Lazarus

Lazarus


96

Página 99 de 101

96

Saga está esperando al nuevo cardiólogo en una salita del departamento de cardiología de la unidad de cuidados intensivos. Tiene la cara tensa a causa de la ansiedad y la falta de sueño. Delante de ella, en la mesa, hay un vaso de cartón arrugado.

Con gestos nerviosos, se aparta los mechones de pelo de la mejilla y se inclina hacia un lado para ver el pasillo.

—Esto es desesperante —susurra entre dientes.

Mira fijamente el acuario y los pequeños bancos de peces fluorescentes y piensa en el día en que Joona fue a casa de su padre para advertirla. En cuanto se dio cuenta de que Jurek estaba vivo, fue a suplicarle que se llevara de allí a su familia.

Recuerda que sintió lástima de él, pensó que había perdido el juicio y se había vuelto paranoico.

Cuando Joona comprendió que ella no tenía intención de esconderse, le aseguró que acabaría encontrándose con Jurek.

Saga se levanta de la silla y sale al pasillo.

Recuerda que le ofendieron sus advertencias y protestó diciendo que ella se había infiltrado en el pabellón psiquiátrico de Jurek y por tanto había pasado más tiempo con él que Joona.

No se le había ocurrido pensar que Joona había vivido con el fantasma de Jurek durante años, que se había visto reflejado en él cada día para poder sobrevivir al enfrentamiento que acabaría por llegar.

En primer lugar, Joona le aconsejó que matara a Jurek de inmediato, sin considerar las consecuencias.

Después le recordó que Jurek pensaba y actuaba como un gemelo, y que con su nuevo colaborador podía estar en dos lugares a la vez.

Por último la previno sobre la hipotética situación de que Jurek secuestrara a alguien de su familia.

«Si eso ocurre —había dicho Joona—, no olvides que jamás debes llegar a un acuerdo con él, eso no jugará a tu favor. Él nunca renuncia al control, se limita a enredarte hasta que caes en la trampa».

Saga se sienta de nuevo y recuerda que Joona le explicó que Jurek querría separarla de las personas por las que se preocupaba, y no porque esas personas le interesaran, sino para destruirla a ella.

Si hubiese escuchado cualquiera de esos consejos, aún conservaría algo de su antigua vida.

Saga sabe que ha traicionado a Joona.

No intencionadamente, claro, pero al ponerse en contacto con Patrik ha conducido a Jurek directo al escondite de Lumi.

Como si hubiera sido elegida, como una suerte de Judas cuya existencia era necesaria para mantener el equilibrio del mundo.

Sus pensamientos se ven interrumpidos por una mujer de unos cincuenta años, con una melenita rubia y sin maquillar, que se le acerca y se presenta como Magdalena Herbstman. Es la cardióloga responsable de Pellerina esa mañana.

—Entiendo que esté preocupada por su hermana —dice tomando asiento.

—El otro médico me dijo que el corazón le late tan rápido porque su temperatura es muy baja —dice Saga apretando las mandíbulas.

Herbstman asiente y frunce el ceño.

—Es lamentable, pero así es, el frío provoca una perturbación del ritmo en una de las cavidades, lo que llamamos taquicardia ventricular… Y cuando el corazón se acelera, el cuerpo de tu hermana está sometido a demasiada presión. Al principio la taquicardia remitía por sí sola, suele pasar, pero anoche el pulso se le fue acelerando sin parar, durante más tiempo, y hemos tratado de estabilizar su frecuencia cardíaca con desfibrilador y medicación.

—¿Y funciona? —pregunta Saga sin dejar de mover las piernas.

—Al principio sí…, el problema es que al final se ha producido lo que denominamos tormenta arrítmica, una serie de taquicardias que se van repitiendo… La mantenemos sedada mientras preparamos la ablación.

—¿Ablación? —pregunta Saga retirándose el pelo de la cara.

—Voy a insertarle un catéter para intentar identificar el origen exacto del problema y cicatrizar el tejido.

—¿Qué supone eso?

—Si conseguimos quemar el punto que provoca la arritmia, el corazón empezará a latir de forma normal otra vez.

—¿Quiere decir que saldrá de esta?

—Trato de ser lo más honesta posible… El estado de su hermana es crítico, pero le prometo que haré cuanto esté en mi mano —declara Herbstman levantándose.

