Lenin

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LA CONQUISTA DEL PODER » 20. De la derrota a la victoria

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Lenin empieza por convocar a los representantes de las secciones, de las fábricas y de los regimientos. Alertados por Stalin, que ha sabido adaptarse inmediatamente a la situación y ser a la vez el secretario, el edecán y el hombre de enlace de Lenin, los motociclistas estacionados en el vestíbulo del Smolny empuñan sus máquinas y se lanzan a través de la capital en dirección a los suburbios. Los de Vyborg, donde se encuentran las fábricas Renault, Lessner, Nobel, Parviainen, y los de Narva, de los que forma parte la gigantesca fábrica Putilov, dominan a Petrogrado: son las dos mandíbulas de una tenaza lista para cerrarse.

Los hombres de la sección de Vyborg no necesitan molestarse. Krupskaia está allí y gracias a ella saben muy bien lo que quiere Lenin. Además ya han requisado entre los particulares todos los medios de transporte: camiones, coches, bicicletas, etc., y han establecido el control sobre el correo y el telégrafo de su barrio. A ellos les basta un breve mensaje: ocupar la estación de Finlandia. Los dirigentes de la sección de Narva se trasladan al Smolny, reciben de Lenin las instrucciones necesarias y vuelven a partir rápidamente.

A partir de la una y media de la madrugada, destacamentos de soldados salen de los cuarteles; grupos de obreros armados, de sus fábricas, y se ponen en marcha hacia las estaciones, los puentes, los edificios públicos. La cosa transcurre en todas partes tranquilamente, sin el menor derramamiento de sangre. Apenas si algún «kerenskista» recalcitrante se hace poner fuera de combate a culatazos. Únicamente la ocupación de la central telefónica causó alguna perturbación. Las señoritas del teléfono, al ver invadido su local, se espantaron y se desmayaron con conmovedora unanimidad. El representante de la nueva autoridad encontró enseguida un medio excelente para reanimarlas. Mandó traer, del centro de abastecimiento de su sección, azúcar, té, panecillos y latas de conserva. La llegada de la camioneta cargada con todas esas cosas buenas y bastante raras en aquel cuarto año de guerra produjo un efecto mágico y todas reanudaron su sonrisa y su trabajo con una unanimidad no menos conmovedora.

Eran entonces las siete de la mañana. El Correo central, el Banco del Estado y tres de las cuatro grandes estaciones de la capital estaban ya ocupadas. A las ocho le llegó el turno a la cuarta. Lenin, que se había quedado a la escucha en el Smolny sin cerrar un ojo en toda la noche, estaba haciendo el balance de la operación. Ese balance le parecía del todo satisfactorio. La Revolución proletaria se presentaba ya como un hecho consumado. Kerenski y sus ministros seguían reunidos en el Palacio de Invierno, mientras que, al lado, el general que mandaba la región militar de Petrogrado estaba en la Cancillería del Estado Mayor. Pero ya no forman, para Lenin, más que miserables restos de un pasado muerto que van a ser barridos de un momento a otro. Ha llegado la hora, se dice Lenin, de anunciar la gran noticia al país. Pero antes hay que zanjar un problema de pura forma, por lo demás: el Gobierno provisional ya no existe. Eso es indudable. ¿Pero quién lo ha reemplazado? ¿A qué manos ha pasado el poder? Problema de pura forma, he dicho. En efecto, el Congreso se reunió esa misma noche y, en su calidad de órgano soberano que representa la voluntad general de toda la Rusia obrera y campesina, designa al nuevo Gobierno. El que, por la pluma de Lenin, va a dirigirse al pueblo ruso tendría, en resumidas cuentas, una vida sumamente breve: el espacio de una tarde. Pero aun falta que esa existencia efímera no le sea discutida... Evidentemente, lo más sencillo y lo que hubiera correspondido mejor a la realidad hubiera sido hablar en nombre del partido bolchevique. ¿No había replicado orgullosamente al ministro Zeretelli en junio pasado, en el primer Congreso de los Soviets, que el partido bolchevique estaba preparado en todo momento para tomar el poder? Ahora prefiere no violentar las cosas. Simple cuestión de matiz, ¡pero cuán significativa! Si el Congreso ofrece el poder a su partido, claro que lo aceptará. Pero no se adueñará de él por su propia autoridad. En el jefe revolucionario se deja entrever ya al hombre de gobierno. Pronto se encontró una solución: será el Comité militar revolucionario, «colocado al frente del proletariado y de la guarnición de Petrogrado», el que hablará al país. En consecuencia, Lenin le hace decir a guisa de exordio que «el Gobierno provisional ha sido depuesto» y que el poder ha pasado a sus manos. Y luego: «El Comité militar revolucionario convoca para hoy, 25 de octubre, al mediodía, al Soviet de Petrogrado a fin de que se adopten las medidas inmediatas para la formación de un Gobierno de Soviets.» Después de escribir estas líneas, cambia de parecer y las tacha con un zigzagueo de su pluma. Probablemente ha reflexionado y ha pensado que eso era asunto del Congreso. Tras lo cual termina con estas simples palabras: «La causa por la cual ha entrado a la lucha el pueblo —proposición inmediata de una paz democrática, abolición de la propiedad rústica, control de la producción por los obreros, creación de un Gobierno de Soviets— ha triunfado definitivamente. ¡Viva la Revolución de los obreros, de los soldados y de los campesinos!» Fechado el 25 de octubre, a las diez de la mañana.

A esa misma hora el presidente del Gobierno provisional de la República rusa, dejando que sus ministros hicieran acto de presencia en el Palacio de Invierno, partía para el frente, en un auto gentilmente prestado por la Embajada norteamericana, a fin de reunir tropas fieles que le permitieran reconquistar la capital insurrecta.

 

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