Horus

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Día 3: Domingo, 5 de mayo de 2030 » 2

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El Cairo

Hora local: 13.00

En el restaurante hay acceso a un buen número de canales de noticias y en todos destaca un asunto muy por encima de los demás: el objeto desconocido que a la increíble velocidad de tres millones de kilómetros por hora se está acercando a la Tierra y que según las previsiones de los expertos llegará el lunes a las 10 o las 11, hora de Greenwich.

Un alto porcentaje de canales menciona el descubrimiento de la tumba de Keops, pero despachan el asunto en pocas palabras y sin darle demasiada importancia. Incluso los canales locales le dedican menos espacio del que cabría esperar y, en todo caso, mucho menos que al intruso. Hasta los canales de Historia se refieren al encuentro con el visitante como un momento clave en la historia de la humanidad y relegan los papiros hallados en el mausoleo subterráneo de Keops a un segundo plano.

Ted Howard y Mathias Shepard están bebiéndose un aperitivo egipcio a base de canela mientras esperan a Nancy, que hace media hora que ha dicho «ahora bajo».

—Jamás lo hubiera creído —dice Shepard—. El descubrimiento más importante desde la piedra de Roseta y no le dedican más que tres frases. Descubrimos la tumba de Keops y sólo llamamos la atención de cuatro especialistas.

—¿Sabe? —dice Ted Howard—. Deberíamos tomar cartas en el asunto.

—No entiendo a qué se refiere, doctor Howard.

—Hace un montón de años leí

Los propios dioses, de Isaac Asimov. Un personaje consigue traducir unas inscripciones muy difíciles, etruscas, creo recordar, y un tipo le da la enhorabuena por haber traducido un texto del latín. O algo parecido. El caso es que este personaje dice para sus adentros «Por Dios que he de hacer algo tan sonado que incluso este ceporro se lo aprenda de memoria».

—¿Quiere decir que debemos hacer algo tan sonado que nos convierta en protagonistas de todos los canales de noticias?

—Pero algo relacionado con el Antiguo Egipto, con el faraón Keops, con los papiros hallados en su tumba, con las otras cámaras mortuorias, con esas inesperadas momias de hace 6000 años, de modo que no quede en toda la Tierra un rincón al que no llegue la noticia de su descubrimiento.

—¿Y qué pretende que hagamos, quemar la pirámide? Es de piedra, no arde.

—¿Qué estaba intentando hacer yo, antes de venir a Egipto?

—Intentaba clonar un mamut, ¿no es eso?

El doctor Howard se agacha y hace gestos al doctor Shepard para que haga lo mismo, de modo que sus cabezas queden bien juntas. En voz baja, dice:

—¿Y si clonamos a Keops?

—¿Lo dice en serio?

—¿Se imagina, doctor Shepard, la que se iba a montar cuando lo presentásemos en sociedad, en una rueda de prensa multitudinaria, a la que habríamos convocado a los periodistas prometiéndoles una gran noticia pero sin adelantarles cuál?

—¡Dios mío!

—¿Se imagina la cara que pondrían cuando dijésemos «Señoras, señores, este niño es el faraón Keops»?

—Nos tomarían por locos. Nadie creería que un niño recién nacido es Keops.

—Pero la prueba de ADN demostraría que sí es Keops. Que el ADN del niño es el ADN de la momia de Keops. ¿Recuerda lo que hablamos en el aeropuerto sobre conservación de tejidos? Es como si las momias nos estuviesen invitando a clonarlas, ¿recuerda? Bien, hagámoslo.

—Pero… Una cosa es clonar un mamut y otra muy distinta clonar un ser humano. Los derechos del humano deben respetarse.

—¿Y si alegamos que al clonarlo estamos cumpliendo su voluntad? ¿Y si alegamos que la momificación se hacía precisamente para eso, para preservar el ADN del muerto y poder clonarlo?

—En el fondo es absurdo; podemos clonar un cuerpo igual al de Keops pero no a la persona que vivió en ese cuerpo. No podemos rescatar sus recuerdos; por tanto, sería otra persona.

—Seguimos sin saber descodificar toda la información que contiene el ADN; lo que sí sabemos es que sufre modificaciones en vida. Usted —dice Ted, apuntando al doctor Shepard con un dedo— me sugirió que Isis y Osiris eran miembros de una civilización extraterrestre, más avanzada. Tal vez esa civilización sabía sacarle a una hebra de ADN más partido del que sabemos sacarle nosotros. Y por eso sus descendientes heredaron la obsesión por preservar algún tejido sano. Pero no es esa la discusión. No aquí y ahora. Ahora estamos discutiendo otra cosa. No estamos discutiendo si somos capaces de resucitar a Keops, con su memoria personal incluida; por supuesto que no lo somos. Sólo discutimos si damos la campanada clonando su cuerpo o no.

—Necesito asimilar la idea… En todo caso, habría que tomar muestras de tejido de Keops en el más absoluto secreto. Y eso tendría que ser hoy mismo. Mañana temprano empieza el proceso de catalogación de todo lo hallado; hasta la última astilla. Habríamos empezado hoy pero nadie quiere robarle ese honor a McCallum.

—Contamos con que estará recuperado mañana por la mañana, ¿no es eso?

—Sí. Y en cuanto se tenga en pie entrará en el hipogeo todo el equipo al completo y ya no habrá forma de mover un dedo sin que quede registrado.

—Aprovechemos la ocasión mientras podamos. ¿Qué se lo impide? ¿Escrúpulos, miedo…? En el peor de los casos, los guardias registrarán que hemos entrado a la zona de las excavaciones, ¿y qué?

—No sé si tengo escrúpulos pero seguro que no tengo miedo. Dígame una cosa, ¿no haría falta una mujer para que gestase el feto?

—Por eso no hay que preocuparse —dice Nancy Howard, que estaba sentada al otro lado de un saliente—. Igual me presto yo voluntaria.

—¡Pero…!

—Ahora no te eches atrás, hermanito, que por lo que he oído la idea ha sido tuya.

—Pero… ¿Estabas ahí detrás?

—Hace rato. Así que el plan está claro: ahora disfrutamos de la comida y en cuanto empiece a refrescar la tarde nos vamos a tomar las muestras. Antes de que se nos ocurra algún inconveniente.

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