La cárcel
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Antes de cumplir las órdenes del inspector Martínez, Rodrigo decidió pasar por su apartamento a cambiarse de ropa. Un gesto que jamás se atrevería a verbalizar, pero que necesitaba para sentirse seguro ante la cercanía de Alina.
Ataviado con unos viejos vaqueros —casi diez años juntos convertían aquella prenda en todo un clásico dentro de su armario— y una camiseta negra con la silueta de una guitarra en el centro, se dirigió al cuarto de baño olvidando sobre la cama el pantalón de pinzas y la camisa azul claro, indumentaria demasiado formal para la imagen que deseaba transmitir. Dudó de si su pelo estaba largo y trató de recolocar parte de sus negros rizos; un intento inútil, por mucho que se esforzase crecían con personalidad propia. Había pensado cortárselos antes del viaje, pero no lo hizo.
Un vistazo en el espejo del recibidor le devolvió una imagen que logró convencerle. Cumplir los cuarenta le había hecho retomar las rutinas deportivas de su juventud, un poco olvidadas por falta de tiempo y pereza, algo que su cuerpo agradeció eliminando una pequeña lorza que se empeñaba en abrazarle la barriga. Gracias a ello ya no era necesario contener el aliento para abrocharse parte de su antigua ropa.
En el camino hacia la cárcel, la imagen de Valeria sobre la mesa de autopsias hizo que se sintiese culpable al pensar en sus vacaciones. Sin maquillar, con el rostro limpio, la muchacha resultaba más atractiva que en las imágenes visionadas del concurso. Una lástima que no hubiese alguien en su vida para mostrarle lo innecesaria que resulta la búsqueda de una perfección imposible y artificial.
Una mirada de desaprobación del vigilante cuando abrió la barrera para darle paso a las instalaciones fue su bienvenida. Rodrigo lo entendía, el personal desconocía la gravedad de la situación y su presencia se consideraba innecesaria; pero él sospechaba que la seguridad del recinto era una farsa, cualquier adicto a este tipo de concursos podría colarse, incluso sin necesidad de burlar la vigilancia, tan solo con tener un amigo dentro que quisiese presumir de su lugar de trabajo. Nadie se encontraba a salvo allí hasta que no encontrasen al asesino de Valeria.
Esquivando cables, trozos de decorado, cartones y maderas a medio rematar, Rodrigo llegó al despacho de Antonio. Como director del programa, consideró que sería la persona con la que hablar. Su ausencia le permitía buscar a Alina. Una tarea más compleja, porque ella no tenía una ubicación fija en la que realizar sus funciones.
Media hora de deambular errático necesitó Rodrigo antes de percibir el sonido de una voz reconocible, a la que con un gesto de su brazo indicó su posición de náufrago en mitad de aquel caos.
—Hola, no sabía que vendría hoy. —Alina mantenía la mirada en una tablilla con gráficos que Claudia le mostraba.
—Necesitaba hablar con Antonio.
—Se marchó hace un rato con Vera a las oficinas de la productora. Jesús Herrador le llamó esta mañana, quería reunirse con ellos; la verdad es que no sé cuándo volverán. —El silencio del policía animó a la muchacha a continuar—. ¿Puedo ayudarte yo?
—Eso sería perfecto —por primera vez le tuteaba.
Alina consultó su reloj.
—Dispongo de algo menos de una hora. Si tienes hambre podíamos aprovechar para comer.
—Muy bien.
—Subamos al despacho de Antonio, pediré que nos acerquen algo del catering. La calidad no es como para dar palmas, pero se deja comer.
Antes de alcanzar el refugio situado en el piso superior, Rodrigo observó cómo varios trabajadores desplazaban por uno de los pasillos la réplica de una horca.
—¿Ese no será el castigo si pierden? —bromeó Rodrigo, mientras cerraba la puerta del despacho. Apenas la última palabra abandonó su boca, el policía comprendió lo ridículo del comentario.
—Tranquilo, no es de verdad, solo forma parte del atrezo de uno de los juegos —explicó Alina con una gran sonrisa—. Esta noche emitimos en directo una serie de pruebas en las que prima la fuerza y la agilidad y no la inteligencia, queremos que las completen —dejaba clara su opinión sobre los concursantes—. Necesitamos un pequeño repunte en la audiencia, el programa va por la mitad de su emisión y siempre se suele sufrir una pequeña bajada; los espectadores se cansan, el formato ya deja de ser original y hay que darles un extra.
