Kris
Capítulo 15
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Capítulo 15
Lya
Sigo apretando mis dedos con las uñas, mientras golpeo repetidamente con el talón la alfombra de la sala de estar. Mi madre y mi hermana están sentadas frente a mí y no me gusta la forma en que me miran. Declarar que tenía una relación con Alejandro fue un duro golpe para ellos, pero era la única forma de salir del paso sin tener que explicar mi distanciamiento.
—¿Cómo puedes querer a alguien como él? —exclama Beatrice fuera de sí—. Ese hombre es cruel, manipulador y sólo Dios sabe lo que esconde.
Oh, créeme, lo sé todo.
Kasandra me contó su pasado en un orfanato y cómo el padre de Alejandro primero mató a su madre y luego lo encerró allí para protegerlo, porque era el único heredero que tenía para su imperio. Lo que no me queda claro en esa historia es por qué se volvió contra la familia con la que creció.
¿Por qué está tan enfadado?
—Tienes que dejarlo, la gente habla y después de esto, tu hermana podría tener repercusiones en el trabajo —comenta mi madre con severidad. Tan pronto como mi padre escuchó la noticia, salió de la casa maldiciendo, aunque ella tiene toda la intención de arrinconarme.
A quién le importa lo que siento y cómo me siento, para sus ojos sólo soy una chica caprichosa.
Noto la cabeza pesada, tener que dar explicaciones, mentir porque no quiero decir la verdad, está resultando difícil de manejar. Por si fuera poco, desde que regresé, hay varios periodistas frente a la casa, pidiendo hablar conmigo o con mi familia. No estaba preparada para todo esto y no sé cómo saldré de ello.
Entiendo la decepción y el enfado que sienten mis padres, pero lo que me pone nerviosa es el tono acusatorio de Beatrice, ella, que con Alejandro fue mucho más allá.
—¿No causaría sensación descubrir que ella se acostó con él? —Dejo escapar ácida. No sé por qué lo ha dicho, pero saber que ambos estuvimos con el mismo hombre, me molesta y me repugna. No es un despecho para mis padres, es una afrenta que siento que me hacen. Puede que esté mal, pero estoy enfadada con mi hermana.
—¿Qué? —grita mi madre y en ese momento Beatrice se encoge en el sillón, mirando hacia abajo. —¿Te acostaste con él? —pregunta mirándola sombríamente.
Mi hermana asiente y trata de explicar: —Era necesario si quería obtener toda la información.
Miente. Lo deseó, como todas las mujeres que lo conocen. No puedo sacármelo de la cabeza.
Mi madre se pone de pie y abre los brazos. —¿Pero quiénes sois? — Coloca su mano sobre la frente y suspira—. ¿Qué pensaría la gente si se enterara?
Esa es mi madre, lo único que le preocupa es lo que piensen los demás. Sonrío amargamente sacudiendo la cabeza. —Eres increíble —comento en voz baja, pero eso es suficiente para llamar su atención—. No ves más allá de tu nariz.
—Cállate, tú, lo único que haces es crear problemas. Primero Raoul, luego te fuiste lejos para ser camarera y ahora este desastre; lo peor es que te niegas a contarnos lo que pasó, sigues diciendo que no nos concierne, pero soy tu madre, tengo derecho a saber.
Esto duele mucho, pero no esperaba otra cosa. Prefiero que se enfade conmigo que decirle la verdad y poner a mi familia en peligro. Consideré ir a la policía y denunciar a Iván Volkov, pero luego me dije a mí misma que era mejor no mencionar a la mafia rusa y empeorar mi situación. Mi padre es un juez respetado en la ciudad, será difícil para él pasar por alto esto y mucho menos el hecho de que su hija tuvo relaciones sexuales con un criminal como Alejandro. Cómo me gustaría desahogarme con ellos y contarles cómo diablos han sido los últimos días. Como siempre, es más fácil ser juzgado que ser entendido.
—No hay nada que contar, tengo una relación con Alejandro De La Rosa y me doy cuenta de que no puedes aceptarlo. No te preocupes, me iré pronto —digo levantándome y mirándola a los ojos—. No te daré más problemas.
Frunce los labios y trata de hablar, pero el timbre la interrumpe.
—Voy yo —exclamo decididamente, volviéndome sobre mí misma y a paso rápido llego a la puerta, bajo la manija y con un movimiento brusco la abro.
Espero que no sean más periodistas.
Alejandro, en todo su esplendor y con una mirada cabreada, está frente a la puerta con las manos apoyadas en las caderas y su mirada fija en la mía. Es el cazador que acaba de capturar a su presa, pero no estoy dispuesta a dejarme intimidar.
—¿En qué puedo ayudarte, Alejandro —pregunto con aparente confianza y una actitud dura.
Bien, no le tengas miedo. Dios mío, esa mirada es suficiente para entender lo furioso que está.
No responde, da un paso hacia mí y mira por encima de mi hombro. —Hola, soy el hombre de Lya, vine a buscarla.
Mi corazón late al oír sus palabras. No está furioso, sino más.
Puedo hacerle frente, tengo que intentarlo.
Recuerdo que es capaz de cualquier cosa, lo he probado en mi piel, pero tengo que sacar el valor y enfrentarlo.
No tengas miedo, responde.
—Yo no v ... —Me cubre la boca con los labios y envuelve mi cintura con su brazo, sostiene mi cuerpo con tanta fuerza que apenas puedo respirar—. Trata de rebelarte y te cargo en mi hombro frente a todos para llevarte —gruñe sobre mis labios en voz baja y un escalofrío me recorre, pero esta vez no es miedo, es pura excitación.
—Ella no se va a ninguna parte —dice mi madre detrás de mí. Y en ese momento también escucho los tacones de mi hermana golpeando el piso del pasillo.
