Iris

Iris


Capítulo 8

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Para horror de Iris, una masa de más de cien metros de ancho se dirigía hacia ella. Sin esperar sus órdenes, su caballo empezó a cabalgar a todo galope. Todo lo que ella podía hacer era agarrarse con fuerza.

Iris se dijo que no debía dejarse llevar por el pánico. Mucha gente salía con vida de las estampidas —sus propios vaqueros habían salido con vida de una hacía unos pocos días—, pero este pensamiento no fue en absoluto reconfortante cuando miró por encima de su hombro y vio un mar de cuernos cercándola. Mientras aquella aparentemente infinita extensión de ganado la envolvía, un único pensamiento le martilleaba la cabeza.

«Monty sabría qué hacer si estuviera aquí». Pero Monty no estaba allí. Estaba en su campamento, a varios kilómetros de distancia, profundamente dormido. Y aún cuando la estampida lo despertara, había muchas probabilidades de que él no pudiese encontrarla. Si quería salir de aquel lío, tendría que hacerlo sola. Iris se aferró con todas sus fuerzas a su caballo. Si caía bajo los miles de cascos que la seguían, no quedaría mucho de ella que Monty ni ninguna otra persona pudiera encontrar.

Poco a poco el pánico se disipó lo suficiente para permitirle pensar que si lograba ganarle la delantera al hato, podría desviarse hacia un lado y salirse del camino de la estampida.

Rogando no perder el equilibrio, Iris obligó a su caballo a girar hacia la izquierda del novillo que corría directamente delante de ella, y lo instó con sus talones y rodillas a avanzar a toda prisa. Al poco tiempo se hizo evidente que, aunque su montura era bastante fiable, no era mucho más rápida que las vacas que ella quería dejar atrás.

Con angustiosa lentitud, logró pasar a aquel novillo y a dos más, pero justo en el momento en que se acercaba a la vaquilla que lideraba la desbandada, llegaron a la cima de una pequeña colina. El hato del Círculo Siete se encontraba frente a ellos. Su ganado estaba a punto de chocar contra el de Monty con ella a la cabeza.

Monty ya estaba montado en Pesadilla y salía del campamento mucho antes que Hen se hubiera levantado siquiera de la cama. Estaba desesperado por cortarle el paso al hato de Iris antes de que éste llegara al lugar donde se encontraba el suyo. Si no lograba hacerlo, las dos vacadas se mezclarían hasta tal punto que luego se requerirían muchos días para separarlas.

Al tiempo que gritaba al resto de la cuadrilla al pasar de largo por su lado, Monty le soltaba las riendas a Pesadilla. Aquel enorme caballo había estado en más de una estampida y, por lo tanto, sabía qué hacer.

A Monty se le cayó el alma a los pies cuando llegó al lugar donde se encontraba su hato. Algunas vacas se habían levantado, y sus cabezas se habían vuelto hacia el sordo estruendo de los quince mil cascos que golpeaban la seca tierra corriendo a todo galope. Gritándoles a los guardias nocturnos que lo siguieran, Monty continuó su camino con gran bullicio. Tenía el presentimiento de que ya era demasiado tarde, pero tenía que intentarlo.

Estaban mucho más cerca de lo que él esperaba. Justo en el momento en que llegó al punto en que se encontraban las vacas que estaban a la cabeza de su hato, el ganado del Doble D salía de un terreno bajo en la llanura. Quedó boquiabierto de horror cuando se dio cuenta de que el jinete que iba al frente del hato no era ningún vaquero tratando de desviar a los animales.

El jinete era Iris Richmond, que huía al galope para salvar la vida.

De repente, las vacas del hato de Monty se levantaron y empezaron a correr a toda velocidad. Iris quedó atrapada en medio de una estampida de más de seis mil bovinos.

El instinto de Monty le indicaba que debía dirigirse a la parte delantera de la estampida tan rápido como pudiera y hacer que las vacas que iban a la cabeza giraran. Si lograba hacer eso, empezarían a arremolinarse para correr en círculo, y la estampida se terminaría al poco tiempo. Esto era lo que siempre había hecho antes, esto era lo que su deber le exigía que hiciera.

