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Capítulo X

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CAPÍTULO X

Un encuentro clandestino

A LA MAÑANA siguiente me desperté más tarde de lo habitual. Me vestí con ayuda de Sahdienne. Cuando entré en la sala vi que Tadark estaba sentado cerca de una bandeja de servicio que habían colocado sobre una mesita, como si le hubieran ordenado que vigilara el desayuno de la princesa en lugar de a la princesa misma. Destari estaba, a pesar de su figura imponente, ausente. Sahdienne salió de la sala y yo me llevé la bandeja para sentarme en uno de los sillones de terciopelo color burdeos.

—¿Dónde está Destari? —pregunté mientras apartaba la tela que me mantenía calientes los pies y olía el delicioso aroma del pan recién horneado y de los huevos revueltos.

—El capitán de la guardia lo llamó esta mañana —respondió Tadark, que todavía se encontraba al lado de la mesilla.

—¿Con qué motivo lo han convocado? —inquirí, preocupada a causa de los sucesos recientes.

—No lo sé…, no me dijeron nada —repuso él en un tono que pretendía ser despreocupado, a pesar de que me di cuenta de que se sentía enojado por el hecho de que lo hubieran vuelto a dejar aparte.

Me encogí de hombros y me dispuse a tomar el desayuno intentando disimular que mi insaciable avidez por la política de palacio iba en aumento.

Justo cuando depositaba los cubiertos sobre la bandeja vacía, llamaron a la puerta. Tadark fue a abrir y Destari entró en la sala. No pude contener más tiempo la curiosidad.

—La última vez que me desperté y vi que uno de mis guardaespaldas había desaparecido fue un desastre —dije, intentando bromear sobre el incidente con London—. Me gustaría saber qué está sucediendo.

Me puse en pie y me acerqué a él con la bandeja, que dejé en la mesilla en que había estado antes.

—Debo informaros de que ya no soy vuestro guardaespaldas —respondió Destari con una ligera reverencia.

—¿Y debes informarme de la razón por la que ya no lo eres?

Me sentía más y más harta de que Cannan y mi padre tomaran decisiones que me afectaban directamente sin ni siquiera preocuparse en ofrecerme una explicación.

—No me ordenaron que os informara de nada más —repuso, huraño.

Sentí un escalofrío por todo el cuerpo al darme cuenta de que, ahora que London se había marchado y que Destari había sido despedido, me quedaría con un único guardaespaldas llamado Tadark.

—¿No podría alguien… —miré hacia Tadark— asumir esta nueva tarea?

—Me temo que esto es demasiado importante para que se lo confíen a ese «alguien».

Fruncí el ceño, enojada.

—¿Cuál es esa nueva misión?

—Quizá deberíais hacerle esa pregunta al capitán o al Rey.

—Te la estoy haciendo a ti —dije, deliberadamente—. De una forma u otra averiguaré de qué se trata. Puedes evitarme la molestia y decírmelo ahora.

Por un momento mantuvo su decisión, no quería ceder. Pero, por otro lado, lo que yo había dicho era verdad. Al final, accedió.

—¿Os habéis preguntado dónde tenemos encerrado al prisionero cokyriano?

Oí que Tadark se dirigía hacia la puerta y vi que miraba a Destari: las palabras del capitán también habían captado su atención.

—En las mazmorras, supongo —dije, insegura de lo que decía al ver la expresión de Destari.

—¿Os parece que vuestro padre es el tipo de hombre que metería en un lugar como ése a un chico de la misma edad que su hija más pequeña?

—No. —Repuse, pensando cuidadosamente en esas palabras—. Entonces debo dar por sentado que lo retienen en el mismo palacio.

—Bien pensado.

—¿Y puedo pensar también que será vigilado por alguien con gran experiencia?

—Ésa también es una conclusión razonable.

Asentí con la cabeza, agradecida.

—Una sola cosa más…

Destari me miró con el ceño fruncido, como preguntándose qué otra cosa era posible que le pidiera.

—¿Me asignarán un segundo guardaespaldas?

