Laurie
Capítulo 32
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CAPÍTULO XXXII MURALLA DE DITE
Cuando el camino rocoso llegó a su fin me detuve. Frente a mí se alzaba una laguna que se extendía hasta la otra punta, una línea en el horizonte que no te permitía ver qué había más allá.
Masajeé mi frente al verme en la misma situación que al inicio de esta aventura. Desde donde estaba podía escuchar las voces lastimeras de las almas que se habían quedado atrapadas y sus súplicas me generaban escalofríos. Miré a ambos lados esperando encontrarme a alguien que me dijera como cruzar o al menos alguna barca antigua flotando. Pero estaba sola. Completamente sola.
Me permití desmoronarme unos segundos, dejándome caer en la orilla. Estaba destrozada, el trayecto me había agotado y no sabía si tendría fuerzas para mucho más. Lo único que no me dejaba centrarme en volver a unir mi alma con mi cuerpo era Nikola. No podía abandonar cuando podía estar cerca de él. Si había visto a Erzsébet no podía quedar mucho más. Lilith tendría que estar esperándome y, con ella, tal vez Atary.
Al escuchar el agua moverse mi cuerpo se tensó y alcé la cabeza. Me mordí el labio al ver acercarse a un barquero, tal vez Caronte de nuevo, pues llevaba el mismo ropaje oscuro y tenían una altura parecida. La barca avanzaba a un ritmo rápido, como si llevara prisa.
—No tengo más óbolos —le informé cuando llegó hasta la orilla.
—No es necesario.
Enmudecí al ver que era otro barquero, aunque ambos compartían la voz de ultratumba. Este era más corpulento y sus ojos eran rojos, como el cielo que se alzaba ante nosotros. Asentí con la cabeza y me apresuré en subirme a la barca, que empezó a zarandearse al sentir mi peso. Suspiré agradecida al poder reposar sentada en el pequeño banquito que traía mientras el barquero comenzaba a remar otra vez para adentrarnos en la laguna.
—¿Cuál es tu nombre? ¿Dónde estamos?
—Me llamo Flegias y estamos atravesando la laguna Estigia —respondió sin un ápice de sentimiento.
—¿Y a dónde vamos?
—A la muralla de Dite.
—¿Qué es eso?
Sabía que estaba haciendo muchas preguntas, pero no me importó. Necesitaba estar preparada a lo siguiente que estuviera esperándome y un poco de ayuda no venía mal. Además, parecía que los barqueros eran inofensivos, se dedicaban a hacer su trabajo transportando almas, aunque yo no fuera solo eso. Era mucho más.
—Es la ciudad amurallada que separa el alto infierno del bajo. Mantén precaución con las furias infernales si quieres seguir con tu camino, pero te advierto que no será fácil. No conseguirás la absolución.
Me mordí la mejilla interna para evitar responder. Que estuviera mencionando la posibilidad de evitar la condena eterna solo me confirmaba que Flegias no sabía nada. Por algún motivo que desconocía, los barqueros ignoraban quién era yo, pero me beneficiaba. Crují los nudillos mientras reflexionaba qué serían las furias infernales y qué haría al tener enfrente a Lilith. Ni siquiera había sopesado la opción de que me impidiera regresar, me refugiaba en la esperanza de poder volver a la realidad y salir ilesa del viaje.
—¿Algo más que deba saber?
—Cuánto más te aproximes al noveno círculo, más corrupta será tu alma. En los fosos de la muralla se realizan batallas para conseguir regresar a los primeros pisos. Si tienes valentía y fuerza puedes enfrentarte a otros para salir vencedora. Pero si pierdes… conseguirás la peor condena eterna posible. Azazel se encargará de ello.
Suspiré mientras le escuchaba. Lo que menos necesitaba era luchar contra otras almas y llamar aún más la atención. Dejé que el barquero remase en silencio hasta la otra orilla, a lo lejos ya se podía ver un cielo rojizo mezclado con tonos anaranjados y unos edificios oscuros recubiertos por una niebla debilitada. Alrededor de ellos se podía percibir unas llanuras negruzcas.
