Kepler
IV. Harmonice mundi
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Mi querida Regina, solía parecerme que la vida es una materia informe y siempre mudable, digamos que una bola de cristal fundido que hemos arrojado y que, sin disponer siquiera de los instrumentos más burdos, con la sola ayuda de nuestras manos, debemos moldear hasta formar una esfera perfecta a fin de contenerla en nosotros mismos. Pensaba que ésa es nuestra tarea, me refiero a la transformación del caos externo en una armonía y un equilibrio perfectos en nuestro interior. Qué error, qué error: son nuestras vidas las que nos contienen, nosotros somos la imperfección en el cristal, la mancha de arenisca que debe ser expulsada de la esfera giratoria. Se dice que el que se ahoga ve pasar toda la vida ante sus ojos un instante antes de sucumbir: ¿por qué sólo habría de ocurrir en la muerte por inmersión? Sospecho que tiene lugar cualquiera que sea el modo de la muerte. En el último instante percibiremos por fin la forma secreta y esencial de todo lo que hemos sido, de todas nuestras acciones y pensamientos. La muerte es el medio perfeccionador. Esta verdad —estoy convencido de que es una verdad— se me ha manifestado con todas sus fuerzas a lo largo de los últimos meses. Es la única respuesta que confiere sentido a esos desastres y dolores, a esas traiciones.
Mi querida niña, no te considero responsable de nuestras actuales diferencias. Entre los que te rodean, y me refiero a alguien en concreto, hay quienes ni siquiera dejan en paz a un hombre desconsolado y enfermo en la hora de su agonía. Tu madre apenas se había enfriado en la tumba cuando llegó la primera misiva autoritaria de tu marido, como un puñetazo en el estómago, y ahora tú me escribes en ese tono inusual. No es tu tono de voz, que recuerdo con ternura y afecto, ni el modo en que te dirigirías a mí si pudieras elegir. Estoy convencido de que esas palabras te fueron dictadas. Por consiguiente, ahora no me dirijo a ti sino que, a través de ti, me dirijo a otra persona a la que no me resigno a escribir directamente. Más le vale aguzar el oído. Quiero que esta sórdida cuestión se aclare para satisfacción de todos.
¿Cómo osas insinuar que demoro el pago de ese dinero? ¿Qué me importa el dinero contante y sonante, de qué me sirve a mí, que he perdido lo que me era más precioso que los tesoros de oro del emperador, es decir, mi esposa y mi amado hijo? El que mi esposa Barbara prefiriera no mencionarme en su testamento me supone un dolor profundo, pero estoy decidido a cumplir sus deseos. Aunque de momento no tengo valor para investigar a fondo cuál es la situación, en un sentido general estoy al tanto del estado de la fortuna de Frau Kepler o de lo que queda. Cuando murió su padre y se dividieron las propiedades en Mühleck, tenía alrededor de 3000 florines en propiedades y bienes. Por lo tanto, no era tan rico como nos hicieron creer… pero esto es harina de otro costal. A la muerte de Jobst Müller, viajé con Frau Kepler a Graz y dediqué mucho tiempo y esfuerzos a convertir su herencia en dinero contante y sonante. Los impuestos de Estiria eran, lisa y llanamente, medidas punitivas contra los luteranos y sufrimos grandes pérdidas al sacar su dinero de Austria. Por eso ahora no existen esos miles de los que, según piensan algunos, yo pretendo apropiarme. Nuestra vida en Bohemia fue difícil, el emperador nunca fue un pagador puntual y, pese a la extrema parsimonia de Frau Kepler, en ocasiones tuvimos que apelar inevitablemente a su capital. Tuvo muchas enfermedades, siempre insistió en usar ropa fina y nunca se dio por satisfecha con alubias y salchichas. ¿Crees que vivimos del aire?
Después de mis nupcias y a pesar de una gran oposición, logré que me nombraran tutor de la hijita de mi esposa, nuestra querida Regina, porque la quería tal como era entonces y porque temía que, entre los familiares de su madre, se viera expuesta a los peligros del catolicismo. Jobst Müller me prometió 70 florines anuales para la manutención de la niña: jamás me pagaron nada de esa asignación ni me permitieron tocar la considerable fortuna de Regina. Por lo tanto, me siento justificado si resto de la herencia una recompensa justa y adecuada. Tengo dos hijos propios de los que cuidar. Mis amigos y mecenas, la Casa de Fugger, se ocuparán de traspasarte la suma restante. Confío en que no los acusarás de transacciones poco claras.