—Me temo que no —repuso Destari con una sonrisa comprensiva—. El capitán ha decidido que las medidas de seguridad que hemos mantenido en palacio ya no son necesarias, puesto que el traidor ha sido identificado. Los miembros de la familia real volverán a tener un único guardaespaldas, que volverá a actuar según la rutina habitual. Tadark será vuestro guardaespaldas permanente.

Tuve que hacer un esfuerzo para contener un quejido. Pero, por otro lado, me sentía aliviada al saber que Tadark ya no me estaría protegiendo veinticuatro horas al día, pues en pequeñas dosis aquel hombre sería más soportable.

—Bueno —dije, intentando parecer animada—, agradezco que te hayas tomado la molestia de informarme de tu cambio de servicio.

Destari me dirigió un leve saludo con la cabeza y se dio la vuelta para marcharse.

—¡Espera! —gritó Tadark—. ¿No vas a hablarnos de tu nueva misión?

Destari lo miró como si nada de lo que pudiera decir o hacer lograra expresar lo que sentía. Luego se dirigió hacia la puerta sin decir palabra.

Durante los días siguientes no vi rastro ni de Destari ni del chico cokyriano, lo cual me hizo suponer que mantenían al joven en la habitación para invitados del tercer piso, lejos de las zonas que frecuentaba la familia real. A menudo veía a mi padre y a Cannan enzarzados en alguna discusión, seguramente acerca de su cautivo, pero nunca decían nada en mi presencia que tuviera que ver con lo que pensaban hacer con él. De no haber sido por Destari, hubiera pensado que el chico se encontraba, muerto de hambre, en las mazmorras, igual que los otros prisioneros, a pesar de que nunca se me hubiera ocurrido pensar que mi padre sería capaz de confinar a un niño en esos húmedos y fríos muros. Era necesario interrogar al cautivo, pero mi padre nunca permitiría que lo sometieran a tortura.

Al pensar en esas cosas me sentí aliviada de que yo, a diferencia de mi padre, no tuviera que juzgar al prisionero. Era joven, sí, pero también era un cokyriano, así que a pesar de que estaba segura de que lo tratarían con amabilidad por ser joven, tampoco podían confiar en él. Los hytanicanos siempre se habían encontrado con cokyrianos adultos; nadie era capaz de imaginar qué hacía ese chico aquí. No se sabía si lo habían enviado en calidad de espía o de mensajero, o si se había escapado de su tierra por algún motivo. Por supuesto, me sentía frustrada por la poca información que había sido capaz de recabar, pero suponía que esta situación se mantenía en un secreto mayor incluso que el que se mantuvo en la investigación de la Guardia de Elite. Era poco probable que Steldor supiera nada de todo esto, y eso me hacía sentir alivio, puesto que me evitaba tener que soportar otra velada con él.

La mañana del cuarto día desde que Destari fuera destinado a la vigilancia del joven cokyriano, me dirigí a la biblioteca, deseosa de ir a algún lugar donde poder pensar y donde Tadark tuviera que mantener la boca cerrada. La cabeza me hervía de preguntas; sin embargo, me era imposible concentrarme, pues el teniente continuaba hablando sin parar sobre la incompetencia de London. Estaba en medio de un discurso cuando abrí las puertas de la biblioteca de un empujón.

—De vez en cuando le veía un brillo en los ojos que parecía que se estuviera burlando de mí… —decía Tadark.

Tuve ganas de soltarle que London sí se había estado burlando, pero entonces vi a mi hermana. Se encontraba sentada en la ventana que había al otro lado de la habitación, junto a su mejor amiga, Semari. Estaba claro que chismorreaban acerca de alguna cosa, porque hablaban en voz baja y, a veces, se cubrían la boca con la mano por el asombro de lo que la otra acababa de decir. Cuando se dieron cuenta de que alguien había entrado en la habitación, se callaron y miraron en mi dirección.

—¡Ven, Alera! —dijo Miranna, contenta y poniéndose en pie—. ¡Justo estábamos hablando de los últimos escándalos!

