La cárcel
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Recostado en la silla de su despacho, Antonio sostenía en la mano derecha un cigarrillo; por el aspecto del cenicero, no era el primero de la mañana.
—No sabía que fumabas —dijo Alina a modo de saludo.
Antes de que pudiese contestar, una recriminación atravesó la puerta.
—Pero ¿no lo habías dejado? —Claudia movía las manos delante de la cara como si con ese simple gesto pudiese sanear el aire de la habitación.
—Sentaos, hemos de hablar —ordenó Antonio al tiempo que aplastaba la colilla contra el cristal del cenicero.
Mientras resumía a su ayudante lo sucedido las horas anteriores, sus dedos no dejaban de acariciar el paquete de tabaco cedido por uno de los cámaras; sentía la necesidad incontrolable de introducir en el cuerpo toda la nicotina que le había negado en los últimos años.
Cuando llegó al punto de la reunión con la productora, Claudia no pudo contenerse.
—Pero se han vuelto locos, ¿cómo vamos a decir que está en el hospital si está muerta?
Incapaz de defender una opción con la que no estaba de acuerdo, Antonio permaneció callado. En su lugar, Alina respondió:
—No tienen otra salida. —Su voz sonaba tranquila, aunque Antonio intuía que tan solo controlaba sus emociones. La expresión del rostro, cuando le comunicó la muerte de Valeria, reflejó el mismo asombro que Claudia y él también sentían.
—No es algo sobre lo que podamos opinar, Claudia, la decisión está tomada, tan solo comunico una orden —afirmó Antonio sin separar los ojos de su subordinada.
—Ni siquiera sabemos de qué ha muerto, alguien debería investigar para saber qué le pasó —protestó Claudia.
—Olvida el tema, por favor, estoy seguro de que todos los protocolos necesarios se activarán a su tiempo. —Antonio prefería no pensar y acatar las órdenes, por ahora; resultaba más sencillo.
—¿Y qué van a hacer con el cuerpo? No pueden esconderlo. —El rostro de Claudia se contrajo al hablar.
—Será incinerada, entregarán las cenizas a su madre y cuando todo acabe se celebrará el funeral. —El rostro de Antonio se dirigía al suelo mientras hablaba incapaz de aceptar como propias aquellas palabras.
—Esta noche se elige al quinto expulsado del programa, ¿seguimos con el guion establecido o lo modificamos? —Alina asumía la situación y comenzaba a trabajar sobre ella.
—Si mantenemos el ritmo de eliminaciones, o bien se incluye un nuevo concursante o bien el programa tendrá que acortarse una semana, y eso es imposible —reflexionó Antonio.
—Esa decisión se puede tomar dentro de unas semanas. Nuestra prioridad ahora es que el público se olvide de Valeria, así será más fácil mantener la mentira. Ninguna agencia pondrá sus fotógrafos en la puerta del hospital si la audiencia no pide información sobre ella —comentó Alina.
—Nada gusta más que un romance. —Aunque su rostro reflejase rechazo, Claudia trataba de colaborar.
—Tienes razón. Os propongo algo: quien gane la prueba de esta noche recibirá como premio disfrutar de una cena especial cada día de la semana, acompañado del concursante que elija —sugirió Alina.
—Supongo que tu intención es que gane Andrés —dijo Antonio.
—Sí, ese tiene claro a lo que ha venido al concurso y sabe que la única posibilidad de mantener su presencia en los platós es a través de este tipo de historias —continuó Alina—. Desde el principio puso sus ojos en Valeria; pero la chica, a pesar de lo que su aspecto pudiese transmitir, era bastante mojigata. Lo malo es que no creo que pueda ganar la prueba; si se tratase de algo físico tendría posibilidades, se nota que hace deporte y está en forma; pero lo que es el cerebro, creo que lo tiene plano del todo.
—Hace tres noches les dejamos en las celdas los textos que debían memorizar —Claudia apoyaba a su compañera—. Por lo que he visto en las cámaras, Andrés solo se acercó para ojear los folios, pero no llegó a leerlos ni una sola vez. Es imposible que pueda recitar la parte de La Celestina que le toca.
—¿El resto de los concursantes están haciendo lo mismo? —preguntó Antonio.
