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Capítulo XIV

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CAPÍTULO XIV

Confrontación

EN CUANTO salí, casi cegada por el cambio de la brillante luz de la sala de baile a la tenue luz de la luna, el corazón empezó a latirme rápidamente al encontrar a Narian, que estaba apoyado de espaldas a la barandilla de madera y con las manos sobre ella. Debajo de la seriedad de su rostro, puede ver una ligera sonrisa.

—No quería asustaros, princesa —dijo inclinándose respetuosamente ante mí y con una expresión indescifrable: ya había dejado de sonreír. Su manera de hablar era refinada, con un acento agradable, y se notaba que había aprendido cómo había que hablar a personas de mayor categoría.

—Estáis perdonado, lord Narian —repuse, dirigiéndome a él también con formalidad mientras intentaba recuperar la compostura.

Me esforcé por ocultar mi incomodidad colocándome a cierta distancia de él y apoyando los antebrazos en la barandilla. Él se acercó a mí, se dio la vuelta para ponerse de cara a la barandilla y adoptó una postura similar a la mía.

—Podéis pensar que soy un imprudente, pero debo preguntar qué hace una princesa aquí, en este balcón, en medio de una fiesta tan grande como ésta.

Me aparté el cabello del rostro y lo miré, atraída por sus intensos ojos azules. Incapaz de desviar la mirada, me quedé mirándolo como si tuviera miedo de que el suelo se abriera bajo mis pies en cuanto dejara de hacerlo.

—Tengo mis motivos. —Repuse, intensamente consciente de su presencia—. A veces salgo aquí para evitar a tanta gente.

Sentía un picor por todo el cuerpo y estaba desconcertada, no sabía por qué. Estaba irritada conmigo misma.

—Y yo debo preguntar qué hace el invitado de honor en este balcón cuando hay tanta gente dentro que desea conocerlo —dije.

—¿Evitáis a la gente o a ese caballero de pelo oscuro?

Narian había ignorado mi pregunta. No me gustó que se entrometiera en mis asuntos y tampoco lo astuto de su observación. ¿Cómo podía saber lo de Steldor? ¿Con qué propósito me había estado observando? A pesar de que algo me decía que tuviera cuidado, no pude apartarme de él, pues me sentía tan atraída hacia él como irritada.

—Es muy posible que lord Steldor tenga algo que ver. Es el hijo de Cannan, el capitán de la guardia. —Esperaba alguna clase de reacción al mencionar el nombre del hombre que lo había arrestado, pero como si nada—. Desea hacerme su esposa.

—Y vos no correspondéis a su afecto. —Se giró hacia mí con una mano sobre la barandilla.

—No —admití, dando la vuelta también para ponerme frente a él.

A pesar de que me parecía que ya había dicho demasiado, me sentí impulsada a hablar ante su muestra de interés. Me encontraba con una persona distinta a London que me escuchaba y que no me ignoraba por el hecho de ser una mujer.

—Es lo que desea mi padre, no yo. Steldor tiene mal carácter y es un consentido, y no me parece que pueda ser un buen rey, ni ahora ni en el futuro. Pero mi padre se ocupará de que Steldor se convierta en rey sin importar lo que yo sienta.

Me callé, avergonzada por haber contado mi secreto más profundo a alguien a quien casi no conocía, perturbada por que me inspirara tanta confianza. Ése no era un tema del que estuviera dispuesta a hablar, y no había expresado ante nadie mi opinión sobre Steldor; tampoco le había dicho a nadie nada sobre la decisión de mi padre, excepto a London y a Miranna.

—Lo siento —farfullé—. No debería contaros esto.

—No hay ninguna necesidad de que me pidáis perdón. A mí también me disgusta no tener mi vida en mis manos.

A pesar de que Narian había definido muy bien mis sentimientos con esa observación, no estaba dispuesta a aceptarlo.

