Honor

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XIII

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XIII

 

Inglaterra

 

 

 

—¡Siéntense, por favor, y préstenme atención!!

La voz del Wing Commander resonó fuerte en la sala del briefing acomodada en uno de los barracones de madera de las instalaciones de Coltishall. Los pilotos se sentaron en las pocas sillas que había, pero la mayoría se arremolinaban de pie junto a las paredes de la sala. El Wing Commander se encontraba delante de una pizarra, que una sábana mantenía oculta.

—Ha habido problemas para poder hacer la misión que tenemos encomendada en el día de hoy. La meteorología esta mañana era defectuosa sobre el objetivo; y salir a estas horas a hacer el bombardeo representaría para la mayoría de los aviones volver de noche, lo cual nos podría ocasionar múltiples accidentes. En vista de lo cual, la misión se pospone hasta mañana para efectuar el despegue a primera hora, no más tarde de las ocho.

Una rumorología general flotó entre los pilotos que comentaban con desagrado el aplazamiento de la salida del escuadrón.

—¡Silencio, por favor! —cortó secamente el Wing Commander—. Tengo que decirles que se nos encomienda la misión de la escolta del grupo de bombardeo. Va a ser una misión larga y dura, pues llegaremos hasta el corazón mismo de Alemania. Se ha constituido una gran formación de ataque que van a asestar un golpe mortal aquí. —En ese momento quitó la sábana que había mantenido oculta la pizarra constituida, en una parte, por un mapa de la Europa Occidental, con una serie de líneas pintadas de color rojo que mostraban la trayectoria prevista de los aviones—. Se va a bombardear… —Dio un vistazo a un pequeño papel para leer el nombre del objetivo—: Berch… tes… gaden. —Y soltó un suspiro de alivio, como si la pronunciación de ese nombre le hubiera causado un gran esfuerzo.

Robert no pudo por menos que esbozar una sonrisa al oír la peculiar manera en que había dicho esa palabra alemana. A su memoria llegó el recuerdo de esa bonita zona del sur de su antigua patria: una Baviera llena de bosques de montañas con un paisaje espectacular.

—Como planeamos salir a una hora muy temprana, vamos a dar todo el briefing hoy, y así madrugaremos un poco menos mañana.

Un murmullo de aprobación recorrió la sala.

 

***

 

Poco a poco, el Wing Commander fue desgranando cómo se juntarían los aviones con el grueso de la formación. Explicó en el mapa las zonas donde podrían esperar la presión de la “flak”, la artillería antiaérea. También en que parte se verían interceptados por los aviones de caza de la Luftwaffe.

Por último añadió:

—Creo que, para ustedes los polacos, esta misión puede tener unas connotaciones morales muy importantes, Berch... tes... gaden —Una vez más dijo con gran dificultad el nombre— ha sido el lugar desde el cual Hitler preparó la invasión de Polonia. Sigue siendo el refugio en el cual el dictador alemán se retira para su descanso y solaz. ¡Vamos a destruirlo!

Se escucharon silbidos y gritos de aprobación entre los pilotos.

—Quedan ya pocos días para que Alemania se desplome. Tengo que decirles confidencialmente que, ayer, en el río Elba, llegaron a unirse por primera vez las fuerzas americanas y rusas.

—Toda la sala se llenó de gritos de júbilo. El Wing Commander hizo entonces señas con los brazos para pedir silencio—. No obstante, todavía tienen bastante fuerza con la aviación de caza. Con toda seguridad van a sacar todos los aviones que puedan para impedir, en la medida de lo posible, esta misión de bombardeo. Entre ella están los últimos cazas de motor a reacción, los Messerschmitt 262, los Focke Wulf 190 y todos los Messerschmitt 109 que les queden. —Dio un par de pasos por el estrado con la cabeza baja antes de mirar a su grupo de pilotos y decirles—: Se pueden encontrar con varios problemas. El primero es que los aviones de reacción a gran altura son muy superiores a los cazas que nosotros podemos volar. Los otros aviones con motor de pistón tienen un armamento formidable. —Todo el auditorio estaba en silencio prestando gran atención a sus palabras—. Pero, a nuestro favor, tenemos que la escasez de pilotos preparados en Alemania es dramática. Se pueden encontrar con dos tipos de ellos: aquellos que han sobrevivido a la guerra y tienen una experiencia enorme… Esos son peligrosísimos. O los que tienen tan sólo unas pocas horas de vuelo y que, aunque vuelen un avión muy desarrollado, apenas saben manejarlo.

