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Primera parte. De Lucy a «Gilgamesh»: La evolución de la imaginación » Capítulo 1. Ideas antes del lenguaje

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No obstante, durante los últimos años los gradualistas han reaparecido con fuerza. Stephen Oppenheimer, del Green College, en la Universidad de Oxford, ha reunido las pruebas que respaldan esta hipótesis en su libro Los senderos del Edén: Orígenes y evolución de la especie humana.[113] En él, Oppenheimer señala que las hachas de mano producidas mediante la técnica del núcleo preparado y que podían tener empuñadura, ya estaban siendo fabricadas en África por el H. sapiens arcaico hace trescientos mil años. Estos primitivos humanos ya usaban pigmentos hace doscientos ochenta mil años, también pendientes hechos con conchas perforadas entre ciento treinta mil y ciento cinco mil años atrás, y fabricaban «lápices» de hematites y herramientas óseas como puntas de arpón hace cien mil años. La Figura 1 muestra la cronología propuesta por este autor para el surgimiento de diversos progresos cognitivos. La conclusión de Oppenheimer es que hace ciento cuarenta mil años ya habían hecho aparición «la mitad de las catorce pistas del comportamiento y de las habilidades cognitivas que sustentaron las que al final nos llevaron a la luna».[114]

A pesar de la fortaleza exhibida recientemente por los gradualistas, sigue siendo verdad que hace unos cuarenta mil años apareció de forma súbita un arte de aspecto moderno y de tal belleza y perfección que desborda la imaginación de todo el que tropieza con él. Este arte adopta tres grandes formas: las famosas pinturas rupestres, encontradas principal, pero no exclusivamente en Europa; las estatuillas denominadas Venus, encontradas en un amplia zona de Europa oriental y occidental; y las cuentas multicolores, que en cierto sentido constituyen el testimonio más importante de todos. Lo que destaca en este repentino surgimiento del arte es su abundancia y sofisticación.

Aunque en el norte de España ese surgimiento está representado principalmente por grabados, las pinturas se extienden desde Francia meridional hasta Australia. Cuando se descubrió por primera vez el arte rupestre en el siglo XIX fue necesario que pasaran muchos años antes de que se aceptara que las imágenes eran realmente antiguas, debido a que su realismo y naturalidad las hacía parecer modernas y, por tanto, se pensó que debían de ser falsificaciones. Sin embargo, en la actualidad su autenticidad es por lo general aceptada (todavía hay quienes la ponen en duda) y la difusión de las pinturas a lo largo de Eurasia y el hecho de que su datación sea tan consistente hacen pensar que hace unos cuarenta mil años algo de gran importancia estaba ocurriendo (aunque, por supuesto, este arte no deba ser considerado un fenómeno aislado). Ese «algo» es, de acuerdo con la expresión usada por los expertos, la transición del Paleolítico medio al Paleolítico superior y, probablemente, sea el campo de estudios más excitante de la paleontología en nuestros días.

FIGURA 1. La cronología de las habilidades cognitivas primitivas.

FUENTE: Stephen Oppenheimer, Los senderos del Edén: Orígenes y evolución de la especie humana, Crítica, Barcelona, 2004, p. 129.