Johannes Kepler
Praga
Diciembre de 1610
Dr. Johannes Brengger: en Kaufbeuren
Hoy he recibido, de Markus Welser de Colonia, las primeras pruebas de mi Dioptrice. La impresión se ha atrasado y ahora que por fin ha comenzado existen problemas para la financiación del proyecto. Temo que pasará mucho tiempo antes de que la obra esté terminada. La concluí en agosto y de inmediato se la presenté a mi mecenas, el elector de Colonia Ernst, que lamentablemente se ha mostrado menos entusiasta y rápido que el autor y que no parece tener prisas por ofrecer al mundo esta obra importante que le fue dedicada. De todas maneras, me alegra ver estas pocas páginas en letras de molde ya que, dado mi actual estado de perturbación, agradezco la ligera distracción que proporcionan. Qué lejanos parecen aquellos meses estivales en los que mi salud pareció mejorar y en los que trabajé con tanta energía. Una vez más soy víctima de ataques febriles y, en consecuencia, no tengo energías y mi espíritu se resiente. Abundan las preocupaciones y corren rumores de guerra. Al contemplar una vez más la forma de este librillo, me sorprende el pensamiento de que quizá, sin darme cuenta, tuve indicios de los problemas que iban a llegar, porque sin duda se trata de una obra extraña, extraordinariamente severa y muda, de tono frío y ejecución precisa. En nada se parece a mí.
Se trata de un libro difícil de comprender y que no sólo requiere una mente inteligente sino, sobre todo, la alerta intelectual y el deseo extraordinario de averiguar las causas de las cosas. En él me he propuesto esclarecer las leyes por las que se rige el telescopio de Galileo. (Podría añadir que para la tarea he recibido muy poca ayuda, como cabía imaginar, de aquel que ha dado su nombre al nuevo instrumento). Creo que se puede decir que con este libro y con la Astronomia pars optica, de 1604, he sentado las bases de una nueva ciencia. Mientras que el libro precedente era una inmersión alegre y especulativa en la naturaleza de la luz y el funcionamiento de las lentes, Dioptrice es una sobria exposición de reglas al estilo de un manual de geometría. Oh, me encantaría enviarle un ejemplar porque ardo en deseos de conocer su opinión. ¡Malditos sean los tacaños! Consta de 141 reglas, divididas esquemáticamente en definiciones, axiomas, problemas y proposiciones. Comienzo por la ley de refracción y reconozco que su expresión no es mucho menos inexacta que las anteriores, aunque no me ha ido tan mal en virtud de que los ángulos de incidencia que se tratan son muy pequeños. También he hecho una descripción de la reflexión total de los rayos de luz en un cubo y en un trilátero de cristal. Obviamente, he abordado con más profundidad que nunca la cuestión de las lentes. Creo que en el Problema 86, en el que demuestro que con la ayuda de dos lentes convexos los objetos visibles pueden agrandarse y volverse más definidos aunque invertidos, he definido el principio que sirve de fundamento al telescopio astronómico. Asimismo, al tratar las combinaciones adecuadas entre una lente convergente y una divergente en lugar de una simple lente objetiva, he allanado el terreno para un gran perfeccionamiento del telescopio de Galileo. Creo que al paduano no le gustará.
Mi querido doctor, puede ver hasta qué extremos he llevado nuestra ciencia. Ciertamente, estoy convencido de que he llegado tan lejos como era posible y reconozco con cierto pesar que estoy perdiendo el interés por el tema. El telescopio es un instrumento maravillosamente útil y sin duda prestará grandes servicios a la astronomía. Yo me harto enseguida de contemplar el firmamento, por muy maravilloso que sea lo que puede verse. Dejemos que otros tracen el mapa de los nuevos fenómenos. Mi vista deja mucho que desear. Sospecho que no soy el Colón del firmamento, sino un modesto y hogareño visionario de butaca. Los fenómenos que ya conozco son lo bastante extraordinarios y fantásticos. Si los nuevos astrónomos descubren hechos novedosos que ayuden a explicar la verdadera causa de las cosas, me parece bien. Pero, en mi opinión, las verdaderas respuestas al misterio cósmico no se encuentran en el cielo, sino en ese otro firmamento infinitamente más pequeño pero no menos misterioso que contiene nuestro cráneo. En síntesis, mi querido amigo, estoy chapado a la antigua, como también soy,
su amigo de toda la vida,
Kepler
Aedes Cramerianis
Praga
Octubre de 1610
Georg Fugger: en Venecia
Permítame ofrecerle una vez más mi cálido y más sincero agradecimiento por su leal defensa de mi persona y de mi obra. También quiero agradecerle sus amables palabras con respecto a mi Dissertatio cum nunciu sidero y sus esfuerzos por dar a conocer en Italia las opiniones expresas en esa modesta obra. Pero una vez más me veo obligado a protestar por su defensa demasiado entusiasta de mí, en contra de Galileo. No me opongo a él. A pesar de lo que usted sostiene, mi Dissertatio no le arranca la máscara del rostro. Si lee mi opúsculo con atención verá claramente que, con ciertas reservas, he dado mi beneplácito a sus descubrimientos. ¿Le sorprende? ¿Se siente tal vez desilusionado? Estoy seguro de que se pregunta cómo puedo ser cálido con alguien que ni siquiera se digna escribirme directamente. Como he sostenido en anteriores ocasiones, soy amante de la verdad y la acojo de buena gana y la celebro proceda de donde proceda. Por momentos sospecho que los que se ocupan de esta disputa sobre la veracidad de los hallazgos de Galileo no están tan interesados por la verdad objetiva como por armarse de argumentos para utilizarlos contra un hombre arrogante e inteligente, un hombre que no es lo bastante sutil ni astuto para mostrar falsa humildad a fin de satisfacer a la gente. En su presunta Refutación, el joven payaso Martin Horky, el ayudante de Magini, tuvo el descaro de citarme… no, de citarme falsamente para apoyar sus bastardas diatribas contra Galileo. No tardé en poner fin a mi trato con ese petimetre imberbe.