»El Kosciuszko escuadrón deberá volar en la parte trasera de toda la formación de bombarderos para salvaguardar a nuestros aviones de los ataques desde atrás. Seguramente, los aviones reactores, debido a su velocidad, lo que irán a hacer es atacar de frente a la formación en su parte frontal. Es en estos aviones reactores, los Messerschmitt 262, es donde vuelan los más experimentados pilotos alemanes.

»La misión se hará a muy alta cota para evitar, en la medida de lo posible, la puntería de la artillería antiaérea. —Después pasó a mencionar todos los campos y pistas donde podrían recuperarse los aviones en el caso de que, debido a averías o a daños en el combate, no pudieran regresar a su base de salida en Inglaterra—. Por último tengo que decirles que, dada la importancia de esta misión y su secretismo, que debe ser mantenido hasta mañana, se suspenden todos los permisos y las salidas de la base aérea.

Un murmullo de desaprobación se instaló entre los pilotos.

—Pueden llamar por teléfono —dijo el Wing Commander alzando la voz para hacerse oír entre las conversaciones de sus subordinados—, y apelo a su discreción y honor para que no haya ni un comentario sobre esta misión que se va a desarrollar mañana.

¿Alguna pregunta o ugerencia?

Nadie dijo nada.

—Señores, hasta mañana en esta sala de briefing para tener una visión de la meteorología, aquí a las… —Miró el reloj— siete en punto.

Los pilotos se pusieron en pie en señal de respeto y esperaron quietos hasta que el Wing Commander abandonó la habitación.

Robert se dirigió a su cuarto, que tenía en un barracón de madera, después de pasar por la cantina y comprar un par de sándwiches. Se tumbó boca arriba sobre la cama y alzó los ojos hacia el techo. Si las tropas rusas y americanas ya se habían unido, eso significaba que Alemania se derrumbaría en muy poco tiempo. ¡Por fin esta pesadilla se iba a acabar! No pudo por menos qué preguntarse dónde y en que condiciones estarían su madre y su hermana. Desde que salió de Polonia no había podido tener la más mínima noticia de ellos. En el fondo se sentía moral y físicamente cansado de esta guerra. Ahora se daba cuenta de la diferencia de edad entre sus compañeros pilotos, que apenas sobrepasaban los veinte años, y él que estaba por encima de los treinta y cinco.

Como en una película, empezó a desfilar por su mente todo lo que había ocurrido estos últimos cinco años…

 

***

 

Cuando lograron salir de Rumanía en el barco St. Nicholas, todos pensaron que su destino, Francia, sería el lugar desde el que lucharían contra Alemania… el sitio desde el que conseguirían ayudar para evitar la ocupación nazi de Polonia. Fue una travesía incómoda con todos hacinados en unas bodegas que tenían un olor espantoso, a ganado y a excremento.

Robert trataba de estar el máximo tiempo en la cubierta, pero a veces el frío le obligaba a bajar a la parte inferior del barco y tener que aguantar toda aquella porquería.

La llegada a Francia fue una desilusión. Después del desembarco en Marsella, se dieron cuenta de que la Armée de L’air francesa era una agrupación sin apenas material, sin moral para volar y sin ganas de luchar. Simplemente se acomodaban a su situación en el gobierno de Vichy.

En poco tiempo la decisión de todo el componente polaco era que había que salir de allí e ir a Inglaterra. El problema era cómo. Afortunadamente los que sí estaban organizados eran los de la Resistencia Francesa y, desde el primer momento, se prestaron a la ayuda para intentar trasladar al grueso de los aviadores y mecánicos polacos a la costa del Cantábrico.