¡Muy bien! La situación es surrealista.
—Alejandro, déjala —insinúa Beatrice y me aleja de él, acabo golpeando la puerta con mi hombro y recupero el equilibrio.
—Hola, Beatrice, es un placer volver a verte —responde con el ceño fruncido—. ¿Cómo va tu carrera?
Ella se acerca a él, lo mira mientras se cruza de brazos. —Búscate otro juguete.
Asisto, incapaz de reaccionar. Verlos uno frente al otro hace que mi estómago se apriete. Ella se adaptaría mejor a Alejandro, es exactamente la mujer que podría estar a su altura. Beatrice es fascinante en su carrera. ¿Yo quién soy? ¿Cómo pude pensar en tener a alguien como él? Está fuera de cualquier patrón posible. Junto a mi hermana me veo aburrida, con mi insignificante mono, sin rastro de maquillaje y con el pelo revuelto.
Alejandro desvía su atención hacia mí y ella pone su pie en el suelo, moviéndose levemente, en un intento de bloquear su vista. Con un movimiento de su mano bloquea sus movimientos empujándola del brazo y es como si el resto del mundo no existiera y sólo fuéramos Alejandro y yo.
¡Estoy jodida! Nadie puede detenerlo ni a él ni a lo que puede desatar en mí.
—No irá contigo —insiste Beatrice—. Díselo, Lya.
No estaba preparada para esto, vino a buscarme.
Sigo sin reaccionar, me paro con el hombro contra la puerta y la mirada fija en la de Alejandro, que transmite rabia, cansancio, dolor. Es un mundo de emociones que parecen a punto de explotar, todas a la vez.
¿Por qué puedo ver todo de ti? Eres como un libro abierto para mí y un misterio para el mundo.
—No necesito vuestro permiso —dice con frialdad—. ¿Verdad, Lya?
Mi cuerpo tiembla en respuesta ente el tono autoritario de su voz. A estas alturas conozco su temperamento y sé que podría hacer cualquier cosa para conseguir lo que quiere. Y ahora soy lo que quiere.
Dios, estoy jugando a un juego peligroso.
Abro la boca, pero no sale ningún sonido, mi madre está a mi lado y me pone la mano en el hombro. —Échalo, Lya.
Me está rogando, pero no puedo pensar en nada más que en él, pues está en mi cabeza, en mi corazón, en todas partes.
Debería detenerlo, sería una decisión acertada, pero no hay nada que siga un orden lógico y la locura me lleva a querer una sola cosa, a él.
—Lya. —La voz de Alejandro es cautelosa cuando se dirige a mí. Me tiende la mano, pero no se acerca, no invade mi espacio vital, espera a que tome mi decisión—. Ven.
¿Puedes prometerme que nunca me dejarás?
Si lo arriesgo todo por ti, ¿serás mío?
Esto es lo que me gustaría preguntarle, pero no tengo el valor.
Atónita, miro por encima de su hombro a la gran cantidad de periodistas, fotógrafos ...
¿Qué he hecho?
El mundo entero sabe de nosotros. Lo obligué a ser mío, no me eligió a mí, nunca lo haría.
No pienses, sigue cometiendo errores, sigue tus instintos, deja que te destrocen, sabes que esta será la única conclusión posible. Su corazón pertenece a otra, nunca podrá ser tuyo.
Estoy loca. Arriesgo. Me lanzo al vacío.
Extiendo la mano para tocar la suya, pero él se adelanta, la toma y me atrae hacia sí.
Tomada. Suya
Trago saliva cuando siento que su agarre aprieta mi cuerpo y me arrastra sin perder el tiempo. Volvió a ser el hombre frío y mandón, fue sólo una táctica para hacerme rendir y una vez más le permití ganar. No hace falta que me lo diga, lo noto, es como un desgarro.
—¡No lo hagas, Lya! —suplica mi hermana detrás de nosotros—. ese hombre te arruinará.
No puedo volver atrás, Beatrice. Este es el precio que tengo que pagar por querer a Alejandro, no puedo alejarme de él.
Le pertenezco porque lo elegí.
Abre la puerta del pasajero y coloca su mano en mi espalda: —Sube.
Los periodistas nos rodean, hacen preguntas, hacen fotos, disparan y la confusión que ha creado me hace faltar el aire. Antes de que pueda siquiera decir o hacer algo, Alejandro me empuja al auto y cierra la puerta. Lo veo dar vueltas, mirar a un camarógrafo, decirle que apague la cámara y se sube del lado del conductor. Cierra la puerta y enciende el motor, arrancando con furia a toda velocidad mientras dejamos el camino de la villa.
—Alejandro —susurro asustada.
—Cállate. —Truena su voz acelerando aún más. Fija sus ojos en la carretera y yo sigo mirándolo, está irritado.
Explota, ¡acabemos con esto! Dime que no sientes nada por mí, acaba con mi sufrimiento.
No quiero callarme, me usó y luego me tiró a su enemigo. ¡No permitiré que tenga ese poder sobre mí!
—Me usaste —grito soltándome—. ¿Quién haría algo así? No sabía nada de tu vida, no conocía a nadie, pero me encontré prisionera de una mafia rusa. Esperaba de ti que te preocuparas por mí, pero tú eres el que más me hiere.
—Cierra esa puta boca, Lya —grita y continúa conduciendo imprudentemente, pasando autos, alguien le toca la bocina, pero no le importa, está fuera de sí.
—¿Tienes la menor idea de lo que he pasado? El hombre que amo me ha dado de comer a un cerdo criminal —continúo histérica, recuperando el aliento. —Te quería a ti, no ser destrozada por ti.
