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Cuarta parte. De Aquino a Jefferson: El ataque a la autoridad, la idea de lo secular y el nacimiento del individualismo moderno » Capítulo 28. LA invención de Estados Unidos

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La división del poder y la autoridad entre el gobierno federal y los distintos estados se consiguió con mucho éxito. No obstante, no ocurrió lo mismo en lo que respecta a las medidas que idearon para que el gobierno central pudiera insistir a los estados recalcitrantes que cumplieran con los términos de la división de poderes. La solución por la que los padres fundadores optaron (y que pese a haber sido puesta en peligro por la guerra civil, funcionó bastante bien en otras ocasiones) fue investir de total autoridad al pueblo de Estados Unidos. En un acto soberano, repartieron el poder entre los estados y la nación de la forma que juzgaron adecuada; y se consideró que los conflictos entre éstos y aquélla debían resolverse por la ley y no por la fuerza.[2723] Y propusieron una «bonita» distinción: «La fuerza no debía usarse en contra de un estado o nación sino sólo contra los individuos que violaran la ley».[2724] Este equilibrio de poder entre los estados y la nación fue probablemente el aspecto más brillante de la constitución estadounidense, el concepto de dominio federal ponía límites al gobierno en una época en que el absolutismo era la regla en Europa.[2725] Pero un segundo logro trascendental, vinculado de cerca con el equilibrio de poderes, fue la Declaración de Derechos. Había precedentes para ello, por supuesto, en particular en Inglaterra: la Magna Carta, que se remontaba a 1215, la Petición de Derechos de 1628 y la inmortal Declaración de Derechos de 1689.[2726] Y en 1641 Massachusetts había introducido un «Repertorio de Libertades» inspirado también en la Magna Carta. Sin embargo, la Declaración de Derechos estadounidense, que recoge las diez primeras enmiendas a la Constitución, fue un logro de una magnitud completamente diferente.[2727] En Inglaterra los derechos nunca fueron «inalienables» y no era extraño que la Corona o el Parlamento los anularan o pasaran por alto. He aquí las diferencias esenciales entre la Magna Carta y la Declaración de Derechos. La Magna Carta garantizaba el respeto al debido proceso y prohibía los castigos crueles e inusuales, así como las multas y fianzas excesivas; posteriormente, se prohibieron los ejércitos permanentes que no contaran con el consentimiento del Parlamento, se declaró ilegal cualquier interferencia en las elecciones libres y se dio al Parlamento el control del erario público. La Constitución de Estados Unidos y su Declaración de Derechos garantizaban la libertad de culto, la libertad de expresión, la libertad de prensa y de asociación y muchas otras libertades. Cinco estados prohibían la autoinculpación; seis afirmaban específicamente la supremacía de lo civil sobre lo militar. Carolina del Norte y Maryland prohibían la creación de monopolios, a los que se consideraba «odiosos y contrarios al espíritu del gobierno libre». Delaware prohibió el tráfico de esclavos, y pronto otros estados siguieron su ejemplo, y el recién creado estado de Vermont abolió la esclavitud por completo.[2728] Jefferson había insistido en que la Declaración de Independencia recogiera la expresión «búsqueda de la felicidad», y el sentimiento que encarnaban esas palabras influyó profundamente en las libertades estadounidenses.[2729]

El reverendo Richard Price, que seguía desde Londres estos acontecimientos escribió que «el último paso en el progreso humano se dará en América». Casi acierta. Sin embargo, sería Francia la que se beneficiaría de forma más inmediata del genio americano. La Declaración de los Derechos del Hombre de agosto de 1789 fue en gran medida obra de La Fayette, Mirabeau y Jean-Joseph Mounier, «pero en términos filosóficos era heredera de la Declaración de Derechos americana».

