Las revelaciones de Wikileaks

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Las élites rusas imponen su ley de excesos y corrupción

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Las élites rusas imponen su ley de excesos y corrupción

PILAR BONET 02/12/2010

Dos periodistas rusos conversaban con diplomáticos norteamericanos el pasado febrero en Moscú. Hablaron de los negocios de Yelena Baturina, la esposa del alcalde Yuri Luzhkov (destituido en septiembre), y de las implicaciones de este en el sistema delictivo o “cleptocracia” imperante en la capital. “La gente ve a menudo a funcionarios que entran en el Kremlin con grandes maletas y guardaespaldas”, explicaba uno de los interlocutores suponiendo que las maletas estaban “llenas de dinero”. Su escéptico colega opinaba que sería “más fácil abrir una cuenta secreta en Chipre”. La protección mafiosa (krisha o tejado, en ruso) resultaba obligada para todos los negocios de Moscú, decía, y añadía que la krisha ofrecida por el Ministerio del Interior y el Servicio Federal de Seguridad (SFS) le ganaba el terreno a los grupos criminales tradicionales, ya que los servidores del Estado tenían más recursos y estaban, a su vez, “protegidos” por la ley. Todas estas opiniones -etiquetadas como “secreto”- fueron a parar al Departamento de Estado, al FBI y la CIA.

A juzgar por los despachos fechados en la antigua URSS, los norteamericanos vigilan los sectores estratégicos y las ramas de la economía donde Rusia compite con intereses estadounidenses o donde estos rivalizan con los europeos. Por eso, siguen a Rosatom y Atomstroyexport, responsables de la energía atómica y la construcción de centrales nucleares en Rusia, así como los pedidos de Boeing en relación con los de Airbus. Desde Moscú, recogen la desazón de los rusos ante China. Desde la periferia del antiguo imperio, miran también hacia Teherán y alternan con los camioneros iraníes en los bares de la frontera de Turkmenistán.

En Rusia, parte de los cables refleja el acercamiento entre el presidente Barack Obama y su colega ruso, Dmitri Medvédev. Otros parecen sumergidos en la guerra fría y parten de una cierta presunción de culpabilidad hacia Rusia. Con aplomo, atribuyen a la élite rusa conexiones con delincuentes en Bulgaria, Tailandia y España, y siguen más el desarrollo de la corrupción que la lucha de Medvédev contra este mal.

Los despachos transmiten los chismorreos que implican a Vladímir Putin en negocios opacos y lucrativos y recogen opiniones que serían consideradas incorrectas aplicadas a un político occidental. En abril de 2004, en Bruselas, el comisario de Exteriores de la UE, Chris Patten, dice de Putin: “Parece un hombre totalmente razonable cuando habla de Oriente Próximo o de la política energética, pero cuando la conversación deriva hacia Chechenia o el extremismo islámico, los ojos de Putin se transforman en los de un asesino”.

En ocasiones, los norteamericanos conocen bien las costumbres locales. En 2006, un diplomático asiste en Daguestán (en el norte del Cáucaso) a la boda del hijo de Gadzhi Majáchev, diputado de la Duma Estatal (Cámara baja del Parlamento ruso) y jefe de una compañía petrolera. A juzgar por lo mucho que le citan, Majáchev ha sido un contacto útil en temas como Chechenia. Lo que no sabemos es lo que pensaría si leyese el informe de la boda de su hijo. Majáchev coopera con empresas norteamericanas, posee suntuosas casas en París y en California, y una colección de coches de lujo, incluido un Rolls Royce, que circula por Moscú con un Kaláshnikov en la cabina. Ramzán Kadírov, el hombre fuerte de Chechenia, asiste a la boda con un arma chapada en oro en sus vaqueros, regala a la novia un “lingote de oro de cinco kilos” y lanza una lluvia de billetes sobre los niños bailarines.