De todas maneras, reconozco que es difícil querer a Galileo. Por si no lo sabe, en todo el tiempo transcurrido sólo me ha escrito una carta. En lo que se refiere a lo demás, a las noticias de sus nuevos descubrimientos e incluso las que aluden a su reacción ante mi Dissertatio (¡que, al fin y al cabo, era una carta abierta que le dirigí!), tengo que basarme en la información de segunda mano del embajador toscano en Praga y de otras personas por el estilo. ¡Cuán sigiloso y desconfiado es el paduano! Si me envía una miaja, la oculta dentro del disfraz más imposible y estrafalario que quepa imaginar. Por ejemplo, el verano pasado me envió el siguiente mensaje por intermedio del embajador: Smaismirmilmepoetaleumibunenugttaurias. Al principio me causó gracia: después de todo, a veces a mí también me da por jugar con anagramas y juegos de palabras de esta índole. Cuando me puse a descifrar el código, creí que me volvía loco. Cuanto conseguí fue una especie de verso en latín macarrónico que no tenía sentido. Sólo el mes pasado —cuando Galileo se enteró de que había despertado incluso la curiosidad del embajador— se dignó dar la solución: en ese galimatías anunciaba el descubrimiento de lo que parecen ser dos lunas pequeñas que rodean Saturno. He recibido otro acertijo que parece referirse a una mancha roja de Júpiter que rota matemáticamente. Me pregunto si la mancha roja será verdadera o sólo un pretexto para desviar la atención. ¿Cómo responder a este tipo de tonterías? En mi próxima carta le tiraré de las orejas.
¡A pesar de todo, es un científico extraordinario y atrevido! ¡Ay, ojalá pudiera viajar a Italia y conocer al Titán! No permitiré que se burlen de él en mi presencia. En su misiva comenta que Magini y el temible Horky (se merece el apellido), además de usted, se sintieron encantados con el fragmento de la Dissertatio en el que digo que el principio del telescopio fue establecido hace veinte años por Della Porta y también en mi propia obra sobre óptica. ¡Galileo no ha reivindicado la invención del instrumento! Además, esas anticipaciones fueron puramente especulativas y no restan importancia a la fama de Galileo. Yo sé cuán largo es el camino que va del concepto teórico a su consecución práctica, de la mención de las antípodas en Tolomeo al descubrimiento del Nuevo Mundo por Colón, y de los instrumentos de dos lentes empleados en este país al instrumento con el que Galileo ha penetrado el cielo.
Permítame manifestar claramente y sin lugar a equívocos que mi Dissertatio no es la obra maestra de la ironía, por la que muchos la toman (¡ojalá poseyera tanta sutileza!), sino un apoyo claro y explícito a las afirmaciones de Galileo. Gracias por las naranjas. Lamento comunicarle que el paquete llegó roto y que se pudrieron.
Su servidor, señor,
Joh: Kepler
Praga
Septiembre de 1610
Profesor Gio. A. Magini: en Bolonia
Noticias extraordinarias, mi querido señor: Ernst, elector de Colonia y mi mecenas, que pasó el verano en el Consejo de príncipes, regresó la semana pasada de una rápida visita a Viena y trajo un telescopio, el mismo con que Galileo obsequió al archiduque de Baviera. De esta forma, el mezquino paduano queda frustrado en sus celos por la generosidad de mis amigos y mecenas. Es posible que, después de todo, en el mundo haya justicia.