(Lafayette estuvo consultando en secreto a Jefferson de forma constante durante la estancia de éste en París, y su «búsqueda de la felicidad» se convertiría en la recherche du bien-être del francés).[2730] En muchos aspectos la Déclaration francesa fue aún más allá de la versión estadounidense. Abolió la esclavitud, eliminó los derechos de primogenitura, acabó con las distinciones honorarias y los privilegios del clero y concedió derechos civiles a los judíos. Garantizó la atención a los pobres y ancianos y la educación pública.[2731]

Y fue un francés el que pronunció el primer veredicto sobre este «último paso en el progreso humano», veredicto que, en muchos sentidos, continúa siendo el más meditado y menos partidista. Alexis de Tocqueville nació en París el 11 de termidor del año XIII del calendario revolucionario francés o, lo que es lo mismo, el 29 de julio de 1805. Hijo de un conde normando, Tocqueville se convirtió en magistrado, se interesó profundamente por la reforma de las prisiones y buscó hacerse una carrera en el mundo de la política. Sin embargo, debido a los vínculos de su padre con la depuesta monarquía borbónica, Alexis consideró que era conveniente realizar un viaje por América con su amigo y colega Gustave de Beaumont. El supuesto motivo de su visita era estudiar los regímenes penitenciarios del Nuevo Mundo, pero su viaje fue mucho más amplio y a su regreso ambos escribieron libros sobre América.[2732]

Permanecieron en Estados Unidos durante un año y estuvieron en Nueva York, Boston, Buffalo, Canadá y Filadelfia. Recorrieron la frontera, siguiendo el Mississippi hasta Nueva Orleans, y luego visitaron el Sur antes de dirigirse a Washington. En su camino recogieron ejemplos de las diferentes Américas y de los americanos. En Boston se alojaron en el hotel Tremont, el primer gran hotel de lujo de Estados Unidos, en el que cada habitación tenía un salón privado y a cada huésped se le proporcionaba un par de zapatillas mientras se le embetunaban sus botas.[2733] «Aquí imperan el lujo y el refinamiento» escribió Tocqueville. «Casi todas las mujeres hablan bien francés, y todos los hombres con los que nos hemos encontrado hasta ahora han estado en Europa».[2734] Esto representaba un cambio, decía, frente a la «apestosa» arrogancia de los estadounidenses en Nueva York, donde habían estado en una pensión en la «elegante» avenida Broadway y habían descubierto «cierta tosquedad en las maneras» de la gente, que era capaz de escupir mientras mantenía una conversación.[2735]

En un principio, y hasta que llegaron a la frontera, los viajeros se sintieron desilusionados por la ausencia de árboles en el país y por los indígenas, a quienes describen como pequeños, de brazos y piernas delgados y «embrutecidos por nuestros vinos y licores».[2736] Visitaron Sing Sing, una prisión a orillas del Hudson, conocieron a John Quincy Adams, Sam Houston (el fundador de Texas, quien subió con su semental a la embarcación que los transportaba por el Mississippi), y fueron recibidos por la Sociedad Filosófica Americana (a la que Beaumont encontró aburrida).[2737] A medida que avanzaban, y pese a que las comodidades no mejoraban notablemente (uno de los barcos de vapor en el que recorrieron el río Ohio golpeó una roca y se hundió), la admiración de Tocqueville por el país aumentaba y al regresar a Francia decidió escribir un libro sobre la que en su opinión era la característica más importante que distinguía a Norteamérica: la democracia. Su libro apareció en dos partes, la primera en 1835, que se concentraba en las cuestiones políticas, y la segunda en 1840, en la que añadía sus pensamientos y observaciones sobre lo que podríamos denominar los efectos sociológicos de la democracia. Esta última era más sombría que la primera, ya que en ella Tocqueville planteaba el que, consideraba, era el principal inconveniente de la democracia: el riesgo de que volviera mediocres las mentes de los hombres, lo que en última instancia perjudicaría a su libertad.

