Kraken

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Quinta parte » 57

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—¿Qué hacemos? —dijo Billy. Tal vez lograran salir airosos después de colarse en la guarida de una panda de cafres violentos y peligrosos, pero ¿del estado? «Es demasiado arriesgado», había dicho Fitch; «Tenéis que ayudarnos a protegerlo», había dicho Saira; «No podéis hacer nada», habían dicho todos.

—Dame el navegador —respondió Dane—. No vamos a irnos sin él.

—Y a lo mejor conseguimos averiguar algo —había dicho Billy—. Puede que Collingswood y Baron tengan alguna idea mejor que nosotros.

Dane había contemplado el calamar muerto e hizo una señal.

—Podremos encontraros cuando nos haga falta. Vosotros cuidad de mi dios. Y ahora dejadnos salir.

Ahora estaban esperando.

—Tenemos que hacer entrar a Wati —dijo Dane. Hablaba rápido—. Tenemos que saber cómo están las cosas en el cuartelillo ese antes de colarnos. ¿Dónde está?

—Ya sabes que tienen algo colocado —dijo Billy—. No puede entrar. De todas formas…

Wati, sintiéndose culpable por su ausencia en la lucha que se traía entre manos, seguía en las precipitadas concentraciones.

—Dijo que volvería cuando pudiera.

Quería ayudar, y volvería a hacerlo, pero «¿Es que no sabéis que se está librando una guerra?». Una guerra de clases que enfrentaba a conejos con magos acostumbrados a arreglárselas con una varita y una zanahoria escuálida, entre los golems y los que creían que garabatear un emet en una frente les otorgaba derechos, o cualquier otra gilipollez.

Cuando las gárgolas y las figuras de los bajorrelieves se acercaban lo suficiente, Wati pronunciaba discursos de aliento en cualquier intervención que llevaran a cabo los huelguistas (homúnculos reptantes por los ángulos entre pared y acera, roques tambaleantes). Lo que podía interpretarse como un remolino de viento era un piquete de elementos aéreos militantes, que susurraban con voces racheadas tan silenciosas como un aliento: «¡Mirad humanos, nosotros no soplamos!».

Había esquiroles y simpatizantes. Wati se enteró de todos los rumores, que lo tenían en el punto de mira (eso ya venía de lejos) y que había gente que había estado buscando por todo el mundo, literalmente, «fuera de Londres», alguna influencia contra él.

La situación no era boyante. La acuciante presión económica llevó a muchos a retomar el trabajo, cariacontecidos, almacontecidos cuando sus rostros se mostraban hieráticos e inmóviles, ondacontecidos cuando se trataba de vibraciones de éter. Apresurándose a través de un sendero de estatuas por toda la ciudad, Wati solo alcanzaba a ser testigo de las consecuencias. Los hechizos de la policía espectral en la sombra, antiguos cargos forzados a asumir usos innovadores, fueron clausurando un piquete tras otro. Músculo contratado en varias dimensiones.

—¿Qué ha pasado? —gritó Wati al emerger en el rostro de un león hecho de mortero, al ver un piquete reventado, con sus miembros disgregados o asesinados, dos o tres de ellos aún presentes, tratando de reponerse. Eran diminutos homúnculos asexuados, creados a partir de carne animal. A algunos no les quedaban más que emborronadas salpicaduras de hueso—. ¿Qué ha pasado? —repitió Wati—. ¿Estáis bien?

La verdad es que no. Su informador, un hombre confeccionado a base de fragmentos de aves y barro, arrastraba una pierna que más bien parecía un pegote.

—Los hombres del Tatuaje —dijo—. Ayuda, jefe.

—Yo no soy vuestro jefe —dijo Wati—. Venga, vamos a llevarte…

¿Adónde? No podía llevarlo a ninguna parte, y esa cosa hombreanimal se estaba muriendo.

—¿Qué ha pasado?

—Cabezas huecas.

Wati se quedó con él todo el tiempo que pudo soportarlo. Al Tatuaje le habían pagado para que acabara con la huelga, y estaba redoblando sus esfuerzos. Wati regresó a los muñecos que llevaban Billy y Dane en los bolsillos. Muy alterado, estuvo temblando entre los dos mientras hablaba: «Nos están atacando». «El Tatuaje…» «Y la policía…» «… Intentando acabar con ella».

—Pensaba que ya estaban en ello —dijo Billy.

—Así, no. Así, no.

—Lo hemos cabreado —dijo Dane despacio.

—Por escaparnos —dijo Billy.

—Quiere recuperarme, y te quiere a ti, y al kraken, y está llegando hasta nosotros a través de Wati. Lo oí, cuando estuve allí. Está desesperado. Ve que todo se está acelerando, igual que nosotros.

—Entre los nuestros hay uno de sus cabezas huecas, ¿sabéis? —dijo Wati con una sombra de humor—. Se politizó poco después de afiliarse. Lo largaron, no es de extrañar.

—Wati —dijo Billy. Miró a Dane—. Tenemos que entrar en la comisaría.

—Pero ¿dónde estamos ahora? —dijo Wati. Había seguido las rodadas etéreas impresas de ida y vuelta hasta entrar en esa figura, sin ni tan siquiera comprobar su localización—. Tampoco es que pueda entrar, tienen una barrera.

—Cerca —dijo Dane. Se encontraban en la boca de un callejón, recién salidos de una cafetería, a oscuras salvo por un franja de alumbrado—. Está a la vuelta de la esquina.

—Jason está dentro —dijo Billy.

—A lo mejor no me habéis oído —dijo Wati.

—Espera —dijo Billy—. Un momento. Estoy pensando… la primera vez que me encontré con Goss y Subby. Era la entrada lo que tenían que superar. Collingswood no hizo que toda la casa fuera zona prohibida.