He tenido graves dificultades con este Galilei (creo que su padre poseía una mente más sutil: ¿ha leído sus obras?). Con su autoritarismo consuetudinario, envía mensajes a través de sus compatriotas en la corte, exige que lo apoye en sus afirmaciones sobre Júpiter porque al parecer no está satisfecho con mi Dissertatio y quiere que me reitere en las afirmaciones cada vez más contundentes de su genialidad… pero, pese a mis infinitas súplicas, no me envía el instrumento que me permita comprobar sus afirmaciones a plena satisfacción. Dice que los gastos y la dificultad de fabricación se lo impiden, pero sé que ha repartido telescopios a todos sin excepción. ¿Qué es lo que le produce tanto miedo como para excluirme? Confieso que llego a pensar que sus enemigos tienen algo de razón cuando lo tildan de fanfarrón y charlatán. Lo conminé a que me enviara los nombres de los testigos dispuestos a declarar que habían visto aquello que él defiende en Sidereus nuntius. Replicó que el gran duque de Toscana y cualquiera de los numerosos Medici respondía por él. Y yo me pregunto, ¿de qué sirven? No me cabe la menor duda de que el gran duque de Toscana defendería la santidad del demonio si le conviniera. ¿Dónde están los científicos dispuestos a corroborar los descubrimientos? Galileo dice que los considera incapaces de identificar Júpiter, Marte o incluso la luna y que no podemos esperar que reconozcan un nuevo planeta nada más verlo.
Empero, ahora todo se ha resuelto gracias al elector Ernst. Desde el 30 de agosto, fecha en que regresó de Viena, con ayuda del telescopio he podido contemplar con mis propios ojos esos fenómenos nuevos y maravillosos. A diferencia del paduano, quise contar con el apoyo de testigos dignos de confianza e invité a mi casa al joven matemático Ursinus y a otros notables para que, individualmente y mediante registro bajo juramento, proporcionáramos pruebas irrefutables de las afirmaciones de Galileo. Para evitar errores e imposibilitar toda acusación de complicidad, insistí en que cada uno dibujara con tiza en una tablilla lo que había visto a través del telescopio para comparar posteriormente las observaciones. Fue realmente satisfactorio. Compartimos un buen vino y una cesta con alimentos —pasteles de carne de caza y unas excelentes salchichas— y pasamos una velada muy animada, si bien debo reconocer que el vino, sumado a mi mala vista, provocó en mí una visión extraña y peculiarmente coloreada del fenómeno. Sin embargo, a grandes rasgos los resultados coincidieron y durante los días siguientes pude contratarlos en repetidas ocasiones. ¡Galilei tenía razón!
¡Ah, con cuánta agitación apoyé mi rostro en el magnífico instrumento! ¿Qué ocurriría si los nuevos descubrimientos sólo sirvieran para demostrar que me equivoqué en mis caras pretensiones sobre la verdadera naturaleza de las cosas? El pavor era infundado. Sí, Júpiter tiene lunas; sí, en el firmamento hay muchas más estrellas que las que el ojo percibe con la ayuda de instrumentos; sí, sí, la luna está hecha de materia parecida a la de la tierra: de todos modos, la forma de la realidad sigue siendo tal como siempre me pareció. La tierra ocupa el lugar más distinguido en el universo porque rodea el sol en el espacio intermedio entre los planetas y, a su vez, el sol representa el sitio intermedio de reposo en un espacio esférico rodeado de estrellas fijas. Todo está regulado según las leyes eternas de la geometría, que es única y eterna, imagen de la mente de Dios. He visto todo esto y me siento en paz… pero no tengo nada que agradecerle a Galileo.
Vivimos tiempos extraños y maravillosos porque estas transformaciones se forjan en nuestra perspectiva de la naturaleza de las cosas. Pero debemos ceñimos al hecho de que sólo se trata de una visión que se expande y se altera, sin ser la cosa misma. Es curiosa la facilidad con que nosotros, pequeñas criaturas, confundimos la apertura de nuestros ojos con la aparición de una nueva creación: semejamos niños que cada mañana, al despertar, imaginan que el mundo se rehace.
Su amigo, señor,
Johannes Kepler
Edificios Cramer
Praga
Abril de 1610
Frau Katharina y Heinrich Kepler: en Weilderstadt
Madre mía: no importa por qué canales, pero he recibido informes malsanos y espeluznantes sobre tu conducta. Aunque ya habíamos hablado de esta cuestión, parece que debo intervenir nuevamente y por la fuerza. ¿No estás enterada de lo que se dice de ti en Weil y sus cercanías? Aunque tu propia seguridad no te preocupe, piensa al menos en tu familia, en mi posición y en la de tus hijos e hija. Sé que Weil es un lugar pequeño y que le darán a la lengua sin tener en cuenta si el escándalo es real o inventado por mentes perversas, razón de más para tener cuidado. En estos días nos enteramos que cada vez llevan más gente a la hoguera en Suabia. No te engañes: nadie está a salvo de la amenaza de las llamas.
Ursula Reinbold, la esposa del vidriero, ha hecho correr la voz de que una vez, después de beber en tu casa, enfermó de horribles flujos y afirma que la envenenaste con un bebedizo mágico. Sé que está desequilibrada, que tiene mala fe y que su enfermedad probablemente se debió a un aborto… pero este tipo de historias comienza con gente como ella y, con el paso del tiempo, adquieren la apariencia de verdad en la mente de la mayoría. Al enterarse de la acusación de la señora Reinbold, otros opinan que también tienen motivos de queja contra ti. En momentos como éste, en que los astros son desfavorables, surge una especie de locura que se apodera de la gente. Además, ¿qué mal le hiciste a la esposa del vidriero? Asegura que la engañaste y aparentemente ahora abriga un odio profundo contra toda nuestra familia. También me han dicho que Christoph estuvo liado con ella… ¿qué hace el joven tonto relacionándose con mujeres como la señora Reinbold?
