La cárcel
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Desde el interior del coche, Rodrigo envió a Alejandro su ubicación en el aparcamiento del hospital mientras repasaba la actitud del padre de Miguel. Encontrarse frente a un padre que acaba de perder a su hijo resultaba uno de los peores momentos que podía vivir como policía. Y no era la primera vez, por desgracia, que debía enfrentarse a una situación así. Otras circunstancias de su oficio, en el que ya llevaba casi quince años, llegarían a formar parte de sus hábitos y se acostumbraría a ellas, pero a la expresión de vacío que llenaba el rostro tras conocer la muerte de un ser amado, a eso nunca.
Quizá se equivocase y la frialdad con la que el hombre había reaccionado ante la noticia fuese tan solo el rechazo a un hecho no deseado. La mente humana es muy compleja ante sucesos que no queremos o no podemos comprender. Tal vez necesitara tiempo para asimilar la muerte de su hijo, una pérdida antinatural para la que nadie está preparado.
Eso o no tenía entrañas.
—Hola, compañero.
La puerta del coche daba paso a Alejandro, que desde el asiento del acompañante parecía haber recuperado toda la energía.
—¿Qué has descubierto? —preguntó Rodrigo.
—Pues he comprobado lo rápido que se puede hacer un análisis de tóxicos cuando lo pide la persona adecuada —dijo con mezcla de sorna y cabreo—. Miguel fue envenenado con el mismo producto que usaron para matar a Valeria.
—Eso hace pensar en un asesino común.
—Así es —afirmó Alejandro.
—La familia quiere recuperar el cuerpo lo antes posible —continuó el policía.
—¿Y eso?
—Ni idea, supongo que será algún tema religioso. Por lo que me dijeron los médicos, la madre se negaba a que le realizaran la autopsia. La familia apostó a uno de los suyos en la puerta del depósito para custodiar el cuerpo hasta que el forense extraiga las muestras necesarias.
—Te refieres al tipo que estaba con el padre, el de la cicatriz en la mejilla —comentó Rodrigo.
—Sí. ¿Te fijaste en sus ojos? —preguntó Alejandro—. No tiene expresión, parecen vacíos. Crucé la mirada con él al salir de la sala de autopsias y da la sensación de estar contemplando el fondo de un pozo.
—Creo que sería bueno hablar con Vicenta para saber qué ha descubierto de esa familia. Cuando lleguemos a los estudios de La cárcel, la llamaremos.
—¿Vamos allí ahora? —preguntó Alejandro al tiempo que se abrochaba el cinturón de seguridad.
—Sí, Vera Palacios se ha llevado al padre de Miguel Ortiz para recoger sus efectos personales; supongo que aprovechará para convencerle de que no haga público el asesinato. Quiero saber qué le va a proponer, no me fío de ella. De paso podemos hablar con la gente de la científica.
Durante el trayecto repasaron los datos de ambos asesinatos tratando de encontrar alguna relación entre Valeria y Miguel. Ninguna pista conectaba el pasado ni el presente de los jóvenes.
Al llegar a la cárcel, los policías comprobaron un aumento en el personal de seguridad. Sin duda, la productora y la cadena estaban dispuestas a mantener la farsa del concurso hasta el último momento.
—¿Realmente creen que pueden ocultar dos muertes y seguir tan tranquilos? —dijo Alejandro con estupor.
—Queda una semana de concurso; no sé si lo lograrán, pero lo van a intentar, eso seguro —afirmó Rodrigo mientras marcaba de nuevo el número de teléfono de Alina… Mismo mensaje.
—¿Todo bien? —preguntó Alejandro ante el rostro de preocupación de su compañero.
—Espero que sí —respondió este relegando el móvil al bolsillo del pantalón.
Los policías accedieron al edificio escoltados por dos miembros del personal de seguridad. Un vistazo al entorno mostró a Rodrigo un nivel de actividad similar al de días anteriores, los equipos se mantenían centrados en el trabajo, dando la impresión de desconocer lo sucedido.
Sin hablar con nadie, Rodrigo guio a su compañero por el pasillo interior hasta llegar a la celda que ocupaba Miguel Ortiz; un recorrido parecido al efectuado semanas atrás en dirección a la de Valeria. Allí encontraron al equipo de la científica a punto de regresar a la comisaría.