Era un contingente bastante amplio y se tuvieron que escindir en pequeños grupos para poder llegar hasta Burdeos en trenes de mercancías, carros de mulas o, incluso, en bicicleta. Pero consiguieron llegar.

Pero ahora venía el mayor problema: la costa estaba fuertemente vigilada por la Wehrmacht alemana. Poco a poco, y moviéndose de noche ayudados por los bravos franceses de la Resistencia, lograron alcanzar la línea costera y, en pequeños barcos pesqueros, huir de Francia con destino a la costa inglesa.

No fue una travesía fácil, pues el mar estaba fuertemente vigilado por la marina de guerra alemana, pero tuvieron suerte y, además la niebla que les cubrió la mayor parte del viaje, les ayudó a llegar a Inglaterra.

Fue un día ya de invierno cuando Robert junto a otros pilotos y personal de mantenimiento logró ver entre la bruma el puerto de Southampton.

Su primera sorpresa fue comprobar que todos los militares polacos fueron agrupados en amplios barracones. Allí tuvieron que rellenar un montón de papeles para explicar su graduación militar anterior, su trabajo, su experiencia de vuelo y, al final, pasar una entrevista personal con unos oficiales de la RAF.

Cuando Robert fue llamado se encontró frente a una mesa en la cual estaban sentados dos oficiales ingleses y un polaco que hacía de traductor.

—Siéntese por favor —dijo la persona que hacía la traducción.

—Puedo hablar en inglés sin problemas —respondió Robert.

Los dos oficiales ingleses levantaron la cabeza de los papeles que tenían delante y miraron a Robert con curiosidad.

—¿Dónde aprendió usted a hablar inglés? Lo habla prácticamente sin ningún acento.

—Mi madre es escocesa y siempre, desde que era pequeño, me ha hablado en su lengua materna.

Estuvo a punto de decir, en lugar de “es”, “era”. En el fondo no podía saber si su madre seguía viva o no.

Al traductor se le vio entonces en una postura incómoda, pues Robert hablaba el inglés bastante mejor que él.

Los dos oficiales británicos seguían escudriñando los papeles que tenían delante, que eran los formularios que había rellenado antes Robert.

—Por lo que dice aquí —dijo uno de los ingleses, de pelo canoso, abundante y algo rizado, mirando por encima de unas gafas que tenía apoyadas en la punta de la nariz—, usted nació en Alemania. ¿Es así?

—Sí, nací en Alemania. Soy de padre polaco y madre escocesa.

—¿Por qué salió de Alemania?

—Mi familia es judía. Incendiaron el negocio de mi padre y tuvimos que huir a Polonia para evitar que los nazis nos detuvieran. Nos fuimos a Polonia porque un familiar de mi padre residía allí.

—¿Se considera usted alemán o polaco? Robert meditó la respuesta antes de contestar.

—Mire usted, yo he nacido en Alemania; pero ahora tengo la nacionalidad polaca y, además, soy miembro de sus fuerzas armadas.

La habitación quedó en silencio. Al final uno de los oficiales de la RAF preguntó:

—¿Pero llegado el momento lucharía contra su patria? ¿Está dispuesto a eso?

Con paciencia, buscó las palabras exactas para contestar:

—Yo, como le he dicho, he nacido en Alemania. Pero también son alemanes muchos judíos y otras personas que, por razones de raza y religión, están siendo asesinadas o detenidas en Alemania. Mi padre fue ajusticiado con un tiro en la cabeza por un soldado alemán, sin misericordia y sin piedad. No sé qué ha sido del resto de mi familia directa, mi madre y mi hermana. Yo no es que quiera luchar contra Alemania, yo quiero luchar contra un partido: el Partido Nacional Socialista, que tiene sojuzgada a mi patria. Yo quiero ser un piloto más de las Fuerzas Aéreas Polacas, que pelean por la liberación de su país, invadido y destrozado por los alemanes en su parte occidental y los rusos en la oriental. Yo quiero luchar por la libertad.