—Solo Miguel, Mar y Noa parecen interesados en ganar, el resto ni se molestan —aseguró Claudia.
—Me parece bien tu idea, dará juego poner a Andrés en una situación propicia para seducir a alguna de sus compañeras. Tenemos que asegurarnos de que gana. —Antonio pensó unos segundos—: Dirígelo a la celda de aislamiento, haremos creer a la audiencia que va a la reunión con el psicólogo, para anular la cámara. Quiero que se prepare un equipo de sonido, le chivaremos el texto, él solo tendrá que repetir las palabras que escuche con una cierta entonación; espero que sea capaz de hacerlo.
—Hablaré con él y le explicaré en qué consiste el premio, creo que se esforzará por conseguirlo —afirmó Alina.
—Supongo que la cadena y la productora estarán de acuerdo; por si acaso, hablaré primero con Vera —reflexionó Antonio—. Id preparándolo todo, pero no habléis con él hasta que os avise.
—¿Quién le dirá a David los cambios en el programa de hoy? —preguntó Alina con una sonrisa irónica en el rostro.
—Mierda —susurró Antonio. Durante la conversación se había olvidado de aquel inútil.
—Cada semana resulta más vergonzoso. —Las palabras de Claudia reflejaban el sentir de todo el equipo.
—Lo sé. Pero no queda otra, la cadena lo quiere como presentador. —Pensar en aquel tipo hizo que las manos le acercasen un nuevo cigarrillo a la boca.
—Ya me encargo yo.
El ofrecimiento de Alina fue recibido con una sonrisa en el rostro de Antonio; antes de que abandonasen la sala este continuó:
—Nada de lo que hemos hablado aquí se puede hacer público, nada. No lo olvidéis —con los ojos de las mujeres pendientes de sus palabras, él finalizó la frase—…, por favor.
Con un gesto de cabeza, ambas aceptaron la orden.
A solas en su despacho, Antonio miró la hora en el reloj de muñeca, pasaban apenas unos minutos de las once y media. El sonido proveniente de su estómago avisaba de la necesidad de ingerir algún alimento. La siguiente llamada le enfrentaría de nuevo a la voz irónica y autoritaria de Vera, imposible hacerlo sin antes tomarse un café bien cargado.
Apostado al lado de la máquina de bebidas, observó durante unos minutos a los miembros del equipo. Cada uno, conocedor de su trabajo, aportaba las piezas para un engranaje perfecto, todo detalle resultaba básico para el conjunto final. Los cámaras, los técnicos de sonido, los montadores de imágenes, las redactoras, se desplazaban por el laberinto de pasillos al ritmo de una música imaginaria, como si de una danza se tratase. Incluso los absurdos figurantes, actores que trataban de abrirse un hueco en el mundo de la televisión, representaban su papel sin dudar; todo el esfuerzo para ofrecer al telespectador una mentira, una mentira que la audiencia admitía como tal, pero que deseaba seguir observando.
Por suerte, la mayoría de los trabajadores eran ya conocidos de otros proyectos en televisión. Profesionales y competentes, apenas precisaban de una leve dirección para captar lo que Antonio deseaba. Por desgracia, en grupos tan numerosos siempre hay un elemento discordante, es algo que todo director asume; el problema se presenta cuando esa nota malsonante es una cabeza visible, en esta ocasión, el presentador de las galas semanales. Para Antonio, David Salgado reunía tal número de defectos que lo hacían incompatible con el resto de la humanidad. Todo en él provocaba rechazo: su afán de protagonismo, su carácter despótico, sus delirios de grandeza.
No comprendía los motivos de la cadena para elegir a alguien así como presentador de la mayor apuesta de la temporada; ni por su físico, operado y recauchutado hasta parecer una visión esperpéntica de su propio cuerpo, ni por su mente, atrofiada por el abuso de alcohol. Nada en él parecía apropiado para centrar el peso del programa. A pesar de las protestas por parte de la productora, Jesús Herrador se mantuvo firme.
Asqueado, Antonio arrojó el vaso de café a la papelera y regresó al despacho. Si quería llevar a cabo la idea de Alina debía contactar con Vera y obtener su aprobación.
