Horror 2
Groucho
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Groucho
RON GOULART
No fue un lobo el que lo mató, pero tampoco fue exactamente un perro. La policía, al no poder sacar una conclusión satisfactoria sobre qué o quién había despedazado a Buzz Stover, acabó atribuyendo su muerte al ataque de algún animal salvaje que, de un modo u otro, se había colado en el barrio de Hollywood Hills. Tuvieron que amañar un poco las cosas y pasar por alto detalles como la declaración jurada del vecino más próximo de Buzz, un respetado compositor de rock que afirmaba haber visto un perro grande y gris saliendo de la casa de Buzz en la noche de su muerte. El perro salió por la puerta principal, silbando una melodía de un antiguo espectáculo musical de Broadway. La policía, ni siquiera en el sur de California, muestra un entusiasmo exagerado por seguir pistas de esta clase, de modo que las causas de la muerte de Buzz siguen siendo un misterio para casi todo el mundo. Probablemente yo soy la única persona, con la posible excepción de Panda Cruz, que sabe quién destruyó realmente a Buzz y por qué. Pero hace ya tiempo que decidí que lo mejor es no hablar de los casos de asesinato en los que te veas envuelto. Especialmente si son casos sobrenaturales.
Cuando almorcé con Buzz aquel día gris y lluvioso de la pasada primavera, procuré advertirle acerca de sus escarceos con lo sobrenatural.
—¿Escarceos? ¿Y eso qué es? Usas palabras muy finolis. —Se movió en la banqueta de cuero, mostrando una mueca de desdén en su cara pequeña y redonda—. ¿Son ésas las palabrejas que pones en los anuncios que inventas en esa siniestra agencia de publicidad donde…?
—¡Silencio! —sugirió un anciano y severo caballero que ocupaba una de las mesas cercanas en el discreto y exclusivo restaurante Otranto de Beverly Hills.
—¡A tomar por saco, abuelo! —Buzz le hizo un gesto obsceno con un dedo, luego volvió a dedicarme su atención—. No he venido a este tugurio de precios superhinchados para…
—¿Sabes a quién acabas de increpar? A Jean Alch, el más respetado de los directores de cine franceses de los años cincuenta. Ha ganado…
—Pues tiene salsa en la camisa. Además, ya ha llovido mucho desde los cincuenta. —Cogió su menú y volvió a dejarlo junto al vaso de agua—. Ni siquiera debería estar comiendo. Todavía estoy de luto.
—Ah, sí. Lo sentí mucho cuando me dijeron que Warren había muerto en aquel accidente de coche. Llevabais colaborando…
—Seis años gloriosos. —Buzz era un hombre bajito y fornido, de treinta y seis años, que persistía en ponerse un chándal sedoso cuando almorzaba fuera de casa—. Ya es una desgracia perder a tu colaborador cuando tus series van tirando, pero es que en este momento Brigada de gorilas ocupa el número dos en las series de televisión de este gran país nuestro. La honradez me obliga a decir que Warren Gish, que en paz descanse, era tan responsable como yo de los brillantes guiones a los que Brigada de gorilas debe su éxito actual.
—Me figuraba que Warren escribía los argumentos y todo el diálogo y que tú te limitabas a pulirlo todo.
—Es verdaderamente increíble que alguien que trabaja en el negocio publicitario, alguien que lleva tantos años en Hollywood, pueda ser tan tonto —dijo Buzz, encogiéndose de hombros—. Mi trabajo es lo que hacía que los guiones funcionasen, lo que convirtió a Curly Hudnut y Dip Gomez en los principales astros de la televisión de nuestro país, los más machos.
—¿Cómo vas a pergeñar los guiones ahora?
—¿Pergeñar? ¿De dónde sacas tu vocabulario? ¿De números atrasados de la Revista del escritor que lees en la barbería?
—Me dijeron que te estaba costando mucho trabajo encontrar un nuevo colaborador que fuera tan bueno como Warren —dije—; que los productores de Brigada de gorilas no quedaron muy contentos con el primer guión que escribiste tú solo.
Buzz hizo una mueca.
—Nada de eso. Les encantó… Pero me encontraría mejor si tuviese un nuevo ayudante —dijo—. De hecho, yo… Bien, llámame sentimental si quieres, pero a veces me digo que ojalá hubiera algún modo de hacer que Warren volviese. Verás, aquella noche en que el pobre diablo sufrió aquel accidente mortal, habíamos tenido una pequeña discusión en una fiesta celebrada en Malibú. Ahora lo lamento.
—Le atizaste en la nariz.
—Un solo puñetazo —dijo Buzz, levantando un solo dedo.
—Ah, ya vuelve a hacerlo —farfulló Jean Alch.
