La primera vez

La primera vez

Juan Mt

Recuerdo la primera vez que decidí escribir. Me sucedió una tarde, mientras me transportaba por la ciudad y el sol anaranjado me fundía entre recuerdos y nostalgias. Me movía un tipo de ensoñación que se sobrelapaba con la realidad y los sonidos que en ese momento me rodeaban. Si soy honesto, ahora mismo no vienen a mi mente muchos detalles de aquella primera vez pero seguramente había algo, un detonante que empujaba a liberar, de manera creativa, años de vivencias y sentimientos.


Junto a mi había alguien, eso sí lo recuerdo. Una persona extraña, entre tantas, como solo en un vehículo citadino puede haber. Tantas y con tantas historias de vida, que imaginar lo que pensaban, se me antojaba transgresor y divertido. El momento que se desarrollaba parecía haberse planeado para que sucediera en ese lapso temporal, no antes ni después. Cada detalle estaba dispuesto como si fuera parte de un instructivo en el que los materiales se muestran claramente para no fallar en su transformación a través de una ráfaga imaginaria. Con todo y el acomodo del universo en ese instante, no sabía cómo dar el primer paso.


Pensaba que quizá solo iba a lanzar una serie de disparates sin sentido y menos sin orden. Había una gran inseguridad pululando a sabiendas de que una vez escrito lo que fuera a escribir, el auditorio de la crítica estaría encantado de pasar a echar un ojo y notar, a través de unos cuántos párrafos mal hechos, más de lo que estaba dispuesto a mostrar en mi mundo real. Un curioso mundo donde me limitaba a actuar, pretendiendo saber vivir.


De vuelta a lo esencial, a aquello que debía pasar esa tarde, me encontré desechando todos los contras y decidido busqué el lienzo donde me estrenaría como comunicador de palabras y no de voces. El primer sitio donde acomodé las primeras frases fue el bloc de notas de mi teléfono móvil, sorprendentemente inútil pero era lo que tenía a la mano. Ahora no tengo idea alguna de lo que en ese momento escribí porque el teléfono como otras cosas del pasado, se quedaron almacenadas en algún cajón del que perdí la llave. Sin embargo, la sensación que se originó, esa sí que sería inolvidable. Era como dejarse caer espaldas en el pasto. Disfrutar el vértigo hasta impactar en el piso, era una emoción breve pero tan placentera, que se sentía prohibida; como si de una droga se tratara.


Sabía que tenía tanto por contarme, a mí, pero no estaba seguro de querer contarle algo a alguien más. Posiblemente me aferraba a aquella idea en la que el escritor debe ser alguien con una preparación perfecta. Una persona que sabe definir el objeto de lo que quiere contar, teniendo al mismo tiempo, una maestría inmejorable para no divagar entre vapores con el fin de mantener al lector interesado.


Yo no sabía que escribir por gusto y hacerlo con frecuencia me regalaría la oportunidad de mejorar y de gustarme más y entonces sí, de querer abrir ese mundo imaginativo que componía la otra parte de mi personalidad al público lector. Sé que esa sensación se llamaba miedo, casi todos conocíamos esa cosa irracional que siempre nos mantuvo a salvo. Hoy entiendo que era la incertidumbre de ignorar cuánto efecto tendría ese "algo con escribir" sobre mi vida. Pero siendo sincero, en aquellos ayeres, lo importante no era ponerle nombre a los sentimientos, lo esencial era mantenerme seguro.


A bordo de un microbús, en un lapso breve de la vida, pasé de las dudas a la autoterapia. -Nada malo va a suceder-, pienso que eso me dije para animarme a comenzar. Hoy todavía me cuestiono el por qué no llevaba una libreta y un lápiz. No recuerdo dónde había estado pero ahí, en ese momento, todas las circunstancias me pusieron a escribir. Aquellas notas que se quedaron escritas en un dispositivo móvil, allá por el año dos mil catorce, vieron nacer un primer texto que relataba la vida de la gente de una cañada. La primera vez que una de mis vivencias, acompañada de la nostalgia, me hacían ponerle nombres y características a personajes cargados de hubieras en paisajes combinados con mis caminatas del pasado y los deseos del futuro. Aquel fue el primer texto que escribí con toda la intención de que alguien lo leyera y considerara que era ligeramente fuera de lo común.


Mi primer creación tuvo una lectora que la evaluó como algo que le recordaba a otro autor. Sin dejarme claro si eso había sido bueno o destrozaba mi intento narrativo, solo supe que la sensación de caerse sobre el pasto había estado presente otra vez. Qué bonito era gozar el elogio, pequeña trampa para los corazones que tienen mucha vida por vivir y secretos por descubrir.


Con el tiempo, esa manera de transmitir emociones, se convertiría en una característica que acompañaría mi personalidad. Hice afición el comparar los cabellos rizados de una hermosa chica, con el danzar de un río; el brillo de sus ojos, con el esplendor de un arcoíris y gocé, cada vez, del efecto que algo tan sencillo despertaba en ella y en otras personas. Le abrí la ventana a un público que escudriñaba, a través de mis letras, los deseos ocultos de mis aspectos más vulnerables.


En un resumen, aún reflexiono aquellas hermosas sensaciones y los bellos recuerdos que tengo de los tiempos en los que comencé a disfrutar el escribir por escribir, mientras romantizaba los atardeceres, las montañas, las lágrimas y cuanto objeto desencadenara la sensación de caer de espaldas en el pasto como esa primera vez en un punto incierto de una ciudad pintada de color naranja.


Xalapa, 04 de octubre de 2023

Foto: Crédito Propio. Bulevar 5 de mayo, Puebla, México.

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