—Me gustaría estar con ella —dice Saga, y se levanta tan deprisa que la silla da contra la pared—. Necesito ver lo que ocurre, me estoy volviendo loca aquí sentada durante horas, esperando y mirando los peces.

—Puede quedarse junto a mi asistente clínica.

—Gracias —susurra Saga siguiendo a la doctora por el pasillo.

Saga quiere seguir hablando con la cardióloga, hacerle entender que ella y Pellerina son personas de verdad, no solo pacientes que pasan por allí, no solo parte de una jornada de trabajo ordinaria.

Quizá debería contarle que su padre también era cardiólogo y trabajaba en el hospital Karolinska de Solna.

A lo mejor lo conocía.

Le señalan la puerta de lo que parece una sala de control avanzada de un estudio de grabación, con un montón de pantallas y ordenadores.

Saga oye un chisporroteo y unas voces amortiguadas a través de un altavoz.

Le parece estar soñando.

Los monitores muestran las lecturas del electrocardiógrafo. Suena un pitido a intervalos regulares que refleja las contracciones.

Entra una mujer mayor y Saga la saluda, pero no oye bien su nombre. Lleva las gafas colgando en el pecho y una cadena de oro.

Saga se acerca a la pared de cristal.

Hay por lo menos cinco personas en el quirófano intensamente iluminado. Todas llevan ropa azul claro y mascarilla del mismo color.

En la mesa de operaciones hay una pequeña figura inmóvil.

Saga no puede creer que sea su hermana.

La mujer mayor dice algo y le ofrece una silla de oficina a Saga. La cardióloga ha salido del quirófano por una puerta.

Saga se queda de pie delante del cristal.

Una sábana azul cubre las caderas de Pellerina, pero tiene el torso desnudo. No alcanza a verle la cara debajo del respirador.

Saga observa su pequeño estómago y su pecho infantil. Sobre el tórax hay pegadas dos placas desfibriladoras, una a cada lado del corazón.

Piensa que si Pellerina se recupera significará que no ha llegado demasiado tarde para salvar a su hermana, a pesar de todo.

Si Pellerina sobrevive, todo volverá a tener sentido.

La mujer mayor está frente a las pantallas, tecleando en el ordenador. Al cabo de un rato le dice para tranquilizarla que no se preocupe porque ella está pendiente de todo.

—Siéntese —añade—. Le prometo que…

Se interrumpe, presiona el botón del micrófono y comunica al equipo en el quirófano que está a punto de producirse una nueva tormenta arrítmica.

Saga mira a su hermana: está completamente quieta, pero en la pantalla del electrocardiógrafo los latidos aumentan de velocidad de manera alarmante.

Del quirófano sale un ruido de alta frecuencia cuando se carga el desfibrilador. El grupo se echa hacia atrás unos segundos antes de que se produzca la descarga.

El cuerpo de Pellerina sufre una fuerte convulsión y después se queda quieto.

Es como si alguien le hubiera lanzado a la espalda con una pelota de béisbol.

El corazón se acelera de nuevo.

El sistema hace saltar la alarma.

Otra descarga y el cuerpo de Pellerina da un brinco.

Saga se tambalea hacia un lado y busca apoyo en la mesa.

El desfibrilador se carga de nuevo con un silbido.

Otra sacudida.

Los hombros de su hermana se agitan, todo el cuerpo tiembla.

La mujer mayor habla por el micrófono, informa a sus colegas de los distintos parámetros.

El corazón de Pellerina se desboca.

El equipo se aparta y administra otra descarga.

El cuerpo de la niña se arquea hacia arriba.

A Saga le corren las lágrimas por las mejillas. Uno de los auxiliares ajusta la sábana azul que cubre las caderas de Pellerina y vuelve a apartarse antes de la siguiente descarga.

Desfibrilizan a su hermana once veces para interrumpir los episodios de aceleración, y al fin el corazón se tranquiliza y el ritmo cardíaco vuelve a la normalidad.

—Dios —susurra Saga hundiéndose en la silla.

Se seca las lágrimas de la cara y piensa que todo lo que ha ocurrido, todo lo que está pasando en ese momento es culpa suya.

Fue ella quien le reveló a Jurek dónde se escondía Pellerina. Estaba confusa y aturdida por la muerte de su padre y solo deseaba recuperar a su hermana y llevarla lejos.

Cuando se dio cuenta de lo peligroso que era ya había pulsado el botón del telefonillo automático. Le había mostrado el camino.

Ir a la siguiente página

Report Page