—Éste no es para ti, ceporro —dijo Buzz, y movió la cabeza con gesto abatido—. Me cuesta creer que haya pasado un mes desde que murió Warren. ¡Dios mío!
—¿De veras os peleasteis aquella noche?
—Todos los grandes equipos se pelean… Martin y Lewis, Hecht y MacArthur, Rodgers y Hammerstein —dijo Buzz—. Tú no sabes qué significa tener talento a rebosar. Cuando dos personas de tanto talento como Warren y yo se juntan, por fuerza se producen chispas.
—Me contaron que te pegó una patada en las ingles aquella noche —dije.
—No, fue sólo en la rodilla. —Buzz, haciendo otra mueca, echó la cabeza hacia atrás para contemplar la lámpara de cristal que colgaba justo encima de nosotros—. ¿Te ha costado que te dieran esta mesa?
—No.
Asintió con la cabeza, pensativo.
—Ha hecho que le repitiera mi nombre dos veces. El propio Otranto, que me conoce desde que era un simple encargado de la ensalada en el restaurante de Udolpho hace siete años —dijo—. Temo que me estoy volviendo un poco invisible. Suele empezar en sitios elegantes como éste: dejan de verte. Luego se propaga a los encargados de los aparcamientos, a los recepcionistas, productores, toda la pesca. En seis meses puedes dejar de existir por completo.
—Teniendo en cuenta lo que ha pasado, quizá deberías tomarte unas vacaciones o…
—¿Quién te dijo que hicieras esa sugerencia?
—Nadie, Buzz. Es sólo que pareces un poco…
—Escúchame, sé que eres uno de los pocos tipos en que puedo confiar en esta maldita ciudad. —Se inclinó hacia mí, con los codos sobre la mesa—. Ese guión que escribí yo solo fue un desastre total. Otro par como aquél y…, brrr, me apago por completo.
—Vamos, vamos. Con un nuevo colaborador podrás…
—Ni hablar. Lo que necesito para salvarme es que Warren me ayude.
—¿Cómo puedes esperar que…?
—¿Has visto alguna vez «Es extraño, ¿verdad?»?
Su voz era ahora un simple susurro.
—Una vez. No me gusta esa clase de programas tipo Gente de la vida real y…
—Conoces a Panda Cruz, ¿no? El amor de mi vida…
—¿La pelirroja esbelta?
—No, ésa es… ¡Oh, bueno! La última vez que nos vimos, cuando el pase de Seis colegialas locas, Panda era pelirroja —contestó, recordando—. Ahora es rubia y trabaja de secretaria para Gossamer-Stein, esos retrasados mentales que producen Es extraño, ¿verdad?. —Se frotó sus pequeñas y regordetas manos—. En el programa de la semana pasada salió una vieja, una tal señora Brill, de Oxnard. Puede ponerse en comunicación con los muertos.
—Eso no puede hacerlo nadie, Buzz.
—La señora Brill sí puede —me aseguró—. Panda y yo fuimos a verla a su casucha anteayer. Va a ponerse en comunicación con Warren.
—¿Crees de verdad que puedes…?
—Funciona. De veras. Me hizo hablar con mi difunta madre. Te lo juro.
—Hacer de la madre de alguien es fácil. Cualquier adivina puede imitarla.
—A mi madre no se la puede imitar. Te digo que esa vieja es capaz de hacer lo que te he dicho. Tiene poderes ocultos.
—Bueno, así que te pone en comunicación con el espíritu de Warren Gish. ¿Y luego qué? ¿Piensas quedarte sentado mientras él te dicta un guión de Brigada de gorilas por mediación de esa mujer?
Tras mirar cautelosamente a su alrededor, Buzz replicó:
—Puede, si todos los signos son correctos…, y si se cumplen ciertos rituales esenciales…, puede hacer que Warren vuelva.
—¿Que vuelva? ¿Cómo?
—Ya sabes, reencarnado.
—¿En quién?
—Ahí está lo peliagudo. Ella no sabe exactamente dónde aparecerá. Pero garantiza que volverá de alguna forma y salvará mi carrera. —Se enderezó, esbozando una sonrisa—. Será tremendo: juntos otra vez, escribiendo guiones de primera, ganando premios Emmy.
—Has mencionado ciertos rituales. ¿Qué es exactamente lo que tienes que hacer?
Buzz estudió sus achaparradas uñas.
—Magia negra —dijo finalmente—. Tenemos que quitarnos la ropa y… Hum… Sacrificar una cabra. Cosas así.
—Cosas así pueden causarte problemas muy serios.
—Tal vez, pero vale la pena intentarlo —dijo Buzz—. No ha llegado aún la hora de jubilarme. Ni pensarlo.
