La cárcel
6
Página 10 de 40
6
Andrés abandonó la sala del confesionario con rápidas zancadas en dirección al patio. Deseaba disfrutar de los escasos minutos de sol que les concedían al día. Incapaz de disimular la sonrisa de satisfacción que iluminaba su anguloso rostro, el hombre bajó la cabeza al observar cómo los rostros de sus compañeros se giraban hacia él buscando una explicación.
Las normas estrictas de la cárcel no se habían modificado desde el momento en el que dio comienzo el concurso, algo de lo que ya habían sido advertidos antes de entrar. Ni siquiera el traslado de Valeria había servido para cambiar los rígidos horarios.
El autocontrol y la fortaleza mental, requisitos indispensables para soportar las tediosas horas de aislamiento en las celdas, en las que permanecían encerrados durante veinte horas al día, se ponían a prueba a cada instante.
Las salidas de esos infernales habitáculos se producían de manera escalonada durante la jornada. Una hora por la mañana para desayunar, otra para comer y otra para cenar, en la que los concursantes debían permanecer sin comunicación entre ellos. En silencio recogían su bandeja, en silencio caminaban por el comedor y en silencio engullían la basura que les daban cada día, aunque era cierto que el sabor resultaba menos repulsivo que el aspecto. Cada detalle estaba calculado para impresionar a la audiencia.
Las miradas, las sonrisas, los leves roces clandestinos al moverse entre los bancos se buscaban con desesperación.
Tan solo tenían permitido interactuar durante los sesenta minutos en los que disfrutaban del esparcimiento en el patio. Segundos preciosos en los que la luz del sol les acariciaba la piel y les hacía sentir vivos de verdad.
Andrés jamás pensó que necesitase con tanta fuerza escuchar la voz de otro ser humano.
La primera en acercarse a él fue Mar.
—¿Qué querían? —El mono naranja abierto hasta el cuarto botón dejaba al descubierto unos pechos firmes y elevados.
—Nada, rutina. Las preguntas de siempre. Si tengo pensamientos negativos y esas pijadas de psicólogos. Quería que le contase mis sueños. Nunca entenderé esas gilipolleces.
—Si le cuentas tus sueños, seguro que se le pone dura —gritó Fran mientras saltaba alrededor de su amigo golpeándole la espalda.
Sin dejar de sonreír, Andrés respondió a la provocación del muchacho chocando su frente contra la de él, como si se tratase de dos animales buscando la admiración de la hembra.
—Yo puedo hacer que se conviertan en realidad —susurró Mar con voz melosa al tiempo que contoneaba su cuerpo acercándose a Andrés.
Unas horas antes, el muchacho habría dejado que el cuerpo voluptuoso de Mar rozase con el suyo; eso le proporcionaría minutos de televisión y haría que los colaboradores de los programas afilasen sus lenguas para comentar una posible relación.
Pero no era el momento adecuado, no quería tontear con Mar. La chica no estaba mal, pero Raquel era su objetivo. En la última expulsión, el público la había salvado por una mayoría de votos aplastante, caía bien a la audiencia y eso era justo lo que él necesitaba. Si lograba parecer el perfecto enamorado, conseguiría quedarse en aquel maldito lugar hasta el último día, y con un poco de suerte el premio sería suyo. Cuando llegase el momento sabría manipular a la muchacha para que le dejase y poder aparecer como un pobre despechado.
Hubiese preferido liarse con Valeria, más guapa, más sensual, más interesante. En la fiesta notó cómo se le insinuaba, pero le pareció demasiado pronto para decidirse por una de ellas. Necesitaba jugar bien sus cartas si deseaba tener opciones de llegar a la final.
—Gracias, preciosa. Si te necesito, no dudes que te llamaré —afirmó Andrés alejándose de la muchacha.
En la esquina opuesta del patio, el muchacho observó el paso cadencioso y acompasado con el que Miguel y Raquel recorrían el perímetro del recinto.
Los ojos de Andrés contemplaron el ritmo que las caderas de Raquel dibujaban al caminar. Sus muslos atléticos se marcaban bajo la tela del mono obligando a la imaginación a trabajar en el diseño de sus curvas. Faltaban pocas noches para poder comprobar si había acertado con la elección y el movimiento en la cama, bajo sus embestidas, resultaba tan insinuante como imaginaba.
Ante sus ojos, la pareja se detuvo para mirarse de frente mientras Raquel elevaba el tono de su risa. La mano de la muchacha se apoyó en el brazo de Miguel antes de reiniciar la marcha.
Debía empezar con el acercamiento lo antes posible. No deseaba rivales. Si aquellos dos comenzaban a tontear, la audiencia podría malinterpretar sus intenciones, acusándole de entrometerse.
No podía competir con Miguel, y lo sabía. Todas las mujeres de la casa habían lanzado sus anzuelos hacia él. En la fiesta se peleaban por sentarse a su lado, por servirle las copas. Sin duda, era el mejor de todos. El hijo perfecto, el novio perfecto, el yerno perfecto. La audiencia seguro que le apoyaría. Imposible superar su elegancia, su forma educada de hablar, sin tacos, sin gritos. Tan calmado, tan centrado siempre, tan perfecto.
Andrés no lo soportaba. Más de una vez había deseado arrojarle la bandeja llena de comida a la cara, pero sabía que eso significaría su expulsión inmediata.
Debía ser más listo, actuar con cautela y no perder el tiempo.
La prueba sería suya y la chica también.
Raquel era una jugadora como él y también buscaba la fama que el concurso podría proporcionarle.
Harían una buena pareja. Le darían al público lo que quiere, y cuando llegase el momento adecuado se desharía de ella.
El sonido de la sirena interrumpió los pensamientos de Andrés.
Con una sonrisa de triunfo, el muchacho regresó a la celda dispuesto a prepararse para su gran noche.