Las guerras de Yavé
Los elohim
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LOS ELOHIM
«Y dijo Dios: Hagamos un Hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza, y señoree sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre el ganado, sobre la tierra, sobre todo insecto y sobre todo reptil del suelo. Y creó Dios al Hombre a Su propia imagen». (Génesis)
Lo pensé la primera vez que leí este texto. ¿Por qué la Biblia utiliza la palabra ha-Elohim (Dios) a la hora de crear al ser humano? «Elohim» (por simplificar) es el plural arameizante de Dios. «Elohim», por tanto, significa «los Dioses». Es utilizado 2.500 veces en el Antiguo Testamento. A lo largo de los cinco libros del Pentateuco o Torá (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio), Dios recibe diferentes nombres: El Shadday (que significa montaña y omnipotente), Yavé (en realidad YHWH) y Elohim, entre otros (Yehová aparecería en el siglo XIII después de Cristo).
Consulté a los exégetas y demás estudiosos de la Biblia, pero no recibí una respuesta satisfactoria. Las interpretaciones de los teólogos son tan diferentes como peregrinas. Fue más adelante, al leer otros pasajes del Antiguo Testamento (especialmente el Éxodo) cuando llegó aquella idea: elohim podían ser los tripulantes de naves no humanas, llegados de mundos o dimensiones desconocidos. Su tecnología —avanzadísima— no fue comprendida por los humanos y, lógicamente, fueron tomados por dioses.
Pero vayamos por partes.
Y siguieron llegando ideas: los elohim concibieron un formidable plan para aquel bello planeta azul.
En primer lugar decidieron crear al hombre. Y entró en juego la genética. Heredamos los genes de los «dioses» y el resto lo hizo una adecuada «evolución vigilada». Fue así, con seguridad, como surgió el humano inteligente.1 De esas ramas fueron seleccionados ejemplares robustos y las proteínas y los ácidos nucleicos se pusieron a trabajar, dando lugar a criaturas híbridas.
Estaríamos hablando de seres —los elohim— no sujetos al tiempo o con una expectativa de vida que nada tiene que ver con la humana. Estaríamos hablando de seres que podrían llevarnos un millón de años o, sencillamente, disfrutar de unas características físicas y mentales distintas a las nuestras. Y, como digo, empecé a comprender la famosa frase: «Hagamos al Hombre a nuestra imagen y semejanza».
Pero ese plan para la Tierra contemplaba también algo especialmente importante: la futura encarnación de un Dios (Jesús de Nazaret). Ello exigía la selección de una época histórica, un lugar geográfico y, sobre todo, un pueblo en el que debía residir ese Dios.
Fue así, de forma progresiva, como empecé a entender quiénes eran los elohim y por qué se presentaron en la Tierra.
COPIARON Y COPIARON
«Los creó macho y hembra… Y plantó Dios, el Eterno, un jardín en Edén, al oriente, y allí puso al hombre que había formado». (Génesis)
Sinceramente, no creí una sola palabra… La historia de la creación de Adán y Eva, la absurda aventura con la serpiente, la manzana y la expulsión del paraíso siempre me parecieron un cuento. Más exactamente, un cuento chino. Es más que probable que los judíos, al tratar de edificar su historia, copiaron y copiaron de los pueblos que los rodeaban. Esdras, sacerdote y escriba judío, desterrado a Babilonia en el siglo V antes de Cristo, fue el motor de ese intento de reconstrucción de lo que se sabía sobre el pasado del pueblo israelita. Se rodeó de sabios y ancianos y puso por escrito buena parte de lo que hoy conocemos como Antiguo Testamento. Naturalmente, Esdras y los suyos contaron lo que rezaba la tradición y se apropiaron de muchas de las leyendas de los babilonios y de los asirios. Ejemplo: la llamada Enuma Elish, una epopeya de origen akádico que fue escrita unos 1.500 años antes de Esdras. Las siete tablillas con escritura cuneiforme (156 líneas por tablilla) describen la creación del mundo por parte de los dioses.1
Se cree que la primera redacción de la creación del mundo y de Adán y Eva (Génesis) fue llevada a cabo por el referido Esdras después del año 458 antes de Cristo. Fue redactado en la ciudad de Jerusalén, cuando Esdras retornó de Babilonia. Esdras y su gente, como es lógico, conocían la versión babilónica de la creación del mundo. Y, como digo, la copiaron y la adornaron.
