Karla

Karla


Capítulo 6

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El ginecólogo untó un gel transparente en el área del vientre y la pelvis de Karla, ésta yacía acostada boca arriba sobre la mesa de exploración, mirando con atención las maniobras del médico.

—Muy bien… Veamos qué es lo que tenemos por aquí —dijo el médico mientras deslizaba sobre el gel una sonda manual del tamaño de la palma de su mano que emitiría una serie de ondas sonoras en el interior del cuerpo de la mujer. Ésta, hizo un gesto como acto reflejo al sentir la opresión de su vientre y del frío del gel.

—¿Duele? —dijo el médico al notar el gesto de la paciente.

—No, sólo que siento algo raro y muy frío.

El galeno siguió con su labor, sin hacer mucho caso a las palabras de la mujer. Las ondas sonoras comenzaron a rebotar de inmediato en las estructuras corporales de Karla y se crearon las imágenes en el ecógrafo que tenían frente a ellos.

—Y bien señora. ¿Ha platicado con su marido sobre el sexo de su bebé?, es decir, ¿prefieren niño o niña? —preguntaba mientras no paraba de maniobrar la sonda con gran habilidad, las imágenes seguían formándose, mientras el médico parecía buscar el mejor ángulo de ellas, al tiempo que realizaba algunas anotaciones.

—Mi marido prefiere otro varón, y yo quiero una niña, me encantaría tener la pareja —dijo ella esbozando una sonrisa, sin quitar la mirada del monitor. Con curiosidad intentaba descifrar lo que ocurría dentro de su cuerpo, a la vez que denotaba una gran ilusión que casi brotaba de su alma como hilos de agua saltando de una fuente.

—¿Qué edad tiene su primer hijo?

—Cinco años, ¡se llama Antonio!

—¿Y qué dice él? ¿Prefiere un hermanito… O hermanita?

—Dice que le da igual…

Pasaron un par de minutos más, el ginecólogo dialogaba con la mujer mientras concluía el ultrasonido.

—Karla, le tengo una noticia: puede informarle a su marido y a su hijo que tendrán la parejita.

—¿Es niña doctor? ¡Qué emoción!

—No, parece que no me he explicado bien…

—¿No es niña?

—Bueno, sí, es una niña… pero también un niño, es decir… Está usted esperando gemelos, ¡niña y niño!

—¡¿Qué?! ¿Está usted seguro?, bueno… Perdón, me ganó la emoción… —dijo ella, tapándose la boca, no queriendo que el médico se sintiera ofendido ante la duda.

—No se preocupe… comprendo la emoción, está confirmado. Las sospechas de que podrían ser gemelos, se acrecentaron desde el momento que detecté en anteriores exploraciones que el útero crecía demasiado, al igual que el tamaño de su vientre. Pues bien, ahora el ultrasonido lo está confirmando.

—¿Puedo verlos? —dijo Karla, mientras le escurría una lágrima por su mejilla derecha. El médico le ofreció un pañuelo desechable, y de inmediato comenzó a maniobrar la sonda para ofrecerle a la entusiasta mujer una imagen del par de vidas que llevaba dentro de su vientre.

 

 

 

—¡Antonio!, ¿Ya llegó tu padre?, ven corre, tengo una noticia, ¡una gran noticia! —dijo Karla entre gritos, apenas entró a casa.

—No, no llegó, mi papi no ha llegado de trabajar —dijo el infante quien se acercó hasta la puerta de entrada de la casa, acompañado de Nicasia, la nana; ambos expectantes a la buena noticia anunciada.

—Antonio, la noticia es… Que no tendrás sólo un hermanito, sino dos, o mejor dicho, tendrás un hermanito y una hermanita.

—¿Dos?, ¡¿dos bebés?! ¿Se puede tener dos bebés? —preguntó confundido el pequeño Antonio.

—¡Claro, por supuesto que se puede!, ¡esto es una bendición de Dios! —intervino la nana, contagiada por el entusiasmo que reinaba en ese momento.

—Sí, es una bendición de Dios, habrá que agradecerle a la Virgen de Guadalupe, iremos todos juntos el próximo domingo a la Basílica, para dar las gracias por todas las bendiciones recibidas, ¡llevo en mi vientre un par de angelitos, Carlitos y Marianita vienen en camino!

La madre extendió los brazos para abrazar a Antonio, quien correspondió con un beso y un fuerte abrazo.

—¿Carlos y Mariana señora? —preguntó curiosa la nana.

