Iris

Iris


Capítulo 22

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Iris no daba crédito a sus oídos ni a lo que estaba sintiendo. Durante semanas había deseado que Monty dijera aquellas palabras. Había llegado a creer que ellas harían que todas las cosas del universo ocuparan el lugar que les correspondía. Sin embargo, cuando él la miró a los ojos como si realmente la amase, cuando la esperanza que había controlado con tanto esmero rompió sus cadenas y alzó el vuelo, el alma se le cayó a los pies.

Él no podía amarla. Nadie podría amarla ya.

—¿Has oído lo que he dicho? —preguntó Monty—. He dicho que te amo.

—Te he oído.

Monty parecía desconcertado.

—Esperaba que reaccionaras de otra manera. Pero supongo que no es posible que te ruborices ni que te desmayes si no me amas. No diré una…

—Sí que te amo —se apresuró a decirle Iris. Él parecía estar herido y confundido, como si finalmente hubiera encontrado la manera de hacer lo que consideraba correcto y no pudiera entender por qué no había obtenido la respuesta que esperaba—. He estado enamorada de ti durante años.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Porque estabas demasiado ocupado tratando de hacerme regresar a Texas.

Monty al menos tuvo la cortesía de parecer avergonzado.

—En realidad no era ésa mi intención.

—Pues no te costó mucho trabajo convencerme de lo contrario.

Iris quiso girar entre sus brazos para poder mirarlo a los ojos, pero era difícil amedrentar con la mirada a una persona tan desvergonzada como Monty en circunstancias normales. Y era imposible hacerlo cuando él la estrechaba entre sus brazos.

—¿Podría convencerte de que cambié de opinión? —le preguntó Monty.

Iris quería creerle más que nada en el mundo. Se dijo que si él la amara lo suficiente, nada más importaría. Podrían perderse en las tierras remotas de Wyoming y nunca más volver a salir de allí.

Una insistente voz interior intentó decirle que estaba cometiendo un estúpido error, pero Iris no quiso escucharla. No le decía lo que deseaba oír. Quería creer que Monty la amaba. Necesitaba creerlo.

—Podrías intentarlo.

Monty le permitió bajar y el cuerpo de Iris se deslizó de modo íntimo por su cuerpo hasta que sus pies tocaron el suelo. Una vez que pudo sostenerse sola, él la soltó, cogió su rostro entre sus manos y con gran dulzura cubrió su boca de besos.

—Esto es por todas las veces que he querido besarte, pero no lo he hecho porque pensaba que no debía.

—¿Cuándo decidiste que estaba bien hacerlo? —le preguntó ella. Sus labios apenas se separaron de los suyos el tiempo suficiente para pronunciar esas palabras. Puso sus manos sobre las suyas, estrechándolas contra su rostro, embelesada con sus caricias, feliz de ceder ante su fuerza.

—Esta mañana, cuando te marchaste.

—Pero nos habíamos peleado.

—Pienso mejor cuando me peleo.

Iris concluyó que nunca entendería a Monty. Pero mientras la abrazara y le dijera que la amaba, nada más importaba.

Él sostuvo su cabeza entre sus manos y la besó con toda la avidez de un hombre que se ha reprimido durante mucho tiempo. Le cubrió la boca con sus labios. Iris quiso reír a carcajadas cuando la besó en los ojos y en la punta de su nariz. Él la obligó a abrir los labios y su lengua invadió la boca de ella, electrizando todo el ser de Iris. Su lengua se unió a la de Monty en una sinuosa danza.

—A las mujeres no nos gusta pelear —dijo Iris, llevando las manos de Monty a sus caderas e insertándose en el círculo de sus brazos—. Nos gusta que nos mimen y que nos cuiden. Es difícil sentirse amada por un hombre que no hace más que gritarte.

—Nunca más volveré a hacerlo —juró Monty—. Prometo susurrártelo todo al oído.

Iris no creía poder entender una sola palabra si él insistía en soplarle en el oído. Aun antes de que el hormigueo disminuyera, sintió su cálida lengua delineando el contorno de su oreja. Iris se derritió por dentro.