Iris estaría bien si seguía cabalgando al mismo ritmo del ganado. Tenía un buen poni y, además, con seguridad alguno de sus hombres se ocuparía de ella. Él tenía una responsabilidad que asumir con su propio hato.

No obstante, Monty no podía abandonar a Iris. Otra persona tendría que encargarse de hacer que el hato girara. Aquellas vacas podían correr hasta regresar a Austin, pero él tenía que rescatar a Iris.

Los animales no emitían ningún sonido mientras corrían. Sólo el ruido de sus cuernos al chocar competía con el estruendo de sus cascos. Ocasionalmente, Monty veía el fogonazo de los disparos que hacían los miembros de las dos cuadrillas para tratar que el ganado se mantuviera unido. Las vacas corrían por una extensión muy ancha, y él dudaba que aquellos disparos pudieran mantenerlas en un solo grupo por mucho tiempo.

Monty nunca había visto tanto ganado en una estampida. Iris parecía estar muy lejos de él. Sin embargo, aguijoneó a Pesadilla con los tacones de sus zapatos, y obligó a éste a internarse en aquella aglomeración de animales que corría a toda velocidad.

Pesadilla no vaciló ni un instante. Era un caballo grande y fuerte, dos palmos más alto que el poni que se utilizaba normalmente para trabajar con el ganado. Su raza lo hacía veloz, y en aquel momento Monty esperaba que sus antepasados Morgan lo ayudaran a abrirse camino a través del hato de Iris.

Los minutos parecían pasar muy lentamente mientras Monty intentaba avanzar en medio de aquella masa de bestias, primero corriendo detrás de alguno de los animales y luego intentando pasar a otro a toda velocidad. Los disparos se hacían más frecuentes cuanto más se esforzaban las dos cuadrillas por impedir que el ganado se disgregara. Monty llegó a desear que no hubieran estado haciendo tan buen trabajo. Podría alcanzar a Iris más rápidamente si el hato no estuviera tan compacto.

Iris estaba pálida cuando Monty llegó junto a ella. Se agarraba firmemente con sus dos manos a la perilla de su silla de montar. Su poni era demasiado pequeño y estaba demasiado cansado para seguir resistiendo la impetuosa acometida de los longhorns.

—Agárrate a mí —le gritó Monty al inclinarse para ceñir la cintura de Iris con su fuerte brazo.

Iris no pudo soltarse de la silla. Monty podía ver que estaba demasiado asustada para hacerlo.

—¡Suéltate! —le gritó—. Tu caballo podría caerse en cualquier momento.

Iris estaba petrificada de miedo. Agarrándose firmemente de su montura con su mano izquierda, Monty se inclinó, tomó la cintura de Iris con su brazo y la levantó totalmente para sacarla de la silla. Esto la obligo a soltarse. Iris de inmediato hizo girar su cuerpo, pasó una pierna por encima de la silla de Pesadilla, abrazó a Monty y se aferró a él con más fuerza que la hiedra a un muro de piedra.

Por un momento Monty pensó que ambos podrían caerse de la montura. Iris lo había hecho soltar las riendas. Pero a él no le preocupaba Pesadilla. No tenía más que apretarlo un poco con sus piernas para que el enorme caballo empezara a abrirse camino a través de aquella compacta aglomeración de animales. Monty tuvo que recurrir a todas sus fuerzas y a su capacidad de concentración para mantener el equilibrio mientras acomodaba a Iris en la silla de montar.

Iris se sentó a horcajadas sobre el caballo de cara a Monty, aferrándose a él con tanta fuerza que casi no lo dejaba respirar. Tampoco le dejaba ver adónde se dirigían. Una increíble maraña de pelo rojo le obstaculizaba la vista.

—Aparta la cabeza —le gritó Monty—. No veo.

Iris lo abrazó con más fuerza, apretando su mejilla contra la suya. Tras lograr finalmente recobrar las riendas, Monty puso una mano sobre la cabeza de Iris y la obligó a apoyarse en su hombro. Inclinándose hacia la izquierda, logró recuperar cerca de la mitad de su campo visual, justamente la mitad que necesitaba para encontrar el camino de salida del hato. El caballo de Iris siguió corriendo con el ganado.

