La cárcel

La cárcel


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La espera se demoró algo más de dos horas, tiempo que Rodrigo empleó en observar la actividad en el recinto. Entradas y salidas, cámaras, técnicos moviendo los equipos por los pasillos oscuros, incluso los figurantes que comenzaban a llegar, se cambiaban de ropa y pasaban por maquillaje. Todo el ajetreo se debía al directo de aquella noche. Cada toma, cada escena, cada instante revestido de improvisación, pero sostenido por una preparación y planificación al segundo.

—Como gancho usaremos las dos preguntas últimas de la entrevista con el psicólogo —la voz del director resonó por uno de los pasillos—. Alina, en quince minutos debes salir hacia el plató.

«Por fin», pensó Rodrigo, cansado de la inactividad y de sentirse un mueble con el que todo el mundo tropieza. El policía decidió interponerse en el camino de Antonio; desde su llegada aún no había tenido ocasión de hablar con él.

—Hola, Alina me dijo que estaba aquí. Perdone por no pasar a saludar, hemos tenido algunos problemas de última hora. —Con la mano extendida en señal de bienvenida, Antonio detuvo su carrera por las instalaciones—. Las horas previas al directo suelen ser así.

—No hay problema —respondió Rodrigo aceptando el saludo—, resulta interesante ver trabajar a su gente.

—Tenemos suerte de contar con un gran equipo. —Antonio se mostraba como un padre orgulloso que presume de las notas escolares de su hijo—. Si no, esto sería un caos.

—¿Más todavía? —ironizó Rodrigo.

Como respuesta, una carcajada sincera resonó con fuerza entre las paredes.

—Me comenta Alina que la acompañará usted a los estudios para hablar con David Salgado. —La cabeza de Rodrigo asentía ante las palabras del director—. Entonces podrá comprobar lo que es la verdadera locura del directo.

—No lo asustes. —Alina se unía a la conversación—. Solo hay que estar atento y tener reflejos para no ser atropellado por alguna cámara.

Antes de que pudiese contestar a su ayudante, el director fue reclamado desde uno de los pasillos interiores. Con un gesto de cabeza se despidió de la pareja y se alejó a paso rápido hacia el lugar del que provenía la llamada.

—Es mejor que vayamos juntos en un coche de producción —sugirió Alina—, a estas horas es imposible que un vehículo particular se pueda acercar a los estudios; debido a los seguidores en las puertas y las barreras de seguridad, se tienen que controlar desde horas antes para evitar sorpresas desagradables.

Con un movimiento, mezcla de broma y velada cortesía, el policía cedió el paso a su acompañante para que indicase el camino. La mujer agradeció su gesto con una sonrisa que iluminó su rostro mostrando toda la belleza que se mantenía escondida. En silencio, Rodrigo caminó tras ella como un adolescente, la seguiría al coche o adonde ella quisiera.

Apenas se introdujeron en el vehículo, el móvil de Alina comenzó a sonar y no se detuvo durante todo el trayecto. Con admiración, Rodrigo fue testigo de la seguridad con la que la mujer resolvía dudas y conflictos de última hora; sin gritos, sin nervios, su voz mantenía la calma a pesar de que en más de una ocasión los alaridos de sus interlocutores atravesaban el aparato.

El acceso a las instalaciones resultó complicado, con demasiados seguidores apostados en las inmediaciones del edificio. El policía no comprendía cómo tanta gente podía aguantar presionada contra unas vallas metálicas, con actitud de fans histéricos, la llegada de unos desconocidos a los que tan solo observaban unos días, unas horas, en la televisión. Mientras esperaba en el interior del coche a que los vigilantes comprobasen la acreditación de Alina, observó que empleados de la cadena se acercaban a la gente para entregarles unas bolsas de plástico.

—¿Qué hacen? —preguntó.

—Se intercambian cena por gritos.

—¿Perdona?

—Es cierto que hay muchos seguidores del concurso; pero ni tantos ni tan eufóricos como los que se necesita que aparezcan ante las cámaras. Para animar el espectáculo un poco se les ofrece, a los que están en primera fila, un pequeño incentivo —explicó la mujer—. En las épocas buenas se les pagaba, pero ahora se les entrega un bocadillo y algo de bebida.