Hay algo más. El maestro Beutelspacher dice que bebió algo en tu casa y que ese trago provocó su debilidad. (A propósito, ¿en qué consiste esa bebida con la que parece que has emborrachado a todo el pueblo?). Bastian Meyer afirma que diste una loción a su esposa y que, después de aplicársela, sufrió una enfermedad persistente y murió. Christoph Frick, el carnicero, asegura que un día, después de cruzarse contigo por la calle, súbitamente sintió dolores en la pierna. El sastre Daniel Schmid te acusa de la muerte de sus dos hijos porque entraste en su casa sin motivo y, en una lengua extraña, susurraste invocaciones sobre la cuna. Schmid también afirma que cuando sus hijos enfermaron enseñaste a su esposa una plegaria que debía pronunciar con luna llena, bajo el cielo, en el campo santo, plegaria que curaría a los niños que, a pesar de todo, murieron. ¡Lo más disparatado que me han dicho es que tú, Heinrich, declaraste que nuestra madre había provocado la muerte de un ternero y que luego quiso preparar el asado con el cadáver! ¿Qué está pasando? Ah, sí, madre, algo más: un sepulturero de Eltingen sostiene que durante una visita a la tumba de tu padre, le pediste que desenterrara el cráneo para montarlo en plata y regalármelo convertido en copa. ¿Es verdad? ¿Te has vuelto loca? Heinrich, ¿qué sabes de estos asuntos? Estoy fuera de mí de inquietud. Me pregunto si no será mejor que me traslade a Suabia e investigue personalmente. La situación es cada vez más difícil. Madre, te suplico que permanezcas en casa, no hables con nadie y, sobre todo, te dejes de curaciones y de preparar pociones. Envío esta carta directamente a Herr Raspe, como haré en el futuro, porque me han dicho que antes, pese a mis instrucciones, habéis pedido a Beutelspacher —¡ni más ni menos que a él!— que os leyera mis cartas.
Cuídate de una buena vez y reza por aquel que es
tu amante hijo,
Johannes
(Herr Raspe: le agradezco la información. ¿Qué puedo hacer? ¡Estoy tan seguro como de que hay Dios que la enviarán a la hoguera! Adjuntos los emolumentos de costumbre).
Praga
Noviembre de 1609
H. Röslin: en Buchsweiler, Alsacia
Después de haber leído tu última carta se me ocurren varias ideas, pero he de guardarme la mayoría por miedo de encolerizarte un poco más. Me duele recibir la hostilidad de tu reacción a mi Antwort auff Röslini discurs: amigo mío, te aseguro que no pretendía ser un ataque ad hominem. Temo que por momentos mi lengua adquiere un filo brusco y grosero, sobre todo si estoy nervioso o simplemente entusiasmado por el tema en cuestión, como es el caso en esta última instancia. En mi opúsculo pretendía definir lo más claramente posible mi actitud hacia la astrología. Ni se me pasó por la cabeza que estaba condenando ni condonando dicha ciencia, de la que eres adalid tan ardiente. ¿Realmente dije en mi última carta que sólo era una nueva argucia? ¡No sé qué hay en mí que me lleva a decir semejantes cosas! Por favor, acepta mis disculpas. En ésta intentaré, lo más breve y concisamente posible, reparar la ofensa y expresarte mi más sincera opinión sobre el asunto.
Supongo que te interesará saber que en este mismo momento estoy ocupado en la redacción de otra Respuesta, ¡en esta ocasión, a un ataque a los astrólogos! Feselius, médico de cabecera de la persona a la que está dedicado tu Discurs, ha presentado un acerbo ataque a la totalidad de la astrología, a la que repudia. ¿No te sorprende saber que en mi última Antwort intervengo en defensa de esas andanadas? En contra de lo que pareces pensar, te aseguro que no sustento que la totalidad de dicha ciencia sea inútil. Feselius, por ejemplo, afirma que astros y planetas fueron colocados por Dios como señales para determinar el tiempo y, por consiguiente, al escudriñar las estrellas los astrólogos asignan una intención errónea al Señor. También sostiene que la teoría de Copérnico se opone a la razón y a las Sagradas Escrituras. (Supongo que en esta última afirmación coincides con él. Perdóname, amigo, el sarcasmo me resulta irresistible). Lo antedicho es pura tontería. Feselius es un individuo necio y pomposo y me propongo despacharlo de una rápida estocada. Sólo lo menciono para que te des cuenta de que no soy del todo indiferente a tus opiniones.