—¿Prometes que nunca me dirás que regrese a Texas? —preguntó Iris. Quiso decir: «nunca me dirás que me vaya de tu lado», pero él le estaba besando la nuca, lo cual le dificultaba pensar.

—Te prometo hacerte olvidar dónde te encuentras.

Esto no sería difícil mientras estuviera con él. Ni siquiera en aquel momento podía recordar que estaba en medio de una pradera del oeste de Kansas, oculta en un bosquecillo de álamos de Virginia que se encontraba en el fondo de un barranco. Estaba en los brazos de Monty, cuyo cuerpo excitado estrechaba el suyo con fuerza, cuyos labios devoraban la dulzura de su cuello y de sus hombros. No había espacio en su cabeza para nada más.

La presión de sus senos contra el pecho de Monty hizo que sus pezones se volvieran demasiado sensibles. Incluso cuando las manos de Monty le acariciaban la espalda, masajeaban la piel que tenía entre los hombros y hacían que su cuerpo se acercara más a él, ella sentía oleadas de placer extendiéndose desde sus senos hasta el resto de su cuerpo. Esas oleadas parecían reagruparse en el punto de su vientre en el que la excitación de Monty amenazaba con marcar con fuego su sensible piel.

Ese flujo invirtió su sentido cuando Monty desabrochó su blusa, introdujo la mano por debajo de su camiseta y cubrió uno de sus pechos con sus callosos dedos. Fue tal el impacto que Iris dio un grito ahogado, al mismo tiempo, se apoyo contra él esperando intensificar la sensación. Manteniendo sus labios fundidos en una serie de apasionados besos, Monty logró quitarle la blusa por encima de los hombros. Desató la parte de arriba de su camiseta y descubrió sus senos.

A Iris le flaquearon las rodillas cuando Monty le rozó sus hipersensibles pezones con los labios. Alejándose un poco, Monty desató su sábana de la silla de montar y la extendió en el suelo. Mientras Monty le lamía los pechos con su ardiente y pertinaz lengua, Iris se dejó caer, indefensa, en la sábana.

Iris le pasó las manos alrededor del cuello y lo estrechó contra ella. Parecía que sus caricias no fueran suficientes. Quería que su cuerpo la cubriera, que él se sumergiera en ella, ser absorbida por todo su ser hasta que ya no fuera Iris Richmond, sino una parte permanente de Monty Randolph. Quizás entonces pudiera creer que él la amaba, que todas las cosas terribles de su pasado ya no importaban ni volverían a importar.

Ella lo hizo subir hasta que los labios de él le apresaron la boca. Sus enardecidos dedos se apresuraron a desabrochar su camisa. Se regodeó con la sensación de sus fuertes músculos, que tan fácilmente se tensaban bajo la suave y cálida piel. Apretó sus senos contra la aspereza de su pecho hasta que sintió que se fundía en él.

No opuso resistencia alguna cuando Monty quiso quitarle el resto de la ropa. No veía el momento de yacer junto a él, con sus cuerpos entrelazados y todo su ser libre de hacerse suya.

Pensó que recordaba claramente cada sensación, cada caricia, cada segundo de aquella noche en el tipi. Pero mientras los labios de Monty saboreaban una vez más uno de sus sensibles pezones, las yemas de sus dedos acariciaban el otro y su otra mano bajaba por el cuerpo de ella hasta encontrar el centro de su deseo, Iris sintió como si no hubiera experimentado nada de todo aquello en toda su vida. Su cuerpo pareció convertirse en una masa de placer erótico, las sensaciones se bombardeaban unas a otras hasta que cada uno de sus tendones se extendió tanto que Iris sintió que estaba a punto de partirse en dos.

