La cárcel

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—¿Qué sabemos de Alina Calvar? —preguntó Rodrigo.

—¿Qué quieres decir? —respondió Vicenta.

—Pregunto si hemos investigado a la ayudante de dirección.

—Sí, claro, como a todos. —La voz de Vicenta mostraba la extrañeza del resto del equipo. Aunque desconocían la intensidad de su relación, todos eran conscientes de la especial empatía que existía entre Rodrigo y Alina.

—Vicenta y Manuel, por favor, repasad toda la información que tengamos sobre ella: pasado, familia, amigos —pidió Rodrigo—. Alejandro, quiero que investigues cuentas bancarias, salidas y entradas del país, y sobre todo empleos anteriores; necesito comprobar en qué proyectos participó antes del reality. Yo he de volver a la cárcel, es importante que hable con Antonio Llanos y compruebe algo.

Sin más explicación, abandonó la comisaría. La imagen de aquella flor tatuada en la suave piel de Alina le impedía pensar con claridad. ¿Qué significaba aquella locura? Sin atreverse a plantear sus dudas, decidió sumergirse en el tráfico denso de la ciudad. La concentración impuesta para evadirse de un atasco le permitió alejar fantasmas.

A su llegada, el rostro de los trabajadores mostraba una mezcla de enfado y frustración que Rodrigo no lograba comprender. Hasta donde él conocía, el personal que trabajaba en las instalaciones se mantenía al margen de lo sucedido tanto con Miguel como con Valeria. Cierto que existían diversos rumores, pero ninguno de ellos se había filtrado a la prensa. Aquella mañana, el caminar errático de los cámaras y la actitud pasiva de los figurantes dejaban entrever un cambio en los empleados.

Sin hablar con nadie, Rodrigo se dirigió a la sala de realización con la esperanza de encontrar a Claudia. La suerte le sonrió.

—Hola —saludó la mujer sorprendida—. ¿Sucede algo?

—¿Quién dio la orden ayer de dejar una botella de agua en la habitación de Miguel? —Rodrigo necesitaba respuestas.

—No se puso solo en la celda de Miguel, se colocaron en todas.

—Bien, vale, mi pregunta se refería a quién ordenó que se hiciera. —La tensión transformaba las preguntas en exigencias.

—Alina es la que se encarga de ese tipo de cosas —dijo la mujer mientras la sonrisa inicial se transformaba en una línea recta.

—¿Llevó ella el agua en persona o encargó la tarea a alguien en concreto?

—Casi todo el personal estaba liado preparando los últimos detalles para la emisión de la fiesta —explicó la mujer—, y ella se ofreció a llevarla para no saturar a nadie con más trabajo.

—¿Puede mostrarme en las cámaras la entrada en la celda de Miguel?

—Imposible —respondió la redactora—. Alina me pidió que las desconectase el tiempo justo para que ella entrase.

—¿Eso es algo normal?

—Bueno, normal, no sé, no me lo cuestioné.

—¿A qué hora sucedió lo que me está contando?

—Poco antes de que comenzase la fiesta, calculo que sobre las diez menos algo.

«Una hora antes de que llegase a mi casa», reflexionó el policía.

—Claudia, ¿dónde está Alina? —La voz jadeante de Antonio Llanos interrumpió la conversación.

—Disculpe —continuó el hombre—, no sabía que estaba usted aquí.

Con un simple gesto de cabeza, el policía le saludó.

—¿Sabes algo de Alina? —Antonio continuó con el motivo de su visita—. No consigo localizarla y sin ella esto es un desastre.

—La he llamado al móvil, no me contesta —respondió la mujer.

—Manda a alguien a su casa —ordenó Antonio.

El rostro congestionado del hombre mostraba una sincera preocupación por su ayudante.

—Hace un rato he enviado un coche patrulla a la vivienda de Alina. —Las palabras de Rodrigo, en lugar de tranquilizar, preocuparon más al director.

—¿Por qué? —preguntó Antonio.

—No puedo dar esa información —zanjó Rodrigo—, pero sí necesito saber cómo llegó Alina a trabajar en el programa.

—Se la contrató, igual que al resto —consciente de lo ridícula de su respuesta, Antonio continuó—. Me refiero a que llegó su currículum y era el mejor para el puesto.