Sonreí y me acerqué a la ventana, con ganas de participar en la conversación. Al ver que Tadark me seguía, lo despedí con un gesto de la mano. Él se colocó al lado de Halias, ante la chimenea.

—Miranna me acaba de contar lo del prisionero cokyriano —dijo Semari con un brillo en sus ojos claros y azules—. Dice que es muy guapo.

Ella y Miranna rieron, y yo también, mientras me sentaba en una silla enfrente de ellas. Era innegable que el prisionero era atractivo, aunque de una forma muy distinta a la de Steldor. Éste tenía un estilo pulido, un buen aspecto clásico y sofisticado. Pero el cokyriano era único, tenía unos ojos que te arrebataban al momento y un rostro joven pero extraordinariamente experimentado. Aunque solamente lo había visto una vez, percibí en él una profundidad que Steldor nunca poseería. No quería compartir esos pensamientos, así que intenté dirigir la conversación hacia algo que me resultaba más atrayente.

—¿Qué creéis que está haciendo aquí?

—Eso no me importa demasiado —dijo Semari en tono burlón, sin compartir mi interés en lo más mínimo—. Pero sí quiero verlo y preguntarle por su país. Nunca he estado en las tierras desérticas del este ni en las montañas, y no me imagino cómo debe de ser vivir en un lugar tan inclemente.

—No puede ser tan peligroso como los adultos de su país, así que no debe de pasar nada por hablar con él, ¿verdad? —asintió Miranna—. ¡Quizás él sea la única oportunidad que tengamos de saber algo de los cokyrianos de primera mano!

Semari se quedó un momento en silencio, mordiéndose una uña con gesto distraído. A pesar de que era casi un año y medio más joven que mi hermana, su naturaleza vivaracha y su amor por todo lo femenino hacía que las dos se entendieran muy bien.

—¿Qué piensas tú?

Semari suspiró, frustrada, como si acabara de darse cuenta de que estaba equivocada.

—Nunca podremos acceder a él en las mazmorras. ¡Con todos los guardias que hay ahí abajo, eso es imposible!

Reí para mí, pues sabía algo que ellas desconocían. Me incliné hacia delante y les indiqué con un gesto que hicieran lo mismo. Entonces se lo conté en un susurro.

—¿Estás segura? —preguntó Miranna con incredulidad cuando hube terminado.

Asentí con la cabeza.

Semari se mostró jubilosa.

—¡Esto es perfecto! Sé exactamente lo que tenemos que hacer.

Nos inclinamos todavía más hacia delante, hasta que nuestras frentes se tocaron, y empezamos a urdir una estrategia.

Tal como habíamos planeado, Semari pasó la noche con Miranna. A la mañana siguiente pusimos en práctica nuestro plan. Para averiguar dónde tenían al prisionero, hice una visita al ala de invitados, que ocupaba la mitad este del tercer piso del palacio. Pensaba que era probable que tuvieran al cokyriano en una de las habitaciones de la parte posterior del palacio, así que evité utilizar la escalera reservada al uso de la familia real y subí por la escalera que se encontraba justo al lado de la escalera principal. A pesar de que, por lo habitual, no había guardias en el tercer piso, a no ser que hubiera invitados que ocuparan sus habitaciones, no quería aparecer en el pasillo del tercer piso y encontrarme con Destari.

Mi misión consistía en registrar el ala de invitados hasta que localizara la habitación del prisionero. Luego tenía que volver a la biblioteca, donde Miranna y Semari estarían esperando. Mi mayor problema era que Tadark querría estar constantemente pegado a mí.

—No comprendo qué hacemos aquí —dijo, aburrido.

—No tienes que comprender nada, Tadark. Déjame hacer.

—¿Estáis haciendo algo que se supone que no debéis hacer? Destari mencionó algo acerca de las habitaciones de invitados…

—Te suplico que te calles…, Tad —le dije, consciente de cuán poco le gustaba ese apodo.

—No me llaméis así. —Tadark achinó los ojos con expresión de resentimiento.

—Si te callas ahora mismo, nunca más te llamaré Tad.

Él asintió con la cabeza, se apartó de mí y de sus apretados labios no salió ni una palabra más.