Los oficiales ingleses se miraron entre ellos con cara de no comprender del todo la situación y, cortésmente, le dijeron a Robert:

—Puede retirarse.

 

***

 

Unos días más tarde les dieron a todos los pilotos polacos la graduación de “Second Liutenant”, independientemente de lo que habían sido antes en su vida militar, y les proporcionaron unos uniformes, iguales a los de los pilotos de la RAF pero llevando en la parte superior de una manga una pequeña bandera polaca.

Robert fue llamado al despacho de uno de los jefes que estaban haciendo las entrevistas.

Abrió la puerta de madera de la oficina y se quedó en posición firme esperando a que el inglés levantara la vista de los papeles que estaba revisando.

Dejó estos encima de la mesa mientras le decía:

—Póngase cómodo, por favor.

—He visto su expediente… Un tanto peculiar: un piloto de nacionalidad alemana pero que está integrado en las fuerzas aéreas polacas y…

—Permítame interrumpirle, mi capitán, yo he nacido en Alemania pero actualmente tengo nacionalidad polaca y pertenezco a las Fuerzas Aéreas de ese país.

El oficial británico se levantó algo molesto del asiento mientras decía:

—Por favor, no me interrumpa. Como le estaba diciendo, el problema más grave que tenemos ahora es que no podemos integrar en un escuadrón operativo a pilotos que no pueden hablar ni una palabra de inglés. Por lo tanto, lo primero, antes de empezar a volar, es que estas personas aprendan nuestra lengua. Por otra parte, usted tiene una ventaja indudable: habla nuestro idioma como un nativo de Inglaterra y también el polaco. Día a día llegan con cuentagotas más y más personas de las Fuerzas Aéreas Polacas y tenemos que clasificarlos y ver qué utilidad les podemos dar en esta guerra: si será en las Fuerza Aéreas o en el Ejército de Tierra o en la marina.

»Por eso hemos decidido que de momento usted se quedará en este lugar como oficial de enlace para ayudarnos en las entrevistas y en la selección y calificación del personal de las fuerzas armadas polacas que llegue aquí.

—¿Eso significa que no voy a formar parte de un escuadrón operativo? —preguntó Robert.

—De momento no. Por lo menos hasta que hayamos podido organizar y clasificar al personal polaco que arribe a estas costas.

 

 

Esta situación le causó un fuerte malestar a Robert. Pudo ver cómo sus compañeros pilotos pasaban destinados a diversas bases aéreas mientras él continuaba ayudando a la recepción de los polacos que, poco a poco y en diversos barcos, algunos procedentes de Francia, otros de España y unos pocos directamente del Mar Negro se iban incorporando a las fuerzas armadas inglesas.

A veces llamaba por teléfono a sus antiguos camaradas que, en plan de broma, le contestaban usando las pocas palabras de inglés que ya habían aprendido y le contaban cómo estaban ya volando los aviones Harvard para coger entrenamiento y acomodarse a la manera de operar de la aviación de la RAF.

 

***

 

Fueron unos meses decepcionantes para Robert. No tenía amigos, pues los polacos que llegaban pasaban escasos días en la zona para seleccionarlos y eran enviados inmediatamente a sus bases de destino; y con los ingleses apenas tenía relación. En parte le consideraban “el alemán”. Para él eran personas herméticas y muy cerradas. Además, el flujo de llegada de polacos cada día era más pequeño porque, los que habían escapado, ya estaban en Inglaterra y quedaban pocos que se incorporasen a la lucha.

 

***

 

Un día fue llamado al despacho por uno de los jefes ingleses. Acudió con cierto enfado y dispuesto a plantear su situación.

—Le tenemos reservado un nuevo destino, creo que le gustará. Robert se preguntó qué podría saber esta persona, que nunca había sido piloto, sobre su pasión por volar o lo que a él le podía gustar. Este oficial inglés era tan sólo un oficinista más del ejército.