El surgimiento del arte fue tan repentino (en términos paleontológicos) y tan generalizado que muchos científicos piensan que tuvo que ser reflejo de un importante cambio en el desarrollo mental del hombre primitivo. Fue, en palabras de Steven Mithen, «cuando tuvo lugar el último gran rediseño de la mente».[115] Una vez más nos encontramos con una brecha temporal, entre la aparición de los humanos anatómicamente modernos, hace cien o ciento cincuenta mil años, y la explosión creativa de cuarenta o sesenta mil años atrás. Una explicación para ese hiato nos la proporciona el clima. Las presas de caza disponibles cambiaron en respuesta al avance y retroceso de los glaciares, lo que hizo necesario contar con un equipo mucho más variado y, también, con un registro de los animales utilizables y sus movimientos estacionales. Sin embargo, esto, una vez más, encaja demasiado bien. Una segunda explicación climática, y bastante polémica, es que la erupción del volcán del monte Toba hace setenta y un mil años provocó un invierno volcánico en todo el planeta que se prolongó durante diez mil años y que redujo de forma drástica la población de animales y seres humanos. A continuación habría tenido lugar un período de extrema competición por los recursos, durante el cual se habrían desarrollado con gran rapidez grupos muy dispares entre sí, lo que habría estimulado las innovaciones. Una explicación adicional de la «explosión creativa» se infiere del arte mismo. Al noroeste de España y al suroeste de Francia (pero no en otras partes) buena parte de él está contenido en cuevas de difícil acceso, en las que la superposición de imágenes revela que estos nichos y grietas subterráneos fueron visitados una y otra vez, durante siglos y, de hecho, durante milenios. Lo que se sospecha, por tanto, es que el arte rupestre debe entenderse como escritura tanto como arte, un registro secreto y sagrado de los animales de los que el hombre primitivo dependía para obtener alimento. (Respalda esta idea el hecho de que muchas tribus contemporáneas que realizan pinturas rupestres no tienen un término equivalente a «arte» en sus lenguas).[116] Las pinturas y grabados rupestres eran en realidad un registro que, posiblemente, señalaba qué animales vivían en la zona, cuándo y en qué cantidad, y qué rutas seguían; el arte rupestre sería, por tanto, un reflejo de lo que el hombre primitivo sabía sobre los animales y una prueba de su capacidad para planear con anticipación. Estos registros, que en principio también habrían podido realizarse en el exterior, habrían sido transferidos a lugares inaccesibles en parte por razones de seguridad (de manera que grupos rivales no pudieran encontrarlos) y en parte por razones rituales: el hombre primitivo podría haber rendido culto a los animales, ya que su supervivencia dependía de la abundancia de éstos. En este sentido, es posible que las cuevas también hayan sido templos y que fueran escogidas no sólo por su inaccesibilidad, sino porque se las consideraba de alguna forma umbrales hacia el inframundo. Según el prehistoriador francés André Leori-Gourhan, el arte rupestre de Europa conforma un «único sistema ideológico», una «religión de las cavernas».[117]

Existen dos grandes interrogantes alrededor de este arte que es importante formular. En primer lugar, ¿por qué surgió «completamente formado», por qué no conocemos versiones primitivas? Y en segundo lugar, ¿qué significa? Una razón por la que surgió «completamente formado» es que quizá las versiones previas fueron realizadas en materiales perecederos y no han sobrevivido hasta nuestros días. Steven Mithen, sin embargo, tiene una razón «más profunda» para explicar este hecho. Como hemos señalado, este investigador cree que tres tipos distintos de inteligencia evolucionaron en el cerebro del hombre primitivo: una inteligencia técnica, una inteligencia social y una inteligencia de la historia natural; pues bien, Mithen considera que en algún momento, entre cien mil y cuarenta mil años atrás, estos tres tipos de inteligencia por fin se integraron para dar lugar al cerebro moderno que hoy conocemos. De hecho, afirma que el arte primitivo evidencia tanta pericia técnica y posee tal poder emotivo, que es en sí mismo la mejor prueba de esta última reestructuración de la mente. Por supuesto, todo esto es especulativo: no hay más pruebas que apoyen la concepción de Mithen.

Richard Klein, profesor de ciencias antropológicas en la Universidad de Stanford, en California, tiene una teoría diferente. Cree que la evolución cultural de la humanidad se inició con una o más mutaciones genéticas que «transformaron la capacidad comunicativa» del hombre.[118] El profesor Klein sostiene que «un juego de genes para el lenguaje y la creatividad, acaso tan pocos como diez o tantos como mil, se desarrollaron debido a una mutación aleatoria», lo que dio lugar a un nuevo modelo de cultura humana. Como ejemplo de ello, cita al gen FOXP2, descubierto en 2001 entre los quince miembros de una gran familia londinense (la familia «KE»), que durante generaciones ha padecido severos problemas del lenguaje y el habla. Los investigadores han mostrado que la versión humana de este gen se diferencia sólo en tres moléculas, de un total de 715, de la versión que poseen los ratones, y en sólo dos moléculas de la versión presente en los chimpancés. Los científicos alemanes que identificaron la mutación sostienen que ésta ocurrió hace doscientos mil años y que se difundió con rapidez en un lapso de entre diez y veinte mil años (o bien, entre quinientas y mil generaciones humanas). «Una difusión tan veloz indica a los biólogos que la nueva versión del gen debió de haber conferido una ventaja evolutiva significativa a los ancestros humanos que tuvieron las suerte de heredarlo».[119] Otra explicación para la explosión cultural nos la proporciona la demografía. Hasta hace alrededor de setenta mil años, la densidad de la población humana era bastante baja. Sabemos esto porque los principales animales empleados como comida en esa época eran ejemplares adultos de especies que tardan un buen tiempo en madurar (tortugas, por ejemplo). Después, es posible advertir un cambio en la dieta del hombre primitivo, que privilegia animales como el ciervo, que se reponen a sí mismos con mayor rapidez. Este incremento en la competencia pudo haber estimulado tanto el desarrollo de nuevos modelos de hachas de mano como el florecimiento del arte rupestre, que debe ser entendido, como hemos señalado, como un registro secreto de los movimientos de la caza.[120] Por esta época también se observa un cambio hacia la comida marina.