—Te dije que te olvidaras de mí —dice secamente—. Pero eres tan estúpida e ingenua que no me escuchaste y ahora, como si eso no fuera suficiente, con esa maldita noticia ... —gruñe girando a la derecha de repente, los neumáticos chirrían mientras mi cuerpo es balanceado hacia la puerta—. Pones precio a tu cabeza al declarar que estamos en una relación. ¡Lo más estúpido que pudiste haber hecho, lo hiciste! —dice dirigiéndose a un camino recto en medio del campo—. Sólo tenías que esperar con Carlos y la policía vendría a salvarte, pero pensaste que lo mejor era volverte en mi contra, atrayendo la atención de todos mis enemigos.
¡Eres estúpido! Arriesgaría todo por ti, pero no quieres entenderlo.
Suspiro y miro por la ventanilla. —¡Nunca podré llegar a tu corazón! — tomo aire y continúo—: ¿Por qué todo esto, Alejandro? ¿A dónde quieres llegar?
No responde a mi pregunta, pero ralentiza, dándome a entender que la tensión está disminuyendo, por el momento. No tengo ni idea de adónde vamos y no le voy a preguntar, porque ya no puedo hablar. Tengo un nudo en la garganta y puedo romper a llorar, todos los acontecimientos me sacuden, me siento confusa y mi futuro es incierto. He empeorado las cosas, no consigo hacer una bien. Cada decisión que he tomado ha resultado ser incorrecta, es como un rompecabezas al que le falta una pieza importante y no la encuentro.
Durante el viaje ninguno habla, el silencio flota en el aire mientras los pensamientos bombardean mi cabeza.
Su teléfono suena incesantemente y maldice mientras lo apaga. Me doy la vuelta al mismo tiempo que él también lo hace y nos miramos por un momento; Hay algo en sus ojos que todavía me hace creer que existe la parte de Alejandro de la que me enamoré.
Reduce la velocidad cerca de una villa imponente, dos hombres en la puerta asienten con la cabeza y abren; superada la plazuela con una fuente en el centro, detiene el automóvil frente a la mansión. Presiono mi cuerpo contra el asiento y sostengo el cinturón de seguridad en mis manos.
¿Por qué me trajo aquí?
Esta es su casa, la vi en los distintos noticieros mientras pasaban varias imágenes de las propiedades de la familia De La Rosa. Cuando supe quién era, quise venir aquí, pero luego pensé que sería más fácil llegar al club, porque nunca atravesaría las puertas de su casa.
Alejandro sale del auto, sigo sus movimientos mientras se acerca a mi puerta y cuando la abre lo miro a los ojos, desafiándolo.
¿Por qué no me asustas? Debería odiarte con todo mi ser. ¿Por qué no puedo, qué tienes de especial?
Mi corazón late fuerte en mi pecho y estoy nerviosa, no sé lo que me espera y no estoy dispuesta a ponérselo fácil.
Me tiende la mano. —Ven. —Esta vez el tono de su voz es calmado, casi tranquilizador, pero no es suficiente para convencerme y no me muevo.
Espera unos segundos, finalmente, como si hubiera perdido la paciencia, se agacha hacia el interior del auto. Su cuerpo toca el mío cuando me quita el cinturón y luego su brazo envuelve mi cintura y me jala hacia él, fuera del auto.
—¿Por qué tienes que hacerlo más difícil? —murmura levantándome y poniéndome en su hombro.
Grito de sorpresa. —Bájame —jadeo—. No iré contigo.
Camina hacia la casa, saluda a otros hombres de guardia y yo me quedo con la mitad del cuerpo colgando, la cabeza gacha, sin respirar.
—Primero te diviertes dándole esa bomba de noticia al mundo entero, creyendo que puedes desafiarme, ¿y ahora no quieres estar aquí? Demasiado fácil, muchachita.
¿Es una locura pensar que mi cuerpo parece hecho para caber en su hombro? ¿Es una locura pensar que su brazo agarrando mis piernas, sosteniéndome con fuerza contra su pecho, es lo más irresistible que me ha pasado?
Niego con la cabeza ante lo absurdo de mis pensamientos y espero descubrir el porqué de todo esto.
Entramos en la casa, sigue caminando con paso firme. Intento levantar la cabeza y mirar a mi alrededor, pero no me da tiempo, gira a la izquierda y abre una puerta; una vez dentro, la cierra con un ruido sordo, gira la llave de la cerradura y logro ver la estructura de una cama.
—Alejandro, ¿qué estás haciendo —pregunto vacilante mientras se acerca al borde.
—Te gusta jugar con fuego, hijita —comenta con dureza y me deja caer sobre el colchón—. Tratemos de poner fin a esta gilipollez.
¿Cree que somos una gilipollez, que yo lo soy?
No me gusta su actitud, ni quien es ahora. En él hay ese comportamiento frío y distante con el que no sé cómo lidiar, porque nunca he tenido que batallar con un personaje tan complejo e impredecible.
Me mira desde lo alto de su estatura con las manos apoyadas en las caderas. Mis ojos están fijos en los suyos y es como estar nuevamente abrumada por su torbellino de peligro y loco deseo.
—¿Con qué derecho me llamaste tu novio? ¿Acaso te di esperanzas? Porque no me parece, al contrario, te quería fuera de mi vida.
Está enfadado y la rabia que veo en sus ojos me pone la piel de gallina.
Debería decir algo, discutirle, pero ¿cómo podría hacerlo cuando sus palabras me duelen tanto que no puedo respirar?
No soy nada para él, esa es la verdad.
La emoción aumenta de intensidad cuando baja y tira de mí hacia él, agarrándome por las caderas. Intento liberarme, me aferro a las suaves sábanas de la cama, sin conseguir nada. No sé por qué, pero de repente me quedo sin aire.
—Si no te importa nada de mí, ¿por qué me trajiste aquí? —Consigo preguntarle, pero él no responde.