No obstante, aún cuando creyó que era incapaz de sentir algo más, la golosa boca de Monty bajó por su cuerpo hasta llegar a su centro. Iris levantó su cuerpo del suelo pegando un grito tan antiguo como el apareamiento de hombre y mujer, y se arqueó hacia él al ser bañada por una marea de sensaciones tan intensamente maravillosas que pensó que nunca más podría sentir nada. Una oleada tras otra le azotaba el cuerpo, y ella sintió que la vida se le escapaba a borbotones con la marea que se retiraba.

Pero aún cuando las olas empezaron a alejarse, Monty no la dejó descansar. Invadió su cuerpo con manos, boca y lengua, buscando sus puntos de placer, reavivando el fuego dentro de ella hasta hacerla sentir que quedaría reducida a cenizas. Cuando finalmente él empezó a moverse entre sus piernas, Iris se abalanzó sobre él, ansiosa de ser liberada.

Pero Monty no estaba igual de impaciente. Con exasperante parsimonia, siguió agudizando la tensión dentro de ella. Iris estrechó su cuerpo con sus piernas, intentando obligarlo a liberarla de aquella prolongada agonía, pero ella nada podía ante la fuerza de Monty. Él siguió torturando su cuerpo hasta que ella empezó a sentirse débil. Parecía estar perdiendo su dominio sobre él. Todo se había vuelto menos nítido, menos firme.

Entonces, justo cuando temió estar a punto de perder el conocimiento, Iris sintió que la tensión estallaba como un muro de agua, como si un torrente saliera de ella a borbotones.

Sólo fue vagamente consciente del calor de la simiente de Monty que se esparcía en su interior mientras ella ingresaba en el reino del olvido.

* * *

Monty se levantó.

—Creo que ya es hora de que nos vayamos.

Acababan de comer unas judías con tocino que Monty había preparado. Él llevó los platos al riachuelo para lavarlos.

—¿De que nos vayamos adónde?

—De regreso al campamento.

—Pero tendremos que cabalgar prácticamente toda la noche. ¿No sería mejor dormir aquí y salir muy temprano en la mañana?

Iris no quería que él regresara a sus labores, al menos por unas horas.

—Hen y Salino están en Dodge, así que tuve que dejar a Tyler al frente del hato. No lograré conciliar el sueño en toda la noche. Me preocupa lo que pueda pasar en mi ausencia.

Iris dejó que Monty la subiera a la montura, pero sintió que el alma se le caía a los pies. Trató de no sentirse rechazada, pero no pudo evitar pensar que ya se había terminado el tiempo que Monty le había concedido para estar con él y ahora la dejaba de lado para ocuparse de su siguiente tarea. No era posible que ella le gustara tanto como decía. Ella no debía ser tan importante para él si no podía olvidar sus vacas ni siquiera por una noche.

* * *

Iris supo que algo había pasado mucho antes de que llegaran al campamento.

—Ha habido una estampida —dijo Monty cuando vio una franja de terreno abierta.

—¿Crees que ha sido nuestro hato? —preguntó Iris. Ni siquiera su inexperto ojo tenía problema alguno para distinguir la hierba pisoteada a la luz de la luna.

—Por supuesto. No hay otro tan grande en esta parte de Kansas.

Mientras seguían el rastro dejado por la estampida, se hacía cada vez más evidente que no podía tratarse de ninguna otra manada. Monty aguijó a Pesadilla para que cabalgara al galope. Él le había puesto su silla de montar a la mula de Iris, pero ella no podía seguirle el ritmo. Para no dejarla atrás, Monty cogió las riendas de esta bestia y prácticamente la arrastró hasta llegar al campamento.

Aún no había amanecido, pero todos los vaqueros ya estaban ensillando sus caballos. Para sorpresa de Iris, el campamento estaba exactamente igual a cuando ella se marchó.

—Ha sido Frank —dijo Tyler—. No estaba interesado en atacarnos. Sólo quería llevarse el ganado.

—¿Por qué no lo siguieron? —preguntó Monty.

—No teníamos suficientes hombres —respondió Tyler—. Mandé a Zac a Dodge a buscar a Hen y a Salino.