Los gradualistas sostienen que todo esto es un espejismo y que el arte y demás formas de comportamiento simbólico habían estado desarrollándose cien o doscientos cincuenta mil años antes de que la supuesta «explosión» tuviera lugar (el inconveniente es que no se han conservado testimonios de ese desarrollo o están todavía por encontrarse). Esto, afirman, explicaría por qué el arte aparece «completamente formado» en las cuevas europeas: las técnicas habrían evolucionado durante generaciones. Además, señalan, el arte aparece desarrollado por completo en Australia inmediatamente después de la llegada de los primeros seres humanos allí. De acuerdo con esta teoría, es lógico concluir que la habilidad para producir obras de arte semejantes tenía que haber evolucionado antes de que los emigrantes abandonaran el continente africano.[121]

Establecer el significado del arte primitivo resulta mucho más complicado. Entre hace cuarenta mil y treinta mil años advertimos una enorme cantidad de desarrollos, que abarcan no sólo las famosas y sorprendentes pinturas rupestres de Lascaux, Altamira y Chauvet, sino también la producción de objetos para el adorno personal como las cuentas, los pendientes y los dientes de animal perforados, de figuras talladas en marfil que tienen cuerpo humano y cabeza de león, bisonte u otros animales, y de marcas en forma de V grabadas sobre las piedras. Los paleontólogos tienen pocas dudas de que estas imágenes son intencionales y de que transmiten información de algún tipo. En ciertas tribus australianas contemporáneas, por ejemplo, un simple círculo puede, en diferentes contextos, servir para representar un incendio, una montaña, un campamento, un manantial, los pechos femeninos e incluso huevos. Por tanto, es posible que nunca consigamos reconstruir por completo el significado del arte antiguo, aunque podamos advertir en él la idea del arte como medio de almacenar información.[122] Muchas de las nuevas herramientas hechas con cuernos y huesos que surgen en el Paleolítico superior están decoradas, y John Pfeiffer las considera, junto con las pinturas rupestres, «enciclopedias tribales». Un hecho básico que debe tenerse en cuenta es que quizá (dado que nada en este terreno es una certeza) la mayoría del arte del Paleolítico fuera creado durante la última Edad de Hielo, en medio de unas condiciones ambientales en extremo severas. Ello debería ayudarnos a entender el significado de esta producción artística, que al menos en parte tuvo que ser una respuesta a tal situación.[123] Así, por ejemplo, podemos realizar algunas conjeturas a partir del hecho de que mientras el cuerpo de muchos animales aparece dibujado de perfil, sus pezuñas se representan completas, lo que sugiere que se intentaba memorizar su forma o emplearla para instruir a los niños.[124] Aún hoy, los wopkaimin, una tribu de cazadores-recolectores de Papúa Nueva Guinea, exhiben los huesos de los animales que atrapan sobre la pared trasera de sus casas, dispuestos como una especie de «mapa» que ayuda a recordar el comportamiento del animal.[125]

