Kraken

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Primera parte » 6

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—El artículo que birlaron —prosiguió Baron. Billy se paró en seco, con la mano en el pomo de la puerta—. Es donde el viejo Japetus nombra al Architeuthis por primera vez. Claro que uno se puede hacer con una reimpresión, pero los originales son un poco especiales, ¿no es cierto?

—Allí desmentía la leyenda —dijo Vardy—. El texto entero se dedica a menospreciar un cuento chino, y a sentenciar: «No, hay una explicación racional, caballeros». Se podría decir que es el lugar en el que el monstruo se enfrenta a…

Hizo un gesto abarcando todo su entorno.

—Esto. El mundo moderno.

El énfasis en estas dos últimas palabras era una burla.

—Abandona la fábula para entrar en la ciencia. Es el fin de un antiguo orden. ¿Verdad?

Negó con el dedo. Baron lo observó, indulgente.

—¿La muerte de la leyenda? —dijo Vardy—. ¿Porque le haya dado un nombre? Dijo que era un Ar, chi, teu, this. No un calamar enorme. Ni grande, ni siquiera gigante. Dominante.

Pestañeó.

—¿Es dominante? ¿Es su manera de serle fiel a la Ilustración? Lo empuja a la taxonomía, sí, pero ¿a modo de qué? A modo de un condenado demiurgo.

»Él era un profeta. ¿Sabe qué hizo al final de la conferencia? Oh, tenía utilería. Y tablas ante el público, igual que Billy Graham, el predicador evangelista. Saca un tarro, y ¿qué hay dentro? Un pico. —Vardy chasqueó los dedos—. De un calamar gigante.

Se estaba yendo la luz: alguna nube que se aproximaba, como convocada por la teatralidad. Billy se quedó mirando a Vardy. Tenía las gafas en la mano, de manera que lo veía como un punto borroso. Billy ya había oído contar aquella historia, a grandes rasgos, lo recordaba: una anécdota en una sala de conferencias. Siempre que podían, sus profesores solían salpimentar, como quien no quiere la cosa, el relato de las teorías de sus antecesores para darles un poco de vidilla. Contaban anécdotas de un Faraday erudito, leían la triste y dolorosa carta de Feynman a su difunta esposa, describían los pavoneos de Edison, elogiaban a Curie y a Bogdanov, martirizados por los investigadores utopistas. Steenstrup había formado parte de aquella gallarda compañía.

Por el modo en que hablaba Vardy, era casi como si, venga ya, como si estuviera viendo la intervención de Steenstrup en persona. Como si estuviera viendo aquella cosa, negra como un arma, que Steenstrup había sacado del tarro. La parte de leviatán, más parecida a un instrumento de diseño extraterrestre que a cualquier boca. Preservada, valiosa, patente como el hueso del dedo de un santo. Tanto daba lo que afirmara, la botella de Steenstrup era un relicario.

—Ese artículo —dijo Vardy—. Es un fulcro. Desde una cierta perspectiva, fácilmente merecería que se quebrantara la ley por él. Porque es un texto sagrado. Un evangelio.

* * *

Billy sacudió la cabeza. Sentía como si le pitaran los oídos.

—Y eso —dijo Baron, manifiestamente divertido— es por lo que cobra el profesor.

—Lo que han estado haciendo nuestros ladrones es construirse una biblioteca —dijo Vardy—. Le juego un buen pico a que en los meses pasado han estado birlando cosas de Verrill y Ritchie y Murray y otros, ya sabe, clásicos de la literatura téuthica.

—Dios mío —dijo Billy—. ¿Cómo sabe tanto de esto?

Vardy ahuyentó la pregunta (literalmente, con la mano) como si fuera un insecto.

—El hombre se dedica a eso —dijo Baron—. De cero a gurú en cuarenta y ocho horas.

—Vamos a ir avanzando —dijo Vardy.

—Entonces —dijo Billy—, ¿usted cree que esta secta robó el libro, se llevó el calamar y mató a ese tío? ¿Y ahora me quieren a mí?

—¿He dicho yo eso? —dijo Vardy—. No puedo estar seguro de que estos calamaristas hayan hecho nada. Para serle franco, hay algo que no cuadra.

Billy recibió esas palabras con un amago de risotada desdichada.

—¿Usted cree? —dijo.

