Joy

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1975 » Capítulo 17. Mayo 31, sábado

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Mayo 31, sábado

Una oficina en Siboney, La Habana. Dos hombres sentados junto a una mesita baja de mosaicos, toman café, fuman, conversan. Ambos son directores. Uno de Sanidad Vegetal del INRA y el otro de la Estación Nacional de Virología de los Cítricos, también del INRA. El de Sanidad Vegetal se llama Bernardo y el de Virología se llama Alejandro. Bernardo y Alejandro fueron condiscípulos. Hoy ambos son ingenieros agrónomos. Bernardo se especializó en Bacteriología y Alejandro en Virología.

Alejandro saca de su maletín tres frasquitos. Cada uno tiene un tapón cuentagotas, como los colirios o fármacos para los oídos. Pero los frasquitos de Alejandro son diminutos: más pequeños incluso que un dedal. Alejandro pone los frasquitos sobre la mesa. Bernardo lo mira sin decir nada. Alejandro saca luego una cajita no mayor que las de fósforos y una plaqueta de vidrio. Pone la plaqueta sobre la mesa y vierte sobre ella una gota del primer frasquito, otra del segundo y otra del tercero. Las tres goticas quedan dispuestas como los vértices de un triángulo. Alejandro guarda luego sus frasquitos y de la caja extrae, con una pinza, tres pulgones, que coloca en el circucentro del triángulo. A los cuarenta segundos, los tres pulgones están juntos y comen de la misma gotica de cítricos. ¡Han despreciado las savias de papa y melocotón! Todos aquellos insectos son, ni más ni menos que pulgones del melocotón, de los detectados por Sara en Pinar del Río. Bernardo le había dado casi un millar a Alejandro para observar por microscopía electrónica si eran portadores de algún virus u otras amenazas. Por fortuna no lo eran: las pruebas resultaron concluyentes. Pero Alejandro, por su cuenta, había hecho el test de la savia.

En el mundo de Alejandro y Bernardo, el hecho de que un pulgón del melocotón desprecie la papa y el melocotón, y prefiera acudir a los cítricos, es tan sorprendente como que un perro prefiera el arroz blanco a la carne cruda, o que un empresario decida, motu proprio, doblar el salario de sus obreros. ¡Algo inaudito, contra toda lógica, sensatez o tradición!

Es sabido que en los laboratorios modernos se pueden obrar maravillas. Se puede, por ejemplo, inducir mutaciones; hacer que un ser vivo cambie, mude su apariencia, sus hábitos, su morfología. La aplicación de insecticidas en dosis importantes pero no letales, a determinados insectos, logra que sufran una serie de transformaciones y se tornen resistentes a tales productos. Pero al mismo tiempo, en los insectos se operan alteraciones estructurales, fisiológicas, metabólicas, que los convierten en insectos diferentes, en insectos mutados.

¿Y quién podría tener interés en provocar la mutación de un pulgón del melocotón? ¿Quién podría querer que el pulgón del melocotón cubano prefiriera los cítricos a la papa? Vamos a ver: ¿quién? Adivina adivinador…

—¡Qué raro! —dice Bernardo.

—¡Extraño! —dice Alejandro.

Vuelven a tomar café, discuten, fuman y acuerdan dos cosas: primero: informar de la situación a la Dirección Nacional del INRA (eso lo hará Bernardo) y al Grupo Nacional de Cítricos y Frutales (eso lo hará Alejandro); y segundo: buscar a marchas forzadas el pulgón del melocotón en los cultivos de cítricos de Jagüey e Isla de Pinos, por si las moscas…

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