Me interesa tu afirmación de que, detrás del mundo visible, existe otro mundo de la magia que no nos es dado ver salvo en los pocos casos en que se nos permite presenciar actividades mágicas en plena acción. No estoy de acuerdo. Röslin, ¿no te das cuenta de que, por ejemplo, la magia del así llamado cuadrado mágico no es más que disponer números de cierta manera para que produzcan configuraciones maravillosas… y que eso es todo? Ningún efecto de esa magia se traspasa al mundo. El verdadero misterio y milagro no consiste en que los números influyan sobre las cosas (¡que no es así!), sino en que expresan la naturaleza de las cosas; que el mundo inmenso, variopinto y aparentemente regido por el azar, en sus reglas básicas está sujeto a la precisión y el orden rigurosos de las matemáticas.
Para mí lo importante no es que el firmamento estimule el instinto innato, sino el intelecto humano. La búsqueda del conocimiento encuentra relaciones geométricas en la naturaleza, que Dios, a la hora de crear el mundo, extrajo, por así decirlo, de sus propios recursos. Por consiguiente, investigar la naturaleza consiste en rastrear relaciones geométricas. Como en su infinita bondad Dios no pudo descansar de su trabajo, jugó con las características de las cosas y se copió a sí mismo en el mundo. Ésta es una de mis ideas, al margen de que toda la naturaleza y toda la elegancia celeste estén o no simbolizadas en la geometría. (Supongo que es la base de todas mis convicciones). Y así, instintivamente o a sabiendas, el creado imita al Creador: la tierra al hacer cristales, los planetas al organizar sus hojas y sus flores, el hombre con su actividad creativa. Todos estos actos son como un juego de niños, sin propósito ni designio, manan de un impulso interior, de un gozo simple. Y el espíritu que lo contempla se encuentra y se reconoce en aquello que crea. Sí, Röslin, sí: todo es juego.
Vale
Johannes Kepler
Praga
Día de los Difuntos de 1608
Dr. Michael Maestlin: en Tubinga
He recibido su bella y conmovedora carta, por la cual le estoy muy agradecido, aunque confieso que me ha apenado profundamente. Durante mucho tiempo, y a pesar de que le escribí con frecuencia, no he tenido noticias suyas. De repente, como si el resentimiento y la irritación lo incitaran, llega esta extraña despedida. ¿Acaso he alcanzado un escalón tan elevado y una posición tan distinguida que, si se me antojara, podría mirarlo por encima del hombro? Vamos, señor, ¿qué significa esto? Es usted mi primer maestro y mecenas y me gustaría seguir pensando que es mi amigo más antiguo. ¿Cómo podría mirarlo por encima del hombro? ¿Por qué lo haría? Asegura que en ocasiones mis preguntas han sido demasiado sutiles para que su sabiduría y sus dotes las captaran: maestro, estoy convencido de que si hubo cosas que no entendió, la falta fue mía, mi expresión se tomó torpe y confusa o tal vez mis propios pensamientos eran insensatos. ¿De modo que sólo entiende su modesto oficio? En este sentido, sólo diré lo siguiente: comprendió la obra de Copérnico en una época en que otros, cuyos nombres posteriormente han sondado mucho en el mundo, ni siquiera habían oído hablar, del habitante de Ermland ni de sus teorías. ¡Vamos, mi querido doctor, basta de tonterías, no las acepto!
De todas maneras, en el tono de su carta hay algo que resulta imposible negar. Estoy convencido de que, a este respecto, la culpa es de mi temperamento. Siempre me ha ocurrido lo mismo: pese a mis esfuerzos, me cuesta trabajo hacer amigos y cuando los encuentro soy incapaz de retenerlos. Cuando conozco a los que creo que podría amar, actúo como un perrillo, meneo la cola, dejo colgar la lengua y muestro los blancos de los ojos. Pero tarde o temprano me enfurezco y gruño. Soy rencoroso y muerdo a los demás con mi sarcasmo. ¡Pardiez, si hasta me gusta roer cosas duras y desechadas, huesos y mendrugos de pan, y siempre he sentido un horror perruno por los baños, las tinturas y las lociones! Así, ¿cómo puedo pretender que la gente me quiera por lo que soy si lo que soy es tan despreciable?
Quise a mi manera a Tycho el Danés, aunque creo que jamás se enteró: por cierto, nunca intenté decírselo pues estaba muy ocupado intentando morder la mano, su mano, la que me daba de comer. Fue un gran hombre cuyo nombre perdurará por los siglos de los siglos. ¿Por qué no quise decirle que reconocía su grandeza? Discutimos desde el principio y entre nosotros nunca hubo paz, ni siquiera el día de su muerte. Es verdad que deseaba que yo basara mi trabajo en su sistema del mundo y no en el de Copérnico, algo que me resultaba imposible. Sin embargo, ¿no podría haber disimulado, mentido un poco por su propio bien, apaciguado sus temores? Desde luego que fue un hombre arrogante, lleno de dobleces y malicia y que me trató mal. Pero ahora comprendo que era su modo de ser, como el mío es el mío. Pero no me llamo a engaño: sé que si ahora resucitara y volviera a estar a mi lado, se repetirían las viejas disputas. No me expreso bien. Intento explicar qué me pasa, que sólo gruño para proteger lo que considero precioso y que preferiría menear el rabo y ser amigo de todos.