—Sí Nicasia, Carlos y Mariana, así se llamarán.

—¡Yupi!, dos hermanitos con quien jugar —El pequeño Antonio dejó ver su alegría nuevamente.

—Sí, y siempre vamos a estar juntos hijo, siempre velaré por ustedes, siempre los cuidaré, pase lo que pase, esté donde esté, siempre los protegeré, de eso no tengas la menor duda mi amor —concluyó Karla entre lágrimas de emoción. El estar fundida en un abrazo con su hijo hacía sentir aquella escena como si entre ambos estuvieran haciéndoles sentir lo mismo a los bebes que apenas se estaban formando, que seguían su desarrollo, y que en unos meses nacerían.

 

 

 

—¡Levántate hija de la chingada!, ¿acaso no escuchaste? —Se oyó la enérgica voz de mando. El grito, sin embargo, no pareció inmutar a Karla, quien parecía estar en un gran letargo, distante, ausente de aquella voz insultante.

—¡Que te levantes cabrona! —insistió el hombre, pero está vez acompañó las groserías con un par de golpes en la espalda de la mujer. Ésta siguió acostada boca abajo, con la cara enterrada en el suelo.

—¿Acaso está muerta?, levántenla ustedes dos —ordenó el Comandante a un par de súbditos, éstos de inmediato se acercaron hasta la dama, y como si de un maniquí se tratara, la colocaron de pie. Hasta entonces Karla salió de su letargo, abandonando sus sueños y pensamientos. Aquellos hombres le arrancaron de un jalón el abrazo que estaba dándoles a sus hijos, para traerla a una realidad en la que estaba siendo privada de su libertad por un grupo de desconocidos, en donde las vidas de ella y de un grupo de turistas estaban a merced de unos extraños.

—¡Payasita!, haciéndote la muerta, hija de tu puta madre —dijo un malhechor mientras golpeaba el vientre femenino con el puño cerrado, con el coraje mismo que un boxeador atiza a su rival. Karla se tambaleó, giró su cabeza y encontró entre las sombras a los demás miembros del grupo elegido. Todos estaban formados de nuevo a un costado del autobús, únicamente faltaba ella. Se dio cuenta que se había perdido en el tiempo, no supo si se quedó dormida, si quedó inconsciente o qué ocurrió. No supo cuánto tiempo transcurrió, pero debieron haber sido quizá diez minutos, lapso en que ella viajó hasta su casa para abrazar a sus vástagos. Sin embargo, ahí estaba de nuevo, en la falda de un cerro, en las garras de sus atacantes.

—Fórmate ahí, junto a los demás, y no vuelvas a desobedecer estúpida, que otra de esas y no correrás la misma suerte. ¡Pendeja!

La mujer, como una autómata, caminó hasta donde los demás cautivos la miraban con expectativa. Se colocó en la misma formación, y fue hasta entonces que se dio cuenta que seguía viva. Sintió un frío en su entrepierna, algo húmedo que recorría sus muslos hasta casi llegar a sus rodillas, se tocó de inmediato, y constató que sus pantalones estaban orinados, no supo ni cómo ni a qué hora, seguro había sido en el momento en que se perdió en el tiempo. Sin embargo, no se inmutó, la oscuridad guardaba el secreto, y ella agradeció a Dios ese momento, el haber orinado ahí mismo, significaba que su corazón latía, y que aún debía luchar.

—Suban al autobús, de prisa, aborden y tomen su lugar —la nueva disposición llegó cuando Karla apenas se había formado, los cautivos obedecieron raudos.

—¿Por fin nos dejarán libres? —comentó un hombre haciendo la voz casi imperceptible, y con un tono de esperanza.

—No lo sé, eso espero, ojalá nos regresen a la carretera de nuevo, y que todo haya sido un mal sueño —respondió la persona de al lado, compartiendo la ilusión.

—¡Silencio señores! ¡Silencio! —recriminó el Comandante—, suban en silencio. —agregó gritando.

Karla fue la última en abordar, las luces de la unidad ya estaban encendidas. Apenas un segundo después, constató con gran desconcierto que los pasajeros que no habían sido elegidos para descender en un inicio, ya no estaban dentro del autobús, no supo cómo catalogar este acontecimiento: «No están los demás, ¿qué hicieron con ellos?, ¿a qué hora los bajaron?, ¿A dónde se los llevaron?»

