseaba. Zac sabía que su resistencia estaba a punto de desmoronarse.

—No es el momento ni el lugar para discutir esto. —Zac agarró la capa de Lily y se la echó sobre los hombros. Cuando ella se puso la capucha, el excitado y apuesto tahúr pareció recuperar un poco el dominio de sí mismo.

—Pero prométeme que lo discutiremos.

—Sí. Pronto lo haremos, te lo prometo. Pero ahora tienes que irte y yo tengo que regresar al salón.

Lily avanzó hacia la puerta y enseguida se dio la vuelta para mirarle.

—¿Tú me amas?

Nunca se lo había preguntado directamente. Zac llegó a creer que tenían una especie de acuerdo tácito para no hablar del asunto. Pero debería haber sabido que tarde o temprano tendría que contestar a esa pregunta, por el bien de ella y de él mismo.

—No lo sé.

—¿Estás seguro de que no estás diciendo eso solo para deshacerte de mí?

—¿Sería así de fácil deshacerme de ti?

Lily le sonrió y a sus ojos se asomó de nuevo una chispa de picardía.

—No. Papá dice que soy más terca que una mula y más tenaz que una sanguijuela.

—Pues en eso estoy de acuerdo con tu padre.

—Yo quiero que tú me ames.

—¿Significa tanto para ti?

—Lo significa todo. ¿No te sucede lo mismo a ti?

Zac no lo sabía. Para él el amor siempre había sido una emoción débil, secundaria. Hasta el afecto por Rose y George se basaba fundamentalmente en su interés personal. Había entendido la lealtad de su familia y de las mujeres que trabajaban para él como algo a lo que tenía derecho, y pensaba que él debía ser igualmente leal con ellos.

Pero ahora no estaba tan seguro de que el amor fuera una especie de intercambio comercial, por así decirlo.

¿Sabía, en realidad, lo que era el amor? ¿Lo que sentía era amor? Tal vez solo estaba embrujado. Tal vez su apetito sexual predominaba sobre cualquier capacidad de razonamiento, y nada más.

—Nunca he entendido el amor, al menos como al parecer lo entienden los demás. Daisy dice que soy un tipo frío e insensible. No tengo ninguna certeza, pero lo que sé es que no te puedo alejar de mi mente. Eres como una obsesión.

—No quiero ser una obsesión. Eso no es sano. Quiero convertirme en una parte de ti, porque eres mi esposo. Quiero que te sientas incompleto sin mí.

—¿Eso es lo que tú sientes hacia mí?

—Casi desde que te vi. ¿Por qué crees que siempre venía aquí con una u otra excusa, y hasta te despertaba? No me importaba que los demás supieran o ignoraran lo que me pasaba, lo que estaba haciendo, solo me importaba que lo supieras tú. Tenía que contártelo, aunque para ello tuviera que despertarte, aunque me amenazaras con hacerme cosas terribles.

—Nunca te habría hecho daño.

—Lo sé, y entonces también lo sabía.

Zac intentó aclararse las ideas, porque se daba cuenta de que estaba empezando a caer en una especie de trance amoroso.

—Tienes que irte. Si no salgo pronto, en el salón no tardará en haber puñetazos, tiroteos y mujeres histéricas.

—¿Por qué siempre bromeas para ocultar lo que de verdad sientes?, ¿es para evitar que la gente se te acerque?

El comentario lo dejó helado. Solo Rose y George habían llegado a entenderlo con tanta claridad.

—Porque tengo miedo —respondió Zac, presa de un conmovido ataque de sinceridad—. Sé muy bien cómo me ve la gente, y en qué medida influyo en ella… Tengo miedo de amar, de entregarme, porque temo que me rechacen. No sería capaz de soportar un rechazo.

Zac se quedó callado. Pensó que después de abrirse de esa manera ya nada sería igual, y sin embargo volvió a ponerse la encantadora máscara sonriente que lo había protegido durante toda su vida.

—Ahora sí te tienes que ir. No más preguntas. Si haces una pregunta más, tal vez descubras que soy tan aburrido como cualquiera.