En su opinión, me considero un personaje excelso. Pues se equivoca. Nunca he tenido cargos ni honores grandes. Vivo en el escenario del mundo como un simple particular. Si logro sacar de la corte una parte de mi salario, me alegro de no vivir exclusivamente de mi peculio. En cuanto a lo demás, defiendo la actitud de no servir al emperador, sino a toda la raza humana y a la posteridad. Con la esperanza de que así sea, desdeño con secreto orgullo todos los honores y los cargos y también las cosas que conllevan. Considero como único honor el hecho de que, por decreto divino, me he encontrado cerca de las observaciones de Tycho.
Le suplico que olvide todo desaire infligido por la ignorancia de
su amigo,
K
Casa Wenzel
Praga
Navidades de 1606
Hans Georg Herwart von Hohenburg: en Múnich
Salve. Me temo que ésta será una breve misiva para desear a usted y su familia la felicidad digna de fecha tan señalada. Como la corte está ajetreada con los preparativos de las festividades, de momento se ha olvidado de mí y dispongo de un poco de tiempo para continuar mis estudios privados sin temor a ser importunado. ¿No es extraño que en el momento más inesperado la facultad especulativa, que acaba de aterrizar de un vuelo largo y fatigoso, emprenda súbita e inmediatamente el vuelo una vez más y se encumbre a alturas aún mayores? Después de terminar la Astronomia nova y a la espera de uno o dos años de tan necesario descanso y recuperación, aquí me tiene, retomando con renovado fervor aquellos estudios de la armonía del mundo que interrumpí hace siete años con el propósito de resolver la tareílla de fundar la nueva astronomía.
Como estoy convencido de que desde el principio la mente contiene en su seno las formas básicas y esenciales de la realidad, no es sorprendente que, antes de tener una idea clara sobre el contenido, ya haya concebido la forma del libro que proyecto. Siempre me pasa lo mismo: ¡en el principio está la forma! Por consiguiente, preveo una obra dividida en cinco partes que se corresponden con los cinco intervalos planetarios, al tiempo que la cantidad de capítulos de cada parte se basará en las cantidades significativas de cada uno de los cinco sólidos regulares o platónicos que, según mi Misterium, encajan en dichos intervalos. Además, como adorno y para presentar los debidos respetos, propongo que las iniciales de los capítulos contengan en forma de acróstico los nombres de ciertos famosos. Aunque es posible que, en el calor de la composición, haya que abandonar el grandioso diseño. No tendrá importancia.
He adoptado como lema aquella frase de Copérnico en la que se refiere a la maravillosa simetría del mundo y a la armonía existente en las relaciones del movimiento y la magnitud de las órbitas planetarias. Y me pregunto en qué consiste dicha simetría. ¿Cómo es posible que el hombre perciba esas relaciones? Creo que esta última pregunta halla rápida respuesta: acabo de darla hace un momento. El alma contiene en su naturaleza intrínseca las armonías puras en tanto prototipos o paradigmas de las armonías perceptibles por los sentidos. Puesto que esas armonías puras son una cuestión de proporciones, deben existir figuras comparables entre sí: deduzco que son el círculo y esas partes del círculo que se derivan al cortar arcos. En consecuencia, el círculo es algo que sólo ocurre en la mente: el círculo que dibujamos con el compás no es más que la representación inexacta de una idea que la mente llevaba dentro de sí como realmente existente. En este punto, estoy firmemente en desacuerdo con Aristóteles, que afirma que la mente es una tabula rasa en la que se escriben las percepciones sensoriales. Es un error, un error. La mente aprende de sí misma todas las ideas y figuras matemáticas y mediante signos empíricos sólo recuerda lo que ya conoce. Las ideas matemáticas son la esencia del alma. A partir de sí misma, la mente concibe la equidistancia desde un punto y entonces hace, por sí misma, la representación del círculo, sin la menor percepción sensorial. Permítame plantearlo de la siguiente manera: si la mente no hubiese compartido nunca un ojo, para concebir las cosas situadas fuera de sí reclamaría un ojo y prescribiría leyes propias para su formación. El reconocimiento de cantidades, innato en la mente, determina cómo debe ser el ojo y, en consecuencia, el ojo es así porque la mente es así y no a la inversa. La geometría no se recibió a través de los ojos: ya estaba dentro.