—Bueno, quédate aquí. Volveré dentro de un momento.

El ala de invitados tenía siete habitaciones; cinco de ellas se encontraban alineadas junto a los muros exteriores y dos eran habitaciones interiores sin ventana. Un pasillo recorría el ala entera, así que yo podía empezar el recorrido desde donde me encontraba, pasar por todas las habitaciones y volver al punto de partida otra vez.

Caminé hacia el oeste y luego giré hacia el norte, por el pasillo que separaba el ala de invitados de las habitaciones de los sirvientes. Al llegar al final del pasillo, saqué la cabeza por la esquina con cuidado, buscando a Destari. Se encontraba de espaldas a mí, ante la más próxima de las habitaciones interiores. Era un hombre de estructura tan imponente que parecía bloquear todo el pasillo. A pesar de que no había ni rastro del prisionero, di por sentado que había descubierto dónde tenían al cokyriano. Pensé que tenía sentido que tuvieran al cautivo en una de las habitaciones sin ventana.

Volvía a la escalera de delante y bajé hasta el segundo piso. Tadark me siguió obedientemente. Dejé atrás el comedor del Rey y continué hacia la biblioteca, que se encontraba en la parte posterior del palacio, donde me tenía que encontrar con Miranna y Semari. Estaban sentadas en el amplio asiento de la ventana cuando entré. Halias estaba delante de ellas, sentado en un sillón, y permitía que le hicieran trenzas en el cabello largo y rubio.

—¡Miranna, Semari, venid conmigo! —llamé—. ¡Tengo que enseñaros una cosa!

Miranna y Semari supieron por mis palabras que había localizado al prisionero. Semari y Halias se pusieron de pie, pero Miranna permaneció sentada y dejó de sonreír.

—¿Os encontráis bien? —preguntó Halias, mientras apartaba su silla de la ventana.

—Sí, estoy bien —murmuró ella—. Sólo un poco mareada.

Se puso en pie y empezó a atravesar la habitación con su amiga.

—Bueno, ¿qué es lo que nos tienes que mostrar…?

Entonces, sin previo aviso, Miranna cayó al suelo como una muñeca de trapo, sobre la alfombra de la biblioteca, sin terminar la frase. Corrí hasta ella, y me dejé caer de rodillas al suelo a su lado.

—¡Mira! —grité.

Estaba tumbada de costado. Las piernas empezaron a temblarle y, pronto, todo el cuerpo empezó a convulsionarse violentamente. Comenzó a decir cosas sin sentido, igual que hacía cuando, de niña, había sufrido ataques similares. Semari, de espaldas a la pared de la biblioteca, tenía una expresión de espanto. Halias se colocó al otro lado de Miranna de inmediato y nos miró a mi hermana y a mí con inquietud, pues ése era un peligro del que no nos podía proteger. Habían pasado doce años desde el último ataque de Miranna, y ninguno de nosotros estaba ahora más preparado para manejar esa situación de lo que lo había estado entonces.

—¡Tadark! —grité, llamando a mi horrible guardaespaldas, que se encontraba inmóvil ante la puerta—. ¡Ve a buscar a Bhadran! ¡Dile que se trata de Miranna!

Mi guardaespaldas salió corriendo de la habitación para ir en busca del médico que atendía a la familia real.

—¡Deprisa! —le dije a Halias, con la voz atenazada por el miedo—. Ve a buscar a mi madre.

Halias salió por la puerta detrás de Tadark sin mirar atrás, y Semari sacó la cabeza por la puerta para mirar hacia el pasillo.

—¡Se han ido! —susurró, dándose la vuelta.

Miranna dejó de convulsionarse y se sentó. Yo la ayudé a ponerse en pie.

—No tenemos mucho tiempo —les recordé—. Tenemos que darnos prisa.

Semari salió corriendo por la puerta con el rostro encendido por la emoción. Puesto que habíamos dado esquinazo a nuestros guardaespaldas, Miranna y yo la seguimos y las tres nos apresuramos por el pasillo, en dirección sur, hacia la parte delantera del palacio y subimos las escaleras hasta el tercer piso. Las conduje por la escalera, giramos y avanzamos en dirección norte hasta que sacamos la cabeza por la esquina del pasillo para ver la habitación del prisionero.