—Si mis palabras han podido haceros pensar que estoy insatisfecha con mis obligaciones como princesa de Hytanica, tenéis que saber que ésa no era mi intención —dije, a la defensiva.

—No he entendido tal cosa —respondió él con una ligera sonrisa, como si supiera algo que yo no sabía—. El deber es importante. Pero en algún momento uno se encuentra con el dilema de cumplir con el deber o seguir con su propia vida.

—¿Y qué sabéis vos de esta clase de asuntos? —Insistí, contrariada por su habilidad para distinguir la verdad. Esperé mientras él clavaba la mirada en las titilantes luces de la ciudad.

—Deberíamos volver dentro —aconsejó, ignorando mi pregunta otra vez—. Estoy seguro de que alguien habrá notado la ausencia de la princesa y del invitado de honor.

Asentí con la cabeza, sin querer sentirme decepcionada por su negativa a ofrecerme una respuesta.

—¿Os acompaño hasta donde están vuestros padres?

—Quizá sería mejor que fuéramos por separado. —Sugerí, pensando en Steldor y en su mal carácter.

Como si me leyera los pensamientos, Narian preguntó:

—¿Tenéis miedo de Steldor?

—¡No! —mentí—. No le temo.

—Entonces, ¿tenéis miedo de lo que pueda pensar la gente?

—Por supuesto que no.

—Entonces será un honor acompañaros.

Puesto que no encontré ningún motivo para poner objeciones, acepté su brazo y caminamos juntos hacia la sala para unirnos a la fiesta.

En cuanto entramos en la sala de baile, mi mirada se encontró con la de Steldor y me detuve, pues sabía que esta vez no podría escapar. Era evidente que me había visto ir hacia el balcón y que había venido en mi busca, y ahora se encontraba a sólo unos metros. Casi percibía su enojo al ver mi mano en el brazo de otro hombre. Se acercó hasta nosotros y me pasó el brazo alrededor de mi cintura de forma brusca para apartarme de Narian a la fuerza.

—Puedo acompañarla a partir de aquí, muchas gracias —espetó mientras me retenía a su lado.

—¡Steldor, suéltame! —exigí, forcejeando.

Él no me hizo caso sino que apretó más el brazo alrededor de mi cintura, lo cual significaba que esa noche había bebido demasiado, pues, en condiciones normales, hubiera sido sensato y me habría soltado.

A pesar de la práctica que tenía en ocultar sus emociones, Narian no pudo ocultar su desdén por el comportamiento de Steldor.

—Parece que la princesa Alera no aprueba vuestros avances —dijo con expresión amenazante.

—¿Y quién eres tú para hablar en nombre de la princesa? —replicó Steldor mientras me empujaba detrás de él para quitarme de en medio.

—Ella lo ha dicho muy claramente, a pesar de que no le habéis hecho caso.

—No te metas en esto, cokyriano. —Gruñó Steldor dirigiéndole una mirada amenazadora.

La gente de nuestro alrededor empezó a mirarnos y todo el mundo se calló. Las charlas cesaron, y la atención se dirigió hacia Steldor y Narian.

—¿Se supone que eso es un insulto? —preguntó Narian, sin sentirse ofendido en absoluto porque lo hubiera llamado cokyriano.

—No, es una advertencia.

—Entonces considérame advertido.

Steldor avanzó hacia él con los puños apretados, pero Narian no se apartó. Miré a mi alrededor en busca de alguien que pudiera intervenir para evitar que los dos hombres se pelearan. No vi a nadie en las inmediaciones que pudiera ser de ayuda, pues los invitados estaban demasiado interesados en el altercado para pensar en ponerle fin. Los amigos de Steldor —Galen, Barid y Devan— se habían unido al círculo de mirones y no tenían ningún interés en intervenir: al contrario, sus rostros mostraban su deseo de ver un poco de acción. Por primera vez desde que se convirtiera en mi guardaespaldas, deseé que Tadark se encontrara allí, pero inmediatamente cambié de opinión, pues sabía que su intervención sólo ayudaría a empeorar la situación.

