Las revelaciones de Wikileaks

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Clinton acusa a donantes saudíes de financiar el terrorismo

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Clinton acusa a donantes saudíes de financiar el terrorismo

ÁNGELES ESPINOSA06/12/2010

“Los donantes en Arabia Saudí constituyen la fuente más significativa de financiación de los grupos terroristas suníes en todo el mundo”, asegura un despacho diplomático enviado hace un año por la Secretaría de Estado a sus embajadas en Riad, Abu Dabi, Kuwait, Islamabad y Doha. El texto, uno de los más claros exponentes de la preocupación de EE UU por el dinero del terrorismo, les pide que recaben la cooperación de esos Gobiernos para poner coto a la recaudación de fondos para Al Qaeda y los talibanes. Pero en los 1.110 cables que tocan el asunto se vislumbra que las prioridades de algunos de sus aliados van por otros derroteros. Las menciones al progreso llevado a cabo por estos no logran eclipsar la frustración estadounidense por la lentitud de sus avances.

A Washington le preocupa que el continuo flujo de dinero al que tienen acceso los terroristas está minando su esfuerzo de estabilización en Afganistán, además de costando vidas a sus tropas, las de sus aliados y a numerosos civiles. Por ello, explica el documento, el representante especial para Afganistán y Pakistán, Richard Holbrooke, ha establecido en coordinación con el Departamento del Tesoro una fuerza de trabajo sobre financiación ilegal, con el objetivo de comunicar mejor las prioridades en ese campo y generar la voluntad política para ese combate entre los aliados.

“Aunque Arabia Saudí se toma muy en serio la amenaza del terrorismo interno, ha sido un continuo reto convencer a los funcionarios saudíes para que aborden la financiación terrorista que emana de Arabia Saudí como prioridad estratégica”, constata el despacho, que lleva la firma de Hillary Clinton. Ese país, asegura, “continúa siendo una base de apoyo crítico para Al Qaeda, los talibanes, Lashkar-e-Tayba y otros grupos terroristas, incluido Hamás, que probablemente recaudan millones de dólares anualmente de fuentes saudíes, a menudo durante el hach [la peregrinación a La Meca] y el Ramadán”.

Los saudíes admiten “la dificultad de controlar la recaudación durante el hach”, en una visita a Riad del vicesecretario adjunto del Tesoro Daniel Glaser, en junio de 2009. Pero también alertan contra los riesgos de imponer restricciones a las instituciones benéficas, porque son organizaciones “profundamente arraigadas en la cultura saudí”. Además, se quejan de que la prohibición de transferir fondos fuera del país que les impusieron en 2005 está beneficiando a Irán. “Los iraníes han ocupado el hueco que ha dejado la asistencia caritativa saudí, lo que aumenta la influencia iraní en países como Líbano, Pakistán, Siria, Yemen y Nigeria”, asegura un responsable del Ministerio del Interior.

Las referencias al resto de los países a los que se envía el despacho no les dejan en mejor situación. Kuwait es “el único país del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) que no ha criminalizado la financiación del terrorismo”. La colaboración de Qatar se califica como “la peor de la región”. En el caso de Emiratos Árabes Unidos (EAU), su “débil normativa de vigilancia le hace vulnerable al abuso por parte de los financieros terroristas y redes de apoyo”.

Y luego está el agujero negro de Pakistán. “El ISI [el servicio secreto paquistaní] continúa manteniendo lazos con un amplio espectro de organizaciones extremistas, en particular los talibanes, Lashkar-e-Tayba y otras”, que “explotan la extensa red de instituciones benéficas, ONG y escuelas coránicas del país”, recuerda el cable. En él se vuelve a mencionar un asunto que ha sido objeto de varios mensajes anteriores: que Islamabad cierra los ojos a la actividad del citado grupo y de su líder, Hafiz Saeed, contraviniendo la resolución 1267 de la ONU, que los vincula con el terrorismo. También instruye a los diplomáticos para que pidan a sus interlocutores que actúen “contra la red de Haqqani, que está canalizando armas y hombres a través de la frontera para combatir a las fuerzas estadounidenses y de la coalición en Afganistán”.

Los documentos secretos a los que ha tenido acceso EL PAÍS aseguran tras cada visita de altos funcionarios estadounidenses que los responsables de los distintos países prometen cooperar. Pero el problema no es de falta de voluntad, sino de diferencias de percepción.

“Los funcionarios de seguridad de EAU consideran que los talibanes pueden obtener apoyo de la numerosa población pastún que reside en el país”, escribe el embajador Richard Olson al dar cuenta de la reunión que Howard Mendelsohn, un enviado del Departamento del Tesoro, mantuvo a mediados de diciembre de 2009 con responsables emiratíes. Los saudíes, por su parte, atribuyen la financiación de los talibanes a los ingresos del narcotráfico, tal como varios cargos de Interior le explican a Holbrooke durante una visita en mayo de 2009.

“La DEA [la agencia antidroga de EE UU] estima que al menos 2.000 millones de dólares procedentes del tráfico de drogas han transitado por EAU en los tres años precedentes”, señala un despacho enviado por Olson a principios de septiembre del mismo año. No obstante, Holbrooke y el resto de los funcionarios estadounidenses insisten en que “los beneficios de la droga no son la principal fuente de ingresos de los talibanes, sino más bien los donativos privados procedentes del Golfo”. Aun así, la Secretaría de Estado estudia el eventual vínculo étnico y envía un detallado cuestionario sobre las comunidades afgana y paquistaní en EAU, al que la Embajada en Abu Dabi contesta con generalidades y escasa concreción, reconociendo desconocer si esos emigrantes admiran a los talibanes u otros extremistas de sus países.

El propio Olson admite en otro despacho que la numerosa comunidad inmigrante del subcontinente genera un significativo flujo financiero legal que, dada la falta de restricciones al movimiento de capitales y la costumbre local de utilizar grandes volúmenes de efectivo, complica la tarea de identificar transacciones ilícitas. “Las autoridades de EAU se declaran comprometidas con la lucha contra la financiación terrorista. El marco legal existe, pero su capacidad para identificar e investigar sin pistas previas es limitada”, concluye. La magnitud de la tarea se comprende al saber que, según estimaciones del Banco de Pakistán, ese país recibe de sus emigrantes el doble de lo que se documenta, tal como recoge un cable de la Embajada en Islamabad del pasado febrero.

Además, aunque saudíes y emiratíes comparten la preocupación estadounidense ante Al Qaeda o los talibanes, consideraciones de política interna y regional les llevan a enfatizar otras amenazas que para Washington resultan menos urgentes. Así, por ejemplo, Riad expresa su inquietud por “los fondos que la comunidad chií saudí envía a Hezbolá” y la creciente influencia iraní. “Irán es un importante contribuyente a las actividades terroristas en muchos lugares, incluidos Yemen, África del Norte y América Latina”, le asegura el general Saad al Yabri a Holbrooke. Los funcionarios emiratíes añaden que “Irán apoya a los talibanes con dinero y armas, les ayuda a pasar drogas y facilita sus movimientos y los de Al Qaeda”.

MARRUECOS Y EL MUNDO ÁRABE

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