Las revelaciones de Wikileaks

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La OTAN aprobó un plan secreto de defensa de los países bálticos

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La OTAN aprobó un plan secreto de defensa de los países bálticos

LUIS PRADOS / ANDREA RIZZI07/12/2010

“El día 22 de enero, el Comité Militar de la OTAN acordó extender Eagle Guardian, el plan de contingencia para la defensa de Polonia, para incluir también la defensa de Estonia, Letonia y Lituania”. Con estas líneas, la misión estadounidense ante la OTAN comunicó a Washington el pasado enero el epílogo secreto de un pulso que causó serias fricciones entre los aliados y que ha afectado significativamente a las relaciones entre Occidente y Rusia en el último lustro.

La decisión fue el resultado final de un largo proceso de presiones y vetos mantenidos en el más estricto secreto, en el que los países bálticos insistían en pedir un plan específico de defensa de la OTAN, mientras el propio secretario general de la Alianza, el danés Anders Fogh Rasmussen, y varios aliados europeos mantenían su negativa a dar un paso que habría vuelto a considerar a Rusia como una amenaza en un momento de acercamiento entre Washington y Moscú.

A raíz de la guerra de Georgia de agosto de 2008, en la que Moscú demostró que no le temblaba el pulso a la hora de enviar a sus soldados más allá de sus fronteras, y las repetidas declaraciones del Kremlin asegurando que usaría la fuerza militar para defender a sus ciudadanos en el extranjero, se desató una ola de miedo en los países bálticos, que nunca han olvidado el medio siglo de ocupación por parte de la URSS. Estonia, Letonia y Lituania sienten aún muy frescas las heridas de las invasiones nazi y soviética que diezmaron sus poblaciones -la comunidad judía de Lituania fue masacrada- y dos décadas después de volver a ser repúblicas independientes siguen sin resolver el problema de la integración de sus minorías rusas, que superan el 20% de sus poblaciones. Estonia, además, fue objetivo en 2007 de un ciberataque lanzado por Moscú.

Los nuevos temores a una agresión rusa llevan a las tres capitales bálticas a exigir a la OTAN una garantía de protección basada en el artículo 5 de la Alianza, que establece la defensa mutua entre los aliados, y a considerar que los acuerdos bilaterales con Estados Unidos no son suficientes. Esta presión plantea un grave dilema para la OTAN: ¿Tranquilizar a las repúblicas bálticas y, por tanto, ampliar los planes de defensa a costa de irritar al Kremlin? ¿O apaciguar las relaciones con Rusia, tan importantes para el abastecimiento energético de Europa, la estabilización de Afganistán, el éxito del cerco a Irán, la lucha contra el terrorismo o el desarme nuclear?

La correspondencia de las embajadas estadounidenses en Tallin, Riga y Vilna con Washington ofrece un relato preciso de la evolución de los acontecimientos, que los diplomáticos se esfuerzan especialmente en mantener secretos para no encolerizar a Moscú ni provocar tensiones entre los países aliados. Un cable calificado de secreto de la misión de EE UU en la OTAN de octubre del año pasado recuerda que desde 1997 la Alianza “no considera a Rusia un adversario” y que cualquier sugerencia en ese sentido o una vuelta a la guerra fría sería rechazada por algunos aliados como Alemania.

La Administración de Obama se inclina por satisfacer la petición de los bálticos, pero asume una actitud extremadamente cauta. De hecho, el comandante aliado supremo, el estadounidense James Stavridis, había empezado ya a desarrollar una “planificación prudente”, a puerta cerrada en sus cuarteles generales. Sin embargo, la ministra de Defensa lituana, Rasa Jukneviciene, comenta al embajador norteamericano en la OTAN, Ivo Daalder, que algunos líderes de la Alianza -en concreto cita al secretario general Rasmussen y a Javier Solana- siguen arrastrando los pies.

Pese a todo, los aliados empiezan a buscar alternativas y significativamente es el Gobierno alemán quien sugiere la solución que será adoptada al final: la extensión del plan existente para Polonia. Eso evitará formalmente volver a definir Rusia como amenaza. El debate en el seno de la Alianza avanza hacia finales de 2009, pero EE UU sigue titubeando y los pasos dados no apaciguan la inquietud de los bálticos. El 2 de diciembre de 2009, el embajador Daalder escribe a Washington pidiendo que se tome con urgencia una decisión definitiva. Estados Unidos se arriesga, escribe, a “perder la capacidad de influir y plasmar este debate si no se toma una decisión firme antes de esas reuniones”. Los países bálticos y Polonia tienen previsto reunirse el día 16. El almirante Stavridis también tiene que verse con el presidente del Comité Militar de la Alianza, el día 10.