Mis responsabilidades en la agencia de publicidad me obligaron a ausentarme de la ciudad el día después de almorzar con Buzz. Uno de nuestros clientes, los Laboratorios Arends, estaba probando un nuevo remedio líquido para la jaqueca en Phoenix, Arizona. El producto se llamaba «Lavado de cerebro» y, aunque al parecer aliviaba la jaqueca más empecinada en menos de noventa segundos, aproximadamente uno de cada tres clientes sufría luego alucinaciones violentas y fantásticas. Cogí el avión y me fui a ayudar al encargado de la publicidad de Arends a tramar un argumento plausible que tranquilizase a todo el mundo. Normalmente, esta clase de misiones de «apagafuegos» duran dos o tres días como máximo, pero en este caso Junior Arends también había acudido desde la oficina principal en Orlando, Florida. Estuve en Phoenix casi dos días antes de darme cuenta de que Junior se había apropiado de dos cajas del remedio sospechoso y consumía varias botellas de «Lavado de cerebro» cada noche. Las alucinaciones resultantes, hicieron que, al final, se uniera a una orquesta de marimbas que tocaba en un club de strip-tease masculino en un sector de mala fama de la ciudad. Cuando por fin le localicé e hice que lo desintoxicaran y hube escrito algo que aplacase las iras del alcalde, el gobernador y diversos funcionarios del departamento de sanidad, una semana y media de mi vida había pasado ya al olvido.
Buzz nunca me habló mucho de la sesión de espiritismo con la señora Brill, la psíquica, en la que él y Panda ejecutaron ciertos ritos ocultos e hicieron llegar un mensaje a su recientemente fallecido colaborador.
—Resultó degradante, pero la mar de efectivo —fue lo único que Buzz quiso decirme cuando, al volver, le telefoneé para preguntarle cómo le había ido.
Se mostró más comunicativo en lo referente a la reencarnación de Warren Gish.
Había ocurrido en una noche lluviosa, cerca de una semana después de la sesión de espiritismo, cuando Buzz se encontraba sentado a solas en la espaciosa sala de estar de la casa que tenía en la ladera de una colina. Además de lluviosa, la noche era fría y brumosa. Panda, que de vez en cuando vivía con él, se encontraba en Burbank, grabando el programa Es extraño, ¿verdad?.
—Estupro, incesto, tortura, cáncer incurable —musitaba Buzz, tratando de encontrar un tema que aún no hubiese utilizado en Brigada de gorilas—. Corrupción de menores, sodomía, peste bubónica… Caramba, tendría que ocurrírseme algo. ¿Hay algo sobre el aborto provocado que aún no se le haya ocurrido a nadie? ¿Y si volviéramos a echarle algo de bestialidad?
Se oyeron unos débiles arañazos.
Buzz se levantó rápidamente de su butaca tapizada de cuero y dejó caer los lápices y la libreta. Desde la sesión de espiritismo estaba bastante tenso.
Volvieron a oírse los arañazos, esta vez más fuertes. La puerta de la cocina empezó a vibrar como si estuvieran arrojando algo contra ella.
—¿Le debo dinero a alguien? ¿Hay alguien que quiera romperme los brazos y las piernas?
Tras decidir que no correría ningún peligro al atravesar su casa grande y sumida en la oscuridad, encendió la luz y fue a investigar.
—¿Qué pasa? —preguntó desde el centro de la cocina.
Más arañazos, más vibraciones de la puerta exterior. La puerta de atrás, que estaba pintada de amarillo, le impedía ver qué había fuera.
—¿Quién anda ahí?
—Miau, miau.
Buzz encendió las luces que iluminaban la parte posterior de la casa y abrió la puerta con cuidado.
En el exterior había un gato, un gato gordo y peludo del color del dulce de azúcar con mantequilla.
—Hola, gatito.
—Hola tú, so capullo.
Buzz pegó un bote hacia atrás y se dio un buen golpe en la cadera con la mesa en la cocina.
«Debe de ser una broma», pensó. «Ahí fuera está escondido algún ventrílocuo chiflado».
Se acercó otra vez a la puerta abierta.
—No buscamos a nadie para Es extraño, ¿verdad?. Llévese su gato a Burbank para…
—Déjame entrar, muchacho. Me estoy calando hasta los huesos —dijo el gato—. Ser tan peludo es una lata, pero como…
—¿Warren? ¿Warren Gish?
—Ahora me llaman Groucho. Abre de una vez, ¿quieres?
Con manos temblorosas, Buzz abrió la puerta exterior y estuvo en un tris de lanzar al gato fuera del mojado porche de madera de secuoya.
—¿Groucho? ¿Qué clase de nombre estúpido es ése para…?