Monty no sabía cómo era posible, pero era casi más consciente del cuerpo de Iris apretado contra el suyo que de los peligros de aquella estampida. Estaba familiarizado con todo lo que una vaca podía hacer, pero nunca había montado un caballo con una mujer sentada en sus rodillas. Aun cuando Iris no hubiese bloqueado su campo visual, él habría tenido problemas para concentrarse.

A sus veintiséis años, Monty había tenido trato con un buen número de mujeres. Sin embargo, no podía controlar su reacción ante la presencia de Iris mucho más de lo que podía controlar la vacada.

El suave bamboleo de su caballo hacía que sus cuerpos se rozaran constantemente. Aunque pareciera increíble, sintió que su cuerpo se ponía rígido. Nunca habría pensado que fuera tan sumamente sensible, pero en el preciso instante en que salían del hato y se dirigían hacia su campamento, se habría sentido muy avergonzado de tener que apearse de su caballo.

—Ya puedes soltarte —le dijo él con voz sorda a causa de la tensión—. Estamos fuera de peligro.

Pero ella no se soltó.

La rigidez del cuerpo de Monty tampoco había disminuido. La presión de sus senos contra su pecho, el olor de su pelo y la sensación de sus nalgas sobre sus rodillas se aunaban para hacer que estuviera peligrosamente cerca de perder el control.

Cuando finalmente llegaron al campamento, hizo que su caballo se detuviera cerca de la fogata y se apeó de su montura. Iris se bajó al mismo tiempo que él, pues sus brazos y piernas seguían entrelazados a su cuerpo.

—Ya ha pasado todo —dijo Monty, intentando liberar su cuerpo de sus brazos.

Pero ella no lo soltó, y a él le pareció de lo más natural abrazarla. Era evidente que necesitaba que la consolaran. Los demás hombres podían perseguir al ganado que empezaba a desaparecer en la noche.

Monty no tenía mucha experiencia en rescatar mujeres. Nadie lo había abrazado nunca como si su vida dependiera de él. Nunca había tenido que tranquilizar a una chica que se encontraba tan alterada que no podía dejar de temblar ni de aferrarse con todas sus fuerzas a su cuello.

Debería estar disgustado, pero no lo estaba. No debería sentirse tan nervioso, pero así se sentía. No sabía qué hacer, y no tenía a Rose cerca para pedirle consejo. No había nadie cerca, y eso podía ser un problema. Si uno de los vaqueros de Iris llegara a acercarse en aquel momento sin saber lo que había sucedido, se armaría la de Dios es Cristo.

Una mujer nunca viajaba por un camino de arrieros, pero no porque los vaqueros representasen peligro alguno. Un vaquero arriesgaría su vida para proteger a una mujer decente, y era exactamente eso lo que le molestaba a Monty. No quería que nadie arriesgara nada antes de que él tuviera la oportunidad de explicar que sólo estaba protegiendo a Iris de las vacas.

Intentó de nuevo liberarse de sus brazos, pero estos pesaban como vetas de hierro. No se esforzó demasiado. El estar así con ella lo hacía sentir bien. Y su cuerpo no había dado ninguna muestra de querer que ella se moviera de allí.

—¿Tienes frío? —le preguntó Monty.

Iris asintió con la cabeza.

—Estás temblando como una hoja. Vamos a buscarte un poco de café.

Sin dejar de ceñirla con uno de sus brazos, Monty la acercó a la fogata. Obligándola a abrir los puños, la ayudó a sentarse en un tronco que alguien había acercado al fuego. Luego cogió su manta y se la puso sobre los hombros. Sirvió un poco de café en una taza y se lo dio. Las manos de Iris estaban tan temblorosas que derramó la mitad de la infusión.

—Deja que te sostenga la taza —dijo Monty.