Narian y Steldor se encontraban ya a menos de sesenta centímetros de distancia. Con intranquilidad pensé que quizá Steldor iba a golpear a Narian. Era, por lo menos, diez centímetros más alto y mucho más musculoso que su oponente, lo cual me hizo pensar que Narian estaba en peligro. Que Steldor fuera capaz de vencer a casi cualquier hombre de Hytanica era un motivo más para temer por la seguridad del joven.

—Steldor, ya es suficiente —supliqué, colocándome a su lado y agarrándolo del brazo—. Venid conmigo, mi señor, y hablaremos. —Insistí, tirándole del brazo para captar su atención—. Esto no es necesario.

Él se deshizo de mí con un gesto brusco y yo di un traspiés, alarmada.

—¿Qué sucede? —dijo, burlón, indicando a Narian con un gesto de la cabeza—. ¿Vuestro niño bonito no puede cuidar de sí mismo? ¿Necesita que una mujer lo salve?

Steldor dio la vuelta alrededor de Narian. Ahora estaba visiblemente enojado.

—Quizá sea mejor que vayas a buscar a papá y a mamá antes de que te hagas daño —lo provocó.

Steldor le dio un empujón en el pecho, intentando echarlo hacia atrás, pero Narian aguantó el golpe. Steldor lo miró con ojos encendidos por la rabia. Sabía que estaba a punto de estallar.

—¿Has oído lo que he dicho? —insistió, empujando a Narian con más fuerza.

—He oído lo que has dicho, pero quizá deberías preocuparte más de tu padre que del mío.

Steldor se quedó desconcertado y miró hacia la gente, como si de repente le preocupara que Cannan pudiera encontrarse entre los espectadores. Luego volvió a mirar a Narian a la cara, pero con el rostro ruborizado, pues el chico, de alguna manera, había descubierto uno de sus pocos puntos débiles.

Me sentía enferma de preocupación, porque me di cuenta de que Narian era demasiado valiente…, o demasiado insensato. Por fin, vi a unos cuantos guardias que conversaban cerca de la pared oeste. Con ellos se encontraba Destari, y deseé fervientemente que se diera cuenta de la situación.

Al cabo de un momento, Destari miró en mi dirección e, inmediatamente, se alejó de los guardias y se acercó a mí. Era muy alto y veía por encima de las cabezas de la gente, así que observó la escena y aceleró el paso. No sabía cómo había empezado la pelea ni qué estaba sucediendo exactamente, pero vio a Steldor, y todo el mundo en el Ejército conocía el fiero carácter del comandante.

—¡He dicho que te apartes! —gritó Steldor.

Narian adoptó una postura de lucha: colocó los dos antebrazos delante del pecho y avanzó un poco el pie izquierdo. Entonces Steldor utilizó toda la fuerza del cuerpo para empujarlo, pero Narian lo evitó con facilidad.

Por un instante, Steldor se mostró atónito, pero inmediatamente apretó los puños para golpear a su oponente. Por suerte, Destari se interpuso entre ambos justo en ese momento y puso una mano sobre el pecho de Steldor para detenerlo.

—Éste no es lugar para una conducta como ésta —lo amonestó con voz profunda y poderosa.

Steldor apartó la mano de Destari para volver a lanzarse contra Narian, pero el guardia de elite lo sujetó firmemente por el brazo.

—¡Aparta de mi camino! —exigió Steldor, fulminando a Destari con una mirada en la que se concentraba toda su ira; le dio un fuerte empujón en el hombro.

—Si eres inteligente, no volverás a hacer esto —lo advirtió Destari, que lo miró con sus ojos negros y brillantes.