—¿Había trabajado antes con ella? —interrogó Rodrigo.

—La verdad es que no. Tenía un ayudante desde hace doce años, pero sufrió un accidente y nos vimos obligados a sustituirlo.

—¿Qué tipo de accidente? —interrumpió el policía.

—Un coche lo arrolló cerca de su casa, perdió el control e invadió la acera.

—¿Se detuvo al causante?

—No, se dio a la fuga. Los testigos aportaron marca y modelo del coche. No sirvió de mucho, lo habían robado aquella misma mañana.

—¿Sobre el conductor, algún dato?

—Que recuerde, poca cosa, llevaba gorra y gafas de sol.

—Como si fuese disfrazado… —apuntó el policía.

—Algo así —confirmó Antonio.

—¿El hombre tenía enemigos o alguien que quisiera hacerle daño?

—¿A quién, a Armón? —se sorprendió Antonio—, pero si es un cacho de pan. ¿Cómo alguien podría hacerle eso a propósito? El pobre todavía camina con muletas y hace más de tres meses del atropello.

—Y Alina, ¿quién la recomendó para el puesto que de­sempeñaba? —Rodrigo decidió reconducir la conversación, seguro de que los detalles del atropello aparecerían en el informe policial.

—No lo sé —respondió Antonio tras reflexionar unos instantes—, sus datos aparecieron en mi mesa con el logo de la cadena, supuse que los habían enviado ellos; la verdad es que me pareció apropiada y, como no disponíamos de tiempo para seleccionar candidatos, le hice una entrevista y se quedó.

Mientras Antonio hablaba, Rodrigo observó cómo los ojos de Claudia se movían inquietos al tiempo que un ligero rubor cubría la piel de sus mejillas.

—¿Algo que comentar? —preguntó Rodrigo.

—No, nada —tartamudeó la mujer.

—Estamos hablando de un tema de asesinato —la voz del policía atronó la habitación—. Si sabe algo, tiene que decirlo.

—Una amiga me pidió que dejase el currículum de Alina en la mesa de Antonio —mientras hablaba, sus ojos no se despegaban del suelo—. Habían trabajado juntas en otros programas y me habló muy bien de ella.

—¿Por qué no me dijiste nada? —preguntó Antonio, la sorpresa se marcaba en su rostro.

—No lo sé, no me pareció importante, era solo para darle una oportunidad de trabajo a la chica —se justificó Claudia—. Además, cuando le hiciste la entrevista me dijiste que era perfecta, para qué contarte la verdad y que te cuestionases si contratarla o no, qué importancia tenía si los datos venían de la cadena o no.

—Necesitaría que me enviase una copia del currículum para comprobar ocupaciones anteriores. —Las sospechas del policía se transformaban en realidades que le costaba asumir, necesitaba pruebas concretas.

—No hay problema, creo que lo tengo archivado en mi despacho —respondió Antonio mientras se dirigía a la puerta. Con la mano apoyada en el pomo, se volvió—. ¿Usted cree que puede tener algo que ver con la muerte de esos muchachos?

La mirada de Rodrigo afirmaba lo que su mente se negaba a aceptar. Sin más, el hombre desapareció del cuarto para regresar a los pocos minutos.

—Aquí tiene. —La tristeza se aferraba al rostro de Antonio—. La mujer apareció en el momento oportuno y parecía tan válida que no me cuestioné nada más.

Con más inseguridades que respuestas, Rodrigo abandonó las instalaciones en dirección a su coche. Apenas había introducido la llave en el contacto cuando el sonido de su móvil le obligó a detener el motor.

—¿Qué tenemos? —preguntó Rodrigo.

—Acaban de llamar del coche patrulla que enviamos a casa de Alina Calvar —respondió Vicenta—. Nadie responde.

—Pide una orden para entrar —ordenó el policía.

El tono carente de expresión asustó a la mujer.

—¿Con qué motivo?

—Sospechosa de asesinato.

—Lo siento —respondió Vicenta sin pensar.

Por primera vez, el policía fue consciente de que sus sentimientos por Alina no eran un secreto.

—Voy a activar el manos libres —continuó la mujer—. Manuel y Alejandro tienen novedades.