Las generalizada representación de la figura femenina en estatuillas es otra forma de arte paleolítico que exige algún comentario. En este grupo se incluyen los llamados «guijarros Venus» encontrados en Japón, piedras grabadas en las que es posible advertir lo que parecen ser los pechos y las faldas de una mujer y que se remontarían a 12 165 años antes del presente; la «Venus de Galgenberg», hallada cerca de Krems, en la baja Austria, una pieza de treinta y un mil años de antigüedad; más importantes todavía son las Venus talladas descubiertas por buena parte de Europa, en un arco que va de Francia hasta Siberia, la mayoría de las cuales pertenecen al denominado período gravetiense (hace unos veinticinco mil años). Como acaso era inevitable, estas figuras han suscitado bastantes polémicas y controversias. Muchas de ellas (pero en absoluto todas) tienen grandes pechos y barrigas, lo que sugiere que se trata de embarazadas. Muchas (pero no todas) tienen vulvas dilatadas, lo que indica que están a punto de dar a luz. Muchas (pero no todas) están desnudas. Muchas (pero no todas) carecen de rostro pero lucen complicados peinados. Muchas (pero no todas) están incompletas y carecen de pies o manos, como si su creador se hubiera propuesto dotar a su figura únicamente de características sexuales. Algunas (pero no todas) tienen huellas de haber estado cubiertas de ocre rojo, ¿era ello un símbolo de la sangre menstrual? Algunos críticos, como el arqueólogo Paul Bahn, han señalado que debemos ser muy cuidadosos al interpretar estas figuras en clave erótica, una práctica que dice mucho más de los modernos paleontólogos que de los hombres primitivos. Richard Rudgley considera importante esta advertencia y subraya que la representación de los genitales femeninos en este período está más relacionada con su función en la reproducción que con el placer sexual. Por ejemplo, en la caverna de Cougnac, en Quercy, Francia, hay una cavidad natural que (a ojos modernos) tiene la forma de una vulva, una semejanza que al parecer también advirtió el hombre primitivo que la pintó con ocre rojo «para simbolizar el flujo menstrual».[126] Entre las imágenes encontradas en 1980 en la cueva de Ignateva, al sur de los Urales, en Rusia, se halló una figura femenina con veintiocho puntos rojos entre sus piernas, una referencia más que probable al ciclo menstrual.[127] En Mal’ta, Siberia, arqueólogos soviéticos descubrieron casas divididas en dos mitades; mientras en una sólo se encontraron objetos de uso masculino, en la otra se hallaron estatuillas femeninas. ¿Significa esto que los hogares estaban ritualmente divididos de acuerdo al sexo?[128]

Si bien algunas de estas primitivas «imágenes sexuales» han sido sobreinterpretadas, no deja de ser cierto que el sexo es uno de los principales temas del arte primitivo y que los órganos sexuales femeninos fueron representados de forma muchísimo más amplia que los masculinos. De hecho, no existen figurillas masculinas en el período gravetiense (hace unos veinticinco mil años), lo que respaldaría la hipótesis de la distinguida arqueóloga lituana Marija Gimbutas (expuesta en el capítulo 3) de que el hombre primitivo veneraba a una «Gran Diosa» en lugar de a un dios. El desarrollo de tales creencias posiblemente tuviera relación con lo que en esa época debió de haber sido el gran misterio del nacimiento, la maravilla de la lactancia y la perturbadora aparición de la menstruación. Randall White, profesor de antropología de la Universidad de Nueva York, anota además una idea fascinante: que estas figuras proceden de una época (y tal época tuvo que haber existido seguramente) en la que el hombre primitivo aún no había establecido el vínculo entre el coito y el nacimiento. En tal momento, el nacimiento de un nuevo ser humano debía de ser visto como un verdadero milagro, y el hombre primitivo acaso pensaba que, para dar a luz, la mujer tenía que recibir algún espíritu, digamos, de los animales (lo que explicaría las figuras con cabeza de animal). Hasta que el vínculo entre relación sexual y embarazo no fue inferido, la mujer debió de haber parecido una criatura misteriosa y maravillosa, y en cualquier caso mucho más que el hombre.