Zac la empujó hacia la salida, la montó en el coche y la despidió, mientras seguía parloteando sin cesar para no darle oportunidad de contestar. Pero cuando volvió a entrar en la cantina y cerró la puerta, se dio cuenta de que Lily lo había obligado a abrir su corazón para poder ver lo que había en su interior. Lo había obligado a mirar dentro de sí mismo y a ver la verdad de su alma.

Y no le gustaba lo que había visto. Finalmente había admitido la verdad. Ya no podría seguir pasándola por alto. Si lo hacía, era posible que se perdiera para siempre dentro del laberinto del miedo a las emociones. Sin duda perdería a Lily, y ahora ya no le parecía tan bueno ni para él ni para ella que desapareciera de su vida.

Sarah Thoragood entró en el Rincón del Cielo con toda la cautela y el miedo de quien que se acerca a las puertas del infierno. Lily la vio de inmediato. El ruido que produjo la puerta principal al cerrarse detrás de la bruja resonó por todo el salón, que a esa hora se encontraba vacío. La joven se puso de pie y saludó a la recién llegada.

—No esperaba verla por aquí.

—Yo tampoco. —La señora Thoragood respondió mientras miraba las máquinas de juego como si fueran instrumentos del demonio.

—Tome asiento. ¿Le apetece una taza de café?

—No me puedo quedar mucho tiempo. Solo he venido porque me siento obligada a hablar contigo. Hace ya más de una semana que no te veo.

—Lo siento, pero he estado muy ocupada aquí y no he tenido tiempo. ¿Hay algo que pueda hacer por usted?

—Oí el rumor de que has estado actuando otra vez en la cantina.

—No. Zac me obligó a dejar de cantar cuando nos casamos.

Sarah Thoragood no pareció muy aliviada. Siguió manteniendo una expresión desagradable.

—No puedo entender por qué la gente se empeña en difundir mentiras maliciosas. Parecen deleitarse ensuciando la reputación de los demás.

—Zac dijo que cantar acabaría con mi reputación. Eso sí, logré convencerlo de que me dejara hacer las veces de anfitriona.

—¿De anfitriona? —La señora Thoragood hablaba ahora con voz débil, consternada—. Eso es todavía peor.

—No, no. —Lily negaba con la cabeza con energía, mientras sonreía abiertamente—. Zac me obliga a ponerme siempre una ropa muy sobria.

—No lo dudo, pero veo que has renunciado a tus vestidos negros.

Lily llevaba un vestido amarillo limón que la vendedora le había dicho que era a la vez recatado y llamativo. Había regalado todos los vestidos negros que tenía.

—Mi marido no quería que siguiera usando el color negro. No le parecía apropiado para una recién casada, pues la gente podría pensar que estaba de luto y eso podría atraer a muchos indeseables ansiosos de apropiarse de herencias ajenas.

Era evidente que Sarah Thoragood no había considerado el asunto desde ese punto de vista. Esta vez sí pareció aliviada por las explicaciones. Relajó el rictus de su rostro. Lily siguió explicándose.

—Zac nunca me quita los ojos de encima cuando estoy en la taberna. Y me manda a casa puntualmente a las diez de la noche.

—Sobre eso también quería hablarte.

Lily estaba esperando el comentario sobre su lugar de residencia, pero creyó que antes de abordarlo la bruja daría algún rodeo más. La muchacha la miró con decisión. No estaba dispuesta a dejarse intimidar.

—Me imagino que algunas personas deben de haber estado preguntándose por eso, por dónde vivo o dejo de vivir, pero en realidad no es un asunto de su incumbencia.

Sarah Thoragood parpadeó con perplejidad.

—A usted se lo explicaré porque quiero que esté tranquila.

Lily no estaba acostumbrada a mentir. Eso iba contra su naturaleza. Sin embargo, desde que había llegado a San Francisco había aprendido que no siempre era bueno decir toda la verdad. A veces la plena sinceridad podía causar un gran problema. Lily prácticamente no tenía experiencia alguna en el arte de mezclar la verdad con la mentira, que ahora tenía que poner en práctica. Esperaba no equivocarse.

