Kris

Kris


Capítulo 8

Página 10 de 27

Capítulo 8

Alejandro

12 horas después

Sigo acariciando el cabello de Lya, tiene la cabeza apoyada en mi pecho y escucha mi voz mientras leo mi libro favorito.

Cuando dije que le daría todo, me refería a cada parte de mí, incluso al lado más íntimo que nadie conoce.

Porque con ella ha sido natural, no me hice problema, he actuado, me rendí a lo que siento y me expuse.

Quería tanto saber cómo era tener el mundo en mis brazos, mirar a los ojos a alguien que sólo me viera a mí y ahora sé lo que significa.

No será fácil renunciar.

Alejo aquel eco de mi cabeza. Una sensación de paz nunca antes experimentada puede acallar el ruido ensordecedor de mi mente, borrando pensamientos, razonamientos y lo más importante, el control.

Por una vez en mi vida, sólo soy un hombre que se deja llevar por lo que siente.

Sonrío porque es una situación surrealista, estamos actuando como una pareja que lleva tiempo en una relación, cuando en realidad no sabemos casi nada el uno del otro, pero a los dos nos parece bien. La he tenido y como imaginaba, no pude saciarme, me gustaría una y otra vez, pero no puedo. Ambos tenemos que volver a nuestras vidas y por mucho que esta idea me moleste, tengo que dejarla ir por su propio bien.

—A veces nos encontramos con personas que no conocemos en absoluto, pero que despiertan algo en nosotros de inmediato, desde la primera mirada y por así decirlo, un gran interés, aunque no se haya aún intercambiado una sola palabra.

Somos nosotros. Aquel encuentro casual e inesperado que en pocas horas se ha convertido en algo especial.

La escucho suspirar, me aprieta aún más con sus delgados brazos y una ola de ternura me envuelve, dándome una sensación de paz.

Es Lya, mi hijita .

Extiendo la mano y apoyo “Crimen y Castigo” en la mesilla junto a la cama y luego me tomo un poco más de tiempo para perderme en ella. Es demasiado pequeña e ingenua, pero soy un maldito desgraciado codicioso que no pudo resistirse; por un día me concedí algo que nunca podría tener como Alejandro De La Rosa. Se merece algo mejor e inexplicablemente, en las últimas horas he intentado ser lo mejor para ella y por un momento deseé que ella viera lo mejor de mí.

—Deberías dormir —digo pero desearía que no lo hiciera. Dormir significa renunciar al poco tiempo que nos queda.

—Dormiré en casa —responde frotando su cara contra mi pecho. Con un brazo la envuelvo y con el otro le aparto el pelo de la cara.

—Ha sido único lo que ha pasado entre nosotros —comento colocando mejor mi cabeza en la almohada.

Has creado un hermoso recuerdo que llevaré conmigo para siempre.

—Me gusta escuchar tu voz, noto una sensación de paz —murmura ignorando mis palabras—. Tu perfume también me gusta, podría acostumbrarme a todo esto.

No lo hagas muchachita, no destruyas ese límite que he puesto a ambos, porque no conducirá a nada bueno.

—No digas eso Lya, sabes que no es posible.

Permanece en silencio y lo agradezco, ya que la situación es extraña por sí misma y no quiero que tome decisiones precipitadas, dictadas por el ardor del momento.

Ella merece encontrar un hombre que la ame y por alguna extraña razón no me gusta esta idea, porque hubiera preferido ser yo, pero no puedo amarla porque no soy capaz, al menos eso creo, pero en cualquier caso nunca podría funcionar. Pertenecemos a dos mundos distintos que nunca podrán convivir juntos, porque significaría manchar lo bueno de ella y nunca podría perdonármelo.

Debo admitir que me gusta todo esto, ella que me mira genuina, me sonríe y me hace creer que yo podría ser el único hombre que puede hacerla feliz. Pero soy consciente de que es sólo una ilusión, porque la vida real, ahí afuera, es otra historia.

Lya , un nombre que siempre llevaré conmigo, el recuerdo de un día perfecto y normal que nunca tuve y que me permití antes de volver al infierno.

Muevo la mirada hacia ella y sonrío, se quedó dormida, al final la terca se rindió.

La sostengo con fuerza en mis brazos durante unas horas más, luego tengo que dejarla ir, porque no la merezco.

No debería sentir dolor al pensarlo, pero está sucediendo. Una parte de mí se siente afortunada de haberla encontrado, pero la otra parte se niega a aceptarlo y encuentra todas las razones por las que no puedo sentir nada por Lya.

No me quedaré, pero me iré consciente.

También tengo a alguien que me pertenece.

Yo también me he sentido amado.

¡Pero esto no puede cambiar mi destino!

A los tipos como yo no se les asigna la felicidad cuando nacen. Pues no, un hombre como yo le tocaba tener un padre que lo encerró en un puto orfanato, después de que mataran a su madre, que sólo sirvió para llevar en su seno al último heredero de La Rosa.