—¿Hay algo real en este tipo de programas? —preguntó Rodrigo mientras el coche avanzaba de nuevo.

—Poco, muy poco —respondió la mujer.

Los primeros metros recorridos dentro de los estudios convencieron a Rodrigo de las palabras de Antonio; mirase donde mirase, lo que contemplaba se parecía al desorden más absoluto. Cables por el suelo, muebles amontonados de cualquier manera, paredes sin color y muchas de ellas con desconchones. Nada que ver con la luminosidad, el lujo y la pulcritud que apreciamos en nuestros televisores al conectarlos. La trastienda de todo aquello mostraba muy poco glamour.

—¿Subinspector Arrieta?

La actitud prepotente del hombre que le interrogaba indicó a Rodrigo que se trataba de alguno de los directivos de la cadena.

—Subinspector Rodrigo Arrieta… es Jesús Herrador, responsable de contenidos de la cadena. —Alina decidió romper el incómodo silencio con su presentación.

—Me acaba de comunicar Antonio Llanos su intención de interrogar a nuestro presentador. —Sin esperar respuesta, Jesús continuó—. ¿Es necesario? Jamás se ha acercado por la cárcel, ni ha tenido ningún contacto con la concursante.

—Necesito contrastar algunos datos que hemos obtenido. —Rodrigo se resistió a dar más información.

—Quiero que tenga presente que la noticia sobre la muerte de la muchacha no es conocida por todo el personal, supongo que su jefe le informaría sobre la confidencialidad de los datos de este caso.

—Tengo claras mis obligaciones y mi forma de proceder. —El tono seco de Arrieta mostraba su malestar ante la actitud del hombre.

—Aun así, debo insistir, la imagen de la cadena quedaría dañada si la muerte de la joven sale a la luz pública antes de lo previsto.

—Mi presencia no ocasionará ningún problema, la muerte de Valeria no formará parte de mi conversación con el señor Salgado.

—Eso espero —respondió Jesús con desprecio antes de separarse de ellos.

—Qué agradable —ironizó el policía mientras lo veía alejarse.

Con una leve sonrisa, la mujer confirmó sus palabras.

Guiado por Alina, recorrió el laberinto de pasillos hasta llegar a la zona de maquillaje para encontrar a David. Según los horarios establecidos, debería estar allí.

La mezcla de olores de los productos cosméticos flotaba en el aire arrastrado por el constante deambular de gente; sin duda, era una de las áreas más concurridas en las horas previas al inicio de la emisión. El pensamiento de Rodrigo se dirigió hacia sus compañeros de oficina, seguro que Vicenta y Alejandro disfrutarían al encontrarse con todos aquellos rostros conocidos en el camino. Y aunque lo negase, Manuel también. Por su lado desfilaban tertulianos de diario y algunos más selectos, que la cadena prefería reservar para los momentos estrella de la parrilla televisiva. No envidiaba para nada su trabajo, la exposición que hacían de su vida, de sus miserias. No comprendía cómo lograban convertir todo aquello en rutina. Quizás él le daba demasiada importancia a la privacidad, o simplemente todo fuese un espectáculo, tan solo una gran mentira y ellos los actores de una telenovela barata.

—Joder, ¿esto es lo mejor que sabes hacer? —Las palabras venían del cuarto en que Alina acababa de entrar.

—Quiero que mi piel resplandezca, la semana pasada parecía un cadáver. Y aunque estoy seguro de que a todos os gustaría verme muerto, estoy vivo. ¿Me oyes? Vivo.

«Imposible no oírte», pensó Rodrigo. Apostado bajo el quicio de la puerta, recorrió el cuarto con la mirada buscando la garganta prodigiosa capaz de elevar la voz hasta niveles tan insoportables.

El brillo de las luces en los espejos resaltaba las imperfecciones en rostros envejecidos, ajados por los excesos y que buscaban lucir espectaculares ante un público que aún creía en la magia de la televisión.

—David, necesitamos hablar contigo —las palabras de Alina se perdieron entre el ruido de secadores y el silencio de los presentes.

—Aún no he terminado —contestó al tiempo que fijaba los ojos, a través del espejo, en la mujer.

El rostro de la maquilladora se giró hacia la única persona que parecía capaz de liberarla de aquel cretino.