—Tiene que presentarse en el Royal Aircraft Establishment en Farnborough. Aquí está la orden de marcha, los billetes de tren y el resto de la documentación.

Le dio una carpeta amarilla cerrada en la cual ponía por fuera escrito a tinta “Robert Stanco” y debajo la palabra “Farnborough”.

—¿Le puedo preguntar cual será mi misión en este lugar?

El británico contestó mientras arqueaba las cejas y trataba de hacer una mueca agradable, pero sin conseguirlo.

—No lo sé. Yo solo recibo órdenes, pero parece ser que usted es la persona idónea para ese trabajo. Nos han preguntado si había algún piloto que pudiese hablar alemán perfectamente. Usted habla alemán, supongo.

—Es mi lengua materna —replicó Robert.

—Está bien. Retírese.

Salió del despacho con una sensación extraña. Se imaginó que a lo mejor querían a alguien para interrogar a los prisioneros alemanes… Por lo menos saldría de esta oficina de selección que le sumía en el desánimo.

El viaje hasta Farnborough en tren le encantó. Por primera vez podía ver la verde campiña inglesa, sus casas y sus pueblos. Durante el trayecto pudo encontrar, dentro de la carpeta, un sobre lacrado, que en su parte exterior decía: “Presentar urgentemente al capitán Eric Brown”.

Farnborough era una base militar con un campo de aviación bastante grande. Mientras se aproximaba a la puerta, varios Spitfires se disponían a aterrizar. Se paró para ver su maniobra. Era la primera vez que podía admirar este extraordinario avión de caza. Le encantó el sonido suave y armonioso de su motor y la elegancia de sus líneas. Pensó, con envidia, si algún día le dejarían volar en él.

Después de presentarse ante los centinelas de la puerta y de preguntar por el capitán Eric Brown, le dirigieron hacia la parte de atrás de un hangar. Subió unas escaleras siguiendo a un soldado y éste abrió la puerta de su despacho. Sobre una mesa había gran cantidad de informes, papeles y manuales. La parte de atrás daba al interior del hangar. Robert trató de vislumbrar que había dentro de él, pero los cristales esmerilados le impedían saber cuáles eran los aviones que había al otro lado. Estuvo esperando unos minutos hasta que la puerta se abrió de golpe.

Entró una persona más joven que él. Era de pequeña estatura, pelo rubio, una faz agradable y vestido con una cazadora de vuelo. Se veía que acababa de volar en un avión, pues traía en su mano un casco de lona de piloto y unas gafas de vuelo.

Robert se cuadró y dijo en posición de firmes:

—Se presenta el segundo teniente Robert Stanco de la Fuerzas Aéreas Polacas.

Eric le tendió la mano mientras una agradable sonrisa le iluminó el rostro y le dijo:

—Siéntese y, por favor, póngase cómodo; como en casa.

Robert se quedó estupefacto cuando el capitán Brown le dijo esta frase en un perfecto alemán y con un acento culto y refinado de su lengua materna.

Eric siguió hablando en alemán.

—He visto su expediente. Extraordinario. Empezando en el vuelo a vela, la aviación más pura. Yo también hasta los quince años estuve en Alemania y allí aprendí a volar a vela. Pero, por lo que veo, usted fue uno de los pioneros, ¿verdad? Cuénteme: ¿empezó en Wasserkuppe?

Robert se sintió muy cómodo y empezó a relatar sus primeros saltos con los planeadores, los concursos de vuelo a vela, el desarrollo de los veleros…

De vez en cuando Eric le hacía alguna pregunta adicional para aclarar algunos términos.

Después Robert le contó la huida de Alemania, cómo siguió con el vuelo a vela en la universidad de Lwow, el ingreso en las Fuerzas Aéreas Polacas y la necesidad de abandonar Varsovia.

—¿Cómo se escapó desde Polonia? —preguntó Eric, pero al decir esta frase lo hizo en inglés.

Robert se dio cuenta que en el fondo estaba tratando de ver cuál era el dominio de ambas lenguas por él. Sin titubeos prosiguió la conversación con el capitán Brown en inglés contándole la huida en el velero Rekin hacia Rumanía.