No pensé que reaccionaría a mi provocación, me lo esperaba, pero creí que lo dejaría pasar. Pero decidió jugar, aunque me temo que en su juego sin reglas, siempre terminaré perdiendo.
Alejandro gruñe y con unos movimientos decisivos termino boca abajo sobre sus piernas.
Aguanto la respiración mientras presiona su brazo contra mi espalda y con su mano libre toma el dobladillo del pantalón y las bragas, las baja bruscamente, dejando al descubierto mis nalgas.
—Detente —protesto retorciéndome debajo de él. No dejaré que me toque, no sé qué tiene en mente, pero si piensa ...
Inesperadamente llega un fuerte azote en mi piel, seguido de su gruñido: —¡Estúpida!
Aprieto los ojos incrédula y con la parte afectada ardiendo, grito. Paralizada, desprovista de pensamientos lógicos y con el corazón en la garganta, miro como un espectador y no hago nada para detenerlo. No está en sí, Alejandro nunca me haría daño, estoy casi segura y sin embargo en este momento parece realmente decidido a castigarme.
¿Quiero dejar que haga lo que quiera sin respetarme? ¿Quiero seguir esperando?
No puedo permitir que me envenene de nuevo, me estoy perdiendo, estoy sacrificando cada parte de mí para tenerlo.
¿Pero estoy tan segura de que él me quiere? ¡Por sus palabras diría que no!
Furiosa y armada de valor, agarro su pierna e intento levantarme, pero parece imposible liberarse de su agarre. —¡Vete al infierno, Alejandro!
Viene otro azote, con más intensidad y aprieto los dientes.
—Oh, iré, hijita , pero no te arrastraré conmigo —gruñe mientras continúa golpeando mis nalgas sin parar—. Pero no vas a arruinar mi mundo —dice y sus palabras son seguidas por los azotes más duros que me ha dado hasta ahora.
Me está infligiendo dolor porque lo decidió, es consciente de lo que hace.
No le importas, de lo contrario nunca te haría daño.
Las lágrimas están a punto de explotar, pero las contengo entrecerrando los ojos con fuerza.
Ódialo, ódialo, te hará la vida más fácil.
No se merece mi amor, a él no le importa.
—Sabía que era mejor ignorarte cuando te vi —dice disminuyendo el ritmo de los azotes, pero con tanta fuerza y determinación que me hizo temblar—. No me gusta lo que siento.
¿Qué sientes? Dime, lo necesito porque tengo miedo de perder lo bueno que veo en ti.
—Por favor, basta. —Ya no siento mi carne, sólo un ardor infernal que se enciende por todo mi cuerpo y luego ya no puedo contenerme más, libero las lágrimas que corren por mi rostro.
Me estás rompiendo el alma, Alejandro.
Por favor, detente.
Sigue decidido a infligirme dolor, porque es la única forma que conoce, porque siempre ha sido así y nunca ha intentado ocultarlo.
Pude ver el tormento en sus ojos y seguí ignorando esa parte de mí que sólo quería protegerme de ello. Sabía que una vez que le conociera, mi vida nunca volvería a ser la misma.
—Toda esas gilipolleces —expresa con severidad y le sigue un azote seco—. Primavera en el infierno, como si fuera posible para alguien como yo.
No será posible porque tú no me ves, sigues rechazando los sentimientos que tengo por ti.
Me rompo, pero no físicamente, algo adentro hace un ruido ensordecedor: es mi corazón ingenuo el que se ha dejado ir hacia lo desconocido, consciente de que estaba llegando a su fin.
Estoy gritando, pero no con la voz.
Te estoy diciendo que amo cada parte de ti, pero no quieres escuchar.
Mi cuerpo tiembla, aprieto la tela de sus pantalones con mis manos.
Respira. Terminará pronto.
—Ódiame, Lya —ordena, subiendo mi pantalón—. ¡Ódiame ahora! —continúa desplazándome bruscamente.
Terminó. Se desahogó.
Sí, debería odiarlo, pero no puedo y duele más que el dolor físico.
—La gente no siempre toma las decisiones correctas, Lya. Es más fácil juzgar que entender —las palabras de Kasandra de repente estallan en mi cabeza.
¿Por qué debería entenderlo cuando él ni siquiera quiere escuchar?
Presa de la ira, sin prestar atención al dolor, me levanto y mirándolo a los ojos, le abofeteo en plena cara con todas mis fuerzas.
“Tú eres su mayor temor”, dijo Kasandra, entonces tendrá que enfrentar su miedo si es realmente así.
—¿Quién eres sin tu máscara, sin tus hombres, sin un arma en tu mano? —grito retrocediendo hasta que mi espalda toca la puerta.
—¿Quién soy? —ruge alcanzándome en pocos pasos. Golpea con sus puños a los lados de mi cabeza, como si quisiera hacérmelo a mí—. ¿No te he mostrado quién soy Lya? ¿Dónde diablos estabas cuando te usé sabiendo que Volkov podía matarte?
Aguanto la respiración cuando sus ojos furiosos se fijan en los míos, pero esta vez no me voy a dejar intimidar.
—Sólo un cobarde haría ciertas cosas, un hombre de verdad nunca usaría a la mujer que lo daría todo por él. —Las palabras salen de mi boca llenas de ira—. Lo que veo en ti me duele porque sigues enterrando lo bueno y quieres ser el malo a toda costa, pero eso no te hace invencible, al contrario, demuestra lo débil que eres.
Pongo mis manos sobre su pecho y trato de apartarlo, pero con un movimiento firme presiona su cuerpo contra el mío, aplastándome contra la puerta. —¿Sacaste las uñas muchachita? —pregunta amenazante.
—¿Muchachita? ¿De verdad, Alejandro? —Respiro hondo y cargada con una fuerza repentina lo empujo, forzando mi cuerpo hacia el suyo y retorciéndome en un intento de liberarme—. ¡Vete a la mierda!