—¿Y es así de fácil?
—Nada es fácil, se trata de motivar a mucha gente, de ofrecer algo que los entretenga, que los intrigue, que los lleve a comentarlo al día siguiente en el trabajo o cuando van a dejar a sus hijos al colegio.
—Vidas de otras personas que te evadan de la tuya.
—Ese puede ser un buen resumen. A mayor variedad de personalidades y de conflicto, mayor número de espectadores se sentirán identificados. Si colocamos en la pantalla a un físico nuclear con varios premios y menciones, la gente lo admirará, pero casi nadie empatizará con él porque se ven separados por una gran distancia. Si mostramos un triángulo amoroso, con infidelidades, dudas y peleas, quién no ha pasado alguna vez por algo así.
—Un formato que no falla.
—No hay nada infalible, la cuota de pantalla depende de muchos factores: de los programas con los que compitas, de la franja horaria, de la época del año; la gente no consume televisión del mismo modo en verano que en invierno. Incluso un formato como este tiene que estar vivo y ser capaz de ir improvisando, dentro de unos parámetros, según las peticiones de los telespectadores. —Alina interrumpió la charla para agradecer a una muchacha la deferencia de subirles la comida al despacho.
Cuando la joven abandonó la habitación continuó.
—Me imagino que tu visita no tiene nada que ver con el funcionamiento del programa, a no ser que quieras cambiar de empleo —bromeó Alina.
—Este mundo en el que tú te mueves no me atrae nada, creo que por ahora me quedaré con mi trabajo —sonrió Rodrigo—. Necesito que hablemos de los trabajadores del programa. Hemos descubierto que alguien pasaba comida a Valeria y me gustaría que me comentases quién del equipo tenía más relación con ella.
—¿Le daban comida? —preguntó la mujer—. La verdad es que nadie se dio cuenta de eso.
—Si te parece, repasemos la lista del personal que la cadena nos hizo llegar a comisaría y me vas comentando lo que sepas de cada uno de ellos.
Alina consultó la hora en el móvil antes de contestar.
—Lo que me pides nos llevará más tiempo del previsto.
—Soy consciente de ello, pero es importante.
La oscuridad de unos ojos perfectos se clavó en el rostro del policía. Tres, cuatro, cinco segundos en los que el aire se detuvo. Luego, un pestañeo devolvió el ritmo al reloj.
—Comencemos. Mientras no me necesiten en la redacción te ayudaré.
Quizá la imaginación le engañase, pero Rodrigo creyó percibir un cambio de tono en la voz de Alina. De nuevo, distancia. «Complico su día, es normal que se enfade», pensó el policía.
Hora y media más tarde, la mesa del despacho aparecía cubierta con varios folios garabateados: resúmenes de vidas ajenas que poco tenían en común con la imagen de un asesino. Mientras Alina respondía a la sexta llamada de teléfono, Rodrigo, cansado, amontonó toda la información y la recogió.
—Lo siento, he de irme, abajo me necesitan —se justificó la mujer al tiempo que empujaba la silla y se ponía en pie.
—No te preocupes, perdona por robarte tanto tiempo.
—Tranquilo, nadie es imprescindible, aunque nos guste sentirnos así de vez en cuando. —Las palabras de Alina acompañaban a una sonrisa traviesa que provocó un efecto espejo en Rodrigo.
—Siento interrumpir, necesito que me acompañes. —La llegada de Claudia llenó la habitación de una nueva realidad.
—¿Qué sucede? —preguntó Alina.
—Cada vez soporto peor las tonterías de Andrés. El niñato no quiere hacer la prueba del barro, dice que así no le pueden ver en televisión. Será imbécil. —El cabreo de Claudia aumentaba con cada palabra.
—Siempre causando problemas —respondió Alina.
—¿Qué sucede en la sala de reuniones, a qué viene tanto jaleo? —El rostro congestionado de Antonio traspasó el quicio de la puerta siguiendo a sus palabras.
—Inspector Arrieta, ¿qué hace aquí?, ¿ha pasado algo? —Aunque las preguntas se dirigían a Rodrigo, con la mirada Antonio buscaba la seguridad de Alina.