—Nos estábamos preparando para salir cuando habéis llegado vosotros —dijo Hen, que se encontraba enrollando sus mantas. Señaló el rastro dejado por los animales—. No tendremos ningún problema en seguirlos.

—¿Alguien resultó herido? —preguntó Monty.

—Danny Clover —respondió Hen. Su expresión era tan claramente acusatoria como podrían serlo sus palabras.

—¿Cómo se encuentra?

—Está muerto. Estaba haciendo la guardia nocturna. Lo estrangularon para que no diera la voz de alarma.

Monty no tuvo que decir una sola palabra para que Iris supiera que él se culpaba de la muerte de aquel chico. Hen tampoco tuvo que decir nada para que ella supiera que él estaba de acuerdo con Monty.

Pero sabía quién era el verdadero culpable: ella lo era. Monty nunca habría dejado el hato si ella no hubiera huido a la pradera como una tonta. Si Monty no la hubiera seguido, habría podido prevenir de alguna manera aquel ataque. Quizás hubiese podido salvar al chico.

—¿Cuándo atacaron? —preguntó Monty.

—A eso de la medianoche —dijo Tyler.

—Eso significa que sólo nos llevan seis horas de ventaja. Tenemos que atraparlos esta misma noche. Que todo el mundo lleve su caballo más veloz. Salimos en quince minutos.

—Iré contigo —dijo Tyler.

—Yo también —dijo Zac—. No puedes impedírmelo —agregó cuando Monty dio muestras de querer negarse—. Te seguiré si lo haces.

—De acuerdo, pero si no obedeces mis órdenes, te ataré a tu caballo y te dejaré en medio de la pradera hasta que alguien tenga tiempo de traerte de regreso.

—Yo también iré —dijo Iris, apeándose rápidamente. Había permanecido en su montura, demasiado absorta en el conflicto de emociones que tenía lugar a su alrededor para darse cuenta de que la dejarían allí si no se daba prisa.

—No —dijo Monty.

Iris de inmediato alzó la vista. Monty no usaba aquel tono de voz ni siquiera en los momentos en que más se enfadaba con ella. No estaba enfadado en aquel momento. Simplemente le estaba hablando como si ella fuera un vaquero más, alguien a quien podía darle una orden cortante.

—Quiero que Betty y tú vayáis a Dodge —dijo—. Allí estaréis a salvo hasta que nosotros regresemos.

Monty se dirigió al corral a buscar un caballo dando grandes zancadas. Iris lo siguió corriendo.

—También son mis animales. Tengo derecho a ir.

—Eso no tiene nada que ver —le gritó él mientras entraba en el corral—. Lo que ahora importa es lo que sea mejor para todos. No has debido hacer este viaje nunca. Debí llevarte con Rose desde el primer día. No volveré a cometer el mismo error.

Estas palabras fueron como un cuchillo que le abrió el pecho para sacarle el corazón.

—¿Qué quieres decir con eso de que no volverás a cometer el mismo error? —sintió como si le estuviera hablando a un desconocido, a un hombre que se parecía a Monty pero que no actuaba en absoluto como él. No le cabía la menor duda de que no actuaba como el hombre que anoche la había estrechado entre sus brazos.

Monty escogió un caballo, le puso la brida y lo sacó del corral.

—Este es un lugar demasiado peligroso para alguien tan inexperto como tú. No cometeré un error peor llevándote en un viaje aún más arriesgado. Haces todo lo que quieres sin recordar que ya no te encuentras en San Louis. Si hubiéramos estado en territorio indio cuando huiste, es probable que en estos momentos estuvieras muerta. —Iris quiso protestar, pero Monty le dio un rápido beso para impedirle hablar—. No tengo tiempo de darte explicaciones ahora. Ve a Dodge, ya hablaremos cuando yo regrese.

Cogió una sábana y una silla de montar.

—Podremos hablar durante todo el camino si me dejas ir contigo.

Monty dio la vuelta bruscamente. Iris retrocedió ante el resplandor de rabia que salía de sus ojos.