Steldor dio un paso hacia atrás y, al hacerlo, miró hacia Destari. En ese momento vi que su determinación se había debilitado. A pesar de que su rabia no había disminuido, tenía el rostro pálido. Me di cuenta de que estaba mirando a Cannan, que se encontraba justo en la parte exterior del círculo de gente que nos miraba. El capitán, de porte contenido y amenazador, debió de haber percibido que había problemas y se había acercado a ver qué sucedía. Debía de haber llegado cuando Destari ya había hecho su aparición; supuse que Cannan había dejado que él manejara a Steldor para que éste no tuviera que sufrir la humillación de soportar una reprimenda de su padre en público.

—Necesitas tranquilizarte. —Soltó Destari con la mandíbula apretada y sin levantar el tono de voz—. Vete. Es una orden.

Mi exaltado pretendiente le dirigió una última y amenazadora mirada al guardia de elite, hizo una señal a sus amigos para que se fueran con él y todos salieron como un vendaval de la sala de baile.

Pensé en la reacción que Steldor había tenido ante su padre: conociendo como conocía el estatus y el carácter de Cannan, comprendía perfectamente que no hubiera querido oponerse a él. Cannan era un hombre de acción con una gran confianza en sí mismo y con gran capacidad de decisión; se le conocía por su fuerte carácter, a pesar de que lo controlaba mucho mejor que su hijo. No conocía a una sola persona que no se sintiera, de una manera o de otra, intimidada por el capitán de la guardia, y Steldor había crecido bajo su influencia. Cannan tenía una enorme habilidad para conocer a las personas, y era impensable que se dejara seducir por los encantos de su hijo. Además, Steldor tenía que lidiar con que Cannan fuera, además de su padre, su superior militar; sabía que no iba a tolerar ninguna falta de respeto.

Después de la humillante retirada de Steldor, Destari y Cannan intercambiaron una mirada e inmediatamente observaron a Narian, como si intentaran averiguar qué era lo que había sucedido. ¿Qué clase de joven de dieciséis años se atrevería a desafiar a Steldor y a hacerlo sin dar ni una muestra de inquietud?

Narian no hizo caso de ambos hombres: se limitó a ofrecerme el brazo otra vez.

—¿Vamos?

Me cogí de su brazo y, por un momento, me apoyé en él al sentir que las piernas me flaqueaban.

—¿Estáis bien? —preguntó, y sentí su aliento sobre mi nuca.

—Sí, por supuesto —murmuré. Me incorporé y le dirigí una débil sonrisa—. Sigamos.

Todos nos miraron mientras caminábamos hacia la parte delantera de la sala de baile, pero enseguida todo el mundo retomó sus actividades. El espectáculo había terminado y no había ninguna necesidad de desperdiciar una velada tan agradable.

Cuando llegamos a la zona en que mis padres recibían a la gente, yo ya había recuperado la compostura, así que le di las gracias a Narian. Koranis y Alantonya se encontraban cerca, e inmediatamente le hicieron una señal a su hijo para que fuera con ellos. Mientras Narian se alejaba, me pregunté quién era aquel joven realmente, pues sólo conocía su nombre y poco más. ¿Cómo era posible que un chico que tenía un año menos que yo fuera tan valiente? Muchos hombres adultos se achicaban al encontrarse con el mal carácter de Steldor, pero Narian no se había inquietado en absoluto. Quizás había subestimado la habilidad de Steldor, o había sobreestimado la suya propia, todo por defenderme a mí.

Me sentía halagada, aunque suponía que sus actos no tenían nada que ver conmigo. Semari nos había contado en el mercado que Narian tenía un respeto inusual por las mujeres, así que, sin duda, era solamente por eso por lo que se había ofendido al ver cómo me trataba Steldor. Mientras pensaba en ello, me di cuenta de lo poco acostumbrada que estaba a que me tomaran en serio. Toda la vida me habían enseñado a ser una dama, a comportarme como un ser sumiso (a pesar de que mis actos eran vistos, muchas veces, como nada apropiados), y la atención que Narian me había prestado mientras le contaba mis opiniones en el balcón me había hecho sentir creíble e importante de una forma completamente nueva para mí.