Olga Soffer, de la Universidad de Illinois, también señala que algunas de las Venus parecen lucir gorras tejidas y opina que la invención de los textiles fue muy temprana. Según afirma, ha encontrado impresiones de redes en fragmentos de arcilla de yacimientos del Paleolítico superior en Moravia y Rusia, lo que sugiere la posibilidad de que se emplearan redes para cazar. Soffer también cree que hace sesenta mil años el hombre primitivo ya fabricaba cuerdas a partir de fibras vegetales, lo que le permitió construir embarcaciones y colonizar Australia.[129]

Las cuentas aparecen por primera vez en la cueva de Blombos, en Suráfrica, hace ochenta mil o setenta y cinco mil años, y son ya comunes hace dieciocho mil; sin embargo, su aparición más espectacular se da hacia el final de la «explosión creativa», en una serie de entierros de veintiocho mil años de antigüedad en un yacimiento en Sungir, Rusia. Randall White, el arqueólogo que estudió estas cuentas, describe tres entierros: el de un hombre de sesenta y seis años, el de un niño y el de una niña. Los cuerpos estaban adornados con, respectivamente, 2936, 4903 y 5274 cuentas, además de, en el caso del adulto, un gorro de abalorios con dientes de zorro y veinticinco brazaletes hechos con marfil proveniente de los colmillos de un mamut. Según los experimentos realizados por White, producir cada cuenta requería entre una y tres horas, por lo que en el caso de este hallazgo en particular estaríamos hablando de un trabajo que habría tardado entre trece mil y treinta y nueve mil horas (o, lo que es lo mismo, entre dieciocho y cincuenta y cuatro meses sin interrupciones). Aplicar el adjetivo «decorativo» al fruto de una labor semejante resulta difícil y, por tanto, es necesario que nos preguntemos si estas cuentas son un indicio de algo más importante, de una forma de distinción social o, quizá, de alguna religión primitiva. White está convencido de que ya había distinciones sociales hace 28 000 años por una razón en particular: es imposible que todos en Sungir fueran sepultados con millares de cuentas cuya fabricación requería tanto esfuerzo (a duras penas habría tiempo para trabajar de verdad). Es posible, por tanto, que las personas que fueron enterradas con estas cuentas fueran figuras religiosas de algún tipo. Por otro lado, el que la decoración de cada uno fuera diferente sugiere que los humanos estaban adquiriendo ya cierta conciencia del «yo».[130]

La sola presencia en las tumbas de objetos de cualquier tipo constituye un indicio de que los hombres primitivos al menos creían en la posibilidad de otra vida, lo que a su vez implicaría la creencia en seres sobrenaturales. Los antropólogos distinguen tres requisitos para hablar de religión: la creencia en que un componente no físico del individuo pueda sobrevivir después de la muerte (el «alma»); la creencia en que ciertos individuos dentro de la sociedad estén particularmente dotados para recibir inspiración de agentes sobrenaturales; y la creencia en que ciertos rituales pueden producir cambios en el mundo real.[131] Las cuentas halladas en Sungir sugieren con fuerza que los autores de los enterramientos creían en la otra vida, aunque no tenemos forma de saber cómo concebían el «alma». Como hemos señalado, las recónditas cavernas que decoran las espléndidas pinturas rupestres de este período fueron seguramente centros rituales (estaban iluminadas por primitivas lámparas, de las cuales se han encontrado varios ejemplos, empleando mechas de musgo untadas de grasa animal, un uso más del fuego). En las cuevas de Les Trois-Frères, en Ariège, en el sur de Francia y cerca de la frontera española, se encuentra lo que parece ser una figura humana con una piel de herbívoro a sus espaldas, cola de caballo y cornamenta: en otras palabras, un chamán. A finales de 2003 se anunció el hallazgo de varias figuras talladas en marfil en una cueva cerca de Shelklingen, en las montañas Jura, en Baviera. Entre éstas se encontraba un Löwenmensch, un «hombre león», mitad hombre, mitad felino, de entre treinta y tres mil y treinta y un mil años de antigüedad, un indicio de que para entonces ya existía algún sistema de creencias religiosas, mágicas o chamánicas de cierta sofisticación.