Y algo parecido sucedió con el cuento de la serpiente. Esdras lo tomó de la epopeya de Gilgamesh, el héroe de origen sumerio. La historia fue narrada casi 2.200 años antes de Esdras. Gilgamesh (y toda la humanidad) perdió la inmortalidad por culpa de una serpiente.
Pregunté igualmente a los exégetas: ¿quién era Nod? Tras la muerte de Abel, su hermano Caín —dice el Génesis— huyó a la tierra de Nod, al oriente del Edén. Si Adán y Eva fueron los primeros padres, ¿quién fue el tal Nod? Me respondieron con el silencio.
Y termino el presente capítulo con otra duda. Dice el citado Génesis «que vio Dios todo lo que había hecho y he aquí que era muy bueno». Y me pregunto: si todo era muy bueno, ¿qué pasó con la serpiente que tentó a Eva?
Pero estas interrogantes y contradicciones bíblicas son lo de menos. Lo importante está por empezar…
LOS SOSPECHOSOS HIJOS DE DIOS
«Y sucedió, cuando los hombres comenzaron a multiplicarse en la faz de la tierra y les nacieron hijas, que vieron los hijos de Dios a las hijas del hombre que eran hermosas y tomaron por mujeres a las que más les agradaban. Y dijo el Eterno: “No permanecerá Mi espíritu en el hombre para siempre, porque él es carne, y serán sus días ciento veinte años…”. En aquellos tiempos había gigantes en la tierra, y también luego de que se unieran los hijos de Dios con las hijas del hombre, engendraron hijos poderosos que desde antiguo fueron varones de fama». (Génesis)
No conseguí que los expertos en la Biblia —fueran judíos o cristianos— se pusieran de acuerdo en la interpretación del presente texto. Para algunos, como los célebres Nácar y Colunga, profesores de la Universidad de Salamanca (España), la expresión «hijos de Dios» equivale a ángeles. Así lo vieron igualmente los traductores griegos alejandrinos de la versión de los Setenta. Los judíos, por su parte, opinan de la misma manera. Yo no lo tengo tan claro… Según mis noticias, los ángeles son criaturas perfectas (o casi perfectas) cuya naturaleza es básicamente espiritual. En consecuencia, no pueden sentir atracción sexual hacia los seres humanos. Dicho de otra manera: los «hijos de Dios» que menciona el Génesis no creo que disfrutaran de la naturaleza angelical. Más bien podríamos identificarlos con seres de carne y hueso, sujetos a la lujuria (como sucede con las criaturas humanas). Y regresamos —necesariamente— a los elohim, al «equipo» de astronautas que fue identificado con Yavé. Eso sí me cuadra. Fueron estos seres (lógicamente llamados «hijos de Dios») quienes pudieron cruzarse con las hijas de los hombres. Resultado: criaturas con una genética distinta. ¿Gigantes? Posiblemente. Las leyendas y la mitología de muchos pueblos hablan de aquellos «héroes».
Después fueron llegando otras interpretaciones, a cual más absurda y peregrina. La de Julio el Africano fue la más estúpida. Este afirmó que los «hijos de Dios» a los que alude el Génesis «eran los descendientes de Set, el tercer hijo de Adán y Eva». Pero no quedó la cosa ahí. Para el Africano, «las hijas de los hombres» eran las hijas y nietas de Caín. Y se quedó tan ancho…
Naturalmente, ninguna iglesia acepta mis proposiciones: ¿astronautas hace miles de años?, ¿seres no humanos eligieron mujeres humanas y les hicieron hijos? ¿Ese «equipo» adoptó el nombre de Yavé?
Como decía el Maestro, quien tenga oídos que oiga…
¿PUEDE DIOS ARREPENTIRSE?