—No lo escogí yo, obviamente, muchacho —dijo Groucho, entrando en la cocina—. El gato en el que me metieron ya se llamaba Groucho. Mira, incluso llevo una etiqueta con el nombre debajo del collar antipulgas.
—Esto es… un milagro.
Groucho sacudió el cuerpo para quitarse el agua de encima y empezó a frotarse una oreja con la patita.
—Tráeme una toalla o algo para secarme, bobo.
Buzz cogió todo el rollo de toallas de papel que colgaba sobre el fregadero de azulejos amarillos.
—Yo creía que… Me figuraba que ibas a volver… Tú ya me entiendes…, en forma de persona.
—Ya veo que sabes mucho de reencarnaciones —dijo el gato—. Te das prisa en hacerme volver del otro barrio, para ello recurres a esa vieja bruja de Oxnard, nada menos que Oxnard, para que se apodere de mi espíritu. Una típica jugarreta de Buzz Stover.
—¿No es esto mejor que estar muerto?
—¡Los dueños de Groucho sólo me daban «Yowl» para comer!
—¿«Yowl»? ¿Y eso qué es?
—«Yowl» es el nuevo alimento que parece carne para gatos satisfechos —explicó Groucho—. Utiliza algunas de esas toallas, estoy empapado.
—Oh, desde luego. Perdona. —Buzz se agachó al lado de su colaborador reencarnado—. ¿Qué tal son las cosas en el otro barrio?
—No sabría decirte.
—¿Hay reglas?
—No me acuerdo. El viaje de vuelta ha sido muy movido y se me han olvidado los detalles. Frótame más vigorosamente, ¿o es que no puedes?
Buzz se esforzó en darle masajes al gato mojado para que se secara más rápidamente.
—¿Cómo es que puedes hablar? La mayoría de los gatos no tienen la facultad de…
—Todo forma parte del conjuro que me echaste encima —explicó Groucho—. Lo único que sé es que me desmayé inmediatamente después de que hicieras volver a mi espíritu para aquella conferencia de Oxnard. Al despertar, me encontraba en Pasadena comiendo «Yowl» en una bandeja de alimentos congelados reciclada. Y todo el mundo me llamaba Groucho.
—¿Y has venido desde Pasadena a pie?
—Como en Lassie, vuelve a casa, ¿eh?
Buzz hizo una bola con las toallas de papel mojadas, se levantó y se alejó un poco del gato color dulce de azúcar con mantequilla.
—Te he echado de menos, Warren. De veras.
—¿No puedes pegarle bofetadas a Panda en vez de a mí? A propósito, no me había dado cuenta de que Panda fuera tan flaca. Cuando los dos os desnudasteis para aquel ritual místico vi que tenía más costillas que tetas.
—Escúchame, Warren, espero que no hayas vuelto sólo para gruñir y discutir.
—Tienes que llamarme Groucho.
—Es un nombre estúpido.
—Aunque lo sea, parece que así es como funciona eso de la reencarnación.
—¿Quieres beber algo, Groucho?
—Leche. —El gato echó a andar hacia el frigorífico azul—. Ya no puedo con el alcohol. Lo averigüé en Pasadena. Tiene algo que ver con el metabolismo felino que tengo que soportar.
—Sólo tengo desnatada. Es Panda quien bebe leche, y…
—Está a régimen. ¿Para ponerse aún más flaca?
—No todo el mundo tiene que estar rollizo, Warren…, digo Groucho. Recuerda que incluso una de tus esposas estaba delgada.
El gato se estremeció.
—No hablemos de Estrellita.
—¿Sabes? Si algún cumplido puedo hacerte, es que ahora tienes una voz muy melodiosa. Tiene algo de tu voz de antes, pero con una especie de…
—Tono animal de esos que salen en las películas de dibujos, ¿eh?
—Lo decía sinceramente —dijo Buzz—. Eres un tipo muy difícil de halagar.
—Un gato. Soy un gato muy difícil de halagar.
—Yo no pedí un gato. Sólo pedimos reencarnación, ¿comprendes? De hecho, me he pasado toda la semana observando a los desconocidos con la esperanza de que uno de ellos fueras tú. Un tipo que encontré en un bar estuvo a punto de atizarme porque…
—No me cuentes detalles sórdidos, muchacho.
Andando a cuatro patas, salió al pasillo y se encaminó hacia la inmensa sala de estar.
—Te echaba de menos —dijo Buzz, siguiéndole—. De verdad. A pesar de nuestros altibajos, eras el mejor colaborador que yo…
—De acuerdo, engañabobos, ¿en qué consiste el problema?
Groucho se encaramó de un salto a la butaca que Buzz había dejado desocupada.
—Pues en que tengo dificultades con los guiones de Brigada de gorilas.
