Las marcas políticas del silencio
CimarronasMuchos cuerpos marcados como mujer encontramos en el feminismo un espacio para sostenernos emocionalmente, las unas a las otras. Sorprendería cuán común es hallar historias de violencia machista y abuso sexual en nuestras vidas y las de nuestras compañeras. Desde los aprendizajes feministas y la valentía que alimenta el sabernos «no solas», militar es también escuchar y acompañar esas historias de abuso y violencia, en un proceso que nos ayuda a identificar y contar también las nuestras, como víctimas.
La violencia sexual contra las mujeres es una, y abarca actos que van desde el acoso verbal, la coacción, la presión social, la intimidación, el abuso de poder, la fuerza física, la penetración forzada o la esclavitud.
Cualquier violencia que sea sistémica y que no tenga mecanismos eficaces que la contrarresten implica un margen muy alto de impunidad. La violencia de género es sistémica, y la violencia sexual machista también lo es.
El Patriarcado se erige tan hegemónico y tóxico como el Capitalismo, que no se olvide, ni se obvie; y ambas estructuras, cada vez más complementadas, profundizan sobremanera las desigualdades de género y precarizan la situación social y política de la mujer y su derecho vivir con dignidad.
Todas las formas de violencia contra las mujeres han desarrollado herramientas estructurales de legitimidad que minimizan las agresiones y culpabilizan a la víctima, con un carácter ejemplarizante. «No fue para tanto», «pude haberlo evitado», «no debí coquetear», «no debí venir a su casa», «no debí aceptar la bebida», «no debí vestir así», «no debí responderle», «no debí andar sola de noche», «yo me lo busqué». Estas expresiones empuñadas una y otra vez terminan por ser «ciertas» hasta para nosotras mismas. Y nada más nocivo para ese país justo que queremos construir.
Muy pocas denunciamos (menos del 5%), y es por eso. Por vergüenza, por culpa, por estar confundidas sobre lo sucedido, por querer olvidar, porque nos toma muchas veces años entender que fuimos víctimas de un abuso, porque la mayoría de nuestros sistemas de apoyo cercanos son inadecuados, por los pactos patriarcales que se tejen posteriormente a la denuncia, por la revictimización. Y porque contar trae sus propios riesgos.
Siempre que un cuerpo marcado como mujer comparte públicamente una historia de violencia se expone muchas veces a nuevas formas de violencia. Compartir historias de violencia no tiene para la víctima ninguna ventaja, o muy pocas. Pero sí muchas para el movimiento, y su necesidad imperativa de visibilizar el problema, como debate político, porque todos los días nos agreden (y también nos matan).
Para quien, en un momento de «ultrarracionalidad» machista, asume que podemos mentir, le decimos que la presencia de las denuncias falsas en datos es insignificante. Apenas existe, y en los casos en los que ocurre, el momento legal se hace cargo de ellas también. Y NO, tampoco son denuncias falsas todas las que no terminan en condenas firmes, como ocurre igualmente a veces, por no hacer un uso alevoso los abusadores de la fuerza física para la violencia, y la posterior falta de «marcas» que prueban el delito, como si las huellas psicológicas no fueran suficientes.
Tampoco debemos olvidar que la maquinaria del proceso penal es sobremanera revictimizante, porque aún tenemos sistemas judiciales y policiales patriarcales. Y que esto sucede en todo el mundo, no solo en Cuba. Que, en caso de duda, un grupo importante de personas, se ponga del lado del históricamente oprimido es un buen síntoma, de toma de conciencia. Como también lo es que las mujeres denuncien más y más, porque significa que lo que antes era invisible, ahora es un problema político.
La denuncia hecha con rigor es siempre positiva, aunque duela, porque la política emancipatoria debe ser siempre honesta. En comunicarla con rigor hay siempre una responsabilidad periodística tremenda, que debe lograr, y esto es irreductible, no seguir legitimando (más) esa violencia machista.
Istrumentalizar ese dolor para causas ideológicas es también revictimizar, y ser violentxs.
Una denuncia pública de abuso sexual machista tiene dos momentos fundamentales, uno político y uno judicial. Ambos importantes y necesarios para completar el acto pedagógico. En el momento político, del que forman parte indispensable los medios socialistas de comunicación, se construyen sentidos y consensos, se fijan y defienden ideas fuerza, se camina un poquito hacia la transformación de los fundamentos patriarcales sobre los que aprendemos la vida. El momento legal resuelve con un carácter jurídico ese proceso, «hace justicia».
La Revolución se prepara para asumirlos a ambos, como un gran desafío, en un proyecto de país que sigue siendo problematizado, profundizado y completado por quienes lo sostienen, 60 años después.
Organizar solo la rabia sin proyecto humano ético y emancipador no es feminismo, al menos para nosotras. El feminismo también defiende las alegrías. Y las nuestras, al menos las últimas, una compañera de lucha ayer las recapitulaba: «No creo que sea este el país del caos que algunos intentan pintar, donde las mujeres estamos absolutamente desprotegidas y a nadie le importa que nos maten o nos violen en las esquinas. Conozco el esfuerzo consciente de académicos, activistas, investigadores e instituciones que durante años han visibilizado las múltiples manifestaciones de la violencia de género en Cuba y han exigido soluciones. He escuchado en discursos una vocación gubernamental de legislar sobre el conflicto y generar otras estrategias para enfrentarlo. Lo he visto convertirse en primeros pasos con un Programa Nacional para el Adelanto de las Mujeres que reconoce en el enfrentamiento y la prevención de la violencia una prioridad, en una Línea 103 y otras alternativas -muy pequeñas todavía- de acompañamiento a víctimas, en una Estrategia Integral que articula prevención y enfrentamiento a través de ejes diversos, en una transversalización de la perspectiva de género al nuevo Código de las Familias, al nuevo Código de Procesos, a la Ley Penal por llegar. Que queda mucho por hacer, por supuesto. Que hace falta una Ley, también. Pero ignorar todos esos esfuerzos es ver una nación sin matices, en blanco y negro».
Tenemos una certeza, que aún falta muchísimo. Nuestra sociedad y sus estructuras continúan siendo profundamente patriarcales. El machismo como antivalor inaceptable para el socialismo aún no se normaliza en toda la amplitud de nuestras filas, y ¡no se puede ser revolucionario a la mitad!, comentaba ayer unx compañerx.
La violencia machista es también violencia política, y nuestro compromiso deberá ser siempre el de reivindicar la tolerancia cero contra ella, y cualquier forma sistémica de discriminación.
Estamos más que nunca convencidas de que esa consigna que grita y educa: ¡Sin feminismo, NO hay socialismo posible!