Cuando acabó su relato, Eric, que aparentemente prestaba una atención enorme a lo que contaba Robert, dijo:

—Extraordinario. Veo además que usted maneja con una soltura increíble tanto el alemán como el inglés. ¿Quiere un té?

—Muchas gracias, me vendrá bien —respondió Robert que tenía la boca seca tras su largo relato.

Eric presionó un timbre de su mesa y apareció un soldado al cual le pidió que les trajesen una tetera y un par de tazas.

—Sabe ya cual va a ser su misión aquí, ¿verdad?

—Pues no. No me han dicho nada.

Entró el ayudante con la tetera y Eric sirvió una taza a Robert y después una para él mismo.

—Lo que hacemos aquí es de un secreto extremo y apelo a su discreción para que no haga comentarios sobre nuestro trabajo fuera de Farnborough. —Mientras degustaban la taza de té, Eric le dijo—: Yo viví toda mi juventud en Alemania. Allí estaba con mi familia, aunque ésta era inglesa. Me inicié en el vuelo también con catorce años. Tuve la inmensa suerte de que Ernest Udet me enseñara acrobacia y de conocer a Hanna Reitsch, que me inició en el arte del vuelo a vela. Desgraciadamente tuvimos que salir de Alemania un poco antes de que estallara la Guerra Mundial y aquí ingresé inmediatamente en la Royal Fleet Army como piloto de caza. Debido a mi conocimiento del alemán me destinaron aquí. —Apuraron el té y le dijo a Robert—. Sígame, vamos al hangar.

Bajaron una escalera y llegaron delante de una puerta que estaba custodiada por un soldado. Éste se cuadró militarmente cuando vio al capitán Brown y le permitió el paso.

Abrieron la pesada puerta de hierro y lo que vio Robert le dejó materialmente sin habla: dentro del hangar había un Heinkel 111, el avión de bombardeo que todos los días machacaba impenitentemente Inglaterra. Le estaban borrando la esvástica de la cola y poniéndole en el fuselaje las escarapelas de la RAF. El avión parecía impecable, como recién salido de fábrica. Más allá había un Messerschmitt 110, el caza de escolta de los alemanes, también en perfecto estado y con las escarapelas inglesas.

—¿Cómo… cómo han conseguido estos aviones? —preguntó Robert.

—El Bombardero Heinkel fue alcanzado por un disparo de la artillería antiaérea y le perforó los depósitos de combustible sin que, milagrosamente, ocurriera un incendio —explicó el capitán Brown—. En pocos minutos los motores se le pararon y el piloto consiguió aterrizar en medio de un prado casi sin daños. La tripulación fue hecha prisionera y el avión lo trajeron aquí desarmado. Los ingenieros y el personal de mantenimiento lo consiguieron reparar totalmente y están esperando a que lo volemos para evaluarlo y encontrarle los puntos flacos ayudando así a nuestros pilotos de caza a luchar contra este avión.

»El Messerschmitt 110, aunque no se lo crea, fue el despiste de un piloto alemán que aterrizó en Escocia después de perderse; creía que estaba ya sobre Alemania.

»Nuestra misión es, en primer lugar, interrogar a los pilotos alemanes para tratar de sonsacarles la manera de volar que tienen, los procedimientos que emplean para manejar estos aviones y traducir los manuales de vuelo y las indicaciones de los interruptores, los mandos y palancas del alemán al inglés. Una vez hecho esto, hay que volar el avión y evaluar sus características y su comportamiento para que nuestras tripulaciones sepan cómo hacerles frente.

—Pero los pilotos alemanes no querrán decirnos nada respecto a su avión —dijo Robert.

—Ésa tiene que ser nuestra habilidad: hacernos sus amigos sus camaradas y sacarles toda la información que podamos —replicó Eric.

 

***

 

Tres días más tarde, los dos entraron en una sala en donde tan sólo había una mesa y cuatro sillas.