Crecí ajeno a los planes de mi padre hasta esa fatídica noche en que abrí el expediente y comencé a investigar. Crecí en la manipulación de mi propia vida, se calculó de esta manera. Al final Carlos consiguió el monopolio del comercio de piedras sólo porque mi padre decidió que fuera así, para que algún día yo pudiera asumir el control. Este era su plan, pero barajé las cartas y ahora él murió en mis manos y tengo otras cosas en mente para mi futuro.

Cierro los ojos, trato de no pensar en mi vida y disfruto del momento que estoy viviendo en esta habitación, con la maravillosa criatura durmiendo entre mis brazos.

¡Voy a extrañarla!

Ella nunca sabrá cuánto ha significado este día para mí, no tiene la menor idea. Sólo otra mujer antes que ella había logrado hacerme sentir tan en paz conmigo mismo, pero esa mujer eligió el amor de otra persona y no el mío.

—No te vayas, Alejandro —balbucea, frotándose contra mi cuerpo. Su pierna se cruza entre las mías y continúa abrazándome con fuerza.

Y algo dentro de mí hace un ruido, un ruido ensordecedor.

—Me gustaría olvidar quién soy y quedarme aquí contigo para siempre —susurro en su frente, esperando que no pueda escuchar mis palabras—. En otra vida, tú habrías sido perfecta para mí y yo habría sido el hombre adecuado para ti.

Porque la verdad es que nos parecemos, pero ella es ella misma, en cambio, yo estoy obligado a ser otro, un hombre que siente rabia y no conoce el amor, porque no tiene otra elección.

Después de un suave beso en su frente, sigo mirándola dormir. Su rostro angelical me recuerda a Kasandra, cuando se dormía a mi lado, pero esta vez la sensación es diferente, es más intensa. Es como si me hubiera pasado toda la vida esperando la primavera y ahora que puedo oler todos sus aromas… no quiero dejarla ir.

7 años antes

—¿Alguna vez has pensado en irte? —pregunta Kasandra, poniendo las manos debajo de la almohada.

—Sois mi familia, estoy bien donde estoy —respondo recostándome junto a ella en la gran cama.

—¿No sientes la necesidad de tener una vida normal lejos de todo esto?—

Sonrío levemente. —Ahora duerme, mañana volvemos a casa y sabes que Carlos estará cabreado por nuestra fuga.

Ella se ríe y antes de cerrar sus ojos verdes, me mira con dulzura: —Gracias por traerme contigo.

No podría haberlo hecho de otra manera. Estoy enamorado de ella y desearía que se diera cuenta. Kasi me ve como un hermano, pero no existe un vínculo de sangre entre nosotros y ella podría ser mía, si tan sólo pudiera estar seguro de que ella siente lo mismo. El miedo a destruir nuestra relación me obligó a mantener la boca cerrada. Carlos sugirió que me fuera de Villa Falco y me alejara de ella si no quería arruinarlo todo, pero nunca podría alejarme. Kasi es mía, la amo.

—Nunca olvides este día —digo con amargo en la boca.

—Un día lejos de todo, sólo tú y yo —responde con los ojos cerrados—. Gracias, Kris.

Alejo su cabello de su rostro con movimientos cautelosos porque no quiero asustarla de ninguna manera y la observo dormir. Nunca me cansaría, me pasaría la vida con gusto mirándola y si me lo permitiera, le diría cuan profundo es lo que siento.

Tres horas más tarde, abro los ojos a un ruido y encuentro a Lya en la puerta con mi camisa, arrastrando un carrito del servicio de habitaciones.

—Buenos días —dice serenamente, acercándose. Observo su cuerpo que seguramente está desnudo debajo de aquella camisa, la tentación de tocarla y arrastrarla aquí conmigo es tentadora, pero no puedo, tengo que irme.

Me deslizo hacia el borde de la cama y ella naturalmente desliza sus dedos por mi cabello, se inclina hacia adelante y me besa.

—Buenos días —digo con voz ronca.

Oh, Lya, cuánto amo todo esto.

—Pensé terminar nuestra aventura con un buen desayuno, espero que no te importe—. Se ve avergonzada y esto me hace sonreír, considerando lo que hicimos en esta habitación. Anoche no salió como imaginaba, tenía planes muy concretos, pero ella logró hacerme perder el foco y me dejé abrumar por los acontecimientos. En resumen, Lya logró despojarme de mi máscara y me tuvo como soy sin reservas.

La agarro por las caderas y me estremezco cuando la obligo a sentarse en mis piernas: —Gran idea, hijita.

Como sospechaba, no tiene nada debajo de la camisa, puedo sentir su piel contra la mía y es una sensación agradable e interesante. Esto nunca me había pasado antes, era divertido y terminaba en unas horas. Es extraño despertarse y encontrarse con una mujer esperándome para desayunar.