El 15 de diciembre hay por fin fumata blanca. Un cable secreto de la Secretaría de Estado norteamericana fechado ese día informa de que se ha decidido que el plan de defensa Eagle Guardian para Polonia se amplíe a las tres repúblicas bálticas. El despacho insiste en exigir a los diplomáticos implicados en el plan la máxima discreción y enumera los riesgos de que se haga público. “Minaría su valor militar dando la oportunidad de observar el proceso de planificación de la OTAN, lo que debilita la seguridad de todos los aliados”. También, continúa el cable, “haría mucho más difícil para algunos aliados apoyar la revisión del Eagle Guardian, creando divisiones en el seno de la Alianza” y “probablemente conduciría a un innecesario incremento de las tensiones entre Rusia y la OTAN, algo que debemos evitar”.

El cable también aconseja a los diplomáticos cómo esquivar las preguntas de la prensa con lugares comunes como “la OTAN no discute planes específicos” o “la Alianza está constantemente revisando sus planes” ante “futuras contingencias que no están dirigidas contra ningún país”.

Los países bálticos reciben con satisfacción el acuerdo, calificado de “regalo de Navidad anticipado” por la diplomacia estonia, y Polonia acepta la solución con la única reserva de que no demore su propio plan. Al final, el Comité Militar de la OTAN aprueba el 22 de enero la decisión, que se ha mantenido secreta hasta hoy.

En paralelo a las negociaciones en el seno de la OTAN para garantizar la defensa de los países bálticos, la diplomacia norteamericana lidiaba con las presiones de Varsovia para que Estados Unidos reforzara su seguridad. Los despachos de la Embajada en la capital polaca atestiguan durante todo el año 2009 que el temor a Rusia sigue siendo central en la política exterior de Polonia y mucho más explícito de lo que sus líderes expresan en público.

Hay una nueva Administración en Washington y los dirigentes polacos temen que la presidencia de Obama olvide algunos de los compromisos de defensa adquiridos por su antecesor, el presidente George W. Bush, cuando proyectó un ambicioso escudo antimisiles. Así, por ejemplo, un cable calificado de secreto y fechado en febrero de 2009 da cuenta de que cuando los funcionarios norteamericanos comunicaron que los misiles Patriot prometidos no se integrarían en el sistema de defensa aérea polaca, el viceministro de Defensa, Stanislaw Komorowski, respondió de forma airada afirmando que Polonia esperaba contar con misiles operativos, no con “macetas”.

Más adelante, en mayo de ese año, Slawomir Nowak, jefe de gabinete del primer ministro, Donald Tusk, traslada a los diplomáticos estadounidenses que confía en que “EE UU honre sus compromisos” e instale los Patriot en su país. Otros altos funcionarios polacos sugieren que es Rusia y no Irán la mayor amenaza para Polonia. El viceconsejero de Seguridad Nacional del presidente Kaczynski, Witold Waszczykowski, llega a poner en duda que el artículo 5 de la OTAN, que garantiza la defensa mutua entre los aliados, ofrezca seguridad y confianza a Polonia. “Todavía tenemos nuestras dudas”, dice Waszczykowski, añadiendo que algunos socios europeos, particularmente Francia, prefieren hablar a actuar, y acto seguido afirma: “Eso es porque compramos F-16 y no Mirages franceses”.

Los políticos polacos insisten en el “precio político” pagado por su país por aceptar ser parte de la Defensa de Misiles proyectada por EE UU -especialmente en las relaciones con otros aliados europeos y con Rusia- y piden a cambio una gran implicación militar de Estados Unidos en su seguridad. “Queremos botas norteamericanas sobre el terreno”, llega a decir Waszczykowski.

Además de los misiles Patriot, Polonia quiere contar con cazas F-16, aviones de transporte C-130 y hasta con la presencia de fuerzas especiales norteamericanas de forma “estable, no temporal”. El ministro de Defensa polaco, Bogdan Klich, informa a los diplomáticos norteamericanos de que ha decidido cerrar el 20% de las instalaciones de defensa, pero que salvaría tres complejos militares para las fuerzas estadounidenses.

Toda esta lista de la compra va acompañada por la preocupación del ministro de Exteriores polaco, Radoslaw Sikorski, de que Washington haga concesiones a Rusia a expensas de Polonia para ganar su apoyo en el Consejo de Seguridad frente a China en el contencioso sobre las sanciones a Irán. Sikorski propone a sus interlocutores un intercambio de información sobre las armas nucleares tácticas rusas en el enclave de Kaliningrado y se queja de la planeada venta de vehículos anfibios de asalto franceses Mistral a Rusia.

Al final, el proyecto de escudo antimisiles de Bush fue abandonado por Obama en septiembre del año pasado por una fórmula más realista y más barata, y la primera batería de cohetes Patriot llegó a Polonia el pasado mayo.

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