Monty sostuvo la taza mientras Iris se la llevó a la boca. Ella se apartó bruscamente cuando el líquido caliente le quemó los labios, no obstante, éste pareció tranquilizarla. Después de beber un par de tragos dejó de temblar tanto.

—¿Ya te sientes mejor? —le preguntó Monty. Él había logrado recuperar el dominio de sí mismo. Dio un paso atrás.

Iris asintió con la cabeza.

—Aquí estarás segura.

—¿A dónde vas?

—Tengo que ayudar con el hato.

—No me dejes —dijo Iris. Sus manos se pusieron a temblar aún más que antes.

—Estarás bien. Ya no hay nada que pueda hacerte daño.

—Aquí no hay nadie.

Sólo entonces Monty cayó en cuenta de que seguramente Zac y Tyler también habían ido a perseguir el hato.

—Tengo que irme —dijo Monty—. El hato está bajo mi responsabilidad.

Pero no se movió de allí. Quizás hubiese podido dejar a Iris si tuviera un aspecto triste y desolado. Pero ella intentaba parecer valiente, y fue eso lo que tocó su fibra sensible. No obstante, si se quedaba, era posible que perdiera su posición de mando. Y había esperado años para tener esta oportunidad.

Monty no sabía qué decisión tomar. Se salvó de tener que elegir cuando oyó el estruendo de unos cascos. Momentos después, la caballada se acercaba al trote. Tyler y Zac habían ido a buscar los caballos que salieron en estampida junto con las vacas.

—Cuida a Iris —le gritó Monty a Zac, mientras Tyler y él se encontraban armando de nuevo el corral de cuerdas—. Regresaré en cuanto pueda.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó Zac a Iris cuando Monty se marchó—. ¿Qué estaba haciendo Monty contigo?

A pesar de que Zac sólo tenía dieciséis años, Iris se daba cuenta de que ya tenía sus propias ideas en la cabeza, y ninguna de ellas la favorecía mucho.

—Quedé atrapada en medio de la estampida —le explicó Iris. Señaló con su mano en dirección al desaparecido hato—. Mi caballo aún se encuentra allí, en algún lugar.

—¿Estás segura de que no pasó nada más? —preguntó Zac, quien obviamente estaba receloso.

—¿Qué quieres decir?

—Siempre creí que moriría de viejo antes que ver a Monty prestarle más atención a una mujer que a sus vacas.

—Seguramente, si vieras que una mujer está en peligro, irías a…

Yo lo haría —le aseguró Zac—, sobre todo si es tan guapa como tú. Pero Monty…

—A Monty no le gustaría que parlotees con todas las personas con las que te encuentras —le advirtió Tyler. Luego abrió uno de los numerosos cajones del carromato de provisiones y sacó una bolsa de granos de café.

—Iris no es cualquier persona —protestó Zac.

—Tampoco es de la familia —dijo Tyler, echando tres cucharadas de granos en un molinillo de café.

Esta frase hizo que Iris se sintiera más sola que nunca. No, ella no era de la familia, pero aquellos chicos sí, y ese vínculo formaba una barrera que la convertía en una extraña.

Tyler echó el café molido en una olla, que luego llenó con agua del barril.

—Será mejor que aparejes unos caballos. No tardarán en venir a buscar café y nuevas monturas. Y ya que vas a estar allí, revisa también esas cuerdas. Eso hará que te ocupes en algo distinto a abrir la boca.

—Sé lo que tengo que hacer —dijo Zac, y fue a cumplir con su trabajo de muy mal humor.

Tyler puso la olla en el fuego.

—El café estará listo en un momento —afirmó, regresando al carromato de provisiones.

—Sé cuán importante es este hato para Monty —le dijo Iris a Tyler, que le daba la espalda mientras seguía trabajando en silencio—, pero mi hato es igualmente importante para mí.

Tyler seguía sin pronunciar palabra.

—Monty quería que yo se lo entregara a un arriero, pero no pude.

—Deberías haberlo hecho —apuntó Tyler con voz monótona e indiferente—. Monty tiene demasiadas cosas que hacer para ahora tener que preocuparse por ti.

—Él no tiene que preocuparse por mí —dijo Iris con rabia.

