La cárcel

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Sin dejarse llevar por el cabreo que David Salgado le había producido, Rodrigo sacó el teléfono móvil del bolsillo del pantalón y llamó al último número utilizado.

—Hola, compañero, me alegro de que aún estés por ahí.

—Me voy en cinco minutos, ¿qué necesitas? —respondió Alejandro.

—Información sobre el socio de David Salgado.

—Lo que he descubierto no creo que nos pueda ayudar. Amado Fontal es ingeniero de telecomunicaciones y tiene un currículum que ya quisiera yo para mí. La empresa que él gestiona, ANsocial, parece legal. Ningún problema con la justicia ni con Hacienda. Una vida familiar sin nada que destacar, esposa y dos hijos, uno de veinticinco y otro de veintisiete años.

—¿Y su relación con David?

—Me parecía imposible que siendo de mundos laborales tan diferentes llegaran a encontrarse, así que escarbé por el tema de las relaciones familiares. Creo que acerté, la mujer de Fontal es prima segunda de David. Ella recurrió a Salgado cuando la familia se mudó desde Estados Unidos hace tres años. Unos meses después de empadronarse en Madrid crearon la empresa.

—En plena crisis… Salgado tenía razón, para montar el negocio se necesitaba dinero y contactos, que él tenía.

—Este tipo tiene los conocimientos y los medios para manipular los votos, pero nos quedaría encontrar un motivo que le impulsase a hacerlo —comentó Alejandro.

—Pásame la dirección del señor Fontal, mañana a primera hora le haré una visita —afirmó Rodrigo.

—Te mando la información a tu teléfono.

—¿Alguna novedad en los concursantes que investigan Vicenta y Manuel?

—Esta tarde les he pasado los datos que tengo sobre el amaño de las votaciones y se están centrando en descubrir a quiénes benefició ANsocial.

—Es muy importante saber si Valeria fue una de ellas.

—Les pediré que en cuanto sepan algo te lo digan.

—Gracias, Alejandro, has hecho un gran trabajo.

—De nada. Te dejo, que, si no, cuando llegue al hospital Sara me provocará un ingreso seguro —bromeó Alejandro.

Con una carcajada, Rodrigo se despidió de su amigo. Imaginar a la mujer de su compañero enfadada con él le parecía imposible, solo verlos juntos reflejaba la adoración que sentían el uno por el otro. Pensar en ellos atrajo el rostro de Alina a su mente, la necesidad de volver a verla pasó a convertirse en un deseo incontrolable. Sentimientos que le desconcertaban porque jamás había sido un hombre enamoradizo. Las parejas de su pasado siempre fueron primero amigas y luego amantes, necesitaba conocer muy bien a una mujer para enamorarse de ella; sin embargo, con Alina era diferente, algo en ella, en su forma de moverse, de mirar, de callar, le obligaba a querer permanecer a su lado y buscarla.

La llamaría después de entrevistarse con el socio de David Salgado, quizás ella le pudiese dar información. Si no, al menos era una buena excusa para volver a escuchar su voz.

Desde el luminoso recibidor, Rodrigo observó las oficinas de ANsocial. En la sala a su izquierda trabajaban en esos momentos seis personas. La informalidad contrastaba con la sobriedad del mobiliario; nadie parecía superar los treinta años, una generación acostumbrada a moverse entre pantallas, redes sociales y una necesidad, casi enfermiza, de publicar cada pensamiento o, en la mayoría de los casos, la ausencia de los mismos, convirtiendo sus vidas en una mera repetición de frases hechas y copiadas de otros.

—Por aquí, por favor —una cálida voz femenina indicaba el camino hacia el despacho del socio de David Salgado.

—Disculpe la espera…, un problema que necesitaba solucionar de inmediato. —Amado Fontal rodeó el escritorio para recibir a su visitante con la mano derecha extendida—. ¿En qué puedo ayudar a la policía? —preguntó al tiempo que regresaba a la comodidad de su sillón.

El tono de su voz reflejaba una calma que Rodrigo presentía falsa; apostaría a que si revisaba la lista de las últimas llamadas de su móvil encontraba el número de David Salgado.

—Según creo, ¿su empresa se dedica a orquestar campañas de imagen en redes sociales?

—Bueno —respondió el hombre con una sonrisa de superioridad—, demasiado simple para lo que hacemos aquí. ANsocial gestiona, dentro de una serie de redes, contenidos multimedia que precisan de una privacidad…

—No necesito detalles técnicos. —Rodrigo interrumpió a su interlocutor. Reconocía su falta de conocimientos, pero le molestó que aquel tipo lo dejase en evidencia—. Seré más directo: ¿su empresa se ha encargado de la incorporación de los concursantes al programa La cárcel?

—Así es —respondió Amado.

—Bien, entonces podrá explicarme los motivos que le llevaron a falsear los datos para que personas a las que no les correspondía participar llegasen a entrar en el recinto.

En un gesto inconsciente, Amado llevó el dedo índice de la mano derecha hacia la boca; la afirmación amenazaba con estropear una cuidada manicura.

—Lo que está usted sugiriendo es muy grave, supongo que tendrá pruebas. —En un intento por controlar de nuevo la situación, Amado decidió pasar al ataque.

En esta ocasión fue Rodrigo quien dejó escapar de entre los labios una sonrisa de triunfo antes de presionarle.

—La información en el mundo virtual, según creo, se mueve a gran velocidad, sobre todo la negativa. Hacer algo así podría suponer, además de la denuncia y pérdidas, el fin de toda credibilidad de cara a futuros clientes.

La idea de ver su nombre envuelto en una polémica de ese tipo aumentó la presión de los dientes sobre sus uñas.

—Las decisiones de esta empresa no se toman de forma unilateral —respondió al fin Amado.

—¿Habla usted de su socio, el señor Salgado?

—Así es.

—Entiendo que fue él quien le pidió que manipulase los resultados —aclaró Rodrigo.

—Debo mucho a David. Mi familia —puntualizó— le debe mucho. Él necesitaba un favor, me dijo que significaría el resurgir de su carrera en la televisión.

—¿No le cuestionó el interés por esas personas, si las conocía o si quería que participasen por algún motivo?

—La verdad es que no, me limité a cumplir sus deseos y no quise saber nada más.

—¿Alguien fuera de la empresa está al corriente de esta manipulación?

Amado dudó unos segundos antes de contestar.

—Mi mujer.

—Dígale que mantenga todo este asunto en secreto, no queremos que la información llegue a la prensa, al menos por ahora —matizó el policía.

—No hablará con nadie —afirmó el hombre.

—Bien, ahora quiero que me dé los nombres de los concursantes para los que se compraron votos. —Unos segundos de silencio mostraron el miedo de Amado—. Si lo prefiere, utilizamos los cauces oficiales e informo al juez. Quizá no fuera considerado un caso de fraude, pero en el proceso de investigación ya sabe lo que sucedería…

Sin mirar al policía sacó un papel de uno de los cajones de la mesa, garabateó unas letras y se lo entregó doblado a su interlocutor.

—Si necesita algo más avíseme con tiempo para que mi abogado acuda a la reunión —las palabras de Amado cerraban una conversación que jamás deseó mantener.

Al abandonar el edificio, Rodrigo releyó los nombres anotados antes de doblar el papel y guardarlo en el bolsillo trasero de su pantalón. Estaba seguro de que en aquellas líneas se ocultaba la información que los conduciría a descubrir al asesino de Valeria.

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