La mano de Lya se cuela entre mi cabello, jugueteando con algunos mechones, mientras sirvo el café en dos tazas.

—¿Estás enamorada de mi cabello —pregunto en broma, pero pronto me doy cuenta de que he usado una palabra que debería eliminar de mi vocabulario.

Frota sus labios en mi cuello y sigue haciendo aquel lento movimiento con los dedos. —Me gusta todo de ti, trato de almacenar lo que puedo para guardarlo en el cajón de los recuerdos. —Su ternura te desarma.

Ignoro deliberadamente sus palabras y tomo un sorbo de café con los ojos fijos en el carrito, sólo para evitar su mirada, que en este momento sería una trampa mortal.

El desayuno continúa en silencio, de vez en cuando me mira, pero no dice nada. No pensé que algún día me sentiría cohibido de estar en una habitación de hotel con una chica joven después de tener un día inolvidable.

—Tengo que prepararme, es tarde. —Me comporto como de costumbre, pues una vez terminada la diversión, me voy y no vuelvo hacia atrás. Tengo que poner fin a nuestro juego, estoy andando por las ramas y no es propio de mí. ¿Cómo puede una muchachita cambiar algo en unas pocas horas? No debería sentir sensación de vacío ni tener dificultades con el desapego, nunca he tenido problemas en el pasado, pero esta vez hay algo diferente rompiendo mis hábitos.

 

Mi vida siempre ha sido como una melodía de ritmo veloz, Lya se deslizó en ella rápidamente, de puntillas, con cautela y ahora ese sonido es más suave y me asusta.

Lya se mueve deslizándose en el borde de la cama y me mira mientras tomo la ropa de la silla.

—Si quieres, puedes quedarte. La habitación está pagada hasta las diez, todavía te quedan tres horas —digo sin darme la vuelta.

No contesta nada y extraño su lenguaje insolente, me gustaría que reaccionara, cualquier palabra haría la situación menos tensa.

Después de vestirme y sentarme, tomo mis pertenencias y me vuelvo hacia ella. Sus ojos están fijos en los míos y esa tristeza velada en su mirada me provoca una sensación extraña. No debería ser así, hay algo mal. Lo pasamos bien, nos divertimos, pero ahora es como si el entendimiento se hubiera roto y es molesto.

No me gusta. Debería ser fácil, pues hemos terminado, volvamos a nuestras vidas.

Se pone de pie y se acerca, forzándose para sonreír.

Oh no, Lya, no hagas esto porque quiero abrazarte y no dejarte ir.

Apoya sus manos en mis mejillas y roza mis labios con los suyos.

—Que tengas buen viaje, Alejandro. —Su boca abruma la mía y entiendo lo que está mal esta mañana. Es en este maldito momento cuando me doy cuenta de que la he envuelto en mis brazos y no quiero alejarla porque todavía la necesito.

¡Despierta carajo! Se acabó la diversión, vuelve a tu mierda y déjala ir, ¡no hagas tonterías!

Dentro de mí sigue creciendo el extraño sentimiento de pertenencia que nunca antes había sentido y da miedo, es algo grande que no puedo manejar.

—Me quedo con tu camisa, si no es problema, al menos sabré que eres real —dice en ese tono dulce que acaricia mi corazón.

Detente, por favor, porque me estás destruyendo.

Sostengo su cuerpo con fuerza.

Déjala ir, no la mereces.

Huelo su perfume y la beso.

Vete, no la mires más.

—Adiós, Lya.

Mierda, duele.

—Adiós, Alejandro.

No soy Alejandro, muchachita, no en este momento, pero no puedes saberlo.

Agarro mi maleta, voy hacia la puerta y de repente mis piernas se sienten pesadas.

Vete, actúa como siempre hiciste en el pasado.

Estoy a punto de salir, pero no puedo resistirme y me vuelvo para mirarla y fotografiarla mentalmente.

No lo hagas, no lo vuelvas especial, nunca más la olvidarás. Ella es como las demás, ¡tienes que convencerte!

Lya está de pie junto a la cama, rodeada en sus brazos. —Tú y yo —susurra suavemente—. Una misma cosa, para siempre.

Tengo que irme, no puedo respirar, la habitación de repente se me hace demasiado pequeña para los dos.

¡Vete! No seas egoísta, no puedes tenerla.

Suspiro mientras mi mano agarra el mango con fuerza. —Para siempre, Lya.

Salgo de la habitación, pero algo se me ha ido y ya no me pertenece, ese algo al que no puedo ponerle nombre y que pertenecerá a esta chica para siempre.

Ni siquiera merecía una mirada de ella, no merecía tocarla ni poseerla, no merecía tenerlo todo, pero ella me lo concedió, me permitió descubrir lo que es vivir la primavera. Un idilio que no duró muy poco.  

 

Ir a la siguiente página

Report Page