No soy todo lo que hay ni está todo lo que soy
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Tanzania, África. Ciudad de Moshi. Verano de 1988
Estoy en la ventana de la habitación de mi hotel. Sale el sol; es realmente precioso ver las calles de Moshi llenándose de luz y ver a sus habitantes andando de aquí para allá, dispuestas para empezar una nueva jornada. Pero en fin, yo también he de prepararme para un largo, o quizás corto, viaje a las laderas del Kilimanjaron (hermoso pico). Pero no es el Kilimanjaron lo que me interesa, sino una leyenda que se encontraba escrita en unos jeroflíficos egipcios.
Egipto, África. Ciudad de El Cairo. Navidades de 1987
— Pedro González: Hola, profesor Michael. ¿Cuándo a regresado de sus excavaciones?
— Profesor Michael: Hola, ¿qué tal Pedro? Te encuentras bien, por lo que veo, ¿no, viejo «zorro»?
— P.G.: ¿Pero dime, como te han ido tus excavaciones? ¿eh? Me dijeron que habías tenido problemas.
— P.M.: ¡Oh, sí! Y todavía los tengo... Ven sube a mi habitación. Te enseñaré lo que he descubierto.
Subimos a su habitación, y fue allí donde me mostró los jeroglíficos y un mapa realizado siguiendo las instrucciones de estos.
Fotografía: Kilimanjaro auringonnousussa - Kilimanjaro at dawn [Kilimanjaron al amanecer] (de Pintaa)
Era increible. Según la traducción de los jeroglíficos, existía una ciudad en las laderas del hoy llamado Kilimanjaron. Una ciudad majestuosa, con grandes construcciones y con un gran «tesoro». Se llama la «Gran Puerta».
Según la leyenda, esta ciudad fue construida por los «Mensajeros», enviados de los dioses (?) para enseñar a los sacerdotes egipcios la forma de poder construir gigantescas pirámides para enterrar a sus más nobles dirigentes. El gran «tesoro» no era sino, las enseñanzas de estos «Mensajeros».
Una inscripcion, mejor dicho, uno de esos jeroglíficos rezaba así:
«Quien posea la sabiduría y enseñanzas de los Mensajeros, poseerá la llave de la fuerza».
Esto, junto con otros jeroglíficos, solo indicaban, según me decía mi querido profesor Michael, que las teorías de algunos excéntricos eran ciertas. Estas teorías indicaban que las pirámides no fueron construidas por miles y miles de exclavos, sino por unos pocosacerdotes conocedores de esta «fuerza». La fuerza de la mente. El poder de mover objetos con la concentración de una o varias personas.
Al principio me pareció una locura, pero cuando el Profesor me explicó que los problemas que había tenido, y de los que oí hablar, eran debidos a que el Mukhabarat (servicio secreto de Egipto) quería esos jeroflígicos y todas sus notas al respecto; entonces empecé a interesarme por el asunto. No porque creyera totalmente la leyenda, sino porque el Mukhabarat buscase esos jeroglíficos, era señal de que algo había en esa ciudad perdida.
— P.M.: Toma. Si tú los guardas estrán más seguros. El Mukhabarat no descasará hasta que consiga arrebatármelos.
— P.G.: ¡Profesor! No puedo meterme en esto. Si me los quedo correré un gran peligro, y no solo yo, sino también la razón de mi visita a Egipto.
— P.M.: Por favor, Pedro —me dijo con voz afligida—. Si no me los guardas hasta que parta mañana hacia París, puede que la humanidad quede sumergida en el ocurntismo histórico el resto de su existencia.
— P.G.: Pero resultará muy peligroso.
— P.M.: Nadie sospechará de que tú guardes estas notas y el mapa... Solo será por esta noche... por favor...
Al final acepté, y quedé con él a las 7 de la madrugada, para devolverle el mapa y las notas que le guardaría durante esta noche.
Ya eran las 8 de la mañana cuando decidí subir a las habitaciones del Profesor. Cual fue mi sobresalto cuando al tocar y entrar sin esperar contestación —fea costumbre que no puedo evitar— encontré todo revuelto y cabezarriba, y algo peor; el profesor Michael estaba muerto. Tirado en la ducha, con la yugular cortada. Ahora era yo el objetivo del Mukhabarat, ya que era el único que estuvo hablando con él; así que decidí hacer mis maletas y regresar a mi país.
Aeropuerto Internacional de El Cairo. Día siguiente a la muerte del profesor Michael.
Estaba esperando en la cafetería del aeropuerto tomando un gran vaso de leche, con un par de huevos a la plancha y una tostada de mantequilla y mermelada; cuando me disponía a tragar el último torozo de huevo que me quedaba, a parte de los míos propios, vi, por el espejo, a dos hombres que se acercaban con paso ligero hacia mí.
Oh, oh (me dije para mí mismo). Creo que estos me van a dar la mañana. y sin haber terminado de desayunar.
No me había equivocado. Menos mal que pude salir de allí tan rápido como mis piernas me permitieron, eso sí, en un ambiente de silvidos de balas. Debían de ser agentes del Mukhabarat, para mi desgracia.
Al cabo de varios, yo diría de muchos, meses de escondite tras escondite, decidí buscar la ciudad de la Gran Puerta.
Y aquí estoy en Moshi, a unos kilómetros del Kilimanjaron y la ciudad perdida.
Toc, toc, toc.
— ¡¿Sii...?! ¡¿Quién es?!
— ¡Señor González, su taxi le espera!
— ¡Gracias! ¡Ahora mismo bajo! ¡Gracias de nuevo!
El taxi me llevaría hasta un pequeño pueblo en la base del Kilimanjaro, y desde allí empezaría mi solitaria busqueda de la ciudad y su gran «tesoro» de sabiduría (o lo que fuese que guardase).
Julio de 1988
Itan (https://flickr.com/solamente_itan)
'Una historia iniciada y nunca acabada'
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Imágenes y Fotografías:
— Kilimanjaro auringonnousussa - Kilimanjaro at dawn [sin cambios. (Kilimanjaron al amanecer)]. Autor: Pintaa. Bajo Licencia CC BY-SA 2.0.