«Y vio el Eterno que era grande la maldad del hombre en la tierra y que todo pensamiento de su corazón constantemente alentaba designios malignos. Y arrepintióse el Eterno de haber hecho al hombre en la tierra, lamentándolo en su corazón. Dijo entonces el Eterno: “Borraré de la faz de la tierra al hombre que he creado, como así también a las bestias, los reptiles y las aves del cielo, porque estoy arrepentido de haberlos hecho”. Pero Noé halló favor a los ojos del Eterno…
Esta es la historia de Noé. Noé fue un hombre probo y justo entre sus semejantes, y andaba con Dios. Y tuvo Noé tres hijos: Sem, Cam y Jafet. Y la tierra se había corrompido ante Dios y estaba colmada de violencia. Y vio Dios que la tierra era corrupta, pues todo ser viviente se había corrompido en su camino en la tierra. Y le dijo Dios a Noé: “Para Mí ha llegado el fin de toda carne, porque la tierra está llena de violencia por su culpa. He aquí que los destruiré con la tierra. Hazte un arca de madera de gófer (presumiblemente conífera). Harás celdas en el arca y las calafatearás por dentro y por fuera con brea. Y así la harás: de trescientos codos (1 codo = distancia desde el codo hasta la punta de los dedos: 45 centímetros) de longitud, cincuenta codos de ancho y treinta codos de altura. Le harás una ventana al arca, que rematarás un codo más arriba. Harás la puerta del arca en un costado y harás un primero, un segundo y un tercer piso. Y Yo traeré un diluvio de aguas sobre la tierra para destruir a todo ser que aliente vida debajo del cielo. Todo lo que haya en la tierra perecerá. Y estableceré Mi Pacto contigo. Tú entrarás en el arca y (también) tus hijos y tu mujer y las mujeres de tus hijos. Y de todo ser viviente traerás dos al arca, para que sobrevivan contigo. Macho y hembra han de ser. De las aves según su especie y del ganado según su especie y de cada reptil según su especie. Y llevarás contigo todo lo que sea comestible, que servirá de alimento para ti y para los demás”. E hizo Noé todo lo que le había mandado Dios…
Y tenía Noé seiscientos años de edad cuando el diluvio se abatió sobre la tierra. Y entraron Noé y sus hijos y su mujer y las mujeres de sus hijos, al arca, por las aguas del diluvio…
Y al cabo de siete días las aguas del diluvio estuvieron sobre la tierra… Ese día se rompieron todas las fuentes del gran abismo, abriéndose las aberturas del cielo. Y hubo lluvia sobre la tierra durante cuarenta días y cuarenta noches… Y el diluvio se abatió cuarenta días sobre la tierra, con gran crecimiento de las aguas, que levantaron el arca por encima de la tierra. Y prevalecieron las aguas en gran manera sobre la tierra y el arca quedó en la cresta de las aguas. Tanto prevalecieron las aguas sobre la tierra que todas las altas montañas que estaban bajo el cielo quedaron cubiertas. Quince codos más arriba subieron las aguas, cubriendo las montañas. Y expiró toda carne que se movía sobre la tierra… y también todo hombre. Todo lo que tenía aliento de vida en tierra firme murió. Así exterminó (Dios) todo ser viviente que moraba sobre la faz de la tierra, desde el hombre al animal, el reptil y el ave del cielo… Y prevalecieron las aguas sobre la tierra durante ciento cincuenta días». (Génesis)
Según pude comprobar, buena parte de los expertos en el Antiguo Testamento está de acuerdo en algo: la narración bíblica sobre el diluvio es otra copia de copia. Muy probablemente de antiguos textos akádicos y sumerios. En el Museo Británico, en Londres, puede contemplarse una copia de la que llaman «tabla del diluvio»: una tablilla de cerámica cocida en la que se lee parte de las aventuras del héroe Gilgamesh. La tabla fue escrita en Babilonia unos 2.200 años antes de Cristo. Corresponde al undécimo libro de la Epopeya de Gilgamesh. En el poema épico aparece Nuh-Napishtim (antepasado de Gilgamesh), que cuenta los pormenores del diluvio. Nuh sería el Noé caldeo, pero muy anterior al Noé bíblico. En dicha «tabla del diluvio», los dioses castigan al hombre por sus pecados, mandan construir un arca a Nuh-Napishtim, calafatearla por dentro y por fuera, llenarla de animales y esperar en su interior la crecida de las aguas. También Nuh envió tres pájaros (para cerciorarse de la situación); el último no regresó, al igual que refiere el Génesis.1
Existe otra versión —sumeria— del diluvio, también anterior a la primera redacción de la Biblia. El protagonista es el rey Ziusudra. Beroso lo menciona como Xisuthros en su Historia babilónica (siglo III a. de C.).