—Hola —respondió la mujer—, acabo de salir de la reunión; no han puesto ningún problema, tampoco tenían demasiadas opciones. ¿Algo nuevo por ahí?
—Claudia y Alina se encargan de dar al personal la noticia de la supuesta enfermedad de Valeria. —Antonio pasó a exponer la propuesta de su ayudante para centrar en el concurso la atención de la audiencia.
—Me gusta la idea, ¿quién se va a coordinar con el plató?
—Alina se encargará de todo.
—Perfecto, es muy eficiente. Yo me ocuparé de sacar a la madre de Valeria de la gala, no quiero sorpresas.
—¿Aceptó tu propuesta?
—Ahora me dirijo al hospital, le he pedido a mi amigo que espere con ella en algún despacho; la quiero alejada de curiosos que puedan reconocerla. No puedo darle tiempo a abrir la boca y estropearlo todo.
—Ojalá tengas suerte —respondió irónico Antonio.
—No creo que la necesite; por lo que sé, la reacción al saber que su pequeña estaba muerta fue de rabia y no de pena. No me costará nada convencerla, te lo aseguro.
Irritado por las palabras de Vera, Antonio colgó el teléfono y se reclinó en la silla.
—El último —murmuró para acallar el sentimiento de culpa mientras encendía otro cigarrillo.
El resto de la jornada resultó un auténtico caos. Con Alina centrada en reescribir el nuevo guion para la gala nocturna y el equipo de redactoras coordinando la prueba que debería emitirse aquella noche, Antonio debía hacer frente a los problemas cotidianos del personal y a la intendencia de las instalaciones, tareas de las que siempre se ocupaba su ayudante.
—¿Necesitas ayuda? —la voz de Alina parecía salida de sus pensamientos.
—Tenemos un cámara con gastroenteritis y otros dos con el móvil apagado —protestó Antonio.
—Espera. —La mirada de la mujer pasó de la hoja de anotaciones, que Antonio garabateaba encima de la mesa, a la pantalla de su teléfono móvil—. Esos números son los del trabajo, los apagan cuando salen de turno, llama a estos que me dieron; son solo para emergencias, creo que lo de hoy lo podemos considerar así.
—Gracias, con dos más creo que nos podemos arreglar —contestó su jefe—. ¿Cómo vas con el tema de la gala?
—Acabo de enviarles los cambios, supongo que ahora mismo se tienen que estar oyendo los gritos de David por todos los estudios de la cadena. Calculo que en un par de minutos me llamará para pedirme explicaciones. —Con un movimiento de hombros indicaba la poca importancia que concedía a los arrebatos del presentador.
—No aceptará…
El sonido del móvil de Alina interrumpió sus palabras.
—Va a ser peor de lo que pensábamos. —La voz de David atravesaba la mano con la que Alina tapaba el aparato—. Luego te cuento.
Tras más de veinte minutos de faltas de respeto, incoherencias y frases lapidarias sobre su futuro laboral, Alina sintió cómo la sangre regresaba de golpe a su oreja gracias al monótono sonido que anunciaba el fin de la llamada. Sin tiempo para desperdiciar en aquel individuo, marcó el número del control de plató; necesitaba hablar con el responsable de la gala para coordinar las más de tres horas en directo que se emitirían aquella noche.
Intuyendo nuevos problemas de última hora, guardó el terminal en un bolsillo y se dirigió a la cabina de producción.
—Contacta con Andrés y dile que se dirija a la celda de castigo para entrevistarse con el psicólogo —pidió a Claudia.
—¿Se ha cambiado el día de terapia? —preguntó Araceli.
Una vez a la semana, cada concursante se reunía durante no más de media hora con un terapeuta contratado por el programa. A la organización le preocupaba que el aislamiento al que estaban sometidos pudiese afectar a su salud mental. Bueno, esto es lo que se decía; en realidad a la productora le importaba muy poco que todos y todas acabasen mal de la cabeza, pero, de cara a una posible demanda judicial, los abogados recomendaron cuidar este aspecto.
Durante unos segundos, Claudia y Alina se miraron sin saber qué responder a la pregunta de Araceli.