—Cuando ayer estuviste en peligro, no dudé ni un solo instante en ir a buscarte. Pero ahora estás a salvo, y ya es hora de que dé prioridad a mis otras obligaciones.

Iris siempre había sido lo más importante para todos los hombres que conocía. Intentaba confiar en Monty, pero le resultaba difícil creer que él podía amarla si no la ponía por encima de todo lo demás. Pero no se trataba únicamente de que la estuviera poniendo en segundo lugar. La estaba ignorando y excluyendo, y ella no sabía cómo esperar con los brazos cruzados.

—De modo que quieres que me vaya.

Monty terminó de ajustar la cincha de la silla de montar, abrazó a Iris y fue a unirse a los demás hombres.

—No he querido decir eso —respondió—. Pero en este momento lo más importante es traer el hato de regreso y descubrir quién mató a Danny. Es una responsabilidad que acepté cuando decidí hacer este trabajo. No puedo desentenderme sólo porque preferiría hacer otra cosa.

—No te estoy pidiendo que te desentiendas, sólo que me dejes ir contigo. Quiero atrapar a Frank tanto como tú. Además, esto no puede ser más peligroso que ir a la aldea comanche.

—Fui un tonto al dejarte hacer eso. Esta vez no quiero que corras ningún riesgo.

Iris sentía que si Monty la dejaba en aquel momento nunca regresaría. Quizás fuese irracional, pero su fe en el amor de aquel hombre era demasiado frágil para resistir el hecho de encontrarse alejada de él. En medio de su desesperación, extendió la mano para hacerlo regresar.

—¿Y si no te obedezco?

¿Por qué siempre lo estaba desafiando? Era como si tuviera que demostrar algo que ya hacía mucho tiempo le había dejado de importar.

Monty se puso tenso, se detuvo y se dio la vuelta para mirarla de frente. Había algo severo e intransigente en su expresión. No era rabia ni irritación, sólo una fría certeza.

—Habrá un tiroteo. Ya he perdido a uno de mis vaqueros. No quiero perder a otro. No puedo tomar las decisiones más convenientes con respecto a mis hombres si tengo que andar muerto de preocupación por ti.

—No tienes que preocuparte por mí. Yo puedo cuidarme sola.

Monty explotó.

—No puedes. Nunca has podido. No sé por qué no quieres entender que algunas veces tenemos que anteponer nuestras responsabilidades a nuestros deseos. Rose siempre lo hace.

Monty se dio la vuelta con la intención de marcharse, pero ella lo detuvo.

—No tengo ninguna duda de que tu perfecta Rose lo entiende todo —replicó Iris, herida y enfadada—. Pero lo único que veo es que te has pasado toda la vida haciendo lo que George quiere, siempre preocupado por las responsabilidades que tienes. Pero ¿dónde han quedado tus propios deseos? ¿Acaso tienes alguna idea de que es eso?

—Eso no importa ahora —le respondió Monty con impaciencia.

—Claro que importa —dijo Iris, bajando la voz para que los demás hombres no pudieran oírla—. ¿Crees que querría casarme contigo sabiendo que vas a pasar el resto de tu vida tratando de satisfacer todos los caprichos de George?

Monty reaccionó como si le hubieran pegado en la cara con algo húmedo y frío.

—¿Quién ha hablado de matrimonio? —Monty hizo esta pregunta casi gritando.

Iris estaba avergonzada. Todo dejó de moverse a su alrededor. Prácticamente podía sentir los ojos de todos los hombres mirándolos, oír cómo los escuchaban.

—Dijiste que me amabas —apuntó ella susurrando de manera casi inaudible, lanzando una mirada elocuente por encima de su hombro a la expectante cuadrilla—. Lógicamente supuse que…

—Eso apenas lo entendí anoche —dijo Monty entre dientes—. Aún no he tenido tiempo de pensar en nada más.

Iris murió un poco por dentro.

—¿No quieres casarte conmigo?

—No he dicho eso. Pero el hecho de que no quiera casarme no significa que no te ame.