No había terminado de realizar sus conjeturas cuando escuchó un nuevo grito:

—¡Agáchense todos y tápense los oídos!

Todos obedecieron apresurados, la litigante se cubrió los oídos a la vez que se colocó en posición fetal, nerviosa y al mismo tiempo expectante de lo que podría suceder, cerró los ojos casi al instante de que las luces del camión fueron apagadas una vez más. Apenas cinco segundos después, se comenzó a escuchar una ráfaga de balas, parecía que ese lugar se había convertido en zona de guerra. El estruendo producido por las armas se había intensificado por el eco que, siniestramente, rebotaba en los cerros cercanos. Una y otra vez se escucharon detonar las armas.

 «Por Dios, nos matarán aquí mismo, el autobús será balaceado», caviló por un momento Karla, sin embargo ese pensamiento se disipó de manera rápida, al percatarse de que el vehículo no estaba sufriendo ningún ataque. Los estallidos no cesaron durante el siguiente par de minutos, los gritos dentro del autobús no se ausentaron, el miedo y el pánico invadió con mayor fuerza a los pasajeros. La mente de la abogada fue asaltada por un nuevo macabro pensamiento: «Los otros pasajeros, los que no fueron elegidos en un principio, los bajaron después que a nosotros y los están matando… Sí, eso está pasando allá abajo ¡Dios mío!, ¿qué es esto?, no lo permitas, ¿qué está sucediendo?»

Los pensamientos fueron desvanecidos una vez más por su razonamiento, la duda del hecho mantenía su mente ocupada:

«Pero no se escuchan gritos, si estuvieran matando a alguien, seguro se escucharían gritos de horror o negación… Pero, ¿y sí les taparon la boca?, ¿qué sucede haya afuera?, o puede ser que también estén jugando con nuestras mentes, haciéndonos sentir indefensos, llevar nuestro psique al máximo, ¿qué hacen estos malditos?»

Las ráfagas de fuego por fin cesaron, la calma regresó, el silencio se apoderó del lugar. Los veinte cautivos se fueron incorporando poco a poco, abandonaron la posición fetal, levantaron la cabeza con expectativa, ¿qué nuevo acontecimiento les preparaba el destino?

La puerta del autobús se abrió nuevamente, Karla se dio cuenta hasta ese momento que el chofer era uno de los veinte elegidos, lo supo al verlo sentado en el asiento propio para operar la unidad, al mismo tiempo que distinguió el uniforme de la línea. Éste a su vez, recibió un nuevo mandato por parte de los captores quienes ya habían abordado de nuevo el automotor, el cual debía ser encendido para dirigirse hacia la cima del cerro, hasta donde pudiera llegar, hasta donde la potencia del motor y lo denso de la maleza permitiera dejar avanzarlo. La noche siguió su curso, la luna parecía caminar con la misma lentitud que lo hacían ellos, entre la incertidumbre que reinaba el interior del camión.

 

 

 

—Hasta aquí puedo avanzar señor —dijo el chofer con voz sumisa, el miedo se le hacía presente en forma de ente invisible, parecía que le estaba tomando y apretando la garganta con una mano, con la fuerza necesaria para impedir que hablara con claridad.

—Está bien, todos pa´ bajo, vamos, ¡andando! —ordenó el Comandante de nuevo.

Los infortunados pasajeros descendieron, esta vez mas pausados, siempre bajo la mirada vigilante de los encapuchados, quienes listos estaban para asentir un golpe o un insulto a cualquier pasajero, en el momento que juzgaran conveniente.

Una vez que descendió, Karla miró de reojo hacia atrás, localizó entre la oscuridad una luces titilantes que se movían en líneas rectas, después desaparecían y se perdían entre los árboles. Se dio cuenta de que aquellos albores eran los vehículos que transitaban la carretera por donde viajaban apenas unas horas antes, el camino a casa quedaba allá abajo, calculó una distancia en línea recta de un kilómetro, quizá más, y como cien metros de desnivel. Sintió un escalofrió y una aflicción al mirar aquellos coches, deseó estar dentro de uno de ellos, pero su realidad por el momento era otra. Viró nuevamente su testa, cabizbaja y resignada, caminó por lo que parecía una vereda, siguiendo el paso de los demás, quienes cansados, en silencio, agotados física y mentalmente, reiniciaron su andar en medio de la noche, en medio de la incertidumbre, de la duda, de la angustia, de la desdicha, de la zozobra de a dónde se dirigían y sobre todo de qué sucedería con sus vidas.

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