—Eres una chica —dijo Tyler—. Un hombre siempre tiene que preocuparse por una mujer, aunque ella no le guste.

Las palabras de Tyler la hirieron como si por sorpresa le hubieran clavado una daga en medio de la noche. Ella había dado por sentado que le gustaba a Monty. Todo lo que había hecho se basaba en eso. Pero lo que Tyler le había dicho la llevó a preguntarse si no se habría acostumbrado tanto a ser admirada que ya no era capaz de distinguir que Monty no sentía nada de eso por ella. Aún después de que él demostró ser inmune a sus requiebros, ella siguió asumiendo que le gustaba.

¿Pero entonces qué sentía por ella? ¿Aún pensaba en Iris como la chiquilla que lo seguía a todas partes? ¿La veía como la hija mimada de la célebre Helena Richmond, o como la joven que ejercía un fuerte dominio sobre él? Probablemente sentía una mezcla de estas tres cosas, pero eso no respondía a su pregunta.

¿Le gustaba a Monty, o sus atenciones se debían a la caballerosidad propia de cualquier vaquero?

Sorprendida, Iris se dio cuenta de que no lo sabía.

Tuvo la corazonada de que el hecho de que llegara Wyoming sin ningún percance dependía de que ella le importara a Monty lo suficiente para que siguiera cuidando de ella.

¿Acaso la caballerosidad podía durar tanto tiempo? Y si no era así, ¿qué clase de sentimiento duraría?

Y lo que era igual de importante, ¿qué sentía ella por Monty? ¿Qué sentía realmente? ¿Qué sentiría por un hombre al que le gustara tanto que cuidaría de ella a lo largo de un viaje de más de tres mil kilómetros a través de un territorio agreste? ¿Qué podría darle ella a cambio? ¿Qué esperaría él?

Estas preguntas sin respuesta le dieron vueltas en la cabeza hasta hacerla sentir mareada. Había emprendido aquel viaje decidida a usar a Monty en beneficio propio. No había pensado en lo que pasaría cuando llegaran a Wyoming. Suponía que se separarían, que cada uno cogería su camino y se olvidaría del otro.

Ahora sabía que eso no era posible. Al menos no para ella.

También sabía que esperaba que tampoco lo fuese para Monty.

Iris lo vio cabalgar de regreso al campamento, cansado y desarreglado por el viento, pero irradiando energía, como si no hubiese estado sobre su montura casi veinticuatro horas. El sólo hecho de mirarlo la hacía sentir más viva, como si quisiera levantarse a hacer algo. Sonaba tonto, pero el saber que él estaba cerca hacía que cualquier peligro pareciera menos amenazador.

Algo similar había sentido cuando tenía quince años. Lo había seguido a todas partes pensando que era un ser maravilloso, que el mundo giraba en torno suyo. Ahora era una mujer adulta que supuestamente sabía que esto no era así, pero estaba haciendo exactamente lo mismo. Debería sentirse avergonzada de sí misma, pero en lugar de esto sentía un gran alivio.

—¿Dónde está Iris? —preguntó Monty incluso antes de que su caballo se detuviera.

—Allí —le indicó Zac, señalando hacia donde Iris se encontraba descansando junto al fuego—. ¿Vas a volver a salir? ¿Quieres otro caballo?

—No en este instante —dijo Monty, tirando el estribo sobre la silla y empezando a soltar la cincha—. Necesito hablar con Iris. ¿Se encuentra bien?

—¿Por qué no habría de estarlo? Tyler no ha hecho más que refunfuñar igual que cuando quema algo, pero la ha estado cuidando.

—¿Está durmiendo?

—No. Se levanta cada vez que alguien llega. ¿Ves? Te lo dije —Zac le guiño el ojo a su hermano—. Creo que te está esperando.

—Sólo espero que no vayas por ahí diciéndole a todo el mundo lo que piensas —dijo Monty, levantando su silla de montar del lomo del caballo—. No es bueno para su reputación ni para tu bienestar.

—Si le preocupaba su reputación, debería haberse quedado en casa —dijo Zac.