—Subinspector, soy subinspector —matizó el policía sin conseguir la atención del resto de los presentes.
—Todo bien, tranquilo, Andrés se niega a meterse en el barro y es demasiado tarde para cambiar la prueba —explicó Alina con calma.
—¿Y nadie es capaz de controlar a esa hormona sin cerebro? —La voz de Vera Palacios y su perfume invadieron la habitación.
—Yo me encargo, hablaré con él y le propondré que al finalizar la prueba le dejaremos quitarse el mono y darse una ducha. Qué mejor oportunidad para lucir músculos y cuerpo. Estoy segura de que aceptará —propuso Alina.
—No lo dudo —apuntó Claudia.
—Es una buena opción. —El tono sereno de su ayudante devolvió la vida a la cara de Antonio.
—Hay que tener mucho cuidado al emitir las imágenes, que no salgan en directo, a ese elemento le gusta mucho exhibirse y no quiero que suba demasiado el tono, eso puede acarrearnos demasiadas críticas. —Vera sopesaba el resultado de cada acción en los índices de audiencia.
—No hay problema, cerraremos la conexión cuando entre en la ducha y usaremos ese momento como cebo en la publicidad; en ese tiempo grabamos y comprobamos qué se puede emitir —propuso Claudia.
—Si estamos de acuerdo, hablaré con él —sugirió Alina.
—Adelante —dijo Vera, apoyada por el movimiento de cabeza de Antonio.
—Voy contigo —replicó Claudia.
En un intento por hacerse visible de nuevo, Rodrigo se despidió de Alina.
—Gracias por tu tiempo.
Sus palabras quedaron sin respuesta, tan solo la espalda de las dos mujeres pareció recibir el mensaje.
—Si no he entendido mal es usted policía —comentó Vera mientras cerraba la puerta del despacho y encendía un cigarrillo—. ¿Y a qué debemos su visita?
—Subinspector Rodrigo Arrieta, le presento a Vera Palacio, productora delegada del programa. Está al tanto de todo lo sucedido —aclaró Antonio.
—Encantado. —Como respuesta, recibió una bocanada de humo y un rictus semejante a una sonrisa.
—¿Alguna novedad? —preguntó Antonio, sin dejar de dar vueltas al anillo de boda que llevaba en la mano derecha.
—Seguimos varias pistas, por ahora nada relevante. —El tono defensivo sorprendió al policía. Quizá la reunión en la productora tuviese algo que ver con su cambio de actitud y con la presencia de aquella mujer que no dejaba de observarlo.
—¿El señor Salgado les habló de nuestra conversación del otro día? —Su instinto reaccionaba tratando de enlazar puntos dispersos de la investigación. Quizás Antonio y Jesús Herrador estuviesen al tanto de las manipulaciones de David.
—Tanto la cadena como la productora tienen temas demasiado importantes que tratar en estos momentos como para perder el tiempo en conversaciones ajenas.
La velocidad con la que el anillo giraba aumentó tras las palabras de Vera. La vibración de su móvil detuvo el siguiente comentario. Sin dar explicaciones inmerecidas, Rodrigo abandonó el despacho. La voz de Vicenta al otro lado atrajo su atención.
—Hola, compañera, ¿alguna novedad?
—Unos días antes de la fiesta se ve a la mujer de la limpieza hablando con Valeria cuando vuelve a la celda.
—¿Esa imagen la recogen las cámaras? —preguntó el policía, sorprendido.
—Son tan solo unos segundos, parece que la muchacha regresa antes de tiempo y se encuentran. La cámara seguía a Valeria por el pasillo, no sé el motivo, y supongo que el encargado de visionar las imágenes no se percató de ese instante para borrarlo. Te envío una captura de pantalla en la que aparecen juntas.
—Gracias.
Un par de segundos más tarde, el sonido del teléfono le avisaba de la llegada de la foto. En la imagen aparecía una mujer de unos sesenta años, ataviada con un uniforme azul claro en el que se percibían serigrafiadas las letras de una empresa de servicios. Los rasgos del rostro no se veían con claridad, pero estaba seguro de que no resultaría difícil identificarla.
Antes de regresar al despacho Rodrigo inspiró con fuerza. Mejor olvidar el tema de David Salgado por el momento y centrarse en aquella mujer.