Busco la cerradura con manos temblorosas, me agarra por los brazos, pero no me detengo, no sé lo que estoy haciendo, pero quiero salir de esta habitación. ¡Ahora!
—También te permites el lujo de estar furioso conmigo después de lo que me hiciste ...
—digo mientras tira de mí, pero logro abrir la puerta. Estoy enloquecida, no puedo controlar mis movimientos, sólo reacciono.
—¿Qué diablos crees que estás haciendo, eh? —grita mientras trato de liberarme de su agarre.
¿Qué creo que estoy haciendo? ¡No lo sé!
Me vuelvo, mi respiración es irregular, mi corazón late con tanta fuerza que tengo miedo de que explote en mil pedazos.
Me escapo de su agarre, lo pateo, no estoy segura de dónde, pero le di, porque me suelta y salgo corriendo de la habitación.
—Lya, joder, detente —grita persiguiéndome. Está detrás de mí, la adrenalina, la ira y algo más corriendo por mis venas que aún no sé qué nombre tiene.
“Amor, Lya. Has destruido sus creencias y está dispuesto a aniquilar lo que sientes por él para no tener que afrontar este sentimiento.”
Si Kasandra tiene razón, me aseguraré de que se rinda, no permitiré que continúe esta masacre.
Corro por el pasillo, no sé qué camino tomar, trato de abrir la primera puerta a mi izquierda, pero está cerrada. No me giro, está detrás de mí, casi me alcanza.
—Detente, enseguida —ordena disminuyendo la velocidad, como si el desgraciado estuviera seguro de que no puedo ir a ninguna parte, pero no me voy a rendir. Encuentro otra puerta, bajo la manija, se abre, me apresuro a entrar y la cierro de golpe. Con las manos temblando de tanta adrenalina circulando por mis venas, giro la llave en la cerradura, me sobresalto cuando escucho el ruido sordo de la puerta y el grito de Alejandro.
Salvada. De momento.
Tomo aliento y voy a escudriñar. Es un despacho. No sé lo que estoy buscando, miro el teléfono en el escritorio.
¿A quién quieres llamar? ¿Te sientes en peligro con él?
No sé, ya no sé nada.
Jadeo cuando grita mi nombre de nuevo y golpea la puerta con los puños. No tengo intención de abrir, pero sé que muy pronto encontrará la forma de entrar. Si no voy a buscar ayuda, ¿por qué estoy aquí? Podría invadir su espacio, tocar cualquier cosa para que me recordara para siempre.
Llego al escritorio, toco la superficie de madera con las yemas de los dedos mientras camino hacia la gran silla de cuero negro. La miro.
¿Es aquí donde se sienta y actúa como un hombre poderoso?
—¡Abre carajo! —Otro golpe sacude la puerta, pero esta vez no me estremezco, me concentro, sigo tocando, hojeando la pila de papeles, luego el portátil cerrado. Quién sabe cuántos secretos se guardan entre estos muros.
Giro la silla y tomo asiento con una mueca en el rostro.
¡Maldito desgraciado!
Me duelen las nalgas, me queman, casi lucho por sentarme, pero aprieto los dientes, pongo las manos sobre el escritorio y cierro los ojos por un momento.
No pienso en el dolor físico que siento, trato de imaginarme a Alejandro en este sillón mientras dirige una mirada intimidante hacia quien se sienta frente a él. Abro los ojos, de repente hay demasiado silencio.
Entrará en breve. Muevo el bolígrafo que descansa sobre un papel. ¿Qué pasará ahora?
Suspiro, sigo hurgando entre sus cosas, siempre que este sea su despacho, por lo que sé, podría ser el de cualquiera. Miro dentro de los cajones del escritorio. El primero contiene documentos. Aburrido, nada interesante.
¿Qué quiero exactamente encontrar allí? ¿Una fotografía? ¿Un recuerdo que me ayude a descubrir más sobre él?
Abro el último cajón del escritorio y mi cuerpo se pone tenso al ver una pistola. No debería sorprenderme, es un criminal, por supuesto que tiene un arma.
¿La ha usado alguna vez? ¿Mató a alguien?
Escucho un ruido sordo, me sobresalto asustada y cuando miro hacia arriba la puerta está abierta de par en par y él viene hacia mí, furioso.
Con un gesto instintivo, tomo la pistola y le apunto. —Detente.
Lo hace, se detiene en el sitio, pero no parece asustado en absoluto, al contrario, incluso parece molesto porque me permití apuntarle con un arma.
¿Qué estoy haciendo?
La mano tiembla, nunca he sostenido un arma y mucho menos apunté a alguien a quien amo.
No permitiré que destruya en lo que creo, no permitiré que me quite una parte de mí, lucharé hasta el final, le mostraré que sus actos no coinciden con lo que compartimos aquel día.
¿Si me equivoco y a él realmente no le importo?
—Siéntate —digo señalando uno de los dos sillones frente a mí.
Rechina los dientes y se acerca con la actitud de aquel hombre invencible que no teme a nada. —Veamos. ¿Qué vas a hacer, hijita?
—¡No me llames muchachita cuando te estoy apuntando con un arma, idiota!
Pone sus manos en el respaldo de la silla frente a él, aprieta las esquinas con fuerza y podría jurar que la forma en que me mira está pensando en diferentes formas de matarme. —¿Sabes que cuando te quite el arma te arrepentirás?
¡No te tengo miedo!
Sin embargo, mi cuerpo no parece tener la misma idea, porque tiembla con sus palabras.
Calma. Sangre fría. Puedes hacerlo. Tienes que ser valiente y mostrar algo de valor si quieres tener una oportunidad.