No quería casarse con ella porque era una bastarda. Esa tenía que ser la razón. ¿De qué otra forma podría explicarse el hecho de que un hombre, a pesar de amar a una mujer, no quisiese casarse con ella?

Los hombres se montaron en sus caballos. Monty quiso tomar a Iris de la mano, pero ella lo rechazó.

—No quieres tener a alguien a quien amar. Sólo quieres a alguien que esté dispuesto a hacer todo lo que a ti te apetezca, que no te exija nada cuando tú no lo consideres conveniente.

—Si ese fuera el caso, no te amaría en absoluto. Nunca has hecho nada de lo que te he pedido, y todo lo que has hecho ha sido de lo más inoportuno.

Él no entendía nada. Ella no quería impedirle hacer su trabajo. Entendía su dedicación al hato, a su familia, a la cuadrilla, a sus labores. La había visto todos los días durante meses. No le importaba mucho que se esforzara tanto por complacer a George. No le agradaba que lo hiciera, pero lo aceptaba.

Quería estar con él. Necesitaba estar con él. Mientras estuviera con Monty, mientras pudiera seguir creyendo que la amaba, podría soportar cualquier cosa.

—Si quieres alcanzar a Frank antes de que caiga la noche, será mejor que vengas ahora mismo —gritó Hen. Los demás hombres esperaban sin acercarse.

—¡Iris, tengo que irme! Espérame en Dodge. Luego hablaremos de esto.

Le había gritado, y luego le había pedido que se marchara. Delante de todo el mundo le había gritado como si ella fuese una criada, como si su opinión no importara, como si no tuviera tiempo de preocuparse por lo que ella quería. Lo siguió al lugar donde él se encontró con los demás hombres. Lo vio montarse en su caballo sin dejar de dar órdenes ni un solo instante.

Luego los vio. Vio a los cuatro hermanos Randolph, todos en fila, unidos para enfrentarse al mundo.

En aquel instante comprendió.

Ella nunca ocuparía el primer lugar en el corazón de Monty. Su familia y su trabajo eran más importantes para él. No sabía cuál de las dos cosas era la principal, pero no importaba. Cualquiera que fuese el orden, ella sólo ocupaba el lugar que se encontraba detrás de ambas, y ello contando con algo de suerte.

Ni siquiera la había besado. No le dijo nada cariñoso al despedirse. Le había gritado, le había dicho que fuera a Dodge y que el amor no tenía nada que ver con el hecho de que le ordenara quedarse.

El frágil brote de esperanza que había nacido en su noche de amor se marchitó y murió al contacto con la fuerte luz de la realidad. Vio de nuevo a los cuatro hermanos Randolph formando fila frente a ella, era ésta una falange que ella nunca podría penetrar. Para ellos lo más importante era la familia, el deber y el ganado. Todo lo demás venía después.

—Ve a buscar tus vacas —dijo ella tratando de parecer indiferente—. Pero ten mucho cuidado.

Frank te odia.

No le permitiría ver cuánto la había herido. No permitiría que se enterara de cuánto lo necesitaba.

—Tendremos que darnos prisa si queremos llegar a Dodge antes del anochecer —dijo Betty.

Iris asintió con la cabeza, pero en Dodge no había nada para ella. Todo lo que quería acababa de marcharse montado en un caballo gris de patas largas llamado John Henry.

* * *

—¿Qué piensas hacer? —le preguntó Iris a Betty.

El viaje a Dodge había tomado mucho más tiempo de lo que Iris esperaba. Ya empezaba a anochecer cuando llegaron cerca del pueblo. Iris deseaba ansiosamente bajarse de la montura, quitarse el pesado cinturón en el que guardaba el oro y darse un baño caliente. Cabalgar casi quince millas diarias de manera pausada no era nada comparado con las más de treinta millas que había cabalgado aquel día.

—Lo más probable es que trate de buscar un trabajo como cocinera o lavandera.

Quizás Iris no supiese mucho acerca de cómo ocuparse de una casa, pero sabía que cocinar y lavar eran trabajos muy duros que sólo hacían las mujeres que no tenían ninguna otra alternativa.