David Lewis-Williams está convencido de la naturaleza chamánica de las primeras religiones y de su relación con la composición del arte rupestre, y sostiene que, con el surgimiento del lenguaje, el hombre primitivo pudo compartir la experiencia de dos y quizá tres estados de conciencia alterados: los sueños, las alucinaciones producto de las drogas y el trance. Tales experiencias habrían convencido al hombre primitivo de la existencia de un «mundo espiritual» en algún otro lugar, y las cuevas, que conducían a un mundo subterráneo misterioso, debieron de parecer el único emplazamiento práctico para acceder ese otro mundo. Lewis-Williams piensa que algunas de las líneas y garabatos propios del arte de las cavernas son un intento de plasmar lo que denomina imágenes «entópicas» (producidas entre la retina y el córtex visual) y fueron realizadas por personas que en verdad «veían» las estructuras de sus cerebros bajo la influencia de las drogas.[132] No menos importante, advierte, es el hecho de que muchas pinturas y grabados rupestres aprovechen formas y contornos naturales de las rocas en las que advertían similitudes con, por decir algo, la silueta de un bisonte o la cabeza de un caballo. El arte, sugiere, tenía como objetivo «liberar» las formas que estaban «prisioneras» en la roca. Aplicando el mismo criterio, las marcas dejadas por los dedos de estos artistas primitivos sobre las rocas blandas y las famosas impresiones de manos serían una especie de antigua «imposición de las manos», destinada también a liberar las formas encerradas en la roca.[133] Lewis-Williams también advierte cierta forma de organización en las cuevas. Es probable, piensa, que la población en general se reuniera en la boca de la cueva, la entrada al inframundo, acaso empleando representaciones simbólicas hoy perdidas; sin embargo, el ingreso a la caverna propiamente dicha sólo se habría permitido a unos pocos elegidos. Del hecho de que las cámaras de mayor resonancia contengan más imágenes que las de menor resonancia, Lewis-Williams infiere que el ritual debía incluir un componente «musical», ya se consiguiera golpeando las estalactitas o mediante primitivas «flautas» (de las que se han hallado restos) y tambores.[134] Por último, los sectores más recónditos de las cuevas habrían estado reservados exclusivamente a los chamanes. Algunas de estas áreas contienen altos niveles de CO2, una atmósfera que ya por sí sola puede inducir estados de conciencia alterados. En cualquier caso, es en estos reducidos espacios donde los chamanes habrían buscado sus visiones. Algunas drogas pueden provocar la sensación de ser pinchado o apuñalado, algo que coincide con algunas de las imágenes encontradas en las cuevas, en las que hay figuras cubiertas de líneas cortas. Esto, combinado con la necesidad que tiene el chamán de adoptar una nueva personalidad en cada ocasión (como ocurre aún hoy en tribus de la «edad de piedra»), podría constituir el origen de la idea de muerte y renacimiento, así como de la de sacrificio, que, como veremos, ocupa un lugar preponderante en posteriores creencias religiosas.[135]

La teoría de Lewis-Williams es muy seductora, pero continúa siendo especulativa. Con todo, de lo que sí podemos estar seguros es de que el complejo arte de las cavernas, y las antiguas ceremonias en las que se enmarcaba, no habrían sido posibles sin lenguaje. Para Merlin Donald la transición al conocimiento y comunicación miméticos fue la transformación más importante de la historia, pero la aparición del lenguaje articulado no fue sin duda un cambio menos trascendental.

Es demasiado pronto para afirmar si el cuadro que hemos expuesto en las páginas precedentes tendrá que ser modificado radicalmente como consecuencia del descubrimiento del Homo floresiensis, en la isla indonesia de Flores, anunciado en octubre de 2004. Esta nueva especie del género Homo, cuyo pariente más cercano parece haber sido Herectus, vivió hasta hace trece mil años, tenía escasamente un metro de alto y una capacidad cerebral de 380 cm3. Con todo, parece haber caminado de forma erguida, fabricado herramientas líticas bastante complejas y, quizá, controlado el fuego; por lo demás, sus ancestros tuvieron que haber alcanzado Flores en balsas, dado que no hay pruebas de que la isla hubiera estado nunca unida al continente asiático. Su pequeño tamaño se explica probablemente por su adaptación a un ambiente en el que no había grandes predadores. Pero la cuestión es que, por el momento, la nueva especie evidencia que el tamaño del cerebro y la inteligencia pueden no estar tan íntimamente vinculados en las antiguas especies de homínidos como anteriores investigaciones habían sugerido.[136]

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