Con mi mano libre me paso el pelo por los hombros, tengo calor y la habitación se hace demasiado pequeña para los dos. —¿Mataste a alguien con esta arma? —pregunto estúpidamente, como si esperara recibir una respuesta sincera.
—Realmente no quieras saberlo —responde sentándose, se inclina hacia atrás con aquel aire arrogante y mirada dura.
Cuando termine pagaré muy caro lo que estoy haciendo, soy consciente de ello, le he echado leña al fuego, pero no voy a parar. Esta vez tiene que escucharme, tengo todo el derecho.
—¿Vamos a quedarnos aquí todo el día? —pregunta sarcástico—. Vamos, dispara si te atreves.
—Oh, Alejandro, por una vez te sorprenderá descubrir que hay muchas formas de hacer daño. —Miro la pistola en mi mano y luego la dirijo a mi sien.
En mis diversas películas mentales en este punto debería levantarse, mirar aterrorizado, rogarme que pare, pero Alejandro De La Rosa no es ese tipo de hombre. No, me clava con su mirada decidida y fría diciendo: —Lya, hablemos de ello.
Me dejo llevar por una risa histérica. Es increíble, no pierde el control ni siquiera en un momento trágico en el que podría volarme la cabeza. —¿Quieres hablar ahora? ¿Tenía que llegar a este punto para llamar tu atención?
Veo sus puños apretados, sus nudillos se vuelven blancos, los músculos de sus brazos se contraen y su postura se vuelve cada vez más tensa.
¡Entonces hay esperanza! No es del todo indiferente. ¡Oh, Dios!
Me estoy adentrando hacia territorio desconocido, no estoy loca, nunca me dispararía, me preocupo por mi vida y sin embargo, he llegado tan lejos por él.
Si tampoco lo entiende ahora, me rindo.
—¿Qué estás sintiendo ahora? ¡Dime!
Háblame, ábrete, déjame entenderte.
—Baja esa pistola. —Por el tono de su voz, juraría que es más una orden; incluso en aquel momento es incapaz de bajar esa máscara que usa como una segunda piel.
—Podría resolver el problema que creé —digo moviendo el cañón a mi sien. —Volverías a tu vida, ya no estaría en tu camino. ¿No es eso lo que quieres?
Acabo de cruzar la línea, usando una máscara yo también.
Decepcionada por no ver su reacción, pero dispuesta a insistir, sigo hablando: —Eres tan despiadado con tus acciones, pero un cobarde cuando se trata de sentimientos —digo y trago porque mi garganta ahora está seca.
Vuelve a mí, Alejandro. Dime que todo saldrá bien.
Demuéstrame que tengo razón de esperar que puedas ser mío.
Con un movimiento rápido se pone de pie y golpea con los puños el escritorio, haciéndome estremecer. —¿Qué sabes tú de sentimientos? Tienes veintitrés años, carajo, todavía no has empezado a vivir. No estamos en un cuento de hadas, Lya, no soy el príncipe que vendrá a salvarte. —Extiende sus brazos—. Mírame, soy el hombre que te usó, ¡y te importa un carajo que lo haya hecho!
¡No te creo! Te destrozaré, como tú lo hiciste conmigo.
Miro fijamente a sus ojos.
No renuncies a mí. ¿Por qué sigues mirándome como si esperaras algo más? ¿Qué quieres, Alejandro?
Presiono el cañón contra mi sien y cierro los ojos por un momento. Falta algo, como una pequeña pieza fuera de lugar que podría arreglarlo todo ... si supiera cual es.
Razona.
En Praga no sabía quién era y fue bonito, sé con certeza que se dejó llevar mostrándome quién es en realidad. Desde que descubrí que es Alejandro De La Rosa… a partir de ese momento se ha convertido en otro.
¿Cómo puede la misma persona ...?
La verdad me golpea como un tren, me abruma. Abro los ojos y miro los suyos.
Ya no puedes escapar, Alejandro. ¡He entendido lo que estás haciendo!
Nunca he tenido miedo, porque de los dos, es él quien lo tiene, pues le da miedo sentir algo por mí, esa es la verdad.
Conocí a Kasandra, ella me contó sobre su relación y amor no correspondido. Él tiene el corazón roto y por eso lo reconocí, sé lo que se siente. Excepto que admití que el sentimiento que tuve por Raoul no tiene nada que ver con la intensidad que tengo por Alejandro.
—¿Sigues enamorado de Kasandra? —pregunto a quemarropa.
Dime la verdad, prefiero ser destruida antes que quedarme suspendida en el vacío.
Su silencio, su mirada indescifrable, sólo alimentan mi inseguridad.
¿Y si me equivoqué?
Se me pone la piel de gallina al pensarlo. Mi cuerpo se derrumba en la silla y bajo el arma, pero sigo sosteniéndola.
Por favor dime que puedes amarme a mí también.
Trato de contener las lágrimas, pero fallo miserablemente, porque ya no puedo soportar este dolor que se apodera de mi corazón.
No llores. Necesita una mujer fuerte a su lado.
Pero yo no lo soy. Este mundo me preocupa y no sé cómo enfrentarlo, entonces lloro; Dejo que las lágrimas se deslizaran por mi rostro, frente a Alejandro y su ser controlador, frío y autoritario.
Navego por aquellos ojos, que me abren a un mundo inexplorado y busco desesperadamente el espacio reservado para mí. Pasan minutos de silencio, miradas fijas, el tic-tac del reloj colgado en la pared produce un ruido que sigue al latido de mi corazón, que se desmorona a cada segundo que pasa.
—Dime que me equivoqué y renunciaré a ti, porque ya no puedo soportar la guerra entre mi corazón y mi cerebro.
—No puedo, Lya —responde, camina alrededor del escritorio y se une a mí. No me muevo, sigo mirándolo y esperando ... Quedo a la espera de algo que temo que nunca llegará.