—Ya me imaginé que las tendrías —dijo Groucho—. En el mismo instante en que me estrellé contra aquella pared de piedra y me di cuenta de que me había matado, el último pensamiento que cruzó por mi cerebro fue: «Ese capullo se va a hundir sin mi ayuda».
—Es conmovedor… que pensaras en mí en el último momento.
—Muy bien, muchacho, coge un lápiz. —Groucho se lamió el pelo de un costado—. Le he estado dando vueltas a una idea nueva sobre el argumento del incesto.
—¿Una idea nueva sobre el incesto?
—Calla y escucha, muchacho. Y confía en mí —dijo Groucho.
Buzz se echó a reír.
—¡Chico, es estupendo tenerte aquí de nuevo!
Aunque no tuve ocasión de conocer a Groucho durante aquellas primeras semanas en que Buzz colaboró con él, no me cabía ninguna duda de que en el gato se alojaba el espíritu de Warren Gish. Porque sencillamente no había otra forma de explicarse la fantástica mejora de los guiones que Buzz escribía supuestamente solo. Sencillamente, no hubiese podido escribir tan bien él solito, sin que nadie le ayudara. Empecé a oír rumores de que su nuevo guión para Brigada de gorilas, el que trataba de estupro, incesto y lepra, tenía muchas probabilidades de ganar un Emmy. Desde luego, todo hacía pensar que Buzz conservaría su puesto entre los mejores guionistas de televisión de la ciudad.
Más o menos por aquellas fechas tuve que ausentarme otra vez de la ciudad, de modo inesperado. Habían surgido nuevos problemas con «Lavado de cerebro», esta vez en East Moline, Illinois, mercado en el que se estaban realizando pruebas. Los químicos de los Laboratorios Arends habían eliminado los efectos alucinógenos, pero ahora ocurría que alrededor del setenta por ciento de las personas que probaban el nuevo líquido para la jaqueca se encontraban, al despertar al día siguiente, con que tenían las palmas de las manos cubiertas de pelo. La agencia me envió para que ayudase a los del laboratorio a crear anuncios para la radio en los que se le quitase importancia al estigma social de las palmas peludas. Por desgracia, Junior Arends se presentó en East Moline y, quizá con la esperanza de tener más alucinaciones, se bebió once botellas de «Lavado de cerebro». A primera hora de la tarde siguiente le encontré dormido en mi habitación, cubierto de pies a cabeza por un vello corto y ensortijado. Entre una cosa y otra, no volví a Los Ángeles hasta pasadas casi tres semanas.
Al día siguiente, cuando entré en la agencia, mi preciosa secretaria me tiró de la manga cuando me encaminaba hacia mi despacho privado.
—Está ahí dentro —susurró, intranquila—. Con una jaula.
—¿Quién?
—Ese hombrecillo saltarín.
—Ah, Buzz Stover.
La muchacha asintió con su bellísima cabeza.
—Sí, con una jaula en el regazo. Ha insistido en esperar para verle.
—Probablemente ha traído a Groucho, su nuevo…, su nuevo gato.
—La jaula —me informó mi secretaria— está vacía.
Buzz estaba acurrucado en uno de mis sofás imitación de cuero y sobre sus rodillas había una de esas jaulas que se utilizan para transportar gatos.
—Me han traicionado —anunció en cuanto hube cerrado la puerta.
Me agaché y miré el interior de la pequeña jaula a través del alambre entrecruzado. Estaba vacía.
—No pensarás que ahí dentro hay un gato, ¿verdad, Buzz?
—¿Me has tomado por tonto de capirote? —Se puso en pie y se balanceó un poco al mismo tiempo que agitaba la jaula igual que un monaguillo agita el incensario en las ceremonias religiosas—. ¿Tú crees que si me he abierto camino a zarpazos hasta la estúpida cumbre del éxito en Hollywood, ha sido imaginando que voy por ahí paseando mininos? —Con un suspiro, se dejó caer otra vez sobre el sofá—.
Mi supuesto amor y mi traicionero colaborador me han dado una puñalada en la espalda.
Me acomodé detrás de mi gran escritorio de metal y di unos golpecitos al enorme montón de papeles que se había acumulado en él.
—¿Exactamente cómo?
—Ella lo sedujo.
—¿Seguimos hablando de Panda?
—¿Cuántos amores de mi vida crees que tengo? Cuando me enamoro, es para siempre.
—¿Panda le hizo algo a Groucho?
—Lo secuestró —dijo—. Sólo que lo hizo todo de un modo legítimo.
—¿Dónde está el gato… Warren?
—Viviendo con ella en su mansión de Bel Air.
—¿Desde cuándo la secretaria de un programa de televisión como…?