—Necesitamos repasar un par de cosas del guion y vamos con el tiempo justo —mintió la mujer, a la vez que se colocaba entre el presentador y el blanco de sus iras, ocultando así a la muchacha.

Con rabia, David arrancó los pañuelos de papel que impedían que el maquillaje le manchara el cuello de la camisa y, sin una palabra, abandonó la estancia para dirigirse a su camerino.

Encogiendo los hombros y con un gesto de complicidad, Alina se despidió del resto del personal de maquillaje para acompañar a Rodrigo.

Tras las presentaciones, la mujer se disculpó y salió del cuarto para dejar al policía privacidad en el interrogatorio.

—Según figura en el registro mercantil, es usted el socio mayoritario de una empresa llamada ANsocial. —Alertado por las palabras del director ejecutivo, Rodrigo decidió centrar la conversación tan solo en el amaño en las votaciones para el concurso, sin hacer mención a Valeria.

—Si lo dice en el registro, será cierto —respondió David mientras los nudillos de su mano derecha se marcaban de un color blanquecino, fruto de la fuerza con que agarraba el vaso que se acercaba a la boca. Su mano izquierda ayudaba en el proceso, tratando de disimular un leve temblor que tan solo cesaría al introducir en su organismo la dosis precisa de alcohol.

—¿Qué puesto desempeña usted en esa sociedad? —El policía necesitó de toda su profesionalidad para no dejarse llevar por el rechazo que aquel individuo le provocaba.

—Puse la pasta para crearla, mis contactos y todo mi prestigio —el tono de voz superaba, con mucho, el marcado por la buena educación.

—¿Quién gestiona la empresa y quién toma las decisiones? —Rodrigo prefirió ignorar la actitud del hombre.

—Pero ¿qué cojones pasa? ¿Quién se cree que es usted para hacerme todas estas preguntas? —David daba muestras de sentirse incómodo.

—Tiene usted razón, no debería ser tan desconsiderado y molestarle así en su lugar de trabajo. Si lo prefiere, nos vamos a comisaría y hablamos allí —sugirió Rodrigo.

Un largo sorbo a la bebida sirvió a David para sopesar las palabras del policía.

—No entiendo nada de esas cosas de internet, redes sociales y toda esa mierda —respondió con desprecio—. Mi socio es quien se encarga de hacer el trabajo y meter en mi cuenta los beneficios.

—Necesito que me facilite una dirección en la que pueda localizarlo, o un teléfono de contacto.

Antes de que David pudiese contestar, la puerta del camerino se abrió.

—Señor Salgado, acuda al plató lo antes posible, hemos de hacer las pruebas de sonido.

Sin esperar una respuesta el hombre se fue, dejando el cuarto en silencio.

—Estoy seguro de que un policía tan listo como usted será capaz de encontrar esa información sin necesidad de mi ayuda —escupió David. Abrió la puerta para invitar a Rodrigo a abandonar el camerino—. Si quiere algo más, moleste al inútil de mi representante, así al menos se ganará la comisión que me roba.

Un sonoro portazo rubricó el final de la entrevista.

Asqueado, David apuró el resto de líquido que aún ensombrecía el fondo del vaso y se preparó una raya. Por culpa de aquel estúpido se había pasado con los tragos y en menos de diez minutos aparecería frente al público como un muñeco desinflado y pastoso si no lo remediaba.

Con desgana, marcó el teléfono de su socio. Como era habitual, comunicaba.

No soportaba a aquel tipo, cada vez que escuchaba su voz le apetecía patearle el culo, por aburrido, por agonías. Esa cara de perro pachón, ese tono monocorde, esa falta de energía. Resultaba un coñazo. Y cuando se ponía histérico, era aún peor. Seguro que se mearía en los pantalones al recibir la visita de la policía.

En las referencias que había pedido sobre Amado, antes de invertir en el negocio que le planteaba, se le catalogaba como un genio. Quizá lo fuese en el mundo de mentira que creaba dentro de su ordenador, pero para la vida diaria lo dudaba.