Miré a mi alrededor y vi que mi hermana se abría paso entre la gente y avanzaba hacia mí. Le indiqué la puerta del pasillo con la cabeza e informé a mis padres de que tenía una jaqueca terrible y que volvía a mis aposentos. Miranna volvería después a la sala de baile; por mi parte, sentía que me ahogaba allí dentro.

Uno de los guardias me abrió la puerta y salí al pasillo. Me di cuenta por primera vez de lo asfixiante que se había vuelto la fiesta a causa del gran número de personas que habían asistido. Ahora me encontraba en un espacio fresco y abierto, y lo que era más importante, tranquilo. Lo único que oía era el ligero zumbido de las conversaciones al otro lado de las gruesas puertas de la sala de baile.

Miranna salió al cabo de unos segundos y los murmullos de los invitados se hicieron momentáneamente más audibles antes de que se volviera a cerrar la puerta.

—¿Qué ha pasado? —preguntó con voz temblorosa y sin poder ocultar la curiosidad. Me cogió de la mano y me condujo hacia el rellano de la escalera principal—. Lo único que vi fue a Steldor cuando salía, y a ti del brazo de Narian. A juzgar por lo que la gente murmuraba, habéis montado un buen número.

Le conté la historia, empezando por mi escapada al balcón y mi interludio con Narian, y terminando con nuestra cortés despedida al llegar a la parte delantera de la sala de baile.

Miranna rió mientras se retorcía un mechón del pelo.

—¿Qué? —pregunté, incapaz de verle la gracia a lo que había sucedido.

—Bueno, hermana, parece que se han peleado por ti —dijo, con una sonrisa.

—Oh, tonterías.

—¡Es verdad! Quizá Narian sea el hombre de tus sueños, el que se enfrenta a tu enemigo para defender tu honor.

—¡Tienes la cabeza llena de absurdas ideas románticas! —dije con desdén.

—Quizá sí, pero, de todas formas, voy a organizar una visita a la casa de Semari e iremos las dos. Tal vez podamos ver otra vez a tu héroe.

Meneé la cabeza y pensé que era mejor dejar que Miranna se divirtiera a mi costa que gastar energía discutiendo.

—¿Y qué me dices de tu pretendiente? —pregunté, cambiando de tema con habilidad.

—¿Quién? ¿Temerson?

Le dirigí una sonrisa maliciosa.

—Había que veros en la pista de baile.

A Miranna le brillaron los ojos.

—Quizás he perdido unos cuantos dedos de los pies esta noche, Alera, pero nada de lo que puedas decir podría hacer cambiar mi buen humor.

—¿Tienes algo que decirme?

—No —contestó con una sonrisa—. Pero él se ruborizó muchísimo cuando le di un beso en la mejilla al despedirnos.

—¡Mira! —exclamé, fingiendo desaprobación mientras ella se reía—. Parece que te lo estás pasando muy bien esta noche.

—Sí, desde luego, y lo continuaré haciendo si vuelvo a entrar. Por la mañana hablaré con madre para organizar la visita a casa de Semari.

El rostro de Miranna se iluminó ante la expectativa de volver a la fiesta. Me deseó buenas noches, dio un alegre saltito y volvió a entrar en la sala de baile mientras se arreglaba el cabello.

Cuando Miranna se hubo marchado, Tadark salió por la puerta para ver si deseaba un escolta. Le di permiso para que disfrutara de la fiesta. Cuando lo hube despedido, caminé sola por los pasillos gozando del silencio y pensando otra vez en Narian. Me había formado varias opiniones sobre el joven durante el curso de esa noche, y muchas de ellas eran contradictorias. Además, ninguna de ellas iluminaba su oscuro pasado. A pesar de que no vivía en un mundo romántico de fantasía como Miranna, la idea de volver a verlo me resultaba más atractiva de lo debido.

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