La cárcel
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Acompañada por uno de los celadores, Vera Palacios accedió al interior del centro médico. Ajena al numeroso público que en aquellas horas abarrotaba las salas de consulta, avanzó por los pasillos hasta llegar al ala izquierda del edificio.
Sin anunciar su llegada accedió al interior de una pequeña sala, mientras despachaba a su acompañante con un leve gesto de la mano derecha.
Las paredes, asépticas y sin personalidad, mostraban pósteres que reflejaban diferentes campañas de prevención del consumo de tabaco. Quizá por las imágenes, por su necesidad de imponerse a las normas o por la tensión del día, Vera sintió el deseo de encender un cigarrillo.
El sonido de la puerta al cerrarse atrajo la atención de una mujer, que sentada en un sillón de piel se relajaba en compañía de una revista de cotilleos.
—¿Arancha Colmenar?
—Sí, soy yo —respondió cerrando las hojas y fijando la atención en su interlocutora.
—Soy Vera Palacios, en nombre de la cadena y de los responsables del concurso, quiero transmitirle nuestro más sentido pésame.
Mientras hablaba no dejaba de pensar en los índices de audiencia cuando aquella sentida madre apareciese con sus impresionantes ojos azules bañados en lágrimas delante de la cámara. Con un maquillaje más discreto y alejada de los rayos uva una temporada, para mejorarle la piel, sería todo un descubrimiento. Ojalá tuviese un poquito de cerebro.
—Muchas gracias —respondió Arancha, un suspiro impostado ayudó a la representación—, aún no puedo creer lo que ha pasado.
—¿Ha podido hablar con el médico que atendió a Valeria?
—Sí, me dijeron que nada se pudo hacer por ella, falleció en la ambulancia de camino al hospital.
Vera ocultó su sonrisa al comprobar que la mentira creada tomaba forma.
—Me han pedido que solicite una autopsia —las palabras acompañaron el movimiento de su mano hacia el rostro, en un intento de limpiar una lágrima inexistente.
—Supongo que en estos casos es lo normal.
—No quiero que le hagan eso a mi pequeña —sentenció alzando el cuerpo de la butaca para enfatizar su decisión.
Como buena embaucadora, Vera supo detectar a una igual.
—¿No desea conocer las causas de su muerte?, ¿o quizá ya las sabe?
—No, qué voy a saber, mi niña estaba sana, todas las pruebas médicas que le realizaron antes de entrar en el concurso salieron bien.
El sudor se acumulaba en su frente con cada palabra. Algo que tendría que controlar cuando la colocasen bajo los focos, pensó Vera; le sugeriría el botox, es efectivo. El resto de su cuerpo tenía un pase, con un estilismo algo menos poligonero, luciría aceptable; sus piernas eran bonitas.
Una explicación no pedida mostraba una acusación clara.
—Por favor, señora Colmenar, no me haga perder el tiempo, ¿qué le pasaba a Valeria?
Sin dejar de moverse, Arancha siguió hablando.
—Se puso muy nerviosa el día que la llamaron para la revisión del médico, desde niña soñaba con participar en un concurso de estos. Al agobiarse tanto le subió la tensión y el corazón se aceleró un poco, pero es lo normal cuando estás algo atacada.
—¿Le había pasado en alguna ocasión anterior?
—Sí, pocas, solo cuando se sentía muy presionada.
—Con esos antecedentes no debió permitir que entrase en la cárcel —recriminó Vera.
—No era nada, solo momentos puntuales de pánico, se lo expliqué al doctor y me entendió, por eso no puso nada en el informe; además no quería perjudicar a mi pequeña.
«Estoy segura de que hiciste algo más que hablar con ese tipo», pensó Vera.
—Seamos claras, si la muerte de su hija llega a los medios, la cadena tendría problemas con sus patrocinadores y no dude que actuarían contra usted por mentir sobre la salud de Valeria, y no creo que tenga patrimonio suficiente para hacer frente a las indemnizaciones que le van a pedir. —Vera comenzaba a perder la paciencia.
—Pero yo no tengo, no puedo… —balbuceó la mujer.
—Siéntese y escuche mi propuesta, estoy segura de que la encontrará muy razonable.