—Se compró la condenada casa, hizo el maldito primer pago, con parte del dinero que le dieron —dijo—. ¿Sabes quién vivía allí? Orlando Busino, el gran amante de la pantalla muda. Es una verdadera mansión, un palacio de lujo.
Di una vuelta en mi silla giratoria.
—Me parece que no entiendo lo que ha hecho Panda —le dije—. ¿Firmó algún contrato para escribir guiones y se asoció con tu gato?
—No, no. No seas cretino. Es la agente de Groucho. —Golpeó con el puño la jaula vacía—. ¡Vendió los servicios de Groucho a «Yowl»! Llevaban meses dando palos de ciego en busca de un gato perfecto para los anuncios que ponen en la televisión. Tengo que reconocer que Groucho queda la mar de bien delante de las cámaras. Sigue las instrucciones al pie de la letra y hace una mueca de desdén perfecta cuando oye hablar de los productos de la competencia…
—¿Ha…? En los anuncios no hablará, ¿verdad?
—Claro que no. Solamente habla conmigo y con Panda —dijo Buzz—. Ni siquiera en Hollywood puedes progresar si dejas que tu gato hable por todas partes. Pero, como el espíritu de Warren está dentro de él, el gato hace los anuncios mejor que cualquier otro gato conocido del hombre.
—¿Cómo se las compuso Panda para…?
—Actuó con una inteligencia de lo más insidiosa. —Sus dedos tamborilearon sobre la parte superior de la jaula—. Naturalmente, como estaba conmigo tanto tiempo, se lo confié todo. También Groucho se mostraba cordial con ella, puesto que la había conocido en su anterior encarnación. Al principio fue un sueño de felicidad absoluta. Los guiones salían que daba gusto leerlos. Ya tenía a los jefes a punto de concederme un aumento de sueldo. Y, sin saberlo, estaba alimentando a una víbora personificada por esa mujer de trenzas negras cual ala de cuervo…
—Creía que era pelirroja.
—No, era rubia, pero volvió a cambiar —explicó—. Escúchame, lo importante es que «Yowl» es uno de los patrocinadores de esa idiotez que se titula Es extraño, ¿verdad?. Panda se enteró de que andaban buscando un gato y, aprovechando que yo estaba en Apple Valley, rodando exteriores para Brigada de gorilas, llevó a Groucho para que le hicieran unas pruebas.
—El gato es tuyo, ¿no? Desde el punto de vista jurídico…
—Ah, es que en este sentido volvió a actuar con una inteligencia diabólica. —Descargó un fuerte golpe sobre la jaula—. Panda fue a ver a los antiguos dueños de Groucho y lo compró. Es la propietaria de ese condenado Judas.
—¿Y él qué opina de todo esto?
—Se le ha subido a la cabeza. Salir en los anuncios, verse halagado… —dijo Buzz—. Warren era un gran escritor, pero al principio vino aquí para tratar de meterse en el cine. Quería ser actor. Ahora se encuentra con que uno de sus sueños de juventud se está haciendo realidad, y a causa de ello me ha dejado plantado.
—¿Gana más dinero así?
—Desde luego, están sacando toda una fortuna a los de «Yowl» —dijo con cierto desamparo en su voz—. Cuando todo esto empiece a funcionar en serio, todos los medios de comunicación querrán meter baza en el asunto. Panda y Groucho se embolsarán un millón neto sin ningún esfuerzo.
—¿Qué piensas hacer?
—Panda todavía le permite colaborar conmigo… un poco.
—¿Cuánto?
—Bueno, la mayor parte del tiempo Groucho está ocupado con los anuncios para la televisión, para las revistas y todo lo demás. Me considero muy afortunado si puedo contar con él durante una hora a la semana. Apenas suficiente para tramar un argumento.
—Quizá sería aconsejable buscar otro colaborador.
—Ni pensarlo. ¡Sólo hay un Warren Gish!
—Podrías probar de nuevo a escribir tú solo.
Se levantó moviendo la mano con la que sostenía la jaula del gato.
—Los sueños perfectos no se hacen realidad muy a menudo. Si no puedo trabajar con él, creo que no podré trabajar de ninguna manera.
—Estás diciendo tonterías, Buzz. Cuando Warren vivía y estaba en su cuerpo original, os pasabais la vida peleándoos.
—Nos peleábamos, es cierto, nos liábamos a puñetazos, pero escribimos unos cuantos guiones que eran dinamita. —Me apuntó con un dedo en señal de advertencia—. Lo he recuperado y seguiremos trabajando juntos.
—Eso podría causarte complicaciones —le advertí.
—A Panda, pero a mí no.
Con la jaula vacía colgando de su mano, salió de mi despacho con aire ofendido.
Dado que nunca volví a verle, vivo o muerto, la mayor parte del resto de este relato se basa únicamente en lo que estoy bastante seguro que ocurrió.