Según el arqueólogo inglés Leonard Woolley, el referido «diluvio babilónico» pudo registrarse hacia el año 3200 a. de C. Se trató, con toda probabilidad, de una inundación provocada por los ríos Tigris y Éufrates que afectó a unas 40.000 millas cuadradas.
Las leyendas sobre el diluvio pueden encontrarse en decenas de pueblos: Babilonia, Tíbet, Australia, India,1 Polinesia, Cachemira, Lituania y Frigia,2 entre otros.
Arca del Noé caldeo, con seis cubiertas y 55 metros de lado, muy anterior al arca de la Biblia. Visión de J. J. Benítez en una relajación profunda. (Método Silva.)
Moneda frigia en la que se representa el arca (201 a 210 después de Cristo), durante el reinado del emperador Septimio Severo. (Archivo: J. J. Benítez.)
No dudo que el diluvio fuera una realidad, pero me inclino a creer que no fue universal, como pretenden algunas religiones y como relata la Biblia. Estoy de acuerdo con el citado sir Charles Leonard Woolley, arqueólogo, que trabajó durante años en las excavaciones del tell Al-Muqayyar, en las proximidades de Ur, en la antigua Caldea. Woolley descubrió algo fascinante. Bajo un estrato de tumbas reales y otro de cerámica fabricada al torno encontró una lámina de barro de tres metros de espesor. Por debajo del lodo halló otro estrato repleto de cerámica. ¿Qué significaba esto? Muy sencillo: el lugar había sido sorprendido por una imponente inundación. Y Woolley envió un telegrama que resumía el hallazgo: «¡Hemos encontrado huellas del diluvio!». Según el arqueólogo inglés, la catástrofe, al noroeste del golfo Pérsico afectó a una superficie de 630 kilómetros de longitud por 160 kilómetros de anchura. Obviamente, la terrible inundación tuvo un carácter local. Ocurrió —según Woolley— 4.000 años antes de Cristo.
Señalado con el número 1 el estrato de barro, con tres metros de altura. A y B corresponden a estratos superiores e inferiores, igualmente habitados. El lodo sería la huella del célebre diluvio. (Cuaderno de campo de J. J. Benítez.)
Algún tiempo después, John C. Whitcomb y Henry M. Morris aportaron más información sobre el supuesto diluvio universal. Estudiaron las medidas del arca bíblica y llegaron a la conclusión de que la nave disponía de 13.000 toneladas de carga útil. Algo parecido a los modernos cruceros. El arca de Noé presentaba tres pisos o cubiertas. Y fijaron la fecha del diluvio en el año 2350 a. de C. Es decir, hace 4.350 años, aproximadamente.
Whitcomb y Morris defienden el carácter universal del diluvio. Yo no estoy de acuerdo. Aceptando que la catástrofe se registrara hace 4.000 o 5.000 años, eso hubiera significado la desaparición de toda la humanidad (en todos los continentes). ¿Cómo explicar entonces los numerosos pueblos y etnias existentes en la Tierra durante los años inmediatamente posteriores a esas fechas? Si las aguas cubrieron la totalidad del globo —según la Biblia—, ¿cómo entender que sigan existiendo los marsupiales australianos (por poner un ejemplo)? Si el diluvio hubiera sido universal, hoy no tendríamos noticias del ornitorrinco, de la equidna, del oso hormiguero (koalas) y de los canguros.
Pero lo verdaderamente grave —gravísimo— de estos pasajes bíblicos son las alusiones al «arrepentimiento de Dios»: «Y arrepintióse el Eterno de haber hecho al hombre en la tierra, lamentándolo en su corazón». ¿Desde cuándo el Padre Azul tiene capacidad de arrepentimiento?
Para mí está claro: el diluvio fue una inundación natural y local que nada tuvo que ver con Dios. Otra cuestión es que el ser humano la adornara y se aprovechara de ella.
Lo olvidaba: ¿y por qué Dios tenía que castigar a los animales? ¿Qué mal habían hecho?