La mujer de Amado sí le gustaba, se parecían mucho, ambos eran unos supervivientes capaces de adaptarse a cualquier situación. Por muy fuerte que azotase el viento, se mantenían de pie, con la cabeza erguida. La verdad es que la admiraba, había conseguido que el fracaso laboral de su marido en Estados Unidos se convirtiese, de cara a amigos y conocidos, en el sacrificio de un hijo amoroso preocupado por la salud de su padre que lo abandonaba todo para cuidarle. Que al viejo carcamal le diagnosticasen alzhéimer resultó una jugada perfecta del destino.

Menos mal que ella intervino cuando Amado se negó a manipular las votaciones. ¡Sería capullo!, en este mundo nadie da nada sin pedir algo a cambio. Tan solo tenía que devolver un favor, ¿quién se creía que era para negarse? Le debía su vida, su casa, su dinero, el bienestar de sus hijos.

Además, ¿qué cojones le podía importar a él quién entrase en el concurso? La televisión se había convertido en un muestrario de zorras, chulos y descerebrados que pretendían vivir sin trabajar, y por supuesto sin tener que mover una sola neurona. Daba igual el nombre de los que pasasen a formar parte de esa lista de desechos.

En sus inicios en el periodismo, es cierto que también se encontró con algún elemento así, pero eran los menos, la mayoría de la gente con la que se topaba en los pasillos, en los programas, amaba la profesión, vivía para ella, sacrificaba familia e incluso dinero para crear buen material. Pero luego ¿quién sabe qué sucedió? Todo cambió.

Quizá, como en su vida, las buenas ideas se diluyeron.

Al principio tan solo se permitían algún que otro espacio vacío de contenido, igual que él se premiaba con alguna copa. Luego, una más y otra y otra. Hasta convertir las cadenas en creadoras de esperpentos a los que mostrar, como si de un circo ambulante se tratase, rostros, cuerpos y vidas usadas y arrojadas al olvido cuando ya no tenían más miserias que mostrar.

Asqueado por los recuerdos, se preparó otra copa.

Bebedor social, como todos sus compañeros de profesión, durante un tiempo controló con acierto las dosis que ingería para mantener el equilibrio entre fiesta y problema.

Hasta que su segunda esposa lo dejó.

La quería. Bueno, quería a cada mujer que se cruzaba en su camino, al menos durante un tiempo. Jamás fingía, su pasión resultaba cierta, aunque poco duradera. En algunos casos, suficiente con una noche; en otros, como con ella, los meses se convirtieron en tres años. Era consciente de que pasado algún tiempo más la habría abandonado por otra pero, en aquel momento, verse solo, despechado y con el ego dolorido le llevó a perder el control con la bebida.

Se dormía en los rodajes, olvidaba citas con los productores, se comportaba como un auténtico déspota con los equipos. Su fama le cerró puertas y perdió trabajos.

Tan solo Jesús Herrador se acordaba de él y de vez en cuando le ofrecía las migajas de alguno de sus programas.

Seguro que su mala conciencia le obligaba a ello.

La mañana en que su mujer desapareció para siempre, recibió una llamada de Jesús. El número quedó registrado en el teléfono móvil que encontró, días después, tirado bajo la cama del dormitorio junto a su alianza. Su amigo, su supuesto amigo, era el único que conocía la aventura que mantenía con una de las maquilladoras del programa en el que trabajaban. Una chica más, un polvo más, algo sin importancia, que nadie debía saber.

Jamás se lo perdonaría.

Durante años aceptó sus limosnas, le permitían ir viviendo y mantenerse cerca, acechando, a la espera de su oportunidad.

Quería verle sufrir, llorar, retorcerse.

La zorra de la hija de Herrador se lo puso fácil. Pensó que sería divertido ser el primer hombre en la vida de esa niña que se paseaba por los estudios de grabación enseñando partes de su cuerpo que aún no tenía. Sabía lo mucho que Jesús la quería, cómo la cuidaba y protegía. Lástima que su propio cuerpo no respondió. Pero estaba seguro de que otro habría terminado el trabajo que él comenzó.

Con rabia, David esnifó otra raya. La última, prometió mientras se miraba en el espejo del camerino.

Antes de abandonar el cuarto para ir al plató, decidió hacer una llamada al picapleitos que tenía en nómina. No comprendía el interés de la policía, así que mejor contar con el apoyo de alguien que entendiese su lenguaje y ganase el tiempo que necesitaba para cumplir su venganza.

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