—Subinspector Arrieta y subinspector Suárez —se presentó Rodrigo—. ¿Ya habéis terminado?
—Sí. El chico era muy ordenado, todas sus pertenencias estaban colocadas en el armario. La productora nos ha pedido que las empaquetemos para devolverlas a la familia, no hay nada en ellas que se deba analizar. Al laboratorio enviamos una botella de agua que encontramos tirada en el suelo con restos de líquido, para realizar un análisis de tóxicos —aclaró el policía de más edad.
—Creía que no estaba permitido tener comida ni bebida en las celdas —interrumpió Alejandro.
—¿Alguna otra cosa en la celda fuera de lo normal? —preguntó Rodrigo.
—No sé si fuera de lo normal, extraño sí. Dentro del armario, sobre la ropa de la víctima encontramos una flor.
—Anoche hubo una especie de fiesta en la cárcel, quizá sea el regalo de alguna admiradora —sugirió Alejandro.
—La hemos procesado y empaquetado y va camino del laboratorio también —confirmó el policía.
Sin más información que añadir, el equipo de la científica abandonó las instalaciones mientras Rodrigo y Alejandro se dirigían al despacho del director, el único espacio de aquel caótico lugar en el que podría estar teniendo lugar una reunión sin ser vistos ni oídos. Su llegada coincidió con el momento en que el padre de Miguel y su chófer abandonaban la habitación seguidos de Vera. La sonrisa de la mujer mostraba sin dejar lugar a duda el triunfo conseguido.
—¿Alguna novedad? —preguntó con sorna Vera.
—Señor Ortiz, los compañeros de la científica están terminando de preparar las pertenencias de su hijo, en unos minutos se las entregarán. —Rodrigo prefirió ignorar la provocación de la mujer.
—Gracias —respondió el hombre sin modificar el gesto neutro del rostro.
—Si usted lo desea, pediré a uno de los coches de producción que se las envíen a casa, en cuanto esté todo dispuesto —ofreció Vera.
—Será lo mejor —comentó el hombre.
—¿Podría hacerle una pregunta? —sugirió Rodrigo.
—¿No puede esperar? No creo que el señor Ortiz esté con ánimo para responder. —Antonio acudía en ayuda de alguien que no la necesitaba.
—Disculpe, subinspector Arrieta, me gustaría irme a casa, mi esposa me necesita.
—Seré breve —afirmó Rodrigo ante la reticencia del hombre—, así evitamos que tenga que desplazarse hasta la comisaría para declarar.
Luis Ortiz mantuvo la mirada del policía, el brillo de rabia en los ojos mostraba lo poco acostumbrado que estaba a recibir órdenes y presiones. Una afirmación de cabeza sirvió para que el policía diese por entendido el mensaje.
—Me gustaría saber si Miguel tenía pareja antes de entrar en el concurso.
—¿A qué viene esa tontería?, ¿qué tiene eso que ver con lo sucedido? —La rabia de Vera se filtraba con cada palabra.
—Disculpe, es importante —afirmó Rodrigo sin mirar a la mujer.
—Mi hijo era un hombre de veintisiete años, que por supuesto ha tenido sus novias. Pero nada serio —afirmó Luis Ortiz.
—¿Ninguna muchacha despechada que se sintiera ofendida al verlo tontear con otras en televisión? —continuó Rodrigo.
—No —sentenció el hombre.
—Además, Miguel no tonteaba con ninguna concursante —afirmó Antonio.
—¿Ni siquiera en la fiesta de anoche? —preguntó Alejandro.
—¡Un segundo, por favor! —pidió Antonio mientras descolgaba el teléfono— … Araceli —continuó Antonio mientras tapaba el auricular— …, la redactora que estaba ayer de guardia me confirma que Miguel no estuvo con ninguna de las chicas.
—Pregúntele por qué había una botella de agua en la celda de Miguel —apuntó Rodrigo.
—Dice que no lo sabe —respondió Antonio tras colgar—, en las normas está prohibido que tengan comida y bebida fuera del horario establecido para ello.
—¿A qué viene ese interés por la vida amorosa de mi hijo? —preguntó Luis Ortiz.