—Hola, compañero —saludó Manuel—. La chica llegó a España en junio de 1988, acababa de cumplir nueve años, procedente de Colombia. He pedido algunos favores y parece ser que entró con un proceso abierto de acogimiento preadoptivo por parte de un tal Pablo Calvar y su esposa Gemma Santiago.

—¿Has averiguado algo de sus padres de acogida?

—El tipo es ingeniero informático. Trabaja para una multinacional con presencia en Colombia. Estuvo destinado cinco años allí y luego regresó a España. Situación económica muy buena.

—Alina me dijo un día que había pasado parte de su infancia interna en colegios —comentó Rodrigo.

—Es cierto, ese mismo curso la niña fue matriculada en un centro elitista y caro a las afueras de Madrid. Allí estuvo hasta los dieciocho años. Después, según figura en el registro bancario, sus padres de acogida abrieron una cuenta con su nombre en la que le ingresaban una asignación mensual, bastante generosa; los pagos se hacían desde una sociedad que gestiona el capital del matrimonio.

—No la querían en casa —dijo Vicenta—. La mantenían, pero sin más.

—No comprendo por qué la adoptaron, o acogieron, o lo que sea para luego meterla interna —reflexionó Manuel.

—Ni idea —continuó Vicenta—. Contacté con la madre por teléfono hace un momento. No quiere saber nada de Alina. Insistí y me respondió con una frase que no entendí y no quiso explicarme, textualmente dijo: «Debimos dejarla morir».

—Entiendo su cabreo, les ha robado casi dos millones de euros. —Alejandro no separaba la vista del ordenador.

—Eso es mucha pasta. —Manuel dio un silbido.

—Hace dos días liquidó los activos de una empresa, con fiscalidad en Colombia, cuyos máximos accionistas son Pablo Calvar y su esposa.

—¿Cómo lo has descubierto? —preguntó Rodrigo.

—Ha dejado un rastro de los movimientos tan evidente que solo le faltó colocar unos luminosos —ironizó Alejandro—; no solo quería dejarlos sin dinero, creo que también deseaba que lo descubriésemos.

—¿Consta alguna denuncia? —Vicenta mostraba su extrañeza, la madre no le había comentado nada durante la conversación que habían mantenido.

—No —respondió Alejandro—, supongo que no querrán explicar la procedencia de todo el dinero que tenían invertido en esa sociedad.

—¿Dónde metió Alina la pasta que les ventiló? —preguntó Manuel.

—No puedo saberlo, se escapa de nuestra competencia. Si queremos más datos hay que acudir a la vía judicial.

—Preparaba su huida —susurró Rodrigo.

Vicenta prefirió ignorar el comentario de su compañero y continuó.

—¿Algún dato que la relacione con el chantaje a Jesús Herrador y a Antonio Llanos?

—Al analizar su experiencia laboral —afirmó Alejandro—, he descubierto que en las fechas que Antonio Llanos mantuvo su aventura extramatrimonial ella participaba en un proyecto de la televisión local, en una población cercana al hotel en el que la pareja de enamorados se hospedaba. Supongo que no tendría problema para obtener las fotos.

—Necesitaba que Antonio fuese el director del concurso porque sabía que podría conseguir el puesto de ayudante y así introducirse en el programa. Aunque para eso tuviese que atropellar a alguien —apuntó Rodrigo.

—Y con los años que lleva en la profesión, no dudo que conociese los rumores sobre la adicción de la hija de Jesús Herrador —afirmó Vicenta.

—Todas las pruebas la acusan —dijo Manuel.

—Pero aún nos falta el porqué —apuntó Alejandro.

—Rodrigo, tú la conocías —sugirió Vicenta—. ¿Crees que es capaz de algo así?

—Yo conozco los momentos que pasó conmigo estas últimas semanas —confesó Rodrigo—, nada más.

—Me acaban de enviar un mensaje del aeropuerto. —La voz de Alejandro no ocultaba su nerviosismo—. Alina Calvar embarcó en un vuelo rumbo a Bogotá a las siete y cuarto de esta mañana.

—¿Compró el billete a su nombre? —preguntó Vicenta, extrañada.

—Es su forma de despedirse —reflexionó Rodrigo en voz alta.

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