—¿No tienes más familia?

—Si, pero ellos no tienen dinero para pagarme el viaje de regreso a casa. —Betty guardó silencio un instante—. Además, no estoy segura de querer regresar. Mi esposo y yo tuvimos una vida muy difícil, pero llegué a acostumbrarme a tener cierta libertad. Me temo que no soportaría las restricciones que me impondría mi familia.

—Podrías casarte de nuevo.

—Supongo que tendría que hacerlo.

—¿No te gustaría?

—Me casé con mi esposo porque tenía que hacerlo. Cuando me case por segunda vez, espero poder escoger a un hombre que me guste, que respete lo que yo quiero hacer.

Este comentario le tocaba muy de cerca. Ella quizás le gustase mucho a Monty —así era seguramente, pese a que él pensara que no podía amarla—, pero no la respetaba. No valoraba mucho su inteligencia ni sus capacidades. Aunque no le importara su nacimiento —e Iris había decidido que también estaba equivocado respecto a esto—, tampoco le importaba ella como persona.

Monty no la amaba, no la respetaba, no valoraba mucho las cosas que ella ambicionaba. Lo mirara por donde lo mirase, Iris no tenía nada en aquel momento, ni siquiera una promesa de que tendría algo en el futuro.

«Él me utilizó, y yo se lo permití».

Pero ella también lo había utilizado.

Ya todo había terminado, concluido, finalizado. Desde el principio las cosas habían marchado mal. Ya era hora de que lo olvidara todo y empezara de nuevo.

Quizás no fuese digna de casarse con un Randolph, y sin duda ella no era tan solícita como la perfecta Rose, pero valía demasiado para permitir que la usaran y luego la dejaran a un lado. ¿Qué podía hacer? ¿Dónde podía ir? No podía regresar a San Louis, y las cosas no serían muy distintas en ningún otro lado.

Iría a Wyoming y aprendería a administrar su propio rancho. Monty le había dicho que no sabía nada ni de ranchos ni de ganado. ¡Ya le enseñaría ella! Él no era la única persona que sabía qué hacer con las vacas. Carlos la ayudaría. Él no la menospreciaría. Ellos se entendían muy bien.

—¿Te gustaría cocinar y lavar para mí? —le preguntó Iris a Betty.

—Debe de haber alguien en el hotel que se encargue de esas labores.

—Quiero decir en Wyoming. Voy a tener un rancho allí. Además, quiero aprender a cocinar alguna cosa al menos. Pollo con buñuelos, por ejemplo, pero será el mejor pollo con buñuelos de todo Wyoming.

—¿Entonces no piensas esperar a Monty en Dodge?

Iris negó con la cabeza. No podría pasar otro mes con Monty en el mismo campamento. No podría soportar tener que mirar todos los días frente a frente sus esperanzas truncadas. Monty llevaría su hato a Wyoming sin mayores percances. Ésta era una lección que ya había aprendido. El único peligro que había corrido el hato, o incluso él mismo, lo había causado ella.

Betty parecía estar pensando muy seriamente su propuesta.

—No puedo prometerte un gran salario —dijo Iris—. No tendré dinero hasta que venda mi primera tanda de terneros. De hecho, es posible que tengamos que comer carne de oso hasta entonces. —Le dieron ganas de vomitar sólo de pensar en ello—. Ni siquiera sé en qué clase de casa tendré que vivir.

—¿Cómo harás para conseguir una cuadrilla?

—Carlos se encargará de eso. Él va a ser mi capataz.

—Carlos me cae bien, pero no puedo decir que me agrade mucho tener cerca a Joe Reardon.

—¿Por qué?

—No tengo nada en su contra, pero no confío en él. Además, Monty también desconfía de él, y Monty tiene buenas intuiciones respecto a los hombres.

El recuerdo de Monty era como una punzada de dolor. Suponía que no sería fácil, pero tenía que sacárselo de la cabeza y debía empezar a hacerlo en aquel mismo instante.