—Es mucho más fácil proteger solamente un perímetro —dijo Dane—. Ya entiendo.

—De manera que si conseguimos hacerte cruzar eso… —dijo Billy.

* * *

Wati insertado en la más fetal, la más interior de las muñecas rusas con las que Billy se había quedado hacía mucho tiempo, trotando en la boca de su ratón escolta, un activista veterano de la UAM. En doce años de afiliación nunca había hablado, pero era completamente de fiar.

Era un ratón grande, pero aun así la muñeca era un buen bocado. El ratón era una mancha oscura bajo los faros, desapareciendo bajo las verjas, sobre una cuesta de migas, bajo los coches inmóviles y a través de las cavidades.

—Vale, esto es genial —dijo Wati—. Gracias. Vamos a arreglar esto, tranquis. Vamos a arreglarlo.

Cuando estaba cruzando de pleno el muro externo, Wati notó un punto límite, sintió que el espacio pretendía mantenerlo fuera.

—Soo —dijo—, creo que hay un…

Pero el ratón, pequeño ser físico, no notó nada y lo atravesó sin dejar de correr, arrastrando consigo la conciencia de Wati, directamente, saltándose el bloqueo.

—¡Ay! —dijo Wati—. Mierda, eso sí que ha sido raro.

El inconfundible rumor de los fluorescentes. Wati estaba acostumbrado a los cambios radicales de escala y perspectiva, a ver desde figuras gigantescas y de ahí pasar a miniaturas de plomo. Ahora mismo el pasillo era catedralicio. Sintió las pisadas de un humano acercándose. El ratón esperó debajo de un radiador. Las piernas pasaron a su lado. Unos cuantos agentes. Había alguna emergencia.

—¿Puedes seguir a ese grupo? —dijo Wati con su voz minúscula—. Ahora ve con cuidado.

El ratón salió detrás del terremoto de huellas, escaleras abajo, pasando a una moqueta distinta, luces distintas.

—Estará en una celda —murmuró Wati. El agente animal se pegó a las sombras, agazapado bajo la propia puerta abierta de la celda alrededor de la cual se habían reunido los policías. Cerca de lo que sin duda era sangre.

—Oh, no me jodas —murmuró Wati.

El ratón lo giró despacio en su boca para que los ojos de Wati siguieran la montaña que formaba el cuerpo muerto que yacía sobre la cama de la celda, el muerto rojo. Allí estaba la UDFS. Los otros policías apiñados los evitaban. Entre el bullicio de voces, destacaron dos palabras que la atención de Wati captó.

—Goss —oyó, y—: Subby.

—Oh, no no no —dijo—. Vámonos de aquí.

El ratón esperó mientras él farfullaba apenados vituperios.

—Vale. Vale. Vamos a centrarnos. Vamos a buscar la oficina —dijo al final—. A ver si encontramos algo de información. Goss y Subby están con el Tatuaje, y yo pensaba que él tenía el respaldo de estos cabrones. Algo se está saliendo de madre.

La comisaría estaba en plena ebullición por la crisis, y no resultó tan difícil para un ratón ir corriendo de sala en sala sin interrupción, buscando y, al fin, encontrando señales que pudiera relacionar con la UDFS: objetos religiosos, libros que uno normalmente no asociaría con la policía. En la mesa de Collingswood, cedés de varios artistas de la escena grime.

—Tiene que haber algo —dijo Wati—. Vamos.

Se exhortaba a sí mismo, no a su escolta.

El ratón fue paseando a Wati por encima de todos los papeles que pudieron encontrar. Una laboriosa averiguación ambulante. Wati no se sorprendió del todo al oír voces acercándose.

—Vamos —dijo—. ¡Vamos, vamos!

Pero el ratón recorrió un último párrafo, de modo que cuando los agentes de la UDFS entraron, lo vieron escabullirse de la mesa de Vardy.

Collingswood procedió a una velocidad impresionante, impropia de un humano. Se lanzó al suelo de cuclillas y avanzó lateralmente a bandazos, logrando que ahora el diminuto animal saliera corriendo en busca del espacio que había entre un archivador y la pared que ella tenía en su línea de visión. Vardy y Baron todavía no se habían movido. Collingswood escupió una palabra que dejó al ratón tan tieso como si fuera de plástico, deslizándose por la inercia hasta el final del canalillo, donde el animal permaneció inmovilizado mientras se arrastraba hasta él. Seguía con Wati entre los dientes.

—¡Ratón! ¡Ratón! ¡Vamos!

—Ayúdenme con este puto armario —les chilló Collingswood a sus indolentes colegas, y al final movieron el culo y empezaron a tirar de él.

—Ratón, será mejor que te muevas —dijo Wati. Percibió estatuas al otro lado de las paredes, a las que podría saltar desde ese lado, el que no estaba bloqueado por el manto mágico. Pero siguió murmurándole y murmurándole al ratón, hasta que este se recuperó lo justo para zafarse de los dedos de Collingswood.

—Métete en la puta pared —dijo Wati, y el ratón logró agónicamente doblar una esquina del edificio mientras ella blasfemaba.

* * *

El ratón se deslizó a través de las paredes, para entregar por fin la muñeca al aire fresco del exterior.

—Gracias —dijo Wati—. ¿Estás bien? Buen trabajo. Gracias. Ahí hay, mira, allí hay algo de comida.

Restos de kebab.

—Zámpate eso. Gracias. De miedo. ¿Ahora estarás bien?

El ratón asintió y Wati fue saltando a unas cuantas estatuas, hasta donde Billy y Dane esperaban la noticia sobre Jason que iba a tener que darles.

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