José Martí, el anticolonialismo y el orgullo de ser cubano

José Martí, el anticolonialismo y el orgullo de ser cubano

FEU UH por Alejandro Sánchez Fernández

Para los cubanos, José Martí encarna la representación más alta del humanismo y un símbolo del bien en cuya devoción nos inician desde la niñez. Es asombroso cuanto pudo hacer en una vida que resultó efímera para los objetivos del alcance que se planteó. En él confluyeron tres dimensiones que dan muestras de su capacidad: el genio político, el talento literario y la producción de un pensamiento amplio y profundo. Martí se presenta ante nosotros como un extraño caso, cubierto de una aureola mítica que le convierte, según la expresión lezamiana, en un misterio que nos acompaña. Sin dudas, se trata de un hombre superior cuya voluntad y circunstancias hicieron posible que desplegara múltiples tareas y elaborara un cuerpo de ideas que sustentaran los esfuerzos por lograr un cambio social radical en Cuba y por un proyecto mayor, la completa emancipación nuestroamericana.  

La búsqueda de la libertad y de la justicia social constituyen los fundamentos principales en que se sostiene el proyecto martiano. Su prédica en favor de una nación libre e inclusiva no ha perdido validez porque ambas aspiraciones se mantienen permanentemente inacabadas, se construyen y reconstruyen a diario. El sentimiento de justicia y el espíritu humanista son núcleos esenciales del ideario martiano. Cuando leemos sus artículos y sus versos hallamos una sensibilidad y una vocación que si la asumimos plenamente se expresa en conductas, en actitudes de vida. El humanismo de José Martí no podía ser una abstracción, por su condición de revolucionario tenía que ser un humanismo práctico; realmente comprometido con el bienestar de los seres humanos, con la quiebra de todas las opresiones que pesan sobre ellos.

Por ello organizó un acto que pudiera verse como la antítesis del humanismo: una guerra. Para él se trataba de un acto político porque del fuego destructor del conflicto emergería una república democrática en la que el pueblo pudiera desplegar sus capacidades individuales y colectivas. 

El Apóstol fue heredero de una línea de pensamiento de liberación social del que Varela fue precursor y de la tradición electiva de la filosofía cubana, mediante la cual se produce una apropiación crítica de ideas y corrientes diversas con el fin de interpretar una realidad propia. Su temprana consagración al estudio, los aprendizajes adquiridos en sus viajes por varias naciones y su larga estancia en Estados Unidos le permitieron acumular vastos conocimientos que hicieron de Martí uno de los más eminentes intelectuales de su tiempo. Sin embargo, no fue un típico erudito alejado de las necesidades y aspiraciones de las clases subalternas, no fue un poeta enajenado con versos evasores sino que eligió el camino de la lucha por la transformación y se convirtió en un intelectual revolucionario. Tuvo una confianza absoluta en que asumir la originalidad de sus raíces históricas y culturales era la única posibilidad de los pueblos latinoamericanos de romper con toda forma de dominación colonial. Sus ideas anticolonialistas forman parte de una acumulación cultural emancipadora, de una cultura de la liberación.  

Ese nacionalismo radical y popular, del cual Martí es su máximo inspirador y que tiene en la Revolución Cubana a su mayor expresión, atraviesa en los últimos años por una erosión de su fuerza en la sociedad cubana. Segmentos crecientes de la población, sobre todo joven, muestran desinterés por la historia de nuestra nación y desprecian su identidad cultural. Esta triste realidad que comprobamos, en las calles y en las redes sociales digitales, es el resultado de diversas condicionantes internas y externas a la vez que se expresa de variadas maneras. No constituye objetivo de este texto explicarlas ampliamente.

En medio de graves carencias materiales y una disputa de sentido entre el capitalismo y el socialismo; ese nacionalismo revolucionario es seriamente impugnado por otras propuestas de felicidad y por una guerra cultural en la que la maquinaria informativa y cultural totalitaria del capital coloca sus extraordinarios recursos para anular la identidad de los pueblos con el propósito de imponer fácilmente sobre ellos un sistema de dominación múltiple. Los valores como el patriotismo y el internacionalismo quedan sumergidos por una marea abrumadora de individualismo, apoliticismo e ignorancia. Si antes los centros de poder global buscaban imponer el pensamiento único, hoy persiguen la idiotización de las masas para relegarlas a la más absoluta enajenación.  

¿Por qué es posible que esas visiones coloniales penetren con tal intensidad en nuestro tejido social? ¿Por qué se apoderan de la subjetividad de nuestra gente y se convierten en sentidos comunes? ¿Cómo pueden ser enfrentadas con eficiencia por el poder revolucionario?

Sería muy cómodo atribuirle toda la responsabilidad de estos fenómenos a la perversidad del imperialismo. Su largo historial de crímenes lo refrendaría y al mismo tiempo limpiaría a los revolucionarios cubanos de culpa alguna.

Actuar como un avestruz -inmóvil y sin dirigir la mirada a los desafíos- no nos salvará de esta ola que no solo impacta a Cuba sino al mundo entero.

Esta ofensiva cultural del capitalismo, para ser más efectiva, viene acompañada de instrumentos de coerción económica que se burlan del derecho internacional, aplastan la soberanía de las naciones y destruyen las esperanzas de millones de personas. La respuesta a esto no puede ser la anti política y la ausencia de un debate crítico y profundo.

Ante estas acechanzas colosales, el campo revolucionario cubano tendrá que hacer todo cuanto esté en sus manos para ofrecer oportunidad a nuestro pueblo de edificar su futuro en su patria, para ahondar en la conciencia crítica de nuestra gente y para reforzar el orgullo de ser cubano sin alarmarnos cuando nos digan que el Sol existe.   

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