—Lo que Monty piense no tiene ninguna importancia. No creo que volvamos a verlo.

—¿Estás segura de que eso es lo que quieres hacer? —preguntó Betty—. No será una vida fácil.

—Estoy completamente segura de que no quiero hacerlo, pero no tengo más remedio. Sólo tengo el hato y un terreno junto a un riachuelo.

—Podrías casarte. Una mujer tan guapa como tú debe conocer docenas de hombres que quieran pedirla en matrimonio.

—Eso es lo que todo el mundo dice, pero las cosas no han sido así de fáciles. Se podría pensar que este pelo rojo serviría para algo más que darme un carácter demasiado fuerte. Y todas las cosas que me han dicho sobre mis ojos le trastornarían la cabeza incluso a la mujer más prudente.

—Sin mencionar tu piel, tu cuerpo y el hecho de que eres la chica más guapa que yo he visto en toda mi vida —añadió Betty.

Monty nunca había elogiado su pelo ni sus ojos. No podía recordar que los hubiera mencionado más de una o dos veces. Tal vez no le parecieran atractivos. De cualquier manera, no le parecían lo suficientemente atractivos como para pedirle que se quedara a su lado.

Iris desechó este desagradable pensamiento. Ya era demasiado tarde. A partir de aquel momento estaba decidida a no pensar más que en sus vacas. Estaba decidida a mostrarle a Monty que ella podía ser tan testaruda como él.

—Se podría pensar que todo ello serviría para algo —dijo Iris. Podía sentir que los ojos se le llenaban de lágrimas—. Mi madre estaba completamente segura de que me casaría con un hombre rico que me daría todo lo que quisiera.

¿Qué había querido darle Monty? No le había ofrecido ni un matrimonio ni una familia ni la seguridad que ella tanto deseaba. Quizás fuese culpa de su pelo rojo. Los hombres no la veían como la clase de mujer que podría convertirse en esposa y madre, sólo como alguien con quien había que pasarlo bien mientras hubiera una relación.

—Pero olvidó decirme que debía tener mucho cuidado, que el corazón de algunas chicas es muy tonto. Pero supongo que mamá nunca pensó que yo sería tan estúpida como para enamorarme del único hombre en todo el mundo al que le importarían un bledo todos mis encantos.

—¿Monty?

—Sí, un hombre al que le gustan las vacas más que las mujeres. ¿No es gracioso? Yo solía tener tantos vestidos finos como para vestir a la mitad de las mujeres de Dodge, pero él nunca se fijó en mí hasta que hice jirones este traje de montar.

—Sí le importas. Fue a buscarte a pesar de que estaba preocupado por el hato.

—Lo sé, y habría preferido que no lo hubiera hecho. A lo largo de toda una noche pensé que realmente me amaba —a Iris no le gustó la mirada de desaprobación que le lanzó Betty—. Pero ahora sé que no le importo.

—No puedo creerlo.

—No le importo como yo querría importarle —dijo Iris—. Solía creer que deseaba todas esas cosas que mi madre quería para mí. Supongo que no me parezco mucho a ella. Sólo hizo falta que hiciera este asqueroso viaje por esta espantosa pradera para que me diera cuenta de que todo lo que quiero es estar con Monty. Pero no bajo sus condiciones.

Las edificaciones de Dodge se encontraban bastante cerca. Iris intentó reanimarse y enderezó los hombros como si estuviera a punto de enfrentarse a una ardua labor.

—No volveré a lamentarme de mi suerte. La chiquilla mimada a la que Monty tanto desprecia ya no existe. ¿Vendrás conmigo?

Betty se detuvo un momento.

—Sí.

—Gracias a Dios —dijo Iris—. No creo que hubiera tenido el valor de ir sola.

Pero habría ido aun si se hubiera visto obligada a recorrer sola todo el trayecto. No se había dado por vencida. Nunca lo haría. Monty Randolph le pertenecía. Él era el único que no lo sabía. Tenía un mes para convencerlo, y no tenía la intención de perder ni un segundo de su tiempo.

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