Semari se fue al extremo sur del pasillo mientras Miranna y yo nos escondíamos en una habitación de invitados vacía. Al cabo de poco tiempo, oímos un chillido. Esperamos unos segundos más y oímos otro chillido.

Tal como habíamos planeado, Destari giró corriendo la esquina del pasillo para ir a ver qué sucedía y pasó de largo la habitación en que mi hermana y yo estábamos escondidas. Entonces pudimos salir sin ser descubiertas. Mientras él intentaba averiguar de dónde provenían los gritos, cogí de la mano a Miranna y fuimos directamente a la puerta que Destari había estado vigilando. Giré el pomo y entré rápidamente, seguida por mi hermana, que cerró la puerta de un empujón.

El cokyriano estaba sentado encima de la cama, con las piernas cruzadas, en medio de esa habitación poco amueblada. Tenía una de las manos atadas al poste de la cama, pero, a pesar de ello, observamos que su expresión parecía más relajada que la última vez que lo vimos. Se había bañado y cambiado de ropa; ahora llevaba un pantalón negro y una ancha camisa blanca. Ambas piezas le quedaban grandes, lo que le daba un aspecto todavía más joven. Posiblemente, las dos únicas piezas que eran suyas eran el cinturón que llevaba sobre las caderas y las gastadas botas que calzaba.

Cuando entramos, el cokyriano alzó la cabeza, levantó una ceja y nos escudriñó con sus profundos ojos azules. No supe qué decir. Había estado tan concentrada en cumplir nuestro plan que no había pensado ni un momento en qué le diría al chico en caso de que todo saliera bien.

Durante un momento que se hizo eterno y angustioso, el chico y nosotras nos miramos. Al final, me presenté, igual que lo hubiera hecho con cualquier otra persona.

—Disculpa nuestra intrusión —dije, esforzándome por mostrar confianza en mí misma—. Soy la princesa Alera de Hytanica, y ésta es mi hermana, la princesa Miranna. —Hice un gesto en dirección a ella—. Nos ha parecido que había llegado el momento de saludar a nuestro invitado.

Él continuaba observándonos desapasionadamente. Justo cuando empezaba a preguntarme si sería mudo, habló con voz suave y tono educado:

—Perdonadme si soy demasiado directo, altezas, pero tengo la impresión de que soy más un prisionero que un invitado —dijo, tras levantar el brazo y mostrar la mano que tenía atada.

Intenté detener el rubor que me subía por las mejillas, pues ésa no era la respuesta que había esperado. Recuperé la dignidad y lo intenté de nuevo:

—Prisionero o no, no puedes negar que se te trata con amabilidad. Puesto que nosotras nos hemos presentado, la cortesía más básica dicta que tú hagas lo mismo.

Él continuaba mirándonos con desconfianza, como si estuviera decidiendo si se trataba de una técnica de interrogatorio nueva.

—Me llamo Narian —respondió, finalmente, con un tono de leve sospecha en la voz.

—Me alegro de conocerte, Narian.

Miranna todavía no había soltado prenda, parecía estupefacta. Pero no tuvo oportunidad de decir nada, pues, en ese momento, la puerta se abrió y ambas tuvimos que esquivar el golpe. Destari estaba de pie en el pasillo; tenía el rostro pálido y los ojos, negros, le brillaban como el cristal. Llevaba a Semari cogida de la mano izquierda. La hizo entrar en la habitación detrás de él y nos miró con expresión fiera, aunque no a Narian, que no había tenido nada que ver en todo aquello.

—¿En qué estáis pensando? —nos increpó—. Nunca habría esperado un comportamiento tan imprudente por vuestra parte, ¡especialmente de vosotras dos! —dijo, refiriéndose a Miranna y a mí—. ¡Sois las princesas! ¿Qué os ha llevado a hacer algo tan descabellado? ¿Y cómo habíais pensado salir de aquí sin ser vistas? ¿De verdad creísteis que conseguiríais salir impunes de algo tan infantil e irresponsable como esto? ¡Deberíais estar avergonzadas!