A pesar de las salidas de tono de David y de su incapacidad para mantener la concentración y adaptarse al guion preestablecido, la gala resultó un éxito. Solo dos de los concursantes cumplieron con la prueba y recitaron el texto asignado sin errores. Los votos de la audiencia dieron como ganador a Andrés, su puesta en escena sorprendió incluso a la organización, que por primera vez vio al muchacho esforzarse para conseguir algo. De poco sirvió a Mar el tiempo empleado en memorizar el monólogo de Hamlet «Ser o no ser», su expresión corporal fue insuficiente para transmitir la tensión de la obra y lograr del público llamadas de apoyo.
Sobre Valeria, el anuncio del presentador sobre una repentina enfermedad que obligaba a su ingreso en el hospital zanjaba un tema del que nadie más volvió a ocuparse. Para evitar filtraciones, Vera trasladó a la madre de la joven a un hotel en el sur de Francia. Allí podría relajarse y cuidar su aspecto para cuando apareciese ante las cámaras; lucir apenada, pero, por supuesto, guapa.
La consigna enviada por la cadena a los programas afines dejaba claro el interés que debían mostrar por la relación de Andrés y Raquel. El primer vis a vis entre los concursantes, apenas disfrutada su tercera cena, mantuvo a los espectadores pegados a la pantalla. A pesar de la ausencia de cámaras, los gemidos resultaron lo bastante explícitos como para no dejar lugar a dudas de lo sucedido en aquel cuarto. Desde esa noche, cada movimiento, cada palabra, cada gesto de los jóvenes fue analizado con detalle por seudoperiodistas dedicados a comentar las miserias humanas.
Cuatro días después de la muerte de Valeria, una llamada de Jesús Herrador para felicitar al equipo por los buenos resultados en los índices de audiencia hizo que la imagen del cuerpo inmóvil de la muchacha, tendido en el camastro de la celda, regresara a la mente de Antonio. Aunque reconocía la eficacia de la mentira lanzada a los espectadores, no podía evitar sentir remordimientos.
Durante unos segundos pensó en lo que sucedería tras la finalización del concurso, cuando de manera oficial se comunicase la muerte de Valeria a los medios, y aquello le hizo sentir aún peor. Conocía de sobra cada paso de la cadena, el falso duelo, los comentarios de los palmeros que trabajaban para ella, las visitas concertadas a los platós por parte de familia, amigos, y seguro que algún exnovio. Palabras, palabras y más palabras vertidas sobre alguien que no podría defenderse, sin nadie que la quisiese de verdad y que velase por su recuerdo.
Un impulso llevó su mano derecha al primer cajón del escritorio en busca de un cigarrillo. El tacto con el frío acero del mechero le hizo regresar a la decisión tomada la noche anterior, no más tabaco. Suspiró resignado y sacó sus dedos vacíos, para concentrarse en el trabajo. El sonido de la puerta al abrirse con brusquedad rompió el silencio de la habitación.
—Pasa, mujer, como si estuvieses en tu casa. —La ironía mostraba el enfado que le provocaba la costumbre de Vera de no pedir permiso antes de entrar en su despacho.
—Asesinada —ignoró el comentario—. Murió asesinada.
—¿De qué estás hablando?
—De qué va a ser, de la muchacha, de Valeria.
—¿Asesinada?, ¿por qué?, ¿quién? No puede ser, en la habitación no había sangre, ni en su cuerpo. Tú dijiste que padecía del corazón.
—Joder, Antonio, y yo qué sé. —El desconcierto de la mujer se transformó en enfado ante la actitud de su compañero—. Es la única información que tengo.
—¿Y ahora? —preguntó Antonio, incapaz de reaccionar.
—Pues supongo que el hospital tiene que dar parte a la policía, no lo tengo claro, me imagino que será así.
—¿Quién más lo sabe?
—Por ahora solo tú, me avisó mi contacto en el hospital justo cuando venía hacia aquí.
—Hay que llamar a Jesús —sugirió el hombre en un intento por eludir la toma de decisiones.
—Cuatro semanas, quedan solo cuatro semanas. —Las palabras de Vera mostraban sus intenciones.
—No se puede ocultar algo así durante cuatro semanas —sentenció Antonio.
—Tan solo necesitamos que la policía sea discreta, nada de filtraciones durante la investigación.
—Santo Dios —exclamó Antonio—, movimos el cuerpo y seguro que destruimos pruebas al limpiar y recoger las pertenencias de la chica.
—Antonio, por favor, no me seas peliculero —exigió Vera.