—Es una pequeña prueba, para comprobar si la sesión puede ser más efectiva antes de las galas y ayuda a que se relajen —mintió Alina.
—Este va a necesitar algo más fuerte para relajarse, yo recomendaría bromuro en el desayuno; tengo material como para un monográfico sobre sus técnicas de autosatisfacción sexual —cotilleó Araceli.
«Justo lo que necesitamos, carnaza», pensó Alina.
Sin responder a la redactora, se despidió de sus compañeras y abandonó la sala.
Para no delatar su presencia al resto de concursantes, Alina utilizó los pasillos interiores. En esta ocasión no fue necesario pertrecharse tras un mono oscuro, el sonido que anunciaba la hora de patio retumbaba en las instalaciones. Los concursantes estarían lejos de la zona de paso.
Durante sesenta minutos los internos tenían permiso para salir al exterior y relacionarse entre ellos, las celdas permanecían vacías para que los técnicos accediesen a revisar el funcionamiento de las cámaras y del sonido y para los equipos de limpieza. A través de una de las cortinas abiertas, Alina pudo ver dos operarios modificando el ángulo de la cámara en el cuarto de Raquel. Aquella muchacha sería sin duda la primera elegida por Andrés. La languidez de sus movimientos, la perfección de sus medidas y los rasgos felinos de su rostro te atrapaban al mirarla. Una lástima que el eco que surgía de su cerebro cada vez que hablaba no completase el conjunto.
Cuando alcanzó la celda de aislamiento, Andrés ya estaba sentado en la silla esperando. Camuflada tras un biombo —los concursantes no debían tener contacto visual con ninguna persona ajena al concurso—, la mujer expuso la idea de la organización para que ganase la prueba de aquella noche. Desconfiado, Andrés se negó a aceptar la propuesta al pensar que todo era un truco del programa para dejarlo en mal lugar delante de la audiencia y conseguir su expulsión. Alina no tenía ni tiempo ni ganas para discutir, así que optó por romper las reglas y abandonar el escondite.
La acción de la mujer hizo que Andrés comprendiese que no se trataba de una broma; lo que esa desconocida le ofrecía iba en serio. Sin dudar más, aceptó; cómo no hacerlo cuando le colocaban en las manos la posibilidad de tirarse a la concursante que quisiera y convertirse en el centro de los programas resúmenes. Su nombre pasaría por la boca de todos los comentaristas de cotilleos del país. Alina le permitió elegir entre una cita cada noche con una mujer distinta o bien invitar a la misma a todas las veladas. El muchacho dudó; lo que deseaba, y con ganas, era tirárselas a todas, si no tenía sexo pronto iba a explotar; no recordaba un período de abstinencia tan largo desde los trece años. Pero por una vez el cerebro se impuso al resto del cuerpo, si hacía eso aparecería ante la audiencia como un cerdo y no le interesaba. Mejor se centraba en una sola chica, así podría desperdiciar las dos o tres primeras cenas en tonteos sabiendo que al final conseguiría lo que quería, y encima con el apoyo del público, que pensaría que era un caballero.
Sellado el acuerdo, Alina le recordó el contrato firmado con la cadena, por el cual se comprometía a mantener en silencio los aspectos organizativos del concurso. La charla mantenida en aquella sala no traspasaría las paredes de la cárcel.
—Ahora sal al patio y mantén la boca cerrada. Si se filtra algo, olvídate de bolos, platós y programas —sentenció Alina.
—Lo sé, no soy tonto —respondió con chulería.
Con ganas de contestar a esa afirmación, pero sin tiempo para ello, Alina abandonó la estancia. La pantalla del móvil mostraba la tercera llamada perdida desde el plató. Si querían que Valeria desapareciese de la mente de los seguidores del programa, aquella gala debía resultar todo un éxito; no podía demorarse en contestar.
Apenas había cerrado la funda del teléfono cuando el sonido de un mensaje hizo que lo abriese de nuevo.
Jueves, 3 de octubre. Hotel Central, a las 20:30 h, traje de noche. No lo olvides.
Deseó contestar, gritar, sacar el odio y convertirlo en palabras. No era el momento, el pasado debía seguir en silencio si quería que el futuro planeado tuviese alguna oportunidad.