—Vivir, como quien dice, en dos lugares distintos es un poco extraño, pero Zac se niega a dejarme vivir en el salón. Dice que no es apropiado.

—Es cierto, pero…

—En realidad, cuando estoy aquí él me protege mucho.

Al menos eso era cierto. Lily disfrutaba en el fondo cuando veía a su marido mirando amenazadoramente a los hombres que, a su vez, la miraban a ella.

—Deberías vivir en otro lugar completamente distinto.

—No tiene mucho sentido vivir en otra parte cuando Zac tiene que estar aquí toda la noche y yo todo el día.

—Tampoco deberías trabajar aquí. Él tendría que cambiar de negocio. Esto no es apropiado para la hija de un ministro.

—Dejé de ser la hija de un ministro cuando me convertí en la esposa de un jugador. —La paciencia de Lily estaba llegando al límite. Estaba cansada de que la gente criticara a Zac y se comportara como si fuera un terrible criminal solo porque le gustaba jugar a las cartas.

—Nunca dejarás de ser la hija de un ministro —dijo Sarah Thoragood.

—Entonces digamos que siento más lealtad hacia mi marido que hacia mi padre.

Sarah abrió la boca para decir algo.

—La Biblia dice que una mujer debe dejar a su familia y serle fiel solo a su marido.

—Pero no dice que se deba casar con un jugador.

—Todo en la vida es un juego. Zac solo lo practica un poco más que el resto de la gente.

—Si insistes en pensar que tu marido no puede hacer nada malo…

—Estoy segura de que podría hacer muchas cosas malas si quisiera; pero no quiere, porque es un hombre amable, generoso, considerado y muy protector. No podría haber encontrado un mejor marido. Soy una mujer muy afortunada.

—¡Estás cegada por el amor!

—Sí, eso no se lo voy a negar. Estoy enamorada de él, a mucha honra. Creo en mi marido ciegamente.

—¿No vas a citar la Biblia para justificar esas palabras?

—No, pero citaré a mi padre, que dice que si vas a creer en algo, debes hacerlo con todo tu corazón.

—Es una pena que no hayas aprendido todas las lecciones de tu padre con el mismo rigor. —Sarah Thoragood ya no se preocupaba por disimular su irritación—. No creas que me voy a dar por vencida.

Volveré.

Y diciendo esas palabras, dio media vuelta y salió de la cantina.

La lluvia era torrencial. Nadie se atrevería a montar a caballo con ese tiempo. El animal podría hundirse en el barro o caerse y romperse una pata sobre las resbaladizas piedras. Zac ni siquiera había podido encontrar una calesa en Chinatown.

—Nadie se va a mover hasta que la lluvia amaine un poco —dijo Zac—. Tendrás que esperar un rato.

—No me importa.

—A mí sí. No me gusta que estés aquí más tiempo del necesario.

Lily bostezó. Estaba cansada. No le había dicho nada a Zac, pero permanecer en la cantina más de doce horas diarias estaba comenzando a resultarle agotador. Con el paso del tiempo, los esfuerzos acumulados le pasaban factura.

—Creo que subiré a tu habitación para poner un rato los pies en alto. —Aunque en realidad estaba pensando más bien en recostarse.

—A ver si encuentro un coche pronto —le gritó Zac, mientras ella subía las escaleras—. ¿Quieres que te suban un café?

—No. Solo avísame cuando consigas el coche.

La joven pensó en su extraño matrimonio. Zac había estado más nervioso que de costumbre desde la noche en que acabó admitiendo que le tenía miedo al amor. Lily decidió darle un poco de tiempo para que pusiera en orden sus ideas, pero, si veía que tardaba mucho, estaba dispuesta a presionarle un poco. O bastante. Ya estaba harta de ser una esposa solo de nombre. Por muy ingenua y muy campesina que fuera, sabía bien que se suponía que una esposa debía compartir con su marido la vida, la casa y la cama.

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