Probablemente sabrán ustedes que Groucho obtuvo un gran éxito. El primer ciclo de anuncios de «Yowl» dobló las ventas del producto en menos de un mes. El gato conquistó al público y salió en la portada de Time, Life, Us, People, Mammon e incluso Vogue. No tardaron en salir pósters de Groucho, juguetes Groucho, almuerzos preparados Groucho, calendarios Groucho y una biografía de Groucho escrita por el mismo hombre que había escrito las biografías de Lola Turbinado, Dip Gomez y Leroy Blurr. Ganaron tanto dinero que en unos cuatro meses Panda, que ahora era rubia platino, acabó de pagar la mansión de Bel Air. Debido al aumento de su fama, Groucho llevaba una vida cada vez más ajetreada. Salía en programas de entrevistas, sin hablar, por supuesto, ya que de eso se encargaba Panda, sosteniendo el gato en el regazo. Inauguraba supermercados, visitaba hospitales y asistía a estrenos cinematográficos. A causa de todo ello, Buzz sólo podía trabajar con Groucho una vez cada tres o cuatro semanas.
Cuando Buzz conseguía localizar por teléfono a su colaborador reencarnado, Groucho se mostraba altivo e indiferente.
—Escúchame —empezaba Buzz—, acerca de este episodio de dos horas que piden para Brigada de gorilas, ¿crees de veras que la idea sobre la violación y el tumor cerebral nos dará material para dos condenadas horas?
—Confía en mí, muchacho.
—Los de la cadena de televisión tienen sus dudas.
—Para eso les pagan. Nosotros los que… ¡Huy! Aquí está la foto de la revista Movieland. Adiós.
La cadena de televisión no aceptó el guión para el episodio de dos horas, aunque Buzz suprimió lo del tumor cerebral y en su lugar puso un cáncer de pulmón. Le ordenaron que reescribiera la mayor parte del guión. Cuando Buzz se fue corriendo a la mansión de Bel Air, con el guión rechazado debajo del brazo, ni siquiera le permitieron entrar en el jardín. Panda había contratado a un par de forzudos, campeones de levantamiento de pesas, para que hiciesen guardia en las puertas de hierro forjado y no dejaran entrar a los fans y a los turistas. Aquella noche, Panda daba una cena para los principales ejecutivos de «Yowl» y no quería que Buzz se presentara inopinadamente.
Buzz, tozudo como siempre, fingió que emprendía la retirada. Pero, en vez de irse, aparcó su Mercedes unas cuantas manzanas más allá y se quedó sentado dentro del coche hablando por lo bajo consigo mismo. La noche fue haciéndose más oscura a la vez que las nubes ocultaban la luna. Finalmente, al dar la medianoche, Buzz volvió furtivamente a la mansión. Dio la vuelta a la alta pared de piedra hasta que encontró un lugar donde el tronco de un árbol caído le permitía saltar al otro lado. A Panda aún no se le había ocurrido instalar un sistema de alarma eléctrico. La llegada de Buzz pasó desapercibida.
Caminando con el cuerpo doblado hacia delante, sin soltar el manuscrito del guión rechazado, Buzz llegó hasta los arbustos que crecían cerca de los garajes abiertos y se escondió entre ellos. A las doce y unos cuantos minutos ya se habían ido las últimas visitas.
Una sonrisa complacida se pintó en su cara cuando vio a Panda, que llevaba un vestido de noche absolutamente despampanante, en lo alto de la escalinata de mármol de la puerta principal, con el mismísimo Groucho entre los brazos.
Panda dejó el gato color de dulce de azúcar con mantequilla en el suelo de mármol y le acarició el peludo lomo.
—Haz lo que tengas que hacer, Groucho, y vuelve enseguida —le dijo al gato—. Es tarde y necesitas dormir mucho. Mañana empezaremos a grabar tu especial.
—Puede que persiga a un par de pájaros, pero volveré pronto —prometió el gato, bajando silenciosamente los escalones.
Buzz esperó hasta que Panda hubo cerrado la puerta y entonces susurró:
—Eh, Groucho.
El gato se detuvo, meneando la cola, y miró hacia las sombras donde Buzz se encontraba agazapado.
—¿Eres tú, muchacho?
—Estoy aquí, frente a los garajes.
—Tenían órdenes de no dejarte entrar esta noche —dijo Groucho, mientras se acercaba meneando los cuartos traseros—. ¿Cómo has…?
—Nos han derribado —respondió Buzz, tendiéndole el guión—. Tenemos que arreglar esto rápido o nos quedaremos sin la maldita serie.
—¿Por qué sigues hablando en plural?