—Ya estamos llegando —anunció cuando quedaban escasos metros para dejar la barca en la arena ceniza.
Al bajar me permití unos segundos para analizar cada detalle de la enorme muralla que rodeaba el gran edificio de piedra. Sin duda, era la más alta y larga que había visto nunca. Parecía de hierro y tenía una enorme puerta de madera de estilo medieval. A su alrededor había fosos profundos y oscuros repletos de demonios que no paraban de gruñir.
A pesar de todo eso decidí mantener la calma y pasar como un habitante más. Me mantuve callada, intentando no chocar con ningún alma en pena que se pusiera en mi camino.
Dentro había un suelo empedrado y largas torres que se alzaban varios metros. Los demonios se camuflaban con el entorno con esa tez negruzca y esa mirada vacía. No había luz, pero tampoco hacía falta. El cielo de colores rojizos se encargaba de iluminar todo de manera tenue. Mientras caminaba, no pude evitar que las voces y murmullos de las almas que ahí estaban se colasen en mis oídos. De entre todas, hubo una que me hizo parar en seco y forzar más la escucha. Al distinguir su tono grave sentí un escalofrío.
«Laurie».
«Laurie».
Miré a ambos lados con rapidez, volviéndome loca. Su voz no resonaba en mi mente como las veces anteriores, esta vez la escuchaba con mayor nitidez, como si estuviera atrapado en este lugar.
—¿Nik?
Mi corazón latió acelerado al intentar buscarlo entre la gente o, mejor dicho, entre los demonios. Me fijé en cada esquina, cada rincón, cada detalle… mirara donde mirase no encontraba sus ojos grises. Sin embargo, su voz seguía acechándome. Cada vez que se colaba en mis oídos me hacía estremecer.
—¿Nik? —insistí.
Empecé a caminar abriéndome camino entre los demonios. Lo bueno de ese lugar es que todos estaban ensimismados, centrados en sus propios problemas. Traté de seguir el eco de su voz por la dirección que me indicaba, aunque cada vez sonaba más baja. Mi corazón ralentizó sus latidos al ver que estaba desapareciendo otra vez, de nuevo me dejaba sola, sin saber muy bien qué hacer.
Aumenté el ritmo, esperando que eso sirviera de algo. Deambulé por los caminos empedrados mientras me fijaba en el rostro de cada transeúnte, ninguno destacaba por unos ojos grises.
Me detuve al ver que no estaba consiguiendo nada y exhalé un suspiro al saborear la sensación de fracaso. Saber que podía estar cerca y no poder verlo era la mayor de las torturas, aún más que estar en el maldito averno.
«Laurie».
Otra vez esa voz. Una nueva estacada en mi corazón. Había sufrido tantas trampas durante este tiempo que mi mente me advertía que podía ser otra ilusión. No podría con eso. Estaba segura de que no. Ya me había costado demasiado enfrentarme a mis fantasmas, mis errores, mis recuerdos…, pero enfrentarme a Nikola era diferente. Algo superior. De solo imaginar su voz destilando rabia o desprecio hacia mí me temblaban las piernas.
—Nik… —repetí, esta vez en un susurro.
Mis ojos no dejaban de buscarlo entre los demonios, pero no aparecía. Aun así, seguí el rastro de su voz por el camino que, poco a poco, me conducía al otro lado de la ciudad. Estaba tan embebida por su rastro que no me percaté de que las casas con tejados afilados y la luz tenue de las lámparas habían quedado atrás. El ruido provocado por los demonios y sus pisadas al caminar habían desaparecido. En su lugar, ahora había árboles desnudos, rojizos, con las ramas enredadas y llenas de espinas.
Me abracé el cuerpo mientras seguía caminando, esta vez más cauta. El suelo estaba lleno de raíces y, si me descuidaba, podía tropezar con alguna y caerme de bruces. Además, la propia flora del lugar susurraba frases inconexas con tonos lúgubres y lastimeros. A un lado un río de lava fluía, acalorando el bosque. Tragué saliva al aproximarme a un árbol. No sabía cómo ni porqué, pero parecía que me vigilaban. Chillé al ver que una rama me atrapaba y se enrollaba entorno a mi cintura, clavándome las espinas.
Intenté zafarme como pude, moviendo las piernas en el aire. El árbol cada vez apretaba más su brazo de madera contra mi cuerpo, haciéndome sangrar. Deslicé mi brazo como pude, necesitaba llegar al arma que tenía adherida en mi piel como fuera. Pero era muy complicado, el agarre que ejercía era tan grande que no podía mover ni un milímetro de mi cuerpo.
Empecé a ver borroso. Mis brazos ya no respondían ante las órdenes que intentaba mandar a mi cerebro. No podía creerme que, con todo lo que había dejado atrás, mi existencia fuera a terminar debido a un maldito árbol. Intenté removerme otra vez, aunque me pesara el cansancio.
—Es tu final, asume tu castigo.
Sentí un escalofrío al escuchar la trémula voz tan cerca de mi oído. Era tan fría y siseante que parecía la muerte hecha persona. Al girar la cabeza percibí un rostro oscuro y unos ojos rojos, parecidos a los de un demonio, con la diferencia de que su pelo era un nido de serpientes negras y de su espalda salían un par de alas del mismo color.
—¿Quién eres?
—Soy Megera, aquella que castiga los delitos de infidelidad —respondió—. Mis hermanas están deseando encontrarse contigo.
Abrí la boca para decir algo, pero la cerré al verme invadida por el agotamiento. Me costaba controlar cada movimiento, como si mi alma y mi cuerpo fueran mundos aparte. Sentía que flotaba, como si estuviera borracha de sueño. Sabía que algo iba mal, independientemente de tener a una Medusa con alas clavando sus espinas, haciéndome sangrar.
—Eres… eres una de las furias, ¿verdad?
—En efecto, nos encargamos de controlar la ciudad y decidimos el destino de las almas condenadas. Y tú cargas muchos delitos en tu espalda.
—¿Dónde está Nikola? —me animé a preguntar. Si ellas se encargaban de decidir el destino de cada alma, tendrían que saber su ubicación.
—¿Nikola? ¿Quién?
Todo mi cuerpo se tensó al escuchar su tono de duda, pero decidí aprovechar su falta de atención en mí al suavizar el agarre dándole un golpe en el abdomen. Al caer sostuve el mango de la daga y la clavé en su pecho. Decidí no esperar su respuesta y echar a correr por el bosque mientras la sombra de su duda me rodeaba. Si esa furia desconocía su paradero era porque no estaba allí. Nikola no se encontraba en el infierno.
Me mantuve así varios minutos sin mirar atrás. El bosque había sido sustituido por un acantilado sinuoso y un frío atroz. El cansancio acumulado se entremezcló con el castañeo incesante de mis dientes. De mi nariz salía un humo blanquecino, fruto de la temperatura que se empeñaba en no dejarme avanzar.
No podía más. Mis piernas flaqueaban y mi mente se debatía entre el objetivo y la falta de motivación. Por un lado quería llegar hasta el final, enfrentarme a Lilith y reclamarle recuperar a Nikola. Por otro, trataba de convencerme de que seguir equivalía a un suicidio. No necesitaba hablar con Amit para saber que mi alma pendía de un hilo. La conexión con el plano terrenal cada vez era más débil.
Me forcé a dar un paso más. Y después otro. Si me quedaba donde estaba moriría congelada y, lo que era peor, la furia tenía razón. Los delitos me pesaban. Me quedaría en el infierno para siempre, a merced de ellos. No podía darles ese gusto, tenía que regresar. Intenté ignorar el temblor que recorría mi cuerpo y avancé un poco más, lo justo para que mis piernas decidieran rendirse y acabara desplomada en el suelo. Los párpados me pesaban, luchaban contra las ganas de cerrarse. Pero, incluso así, fui capaz de percibir una silueta alta y oscura viniendo en mi dirección. Lástima que estuviese demasiado cansada para enfrentarla, pero no impidió que su tono ronco se colara en mis oídos, creando alarmas en todo mi sistema.
—¿Laurie?
—Atary…
Escucharme susurrando su voz fue lo último que hice, pues acto seguido todo se volvió negro. La oscuridad me había atrapado de verdad.