Joy

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1975 » Capítulo 49. Junio 27, viernes

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Junio 27, viernes

En la reunión de Miami se acordó que Eddy A., en compañía de John, investigara hasta donde le fuera posible, la vida privada de Van Vermeer en New Orleans. Eddy M., por su parte, trataría de averiguar algo más sobre William Hunt, el colaborador de Van Vermeer, que figuraba como coautor en muchas de sus publicaciones.

Las indagaciones sobre Vermeer fueron rapidísimas. Trabajaba en Homestead, donde permanecía de lunes a viernes, y pasaba los fines de semana con su mujer en New Orleans. Sí, señor, Lupe llevaba tres años trabajando con la señora Myriam, una mujer muy nerviosa que fumaba y bebía mucho; pero no era mala gente; bueno, en todo caso, Lupe conocía algunas mucho peores. Lo que Myriam no podía soportar eran los negros. No los podía ver. Por eso la había hecho venir a ella desde San Diego, pos ni modo de encontrar sirvientes blancos en New Orleans. Y qué casualidad, Abundio, el nuevo lechero, también era mexicano. Pos ándale, a ella no se lo parecía y, ¿qué mango andaba haciendo por ahí Abundio? Pues ganándose la pinche vida y con una nostalgia padrísima de su tierra. Y la plática siguió sobre la comida mexicana que ambos echaban de menos; y después de invitarlo a probar un mole hecho por ella y un guisado de guajolote que le arrancó lágrimas, platicaron sobre el viaje de los patrones para Europa el 6 de julio. Y ese mismo día Lupe se volvería para San Diego. Y cuando el camión del reparto quedó parqueado en el mismo lugar, Eddy soltó al lechero, que se llevara tremendo susto con aquellos tipos del FBI. Menos mal que fue un error. Y como ya se atrasara media hora con Lupe, tendría que apurarse en el reparto.

Por su parte, Eddy M. averiguó que el virólogo William Hunt, colaborador de Vermeer durante más de seis años, murió en un accidente automovilístico a fines del 73.

—A mí siempre me huelen mal estos accidentes automovilísticos, justo cuando uno necesita averiguar algo —dijo Denis.

—Sí, huelen feísimo —comentó Sylvia.

—Valdría la pena investigarlo —terció Eddy M.—, ¿verdad, Sylvia?

—Desde luego.

El grupo acordó que John, Arturo, el que se les sumara desde Houston, y Louis, el de Los Ángeles, seguirían con discreción los movimientos de Vermeer. Entretanto Eddy M., con disfraz, domicilio de emergencia y máxima cautela, trataría de localizar a la viuda de Hunt. Era un inconveniente que aquella mujer siguiera viviendo en Miami. Hubiera sido más seguro chequearla en otro estado.

Denis insistió en la necesidad de tomar las máximas precauciones, pues si en el accidente de Hunt estaba la mano peluda de la CIA, la viuda debería hallarse bajo vigilancia, ¡y Vermeer, ni qué hablar!

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