Pero Vardy no le hizo ni caso, y prosiguió.

—Pero tiene algo que ver con ellos.

—Venga ya, es un delirio —adujo Billy—. ¿Una religión de calamares?

La pequeña sala se le antojaba una trampa. Baron y Vardy lo observaban.

—Vamos, hombre —dijo el psicólogo—. Se puede tener fe en cualquier cosa. Incluso se puede ser adorado.

—¿Me va a decir que todo esto es una coincidencia? —dijo Baron.

—Su calamar acaba de desaparecer, ¿no es cierto? —dijo Vardy.

—Y a usted nadie lo está vigilando —dijo Baron—. Y nadie le ha hecho nada a ese pobre desgraciado de ahí abajo. Ha sido un suicidio por embotellamiento.

—Y usted —dijo Vardy mirando a Billy—, usted no tiene la sensación de que pase nada raro ahora mismo. Ah, que sí la tiene, ¿no? Ya veo. Usted quiere oír esto.

Silencio.

—¿Cómo lo han hecho? —preguntó Billy.

—A veces uno no puede quedarse estancado en el cómo —dijo Baron—. A veces ocurren cosas que no deberían haber ocurrido, pero no dejas que eso te detenga. Mientras tanto se pueden hacer progresos con el porqué.

Vardy caminó hacia la ventana. Una silueta oscura recortada en la luz. Billy no distinguía si estaba de frente o mirando hacia fuera.

—Siempre tiene que ver con las sotanas —dijo Vardy desde su penumbra—. Siempre la Iglesia, con mayúsculas. Ellos podrían… abjurar del mundo.

Se regodeó en la pompa de la frase.

—Pero para este tipo de sectas se trata de ritos e iconos. Esa es la cuestión. Hay pocos cultos que hayan sufrido una reforma. —Se apartó del resplandor de la ventana—. O, si han pasado por ello, como esos desgraciados de la cienciología, se monta un Concilio de Trento y el antiguo orden vuelve al ataque. Necesitan desesperadamente tener sus propios sacramentos.

Negó con la cabeza.

Billy deambulaba entre carteles, diseños baratos y tablones de anuncios en los que se intercambiaban mensajes compañeros a los que no conocía.

—Si uno rinde culto a ese animal… Lo diré de forma sencilla —continuó Vardy—. Ustedes, su Centro Darwin…

Pronunció estas palabras con una sorna que Billy no alcanzó a comprender.

—Usted y sus colegas, Billy… están exhibiendo a Dios. De modo que, ¿qué devoto que se precie podría no hacer nada para liberarlo?

»Ahí tendido lo tienen, en conserva. Su táctil dios cazador. Ya se podrá imaginar cómo queda eso plasmado en sus salmos. Cómo describen a Dios.

—Vale —respondió Billy—. Vale, ¿saben una cosa? Necesito sin falta salir de aquí.

Vardy volvió a tomar la palabra, aparentemente con una cita:

—«Se desliza en la oscuridad, vaciando en esa tinta la suya propia». Algo parecido. ¿Se podría decir «una nube negra en un agua ya negra»? Ahí tiene un buen koan, Billy. Es un dios táctil con tantos tentáculos como dedos tenemos nosotros, y ¿es eso una coincidencia? Porque así es precisamente como funciona —añadió, en un tono más comedido—, ¿comprende?

Baron atrajo a Billy con señas hasta la puerta.

—Tendrán versículos sobre su boca —decía Vardy a su espalda—. Las «fauces rígidas de un ave del cielo en las profundas trincheras de las aguas».

Se encogió de hombros.

—Algo así. ¿Es escéptico? Au contraire: es un dios perfecto, Billy. Maldita sea, es el dios más selecto, puro y perfecto, el más apropiado para los tiempos que corren, para ahora mismo. Porque es una nulidad, igual que nosotros. Extraterrestre. Ese viejo matón barbudo nunca ha sido creíble, ¿no?

—Lo suficiente para usted, maldito hipócrita —dijo Baron, en tono jovial. Billy salió con él al pasillo.

—Veneran a esa cosa —continuó Vardy, acompañándolos—. Tienen que salvarlo del insulto que supone lo que, me da la impresión, es su cariño entusiasta. Me juego lo que sea a que le tienen puesto un apodo, ¿a que sí?

Ladeó un poco la cabeza.