—Eso es cierto —dijo Monty—, pero ya es demasiado tarde.

Puso la sudadera sobre la silla de montar, levantó ambas cosas y se dirigió hacia la fogata mientras Zac llevaba a Pesadilla, que se encontraba completamente agotado, al corral. Monty puso su silla junto a Iris.

—¿Has encontrado a las vacas? —le preguntó ella, alzando la vista para mirarlo.

—A la mayoría. Algunas se separaron del hato. Empezaremos a buscarlas en cuanto hayamos logrado tranquilizar a las demás.

—¿Alguien salió herido?

—No.

Tyler interrumpió esta conversación para darle a Monty una taza de café. Luego regresó al carromato de provisiones, donde se encontraba Zac espiando a Iris y a su hermano.

—Te dije que iría directamente a buscarla —le susurró Zac a Tyler mientras observaba a Monty desde una esquina del carromato—. Hen se va a poner de un humor de perros.

—Entonces será mejor que no digas nada, a menos que quieras que la coja contigo —le dijo Tyler en voz baja. Zac sonrió.

—No le diré una sola palabra.

—Eso sólo sucederá si te encuentra muerto cuando regrese.

Entretanto, junto a la fogata, Monty seguía haciéndole preguntas a Iris.

—¿Qué causó la estampida?

Se sentó al lado de Iris con la taza de café caliente entre sus manos, y se reclinó en su silla de montar.

—No lo sé —respondió Iris—. Las vacas estaban durmiendo, y de repente se levantaron y empezaron a correr hacia mí.

—¿Qué estabas haciendo fuera de tu carromato tan tarde? ¿No le pedirías a Frank que te pusiera a hacer la guardia nocturna, verdad?

Por una vez a Iris no le importó que Monty criticara su comportamiento. Si pudiera hacer que aquella noche se repitiera, nunca volvería a salir de su carromato.

—No podía dormir —afirmó, diciendo una mentira a medias—. Algo está pasando en mi campamento, y quería intentar descubrir lo que era.

Detrás del carromato de provisiones, Zac seguía comentando todo lo que veía.

—Me pregunto por qué se habrá levantado a esas horas de la noche —susurró—. Apuesto a que estaba tratando de venir aquí a hurtadillas para ver a Monty.

—Si te preguntaras menos cosas, a lo mejor podrías vivir más tiempo —le respondió Tyler.

—Deberías hablar con tu capataz. Para eso le estás pagando —le dijo Monty a Iris.

—¿Y si resulta que mi capataz también está involucrado?

Iris no había querido revelarle sus sospechas a Monty. Probablemente no lo habría hecho si la estampida no la hubiese asustado tanto, pero después de habérselas manifestado, sintió como si le hubieran quitado un peso de encima.

Ya no se sentía sola.

—¿Qué quieres decir?

—No estoy segura. ¿Recuerdas a ese hombre que dijiste que estaba tratando de robar las vacas que me llevaste de vuelta?

Monty asintió con la cabeza.

—Lo vi hablando con Bill Lovell en el rancho unos días antes de que nos marcháramos. Cuando finalmente lo recordé y fui a buscar a Frank, lo encontré conversando con Lovell. Parecía como si estuvieran hablando de algo importante. Luego, cuando Frank intentó convencerme de que volviera a contratar al vaquero que tu despediste…

—¿Te refieres a Crowder?

Iris asintió con la cabeza…

—Me asaltaron más dudas cuando Frank hizo eso.

—Entonces despídelo —le sugirió Monty enseguida.

—Muy propio de un hombre —dijo Iris de mal talante—. Piensas que todo se puede solucionar peleando o expulsando a la gente del condado. Podría ser inocente. Y aunque no lo sea, ¿a quién voy a contratar para que haga su trabajo?

—Ya te dije que…

—Si vuelves a repetirme que debería haberme quedado en casa, te pego.

—Pues así es.

La noche había empleado los recursos de Iris al máximo. No le quedaban ánimos para controlar su reacción instintiva. Se puso de rodillas con dificultad y pegó a Monty en el estómago con todas sus fuerzas.

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