—Porque todavía formamos un equipo y…
—Ahora sólo constas tú como autor de los guiones —le recordó el gato—. Warren Gish ha muerto. Groucho, el gato, es una estrella nacional… ¿Qué digo? ¡Internacional! ¿Sabes cuánto vamos a ganar durante los próximos…?
—De acuerdo, puedes ganar más pasta haciendo anuncios y tragando bazofia, pero en el fondo eres un escritor.
—Nada de eso. Soy actor —le corrigió el gato—. Tú sabes, muchacho, que siempre he querido ser actor. Ser una estrella. Nada de papelitos sin diálogo o insignificantes, sino una verdadera estrella.
—Tienes que dejar esto, Groucho, y volver a ayudarme. —Agitó el guión cerca de la nariz del gato—. Te necesito. Si tú no me ayudas, iré a ver a los de «Yowl» y…
—Tranquilo, muchacho —advirtió el gato—. Estoy disfrutando de veras con esta encarnación. ¡Ay del que la eche a perder!
—Tienes que ayudarme a salir del apuro.
Groucho meneó su peluda cabeza.
—Ni hablar. Se acabó lo de salvarte el pellejo.
Buzz dejó caer el guión al suelo y trató de coger al gato.
El pelo de Groucho se erizó: parecía un millar de signos de exclamación. Emitiendo un sonido silbante, reculó hacia uno de los garajes abiertos al mismo tiempo que lanzaba zarpazos hacia Buzz.
—¡Cuidado!
Buzz trató de cogerlo otra vez y logró sujetarlo por el centro del cuerpo.
—Voy a alejarte de Panda. ¡Tendrás que ayudarme! ¡Ay!
El gato acababa de arañarle con fuerza la cara y la sangre corría por las mejillas de Buzz.
—¡Hijo de mala madre! —exclamó sin soltar al animal, que forcejeaba.
Groucho clavó sus uñas traseras en el estómago de Buzz.
—Cerdo —dijo.
Las garras delanteras volvieron a arañarle la cara.
Buzz soltó un gemido de dolor y luego, agarrando al furioso gato por la cola, lo lanzó hacia el otro extremo del oscuro garaje.
Se oyó un tremendo golpe cuando el cráneo de Groucho entró en contacto con la pared.
Buzz entró corriendo en el garaje y cogió una palanca de hierro que había en el suelo. Luego siguió corriendo, hasta el sitio donde el gato, aturdido y tambaleándose, trataba de levantarse.
—¿Por qué? ¿Por qué no quieres ayudarme? ¿Por qué? —dijo Buzz, mientras destrozaba el pequeño cráneo de Groucho con el hierro.
El gato profirió un ruido áspero y penetrante, y murió.
—¡Dios mío! —Buzz se levantó—. He matado a mi colaborador.
—¡Groucho! ¿Ya estás peleándote otra vez? —dijo la voz de Panda desde la entrada de la mansión.
Buzz se agachó al lado del animal muerto y contuvo la respiración.
—A veces te comportas tanto como un gato que resulta horripilante —dijo Panda mientras volvía a entrar en la mansión y cerraba la puerta.
Buzz salió sigilosamente del garaje, recuperó el guión, volvió a entrar y utilizó el manuscrito como si fuera una pala para recoger el gato.
Había una puerta en la parte de atrás y Buzz, procurando no mirar la horrible mueca que aparecía en la cara del gato, salió por ella hacia la noche.
Detrás de una hilera de arbustos espinosos, cerca de la pared posterior de la finca, Buzz cavó con sus propias manos un agujero y enterró en él a Groucho y el guión.
Cinco días después, los productores de Brigada de gorilas dieron a Buzz un ultimátum. Podía elegir entre presentarles una revisión aceptable del guión o dejar inmediatamente la serie. Aquella noche, Buzz cogió la copia del guión de dos horas y extendió las hojas en el suelo de su cuarto de estar.
Soplaba un viento cálido procedente del desierto que arañaba las ventanas y hacía que las persianas golpeasen la pared.
—No hay motivo para que no pueda hacerlo yo mismo —dijo mientras iba de un lado para otro entre el despliegue de páginas.
Algo arañó la puerta de la cocina.
El ruido no cesaba y al mismo tiempo la puerta exterior de la cocina se movía.
Buzz cruzó el umbral de la cocina.
—¿Hay alguien ahí fuera?
Volvieron a oírse arañazos en la puerta.
—Bueno, veremos qué diablos pasa ahí.
Cruzó la cocina a grandes zancadas y abrió bruscamente la puerta de madera.
Con medio cuerpo asomando por la puerta exterior, pudo ver un perrazo policía de color gris, el pelo del lomo erizado, enseñando los dientes.
—He vuelto otra vez, muchacho —dijo el perro, lanzándose hacia su garganta.