Continuó riñéndonos un buen rato. Luego calló, pues se dio cuenta de que nadie lo estaba escuchando. Mi hermana y yo observábamos con incredulidad a Semari y a Narian, que se miraban el uno al otro con el rostro descompuesto. Aunque el cabello de Semari era más rubio y más fino, y su piel era más clara, ambos rostros eran increíblemente parecidos. Los dos tenían los labios llenos, la nariz recta y las cejas bien dibujadas. Los ojos también tenían un color azul parecido, a pesar de que los de Narian tenían una expresión fría y distante, muy distinta a la de Semari, que era brillante e inocente. El parecido era tan marcado que, de hecho, una vez los hube visto juntos, no podía comprender por qué al verlo a él no había recordado inmediatamente a Semari.

—¿Kyenn? —preguntó Semari, insegura.

—Os voy a llevar ante el capitán de la guardia —interrumpió Destari, tomando el control de la situación—. A todos.

Desató a Narian del poste de la cama y nos hizo salir de la habitación. Caminamos por el pasillo en dirección oeste y bajamos la escalera de caracol. Destari mantuvo una mano sobre el hombro de Narian todo el rato, desconfiado. Cuando llegamos abajo nos encontramos con Halias, que había sospechado parte de nuestro plan y no se encontraba de buen humor, y con Tadark, que se mostraba absolutamente perplejo y no tenía ni idea de qué estaba pasando.

—¡Destari! —exclamó Halias en tono de alivio al vernos en compañía de su compañero, el capitán segundo. Se acercó a nosotros y su expresión de alivio cambió de inmediato a una de enojo—. ¿Dónde las has encontrado? —Gruñó, clavándonos la mirada a las tres.

—En la habitación del prisionero —repuso, también enojado. El cabello negro y las pobladas cejas le conferían un aspecto todavía más amenazador—. Decidieron ir a conocerlo.

Halias le dirigió una mirada a Miranna que a mí me hubiera hecho temblar, pero ella reaccionó con una sonrisa sumisa y lo miró de forma seductora.

Tadark se dio cuenta, por fin, de lo que habíamos hecho y me miró, intentando imitar la mirada de desaprobación de Halias, pero no consiguió el mismo resultado. Le dirigí una sonrisa serena y él arqueó las cejas en un intento de conferir más intensidad a su mirada, pero su rostro aniñado convirtió ese gesto en ridículo.

Halias, sin dejar de mirar con enojo a Miranna, informó a Destari de los detalles de nuestro plan.

—Bhadran y la Reina están en la biblioteca, y esperan a que regresemos —terminó.

—Entonces debemos acudir de inmediato.

—Destari no dejó opción a discutir.

Halias se colocó al lado de Miranna; Tadark, a mi lado. Bajamos las escaleras y nos dirigimos hacia la biblioteca. Detrás nos seguía Destari con Narian. Me alegraba de, aparte de mis padres, tener que responder ante Tadark, y no ante London. Ni siquiera quería imaginar cuál habría sido su reacción.

Llegamos a la biblioteca demasiado pronto. La Reina y el médico real se levantaron de los sillones que se encontraban al lado de la ventana en cuanto entramos, pero no dijeron nada. Mi madre nos miraba con una expresión de desaprobación mientras negaba con la cabeza. No podía mirarla a la cara a causa de la vergüenza.

Destari permaneció en la puerta, sin soltar a Narian, y le hizo una señal a Halias para que fuera con él. Los dos guardias se dijeron algo en voz baja. Halias miró varias veces a Narian y a Semari, que se encontraba a mi lado, en silencio y con la cabeza gacha. Cogió a Narian del brazo y lo condujo hasta la ventana. Arrastró un sillón para alejarlo un poco de donde se encontraban sentados el médico y mi madre e hizo que el chico se sentara en él.

—Siéntate —le ordenó.