Pero en prácticamente todos los demás aspectos la obra demostraba una gran admiración por el espíritu democrático y la estructura de Norteamérica. Para Tocqueville, los estadounidenses formaban una sociedad en la que las clases eran muy diferentes de las europeas, y en la que incluso los vendedores ordinarios no tenían la «mala forma» de la clase baja francesa. «Se trata de gente comercial», escribió en algún momento a su amigo Beaumont. «Toda la sociedad parece haberse amalgamado en una clase media».[2738] Ambos quedaron impresionados por los avances realizados respecto a la posición de la mujer en la sociedad, el trabajo duro, las buenas costumbres en general y la ausencia de ejército. Y los impresionó aún más el tenaz individualismo de los pequeños terratenientes, a quienes consideraban los americanos más típicos.[2739] «Los estadounidenses no son más virtuosos que otros pueblos», escribió Tocqueville, «pero están infinitamente más ilustrados (me refiero a las grandes masas) que cualquier otro pueblo que yo conozca…».[2740] En La democracia en América, Tocqueville elogió muchísimo la estabilidad del sistema estadounidense (aunque advirtió sobre el peligro del albergar expectativas muy altas), al que comparó con el francés y, hasta cierto punto, el británico (también había estado en Gran Bretaña).[2741] Atribuía esto al hecho de que el estadounidense común estaba más involucrado que sus homólogos europeos en (a) la sociedad política, (b) la sociedad civil y (c) la sociedad religiosa, así como a que los Estados Unidos funcionaran de un modo que parecía casi directamente opuesto al de Europa: «La organización de las comunidades locales precedió a la del condado, la del condado a la del estado, y la del estado a la de la unión».[2742] Tocqueville admiraba enormemente el papel que desempeñaban los tribunales en Estados Unidos, donde tenían prioridad sobre los políticos, y el hecho de que la prensa, pese a no ser menos «violenta» que la francesa, gozara de total libertad: a nadie se le ocurría siquiera pensar en censurar lo que allí se decía.

A pesar de ello, no dejó de advertir los problemas del país y, por ejemplo, pensaba que la cuestión de la raza no tenía solución. En el mundo antiguo, la esclavitud era consecuencia de la conquista, pero en América, en cambio, el problema era la raza y Tocqueville pensaba que éste era un callejón sin salida. Una de sus conclusiones era que las democracias tendían a elegir líderes mediocres, lo que con el tiempo se convertiría en un obstáculo para el progreso. Por otro lado, pensaba que las mayorías tendían a ser demasiado intolerantes con las minorías. Encontraba ejemplos en el hecho de que las leyes contra las bancarrotas no hubieran sido aprobadas porque eran muchísimos los que temían verse afectados por ellas, y también en lo relativo al licor, pese a que el vínculo entre consumo de alcohol y crimen resultaba evidente incluso entonces.[2743]

En el ámbito de las ideas puras, opinaba que las democracias conseguirían mayores progresos en el campo de las ciencias prácticas que en las teóricas, y quedó muy impresionado por la arquitectura de Washington, y en particular por el esplendor de una ciudad que, a fin de cuentas, «no era más grande que Pontoise». Esperaba que la poesía floreciera en el país debido a la exuberancia de la naturaleza. Además, le agradó descubrir que en los Estados Unidos las familias tenían vínculos más estrechos que en Europa y que eran más independientes, y se mostró fervientemente partidario de la tendencia que privilegiaba los matrimonios basados en el amor y el afecto antes que en consideraciones económicas o dinásticas.[2744]

A pesar de sus salvedades, la admiración de Tocqueville por Estados Unidos y su obsesión por la igualdad (parte de la trinidad de la Revolución Francesa) recorren todo el texto y la publicación del libro gozó de una gran acogida. En Francia, ganó el premio Montyon, dotado con doce mil francos, y en Gran Bretaña, J. S. Mill lo describió como «la primera gran obra de filosofía política dedicada a la democracia moderna».[2745] Desde entonces otros libros han intentado emular el logro de Tocqueville, cuya obra se convirtió en una especie de clásico. Ahora bien, desde cierto punto de vista, tales libros son en realidad irrelevantes, pese a lo apasionantes que también puedan ser. El veredicto más contundente sobre Estados Unidos corresponde al enorme número de inmigrantes que abandonaron sus países para buscar la libertad y prosperidad allí. Y aún hoy se sigue pronunciando ese veredicto.

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