—Pero Valeria murió en la celda.
—La chica murió en la ambulancia durante el traslado, no lo olvides. —Vera se detuvo en cada palabra pronunciada para enfatizar el mensaje.
—Pero…
—No hay peros —interrumpió la mujer—, ni escenario, ni pruebas, nada de nada. Hablaré con Jesús, colaboraremos con la policía, pero nada de esto tiene que salir en los medios, al menos no antes de que finalice el concurso.
—¿Puedes conseguir eso?
—Ya veremos —respondió la mujer levantándose de la silla. Antes de abandonar el cuarto, Vera se giró de nuevo hacia su compañero, que con las manos sobre la mesa movía la cabeza de un lado a otro en señal de negación—. Ni una palabra.
—Alguien se coló en las instalaciones y asesinó a Valeria, la gente debe saberlo y estar alerta.
—¿Cómo estás tan seguro de que fue un extraño y no alguien de tu equipo? —preguntó Vera.
La idea de que uno de los trabajadores fuese un asesino recorrió la piel de Antonio como una cascada de pinchos. En un intento por defender a los suyos, abrió la boca para protestar, pero el único sonido que atronó el aire fue el portazo que Vera le regaló al marcharse.
Con un leve temblor, su mano retomó la búsqueda en el cajón.
—Un mal momento para dejar de fumar —murmuró al encender el primero de los incontables cigarrillos que consumiría aquel día.
Unos golpes en la puerta interrumpieron la primera calada.
—Adelante.
—Vaya con la mosquita muerta de Noa. Espero que lo que acaba de hacer le proporcione bastante dinero, porque no creo que pueda volver a dar clase en el colegio en el que trabajaba, que era de monjas. —El tono distendido de Alina irritó a su jefe.
—¿Me lo vas a contar o jugamos a las adivinanzas?
—¿Pasa algo? —La reacción sorprendió a la mujer.
—Lo siento —se disculpó Antonio—. Vera acaba de pasar por aquí y ya sabes que consigue cabrearme con facilidad.
—A ti y a casi todo el mundo —bromeó Alina para olvidar lo sucedido—. Te lo cuento; anoche los tortolitos tuvieron su primera discusión. Por una tontería, ya te imaginas. Esta mañana Andrés, en lugar de salir al patio, se quedó en su celda con la puerta abierta representando el papel de novio triste y dolido, que le duró exactamente hasta que Noa se coló en su cama y alivió la tensión acumulada con una gran habilidad manual.
—¿Le masturbó?… Más basura… —Antonio suspiraba al pensar en lo que aquella acción acarrearía de cara a la audiencia. Cada hora que pasaba aumentaba su rechazo hacia aquel tipo de programas.
—Necesito que me acompañes, Braulio se niega a montar las imágenes sin que tú las veas y le des el visto bueno, dice que le gusta su trabajo como realizador y no está dispuesto a que la cadena o la productora exijan su cabeza si el contenido resulta demasiado fuerte —comentó Alina.
—¿Hasta qué punto son explícitas?
—Estoy segura de que hay películas porno en las que se ve menos —afirmó la mujer.
—¿Se ha emitido algo en el canal 24 horas?
—No, por suerte, Claudia se dio cuenta de lo que iba a pasar y avisó a Braulio para que centrase la acción en el patio, donde estaba el resto de concursantes.
—¿Claudia está trabajando?
—Sí, acaba su turno en un par de horas.
Por unos instantes Antonio pensó en hablar con Alina y Claudia para comentarles la información sobre la muerte de Valeria. Antes de que pudiese tomar una decisión, la sirena que anunciaba el fin de la hora de patio sonaba a destiempo. Muy extrañado, Antonio descolgó el teléfono para llamar a Braulio.
—Pelea de gatas —respondió el hombre con sorna—. Entre cuatro de los figurantes no podían separarlas; la verdad es que los actores lo han hecho muy bien, las tomas han quedado de lo más realistas. Mira que yo pensaba que la parafernalia de los uniformes y hacerles pasar por guardias era una chorrada, pero solo por esta escena ha merecido la pena.
La idea de reunirse con sus subordinadas debía esperar, organizar la información que se lanzaría a los medios de comunicación resultaba prioritario. Antonio sabía que los índices se dispararían si lograban encontrar la forma de dosificar y maquillar las imágenes con el fin de no dar motivos a la competencia para atacarlos.