Destari se colocó junto a Cannan y mi madre se acercó a donde estábamos nosotras tres: en el centro de la alfombra, como clavadas al suelo. A pesar de que mantenía una actitud recatada, como siempre, no pude evitar sentir miedo ante lo que nos iba a decir.

—No os comprendo a ninguna de las tres —dijo sin levantar la voz—. ¿Qué es lo que os ha pasado?

—Sólo queríamos ver cómo era —repuso Miranna, con el rostro todavía cubierto por el cabello.

—La verdad es que hemos sido unas insensatas —asentí, esperando que mi madre, que recientemente me había hablado de la irreprimible curiosidad que sentía de niña, se compadeciera de nosotras.

—Tienes razón. No habéis sido sensatas en absoluto. —Su voz no tenía el habitual tono melodioso, y sus ojos azules brillaban con un enojo que nunca le había visto—. ¡No sabemos nada de este chico! ¿No os dais cuenta de lo temerarias que habéis sido?

—¡Tiene mi edad, madre! —protestó Miranna—. ¿Qué nos podría haber hecho?

—¡Niña insensata! —la increpó, en un tono increíblemente amenazador, a pesar de que hablaba en voz baja para que nadie, excepto nosotras tres, la oyera—. ¡Si fuera un chico hytanicano, se encontraría en el tercer año de la academia militar! No sabemos cómo entrenan a los soldados en Cokyria, pero si hubiera querido haceros daño, creedme, lo hubiera hecho. No tenéis ni idea de con quién os enfrentáis. ¡Es un cokyriano! Ninguna de vosotras había nacido todavía durante la guerra, pero, quizá, si la hubierais conocido, comprenderíais lo arriesgado de vuestro comportamiento. Si hubierais conocido la muerte, la agonía…, si hubierais perdido a toda vuestra familia a causa de estas criaturas de sangre fría, como me pasó a mí cuando era joven, tal vez os lo hubierais pensado dos veces antes de entrar en esa habitación.

Semari, Miranna y yo permanecíamos inmóviles, sin atrevernos casi a respirar. La riña de mi madre era, de alguna manera, más dolorosa que cualquier forma de castigo físico.

—Vuestro comportamiento exige que os disculpéis ante vuestros guardaespaldas —terminó—. Y os aconsejo encarecidamente que vayáis a la capilla a pedir perdón y a rezar para que seáis más sensatas de ahora en adelante.

Se dio la vuelta y se acercó al médico para decirle que lo habían llamado innecesariamente. Bhadran, después de escucharla, la saludó con una inclinación y se marchó meneando la cabeza con expresión de reproche al pasar por nuestro lado. Mi madre volvió a sentarse y nosotras tres nos colocamos delante de ella, de pie y con la cabeza gacha. Pasamos un largo rato en silencio, hasta que Narian habló. Me di cuenta de que tenía un leve acento extranjero.

—¿Por qué os habéis dirigido a mí de esa forma antes? ¿Quién es Kyenn?

Semari levantó la vista y lo miró directamente con el rostro iluminado por la esperanza. Narian y ella se parecían muchísimo. Por mi parte, sólo pensaba en la respuesta que todo el mundo tenía en la mente. Cuando Semari iba a hablar, Halias la interrumpió.

—No digas nada, Semari. No se hablará con el prisionero hasta que llegue el capitán.

Como si lo hubiera oído, en ese momento se abrió la puerta y Cannan entró seguido de cerca por Destari. La actitud amenazadora e imponente de los dos hombres pareció empañar el ambiente de la habitación. Todo el mundo dirigió su atención al capitán de la guardia, pero nadie dijo nada. Él se quedó de pie en el centro de la alfombra. Observó a Semari y a Narian varias veces, de forma alternativa. Parecía concentrado en algo.

Destari, que se había colocado a su lado, preguntó en tono grave:

—¿En qué pensáis, señor?

—Hay un parecido evidente entre ellos —dijo Cannan.

—¿Es posible? —preguntó Halias, demasiado distraído para dirigirse a él con el protocolo militar. Finalmente añadió—: ¿Capitán?

—No se me ocurre ninguna otra explicación. Debemos notificárselo al Rey.

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