Toma el arma de mi mano, rozando mi piel en un breve contacto y deseo que no termine, porque ahora es parte de mi vida. Abre el cajón y vuelve a colocar el arma; cuando vuelve a mirarme, veo aquella luz en sus ojos que me hizo enamorarme de él.
—La próxima vez asegúrate de que esté cargada —continúa hablándome en tono indiferente.
Me gustaría gritarle, decirle que se detenga, no quiero máscaras entre nosotros.
Estaba segura de que no me iba a pasar nada, el idiota lo sabía, por eso no pude captar su reacción. Estoy casi aliviada, esto todavía me hace esperar que le importe.
Odio lo que representas, pero te amo, Alejandro.
Se para frente a mí, acaricia mi mejilla con las yemas de los dedos y limpia las lágrimas que siguen corriendo por mi piel.
—Hubiera sido más fácil si me hubieras odiado —susurra—. No deberías aferrarte a lo que hemos vivido. Ambos sabíamos que aquel privilegio nos fue otorgado porque duró unas horas, en un mundo que en realidad no puede existir, Lya. ¿Lo entiendes?
Niego con la cabeza sollozando y lo alejo mientras me levanto. —Deja de decir tonterías para convencerte de que está mal. —Golpeo con mis puños su pecho— ¿Cuántas veces en tu vida has dicho tú y yo, para siempre? ¡Respóndeme! —No puedo soportarlo más, duele demasiado. Agarro su camisa, desesperada y no hace nada para detenerme—. Tu corazón nunca podrá ser mío porque amas a Kasandra.
Agarra mis muñecas con fuerza. —¡No la menciones! Esto —exclama señalándonos—, no tiene nada que ver con Kasandra.
La firmeza de su voz me hace temblar, es obvio que esa mujer ocupa todo su corazón y no tengo ninguna posibilidad. ¡Nunca podré competir con ella!
Mi cuerpo se debilita, dejo de luchar contra un sentimiento que es unidireccional. Es devastador, pero tengo que aceptarlo, él no puede pertenecerme.
Cansada de luchar, apoyo mi frente en su pecho, aprieto la tela de la camisa con fuerza en mis manos. —Puedes decirme que está mal, puedes seguir haciéndome daño, pero no puedes cambiar el hecho de que estoy enamorada de ti. ¿Entiendes lo que digo? Te acepto como eres, no te quiero diferente.
Puedo escuchar el latido de su corazón, no es regular, el ritmo se acelera. Froto un punto en su pecho con mi dedo índice y cierro los ojos. Sollozo. Escucho el silencio y mi respiración, espero que diga algo para acabar con esto. Espero que me destroce el corazón y me despida.
No conseguiré olvidarme de ti.
El tiempo que me diste no fue suficiente, quería que me alejaras de todos, que me eligieras.
Por una vez, esperaba que alguien me permitiera convertirme en una parte vital de sí mismo.
No sé cuánto tiempo quedo en esa posición y no me importa si me veo ridícula. Estoy cansada de luchar sola y esperar por los dos, ya no tengo fuerzas para seguir.
—Nunca he tenido una oportunidad contigo —suspiro—. Quería ser la especial y permitirme entrar en tu corazón, porque el mío ya te pertenecía.
De repente, sus brazos me rodean, me envuelven. Aguanto la respiración y levanto los ojos con cautela hacia los suyos. Toca un mechón que me ha caído en la cara y lo mueve detrás de la oreja, me mira con tal intensidad, que puede hacerme estallar en lágrimas de nuevo.
Ha vuelto mi Alejandro.
—Déjame mostrarte lo que siento por ti, porque no encuentro las palabras adecuadas.
Sus labios están sobre los míos, pero no es pasión, sino algo tierno y silencioso. Dejan mi boca, se deslizan por mi mejilla, trazando un rastro de besitos justo donde han caído las lágrimas y me susurran aquel “tú y yo para siempre”, esas palabras que he guardado en mi alma y a las que también me he aferrado desesperadamente. en los momentos más terribles.
El corazón se vuelve loco y temo que pueda quebrar de tanto amor.
Ámame, Alejandro.
Encaja la cara en el hueco de mi cuello y suspira profundamente, como si fuera un alma atormentada incapaz de seguir más allá de lo que conoce.
Levanta mi cuerpo tomándome en sus fuertes brazos y camina silenciosamente fuera del despacho. Me quedo cerca de él, contra su pecho, con la cabeza apoyada en su hombro. Alejandro me besa en la frente y un sentimiento de pertenencia me atraviesa el corazón, mientras me siento protegida por él, mientras me siento su mujer.
Llega a la habitación, no cierra la puerta, parece tener una misión, como si sólo estuviera concentrado en eso y llega a la cama. Me apoya suavemente, me permite mirarlo a los ojos, pero ni una palabra sale de sus labios, que me besaron hace un rato. Apoya la rodilla en la cama y con un movimiento lento y la mirada atormentada, desliza las manos por debajo de mi camiseta, llega a mis pechos, pero no se detiene, sigue su camino silencioso hasta que quita la tela que me cubre. Me siento avergonzada, estoy expuesta y no sé qué hacer.
¿Es un adiós o es su forma de decirme que es mío?
Aguanto la respiración mientras se acuesta a mi lado y silenciosamente apoya su mejilla entre mis pechos desnudos.
Sorprendida y con los músculos del cuerpo tensos, espero; dejarle hacer lo que quiera en este momento me parece lo único correcto.
—Estoy aquí —susurra colocando su mano sobre mi vientre.
Cierro los ojos, ignoro lo que nos rodea, guardo mis pensamientos en un cajón y dejo que este momento sea todo lo que necesito.