—Me juego cualquier cosa a que lo llaman «Archie». Ya veo que no me equivoco. Ahora bien, dígame, ¿qué persona de fe podría permitir algo así?

* * *

Estuvieron recorriendo los pasillos del museo y Billy no tenía ni idea de adónde iban. Se sentía completamente desligado. Como si no estuviera allí. Todos los corredores estaban desiertos. Todos los recovecos del museo se cerraban a su paso.

—¿Qué…? ¿Cómo es eso que hace usted? —le preguntó a Vardy, aprovechando que este se paraba a tomar aire en mitad de su revelación. ¿Cómo se llama eso?, pensó Billy. Esa inteligencia reconstructiva, ensamblaje de memes propia de un guerrero berserker, detección de patrones iniciales a partir de la nada; a continuación, la correspondencia, a continuación, la causalidad y el sentido disidente.

Vardy alcanzó a esbozar una sonrisa.

—Paranoia —dijo—. Teología.

Llegaron a una salida que Billy nunca usaba e inhaló el aire frío del exterior. El día estaba revuelto: los árboles se retorcían por efecto del viento y las nubes corrían como si tuvieran una misión que cumplir. Billy se sentó en los escalones de piedra.

—Entonces, el tío del sótano… —dijo.

—Aún no lo sé —dijo Vardy—. Molestaba. Un disidente, un vigilante, un sacrificio, algo. Por el momento hablo sobre la forma de algo.

—Nada de todo esto debería ser asunto suyo —aclaró Baron. Con las manos en los bolsillos, dirigía sus observaciones hacia uno de los animales labrados en piedra del edificio. El aire le revolvía el pelo y la ropa a Billy—. No debería tener que preocuparse por estas cosillas. Pero ¿qué pasa? Entre lo de Parnell en el autobús, esa clase de atención, da la impresión que, por la razón que sea…, se han fijado en usted, señor Harrow.

Miró a Billy a los ojos. Él se crispó al ser objeto de atención. Echó un vistazo por el patio, la mirada perdiéndose al otro lado de la verja, contemplando la mudable vegetación. Algunas ráfagas levantaban desperdicios, que se arrastraban sobre el firme como si fueran peces planos en el lecho marino.

—Usted forma parte de alguna conspiración que atrapó a su dios —dijo Vardy—. Es más, usted es el hombre fuerte del calamar, señor Harrow. Se ve que hay alguien que está interesado en usted. Para ellos es usted una persona interesante.

—Usted tiene la sensación de que… algo ocurre —dijo Baron—. ¿Se podría decir así?

—¿Qué me está pasando? —Billy se las arregló para hablar con cierto sosiego.

—No se preocupe, señor Harrow. Eso es perspicacia, no paranoia, eso que nota usted.

Baron dio media vuelta, abarcando la panorámica de Londres, y allí donde miraba, allí donde posaba sus ojos para fijarse en alguna mancha de oscuridad determinada, también allí miraba Billy.

—Hay algo que falla. Y ha reparado en usted. No es la mejor posición.

Billy estaba situado justo en el centro del interés de ese mundo, como una presa diminuta.

—¿Qué es lo que quieren hacer? —dijo Billy—. Quiero decir, averiguar quién mató a ese tío. ¿Verdad? Pero ¿qué pasa conmigo? ¿Van a recuperar el calamar?

—Esa sería nuestra intención, sí —dijo Baron—. Al fin y al cabo, el robo de objetos de culto entra dentro de nuestras competencias. Y ahora también está el homicidio. Sí. Y su seguridad no es, digamos, un tema secundario para nosotros.

—¿Qué es lo que quieren? ¿Qué tiene que ver Dane en todo esto? —dijo Billy—. Y ustedes son una especie de brigada de sectas secreta, ¿no? Así que ¿por qué me están contando esto?

—Ya se, ya sé que se siente un poco expuesto —dijo Baron—. Un poco en el foco de todo esto. Tenemos medios para ayudarlo. Y usted nos puede ayudar a nosotros.

—Tanto si le gusta como si no, ya es parte de ello —añadió Vardy.

—Tenemos una propuesta —dijo Baron—. Entremos, hace frío. Láncese con nosotros de nuevo al Centro Darwin. Hay una proposición encima de la mesa, y hay alguien a quien debería conocer.

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