Sentados estaban dos oficiales vestidos con los uniformes de la Luftwaffe: eran los pilotos del bombardero Heinkel.

Eric se aproximó hacia ellos tendiéndoles la mano que ellos en principio rechazaron pero que segundos más tarde apretaron sin ningún entusiasmo.

—¿Cómo se encuentran? ¿Están siendo bien tratados? Si tienen alguna queja les ayudaremos en la medida de lo posible —dijo Eric en su culto alemán—. Somos el capitán Eric Brown y el segundo teniente Robert Stanko. En primer lugar quería felicitarlos por su maestría y su habilidad por ser capaces de aterrizar con este avión con los dos motores parados en medio de la campiña. ¡Son ustedes unos extraordinarios pilotos!

Los dos alemanes estaban mudos, algo sorprendidos por las palabras de Eric.

Continuaron hablando toda la tarde de temas aeronáuticos casi intrascendentes. En un momento, Eric pidió un refrigerio y unos vasos preguntándoles si querían cerveza. Para demostrarles que no había trampa, tanto Robert como Erik se sirvieron de las botellas en primer lugar y después escanciaron el líquido en los vasos de los alemanes.

Robert habló del vuelo a vela, de los diseños alemanes y de sus pilotos de competición. Poco a poco el ambiente se fue haciendo más y más distendido. Pero cuando tocaban algún tema, en concreto algo técnico del bombardero Heinkel, los alemanes cerraban la boca. Entonces, inmediatamente Eric cambiaba de conversación pasando a temas como el fútbol o los castillos de Baviera.

 

***

 

Pasaron así tres días con ellos. A veces incluso salieron a dar una vuelta andando por el campo de vuelo, pero siendo siempre discretamente vigilados por unos soldados desde lejos.

Les mostraron los Spitfire y otros aviones que había aparcados y, poco a poco, con cuentagotas, les iban sacando algo de información sobre la manera de volar el Heinkel, su velocidad de aproximación, regímenes del motor y otros datos.

Cuando ya no les pudieron sacar nada más, los pilotos alemanes fueron llevados a un campo de concentración con el resto de los prisioneros de Alemania.

Mientras tanto, empezó el trabajo de traducir los manuales, los procedimientos y se preparó un guión para hacer los vuelos de prueba.

 

***

 

Una mañana, con cielo despejado y viento en calma, se dispusieron a volar el Heinkel. Dentro irían como pilotos Eric a los mandos, Robert para ayudarle y dos ingenieros que tomarían notas de las maniobras, velocidades y comportamiento del avión.

Robert sintió una emoción especial cuando subió a la cabina de aquel avión. Hacía muchos meses que había hecho su último vuelo.

Con paciencia pusieron los motores en marcha y estuvieron un rato rodando por el campo de vuelo para ver el comportamiento de los frenos y de los motores.

Por fin enfocaron la pista de despegue y, a la orden de Eric, lo iniciaron. Junto al Heinkel, un avión de la RAF les acompañaba para protegerlo en caso de que algún piloto despistado lo confundiera de verdad con un bombardero que iba a lanzar su carga mortífera.

Todo lo que iba diciendo Eric en voz alta lo iban apuntando los dos ingenieros cuidadosamente en sus cuadernos.

Al cabo de dos horas de vuelo Eric dijo:

—Robert, coge los mandos y vuélalo tú. A ver qué te parece.

Se sentó en el asiento del piloto y al instante se sintió otra vez en su elemento: él estaba hecho para esto, para volar. Cuidadosamente fue siguiendo las órdenes de los ingenieros sobre las maniobras a hacer: virajes, picados, vuelo lento, aproximación a la pérdida… Los ingenieros apuntaban y apuntaban sin parar mientras Eric ayudaba a Robert extendiéndole el tren de aterrizaje, o los flaps, o ajustándole la potencia de los motores. Se daba cuenta de cómo Robert estaba disfrutando al manejar el avión. Por eso, en lugar de ponerse él a volarlo, le dejó que siguiera haciéndolo Robert.

—Bueno, vamos al circuito de aeródromo para hacer varