La cárcel

La cárcel


11

Página 15 de 40

11

Apenas pasaban un par de minutos de las siete y media de la mañana cuando Vicenta cruzó la puerta de la comisaría. El ceño fruncido y la línea de los labios inclinada hacia el cuello mostraban lo poco que le gustaba madrugar. Sin fijarse en nadie, se parapetó tras la mesa de trabajo para desperezarse con disimulo.

—Te veo muy despejada —bromeó Rodrigo mientras se quitaba la chaqueta.

—Y yo a ti muy gracioso —respondió la mujer, con los ojos acuosos producto de un profundo bostezo.

—¿Sabes algo de Alejandro? —preguntó.

—Hablé con él anoche, todo perfecto. Sara está bien y los pequeños también.

—Si estamos todos, comencemos. —La voz del inspector Martínez interrumpió la conversación. Una vez acomodados en el despacho de su jefe, Rodrigo relató el encuentro con el forense y la visita a los estudios de grabación.

—Así que el doctor sospecha que la muchacha murió antes de que llegase la ambulancia —reflexionó Del Río.

—El herbicida con el que la envenenaron, ¿es fácil de conseguir? —cuestionó Manuel.

—Hasta donde he podido investigar —dijo Rodrigo—, su uso está restringido en España y en otros países de la Unión Europea, eso no quiere decir que no se pueda conseguir con facilidad en tiendas especializadas o vía internet.

—No creo que por ahí podamos sacar nada, rastrear su compra sería casi imposible —argumentó Alejandro.

—Eso parece —confirmó Rodrigo.

—Pero la productora y la cadena afirman que la chica estaba viva cuando se la llevaron —continuó Vicenta—. ¿Mentira o equivocación?

—Dejemos ese detalle ahora —zanjó el inspector—, nos hemos de centrar en que la víctima murió envenenada y que la sustancia que la mató tuvo que suministrársela alguien que tenía acceso a los concursantes y al programa. ¿Qué conclusiones han sacado de los vídeos de presentación?

—La primera, y para mí más importante, es que si lo que ayer vi durante más de seis horas es una muestra de lo que es la juventud actual, la humanidad se aboca a la extinción y eso es algo que yo apoyaría. —Un gesto de crítica marcaba las arrugas de la frente de Del Río, que entregó una carpeta a cada uno de sus compañeros—. Os hemos preparado un listado de los concursantes que permanecen dentro.

—Cuando quiera —propuso el inspector.

Vicenta asintió con la cabeza y comenzó la exposición.

—Andrés Velasco, veinticuatro años, sin oficio ni formación. Vive con y de su madre; dos detenciones por alteración del orden, le gusta beber y parece que a veces, cuando sobrepasa su límite, se vuelve agresivo. Pasa el tiempo en un gimnasio perfeccionando su físico. Muy orgulloso de sus músculos, no deja de mostrarlos a todas horas.

—Seguimos —Manuel relevó a su compañera—: Raquel Gómez, veintinueve años, incontables operaciones estéticas de las que ella misma presume. Zafia y vulgar en sus formas, emana incultura y se vanagloria de ello; toda una joya.

—Miguel Ortiz, licenciado en Derecho, deportista, veintiséis años. Ni siquiera hay una multa de tráfico a su nombre. Es uno de los que pasa más desapercibido, se mantiene al margen de discusiones, no se ha liado con nadie, la verdad es que da poco juego…, lo digo como espectadora —aclaró Vicenta ante las miradas de sus compañeros.

—Mar Sáenz, trenta y un años, madre soltera de una niña de quince, con la que, después de ver el vídeo de presentación, no dudo que se intercambien la ropa. Su forma de hablar, de comportarse, demuestra que su edad mental no va acorde con la biológica —comentó Manuel.

—La última chica del grupo sería Noa Garrido —continuó Vicenta—. Veintisiete años, profesora de infantil en un centro privado. Padres separados. Noa es la mayor de cinco hermanos a los que le tocó cuidar. Su padre los abandonó cuando ella era adolescente, quizás eso le imprimió un carácter tan controlador. Su genio ha causado discusiones en la casa, con la víctima y con todos los concursantes.

—Falta Fran Rodríguez, veintitrés años, un musculitos de manual, que se pasa el día mirándose al espejo con Andrés, para comparar sus cuerpos. Poco cerebro y menos ganas de trabajar, una vida basada en la ley del mínimo esfuerzo. Su aspiración, así la llama en el vídeo, es encontrar una mujer con dinero que le mantenga y le cuide.

—Y el último, Gelu Iglesias, trenta y dos años, criado por su abuela materna, a la que dice adorar. Es el elemento discordante, supongo que elegido para ello. Pasado de kilos, odia el ejercicio, le encanta comer y cotillear; y a eso se dedica todo el día, sin aspiraciones ni metas.

—¿Conocía la víctima a alguno de los concursantes, antes de ser seleccionados? —preguntó Rodrigo tras escuchar con atención a sus compañeros.

—Por ahora no hemos encontrado nada, al menos no hay coincidencias en ciudades de origen, ni trabajos; pero aún falta mucho material por revisar —afirmó Vicenta—. Esta tarde vendrá Alejandro para echarnos una mano, él controla más las redes sociales y nos orientará por dónde buscar.

—Sin una relación anterior con alguno de los actuales concursantes, creo que se han de descartar como posibles asesinos —sugirió Rodrigo—; encerrados en esa cárcel no podrían nunca conseguir el paraquat para envenenarla.

—Quizá la acción fue planificada antes de entrar e introdujeron el herbicida entre sus cosas —sugirió Manuel.

—Imposible —afirmó Alejandro—, se les registraron las maletas el primer día y tan solo se les permitió quedarse parte de la ropa que llevaban. Les confiscaron todos los productos de higiene y aseo, el concurso les dio un pequeño neceser de supervivencia y nada más. Normas de la cárcel.

—Si el asesino o asesina tiene un cómplice en el exterior, se lo podría hacer llegar —puntualizó Vicenta.

—Por ahora no debemos ni podemos descartar a nadie. —Las palabras del inspector recibieron un gesto afirmativo de cabeza por parte de Rodrigo—. Deben ser meticulosos, hay mucha gente pendiente de nuestro trabajo, este caso tendrá una gran repercusión en los medios. Cuando salga a la luz, no quiero fallos en la investigación… Del Río y Fernández, indaguen en la vida de los concursantes que pasaron la primera criba, pero no entraron en la final. Busquen posibles relaciones con la fallecida: amigos de amigos, colegios, campamentos de verano; cualquier indicio, por descabellado que parezca, compruébenlo. Todos ellos han crecido con las redes sociales y estoy seguro de que cuelgan su vida en ellas. Rodrigo, regrese al lugar en el que se graba y trate de relacionar a los trabajadores con alguno de los concursantes o de los candidatos a entrar en el reality que no lograron el pase; quizá todo esto no sea más que un caso de envidia. Solicitaré que nos envíen las imágenes de los días previos a la muerte de la chica, quizás encontremos algo en ellas.

Con los objetivos marcados para la jornada, los tres policías cruzaron el quicio de la puerta en dirección a sus mesas. Al abandonar el despacho, Rodrigo se separó para dirigirse a la cafetera de la oficina, necesitaba sentir el calor de aquella agua sucia que llamaban café. El caso tenía todos los componentes para convertirse en una pesadilla, demasiados sospechosos, ausencia de un móvil claro y presiones para descubrir al asesino en poco tiempo. La muerte de aquella muchacha ocuparía cada minuto de su vida los próximos días y él lo sabía.

Apoyado contra la cristalera de la zona sur del edificio, vio el callejón que, formado por tres viejas construcciones, servía como refugio y hospedaje para las alimañas de la zona. Los contenedores medio rotos supuraban restos de basura putrefacta que con cada sacudida de los camiones de recogida resultaba esparcida por todo el suelo y causaba un olor nauseabundo en las calles aledañas. Las continuas quejas lograban, cada cierto tiempo, la presencia de una brigada de limpieza para adecentar el espacio, pero en pocos días la rutina comenzaba de nuevo.

Agarrado con rabia al vaso de plástico, Rodrigo cerró los ojos y visualizó los paisajes que debería estar recorriendo en aquel instante. Al abrirlos, la disputa entre dos ratas por un amasijo informe e irreconocible le devolvió a la realidad. Arrojó con asco el resto del café a la papelera y abandonó la sala en dirección a su coche mientras juraba entre dientes encontrar al causante de obligarle a aplazar una promesa que necesitaba cumplir para sentirse al fin libre de recuerdos.

Los dedos de Rodrigo golpeaban el volante en un intento por imitar el ritmo con el que la voz de Juan Perro inundaba el ambiente. Aislado por la música, repasaba las actitudes distantes de los trabajadores del concurso. Para recabar alguna pista sobre un comportamiento irregular de algún compañero, o un motivo por el que alguien quisiese ver muerta a la muchacha, necesitaba respuestas fruto de la improvisación y del inconsciente, y no de una retahíla de frases preparadas para librarse de él.

La actitud hostil y desconfiada del vigilante que requirió su identificación en la entrada confirmó las sospechas de Rodrigo: poco o nada obtendría de aquella visita. Sin separarse de su lado, el responsable de seguridad de la cadena le acompañó hasta el despacho de Antonio. En el interior del cuarto esperaba Alina con otra mujer, que le fue presentada como Claudia. La versión de la muchacha sobre el momento en el que descubrió que Valeria se encontraba enferma coincidía con lo relatado por el director y su ayudante. Quizá, pensó Rodrigo, la similitud de los hechos y la cadencia al contarlos reflejaban la memorización de algunos detalles. Prefirió no comentar nada sobre sus sospechas; simples suposiciones, más bien sensaciones que no podría probar.

Consciente de que no lograría obtener nuevos detalles en las palabras de aquella mujer, prefirió dar por finalizado el interrogatorio. El sonido de la puerta del despacho al cerrarse tras la salida de la redactora obligó a Rodrigo a centrar su atención en Alina.

—¿Qué le parece si comenzamos por comprobar los nombres del personal? —sugirió el policía tras un leve carraspeo—, luego le haré algunas preguntas sobre las rutinas y el funcionamiento del equipo.

—Está bien, dentro de una hora tengo una reunión en la redacción, es el tiempo que puedo dedicarle. —Sin esperar respuesta, Alina empezó a leer en voz alta el listado de los trabajadores de la productora.

Los ojos del policía se movían entre las hojas impresas que su jefe le había entregado aquella mañana y el rostro de Alina. Un impulso, que no lograba controlar, dirigía su mente hacia la piel morena de la mujer, que absorta en la lectura parecía no darse cuenta de la atracción que ejercía sobre él.

Apenas revisada una cuarta parte de los nombres, el sonido del móvil de Rodrigo irrumpió en la sala. Murmuró una disculpa y abandonó el despacho para responder.

—Hola, si Sara se entera de que estás en el trabajo, prepárate —bromeó Rodrigo.

—El cuarto del hospital parecía el metro en hora punta, necesitaba salir de allí —se justificó Alejandro—. Cuando te cuente lo que he descubierto, te alegrarás de mi regreso… Al investigar sobre la selección de los candidatos comprobé que alguien amañó el proceso.

—¿Cómo puede ser?, ¿no se supone que eran elegidos por las votaciones del público?

—En teoría sí, y en la práctica no. El procedimiento es el siguiente: los usuarios suben sus vídeos de presentación en las redes sociales para que el público los vote, y el que más apoyos recibe ingresa en el programa. En el caso de Facebook, este medio no permite organizar concursos directamente desde un perfil o una página web, se debe hacer a través de aplicaciones de terceros que garanticen la confidencialidad de los datos de quien participe. Estas aplicaciones tanto para Facebook, Twitter y Youtube se gestionan a través de empresas que, si bien controlan que no haya fraude, sí que pueden beneficiar a un candidato en concreto comprando votos a la empresa contratada.

—Pero ¿cómo pueden hacer eso? —interrumpió Rodrigo.

—Sencillo, esta gente tiene un grupo de personas a su servicio. Según el número que se necesite, tendría un coste mayor o menor, y votarían desde diferentes direcciones IP para que un determinado vídeo resultase ganador.

—¿Tenemos el nombre de la empresa que se encargó del concurso?

—Sí, se llama ANsocial. ¿Y a que no sabes quién es su accionista mayoritario? —El tono de satisfacción en la voz de Alejandro mostraba la importancia del descubrimiento.

—Redoble de tambor… —bromeó Rodrigo.

—David Salgado.

—¿El presentador? ¿Estás seguro?

—Así es —continuó Alejandro—. La montó con un socio hace unos años y me imagino que será este el que controle el negocio. Si la imagen que ofrece en televisión no es una farsa, dudo que sepa encender un ordenador.

—¿Sabes si la chica asesinada, Valeria, fue de las que se benefició de la compra de votos?

—Todavía no tengo los datos exactos, en cuanto confirme un par de detalles te vuelvo a llamar y te digo algo. He solicitado información sobre el socio de Salgado, un tal Amado Fontal, veremos qué descubro.

—Gracias, compañero, buen trabajo. —Sin demorar más, Rodrigo regresó al despacho donde esperaba Alina.

—Me acaban de llamar de la redacción, debo ir cuanto antes. —El rostro de la mujer reflejaba enfado y hastío.

—¿Algún problema? —preguntó Rodrigo.

—Hoy es la gala semanal, y los tortolitos enamorados quieren su ración de publicidad, así que han tenido una bronca monumental que tenemos que editar a contrarreloj para emitirla en unas horas. —Rodrigo contenía la respiración mientras Alina mostraba su cansancio, por primera vez no le trataba como a un enemigo.

—Solo un segundo más —le suplicó el policía—. ¿Qué opina de David Salgado?

—¿A nivel personal o profesional? —puntualizó Alina.

—Ambas, si puede ser.

—Personalmente no lo conozco, ni tampoco perdería un segundo en hacerlo, lo poco que he visto me sobra —dijo Alina tras una breve reflexión—. En lo profesional, respeto sus inicios, su forma de hacer periodismo creó escuela; pero hace ya algunos años que su trabajo resulta patético, es un insulto para los buenos profesionales que le rodean y que ven cómo su esfuerzo y su trabajo es tirado a la basura en cada aparición de este tipo.

—Necesito hacerle algunas preguntas, ¿dónde puedo localizarle?

Antes de responder, Alina miró el reloj de su móvil.

—En una hora debería estar en los estudios de televisión para repasar el guion y dar tiempo a maquillaje para que le restauren y pueda tener un aspecto aceptable en cámara —bromeó Alina—. Si no tiene mucha prisa, tengo que acercarme por allí en un rato, puede acompañarme.

—Gracias. —A Rodrigo le sorprendió el ofrecimiento—. Eso sería perfecto.

—Me voy a la redacción, estoy ansiosa por conocer los problemas amorosos de nuestros queridos concursantes. En cuanto termine, le busco y nos vamos. —Una sonrisa irónica acompañó las palabras de Alina al abandonar el despacho.

Mientras observaba a la mujer alejándose por el pasillo, Rodrigo sintió de nuevo un cosquilleo en la nuca. El trato distante y formal con el que comenzó la entrevista había desaparecido entre ellos para dar paso a la complicidad. Un avance que quizás en la investigación no fuese importante, pero presentía que sí en su vida.

Ir a la siguiente página

Report Page