—Uno de los compañeros de la científica nos comentó que entre las pertenencias de Miguel apareció una flor —dijo Rodrigo—, pensábamos que el origen de su muerte pudiese tener algo que ver con un asunto de celos.
Las palabras del policía transformaron la piel de Luis Ortiz hasta volverla casi transparente.
—¿Una flor? ¿Qué tipo de flor? —una voz ronca y sin matices sorprendió a los presentes.
—¿No le ha oído? —preguntó con rabia el perro guardián de Luis Ortiz al tiempo que daba un paso en dirección a Rodrigo.
La mano derecha de su jefe detuvo el avance.
—¿Importa la especie a la que pertenezca? —interrogó Alejandro.
Unos segundos en silencio relajaron la rigidez en la mandíbula de Luis Ortiz.
—Si desean algo más, contacten con mis abogados.
Con estas palabras, y seguido de su chófer, abandonó el despacho.
—Espero que su falta de tacto no le haga cambiar de opinión respecto a los acuerdos alcanzados. Si no, tendrán problemas —amenazó Vera.
—Señora, hablamos de dos asesinatos, no se imagina lo poco que me importa el concurso y todos ustedes —fue la respuesta de Rodrigo.
—Además, si buscan sus cinco minutos de gloria, como todos, no creo que los dejen escapar por nada —afirmó Alejandro.
—No, esta familia no es así —intervino Antonio—, lo único que nos han pedido es discreción, no quieren que nada de lo sucedido se sepa, no desean que de ningún modo la familia sea importunada.
—El concurso enviará un comunicado en el que se anuncie el abandono del muchacho, así lo ha pedido su padre. La cadena se compromete a frenar cualquier información que sobre Miguel se pudiese emitir —dijo Vera—, el muchacho simplemente desaparecerá de los medios.
—¿Es así de sencillo? —A pesar de llevar semanas pudiendo comprobar el inmenso poder que se movía en aquel ambiente, Rodrigo no dejaba de sorprenderse—. ¿Se evapora sin más?
—Los personajes televisivos se crean y se destruyen a conveniencia —explicó Vera—, la audiencia se nutre de aquello que le ofrecemos.
—Y que la publicidad subvenciona —apuntilló Antonio con amargura.
Asqueados, Rodrigo y Alejandro salieron del despacho hacia el aparcamiento, impotentes ante tanta manipulación. Una llamada de la comisaría detuvo sus pasos.
—Hola, Vicenta, te íbamos a llamar nosotros. ¿Alguna novedad? —preguntó Alejandro activando el manos libres.
—He estado investigando el entorno de Miguel Ortiz, la verdad es que cuando revisamos la información sobre ellos, hace una semana, todo parecía normal: familia acomodada, sin problemas ni con la ley ni con hacienda. Sus padres, Luis Ortiz y Manny Anzano, poseen varios restaurantes y locales de ocio repartidos entre Córdoba y Sevilla, regentados por miembros de la familia. Miguel trabajaba como gerente en un pub de Sevilla.
—Quizá todo esto pueda tener su origen en los negocios familiares —apuntó Rodrigo.
—No lo sé, pero estoy segura de que esa gente oculta algo —comentó Vicenta.
—¿A qué te refieres? —preguntó Alejandro.
—Se me ocurrió retroceder en el tiempo para buscar algún suceso en el pasado de Miguel que pudiese dar origen a su asesinato; lo que me encuentro es que de la familia Ortiz Anzano solo existen datos desde poco antes del nacimiento de Miguel Ortiz.
—¿Y antes? —inquirió Alejandro.
—Nada de nada. Llevo un par de horas pidiendo favores, sin resultados.
—¿Hablaste con el jefe? Quizás él pueda obtener más información —sugirió Rodrigo.
—Le acabo de dejar todos los datos de la familia en su mesa. Si descubrimos algo más, os llamaré.
En silencio recorrieron la distancia que los separaba de la comisaría, absortos cada uno en sus pensamientos. Deseaban encontrar al culpable de aquellas dos muertes, porque ambos presentían que el causante era el mismo; pero sentían que con su trabajo, en lugar de resarcir a las víctimas, hacían el juego a unos intereses ajenos que tan solo buscaban beneficio económico.