Incierta, deslizo mis dedos por su cabello, quiero que se sienta amado, que entienda que esto, entre nosotros, es real. Se deja acariciar, como si no esperase otra cosa, saboreando este momento de paz y serenidad que espero no se desvanezca. No quiero que vuelva a interpretar su papel, a ser el hombre que no le pertenece. Con mi mano libre acaricio sus hombros, deseando que no tuviera la camisa. Dibujo palabras que no tengo el valor de pronunciar.
Para siempre, tú y yo.
Por Alejandro renunciaría a mí misma, porque estoy loca por él.
Con un movimiento decisivo mueve su pierna entre las mías, como si quisiera encajar nuestros cuerpos, hacerlos uno y es una sensación maravillosa. Siento su corazón latiendo rápido, su respiración ahora regular y el calor de su cuerpo mezclándose con el mío.
Ha vuelto a mí.
—Lo siento —susurra dos palabras con dolor y no puedo contener las lágrimas, pero custodio su frase como si pudiera arreglarlo todo. No quiero pensar en lo que pasó, ni en el daño que me ha hecho, sólo quiero borrar todo y quedarme en esta cama, sólo nosotros y nada más, porque es suficiente para mí, pero él no puede entenderlo, porque sólo ve y siente lo que él ha decidido.
Alejandro
Mi batalla es inútil si ella continúa tratándome como una persona especial; cree en mí, pero no debería, considerando lo que he hecho. Me odio por eso. Tiene razón cuando dice que soy un cobarde, prefiero herir a las personas que me importan que admitir lo que siento.
Levanto la cara y la miro, está llorando y yo soy la causa de sus lágrimas. Los sollozos son atroces, me gustaría que sonriera y no sufriera.
Pero ¿cómo se hace? Ya no me acuerdo, estoy perdido.
—Lya, mírame —abre sus hermosos ojos—. No puedo darte nada bueno. —Acaricio su rostro secando aquellas lágrimas.
Soy hábil destruyendo, no construyendo.
Me mueve suavemente con la mano y se sienta de rodillas en la cama. Suspira, sus dedos comienzan a tocar mis brazos, continúan hacia los botones de mi camisa y los abre lentamente, sin dejar de sostener mi mirada.
—Lya ...
Coloca su dedo índice en mis labios. —No me rechaces, necesito desesperadamente perderme contigo y olvidar todo lo demás —suspira—. Concédemelo.
Mi corazón late en mi pecho aún más fuerte y me coloco en la misma posición que ella. Dejo que sus delgados dedos me desnuden y sus ojos admiren mi cuerpo. No quiero detenerla, así como ella no detendrá mis manos, que están a punto de terminar de desnudarla.
Beso su hombro y miro la marca de la quemadura en su brazo, toco el contorno con los dedos y rechino los dientes, consciente de que yo soy la causa.
¡Nunca me lo perdonaré!
Beso aquel punto. —Lo siento —sigo dejando pequeños besos en su piel, subo por su cuello, huelo su perfume.
Perdóname, hijita.
Delicadamente sigo venerando cada centímetro de piel que siento mía, que me pertenece, pero tengo miedo; Bajo por los senos, por el abdomen, pronto ella me detiene, agarrándome la cara se inclina sobre mí.
—Amor —susurra sobre mis labios—. Te perdono.
—Lya.
No te merezco.
Me gustaría decirle que no sé qué es, o al menos no recuerdo cómo amar, porque he destruido todo lo bueno que había en mí. Me gustaría decirle que no sabía quién era su hermana, que nos conocimos por un extraño designio del destino.
—Eres lo mejor que me ha pasado —confieso soltando las palabras sin arrepentirme.
—Bésame, Alejandro.
—Te mentí, no sabía que eras la hermana de Beatrice —confieso. Entre las palabras también suelto el aire de mis pulmones, es como liberarme de un peso que me atormentaba, porque traté de que ella me odiara, pero no quería que me creyera.
—Esperaba que no fuera cierto, porque una parte de mí conocía tu verdadero ser —responde rozando mis labios con los suyos—. Ahora Bésame.
La beso apasionadamente y luego le digo: —¿Por qué no quieres entender que estar a mi lado cambiará tu vida para siempre y no será para mejor?—
Le vuelvo a besar la boca, soltándola, mientras nuestras manos se siguen tocando, pero no hay nada carnal en ello, es algo que va más allá y me asusta.
—Eres un tonto, no puedes entender que no me importa mi vida si tú no estás en ella.
Pero yo soy el malo, Lya y no tienes idea de cuánto afectará esto a nuestras vidas.
Ella me acepta como soy, no me odia y una vez más aprovecho su ingenuidad, su pureza, para arrastrarla hacia lo que soy. No puedo parar, he intentado evitarlo por todos los medios, pero he fallado.
Si decide ser mía, nunca la dejaré ir.
Me inclino sobre ella y a medida que bajo dejándole pequeños besos, la noto estremecer, tocarme exigente, como si todo dependiera de eso.
No la arrastres a tu vida, deberías dejarla ir.
—¿Eres consciente de las consecuencias? —pregunto para asegurarme de que no ha cambiado su decisión.
No tienes ni idea de lo que tendrás que enfrentar.
—No te detengas —suplica envolviendo sus piernas alrededor de mí.
—Contesta, Lya. Una vez que seas mía, nunca te dejaré ir, ¿eres consciente de eso?
Dime que lo entiendes y que así será, porque estoy a punto de dejar atrás todo lo que alguna vez creí saber.
Su cuerpo se endurece, tal vez fui demasiado apresurado, pero es mejor que sepa de inmediato cómo soy. No puedo prescindir de ella, si algo me pertenece seguirá siéndolo para siempre.
No me mires así, muchachita, conseguirás que me vuelva loco por ti.
—Define: mía.
Esta es mi novia, provocándome, tratando de hacerme decir lo que anhela desde la primera vez en Praga.