Los cables retratan a personajes como Vladislav Surkov, considerado el ideólogo del rumbo autoritario del Kremlin, e Igor Sechin, el primer vicepresidente del Gobierno, un petersburgués procedente de los servicios de seguridad y hombre de confianza de Vladímir Putin. Surkov es un “táctico brillante con gran capacidad de supervivencia” que observa a EE UU con “una mezcla de envidia y desprecio”, le gusta la poesía norteamericana y encarga “álbumes de rap” a un politólogo al servicio del Kremlin residente en Nueva York, dice un despacho.

Sechin posee 14.000 millones de dólares, la “segunda fortuna” en la élite gubernamental después de Putin, afirma una fuente, pero otra desmiente que el máximo responsable de la energía en el Gobierno se haya enriquecido de forma ilícita. “No sé qué hará con el dinero, el tipo está siempre en la oficina, de la mañana a la noche”, afirma la fuente. Sechin, dice, es “muy inteligente, increíblemente trabajador y excepcionalmente cortés”.

Desde los países postsoviéticos, los norteamericanos tratan de impedir que Moscú les involucre a ellos y a sus aliados de la OTAN en el reconocimiento de su zona de influencia. No desean, por ejemplo, que su colaboración en Afganistán se interprete como un espaldarazo a la Organización del Tratado de Defensa Colectiva (OTDC, formado por Rusia, sus aliados centroasiáticos y Bielorrusia). Los estadounidenses retratan a las nuevas élites despóticas de Asia Central y el Cáucaso. En Turkmenistán, el presidente Gurbengulí Berdimujamédov se hizo construir en Italia un yate de 60 millones de euros. El yate no pudo ser mayor que el del oligarca Román Abramóvich, como quería, porque entonces no pasaba por los canales que conducen al Caspio. Un oficial de seguridad de Berdimujamédov fue despedido después de que un gato se cruzara con la comitiva del presidente, cuando este se dirigía a su residencia en las afueras de Ashjabad.

En Uzbekistán, un país donde las elecciones son “teatro kabuki” y la “corrupción es endémica”, el embajador Richard Norland advierte de que los “rapaces apetitos comerciales” de Gulnara Karímova, la hija del presidente Islam Karímov, son una amenaza a considerar por los inversores extranjeros.

Aparte de su esposa oficial, Sara, el presidente de Kazajistán, Nursultán Nazarbáyev, tiene dos más (una ex azafata y otra ex miss), según recogían los estadounidenses en 2008. Nazarbáyev tenía un palacio en Emiratos Árabes Unidos y una mansión en Turquía. Al primer ministro, Karim Masímov, lo han visto bailando con gran brío en un club nocturno de Astaná, y Timur Kulibáyev, uno de los dos yernos de Nazarbáyev, celebró su 41º cumpleaños por todo lo alto con un concierto de Elton John. En Azerbaiyán, los norteamericanos escriben una serie sobre las familias más ricas del país y dedican el primer capítulo a los Pasháyev, de donde procede Mehribán, la esposa del presidente Iljám Alíev. Los Pasháyev controlan algunos de los 10 primeros bancos de Azerbaiyán y el Pasha Holding, que abrió el primer puesto de venta de Bentley en Bakú. También tienen constructoras, cadenas televisivas, una compañía de móviles y el monopolio de nuevas tecnologías de comunicaciones. Mehribán dirige el Fondo Heydar Alíev (una institución que los norteamericanos juzgan opaca). La primera dama, afirman, viste de forma que sería “considerada provocativa incluso en el mundo occidental” y se ha sometido a cirugía estética. La segunda familia por su influencia es la de Kemaladdin Hedárov, ministro de Emergencias y ex jefe de Aduanas. El padre de Kemaladdin, Fattah, fue dirigente comunista.

Es posible que algunos interlocutores de los estadounidenses se alegren de ver su nombre en los informes enviados a Washington y de poder influir en la política de EE UU. Otros, sin embargo, pueden sentirse traicionados. A partir de ahora, medirán sus palabras y recordarán que las invitaciones de los amigos diplomáticos tienen un precio.

EUROPA

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