Éstas son algunas de mis preocupaciones actuales. En el futuro tendrá mucho que decir sobre el tema. De momento, mi esposa desea que el gran astrónomo vaya al pueblo a comprar una oca.
Fröhliche Weihnachten!
Johannes Kepler
Loretoplatz
Colina del Hradschin
Praga
Domingo de Resurrección de 1605
David Fabricius: en Friesland
Como he postergado tanto mi promesa de enviarle una carta, está bien que me siente ahora, en la celebración de la redención, para hablarle de mi triunfo. Mi querido Fabricius, ¡cuán ciego he sido! En todo momento tuve en mis manos la solución del misterio de la órbita de Marte y me habría bastado con abordar las cosas desde el ángulo correcto. Transcurrieron cuatro largos años desde el momento en que reconocí la derrota por aquel error de 8 minutos de arco hasta mi retomo al problema. En mi ínterin, sin duda, adquirí mucha habilidad en geometría e inventé muchos y novedosos métodos matemáticos que resultaron de un valor incalculable para la renovada campaña marciana. El ataque decisivo llevó dos, casi tres años más. Si mis circunstancias hubiesen sido mejores, tal vez lo habría hecho más rápido, pero sufrí una infección de la vesícula biliar y estuve ocupado con la Nova de 1604 y el nacimiento de un hijo. De todas maneras, la verdadera causa del atraso fue mi necedad y mi ceguera. Me duele reconocer que, incluso después de resolver el problema, no reconocí la solución. ¡Mi querido doctor, así progresamos, a golpe de errores, como en un sueño, como niños sabios sin desarrollar!
Una vez más intenté atribuirle a Marte una órbita circular y fracasé. La conclusión fue, lisa y llanamente, que la órbita del planeta se curva hacia adentro por ambos lados y vuelve a curvarse hacia afuera en los extremos. No vacilo en reconocer que esa figura oval me aterrorizó. Era contraria al dogma del movimiento circular, que los astrónomos han defendido desde los inicios de nuestra ciencia. Pero las pruebas que acumulé eran innegables. Sabía que lo que valiera para Marte también se aplicaría al resto de los planetas, incluido el nuestro. La perspectiva era abrumadora. ¿Quién era yo para contemplar la idea de rehacer el mundo? ¡Y qué trabajo! Ciertamente, había despejado las tablas de epiciclos, movimientos retrógrados y todo lo demás y me encontré con una única carretera de estiércol, es decir, ese óvalo… ¡y qué hedor despedía! ¡Me tocaba situarme entre los varales y acarrear personalmente la fétida carga!
Luego de unos trabajos preliminares llegué a la conclusión de que el óvalo tenía forma de huevo. Ciertamente, dicha conclusión exigía algunos malabarismos geométricos, pero no se me ocurrió otro modo de imponer una órbita oval a los planetas. En mi opinión, era maravillosamente plausible. Para hallar la superficie del dudoso huevo, calculé 180 distancias entre Marte y el sol y las sumé. Repetí 40 veces la operación. Y volví a fracasar. A continuación pensé que la verdadera órbita debía rondar la figura del huevo y la circular, cual si se tratara de una elipse perfecta. A esa altura estaba frenético y me aferraba a cualquier idea peregrina.
Entonces sucedió algo extraño y maravilloso. Las dos formas de hoz o de pequeño satélite que existían entre los lados aplastados del óvalo y la órbita circular ideal presentaban en su punto más espeso un ancho que equivalía a 0,00429 del radio del círculo. Ese valor me resultó extrañamente conocido (no sé explicar por qué: ¿fue una premonición entrevista en un sueño olvidado?). Me interesé por el ángulo que formaban la posición de Marte, el sol y el centro de la órbita y comprobé azorado que el secante ascendía a 1,00429. La reaparición del valor 0,00429 me permitió saber en el acto que existe una relación fija entre dicho ángulo y la distancia entre el sol, relación que se sustenta en todos los puntos de la órbita del planeta. Por fin, mediante el empleo de esa proporción fija disponía de un medio de calcular la órbita marciana.
¿Piensa que ahí acabó la historia? Esta comedia tiene un último acto. Al tratar de construir la órbita utilizando la ecuación que acababa de descubrir cometí un error geométrico y volví a fracasar. Desesperado, deseché la fórmula con el propósito de probar una nueva hipótesis, es decir, que la órbita fuera una elipse. Después de construir dicha figura mediante medios geométricos, comprobé que ambos métodos producían el mismo resultado y que, de hecho, mi ecuación era la expresión matemática de la elipse. ¡Doctor, figúrese mi asombro, alegría y azoramiento! ¡Había tenido la solución ante mis ojos y no la había reconocido! Por fin pude expresar la cuestión en forma de ley sencilla, elegante y verdadera: Los planetas se desplazan en elipses con el sol en un foco.
Dios es grande y yo soy su siervo, como también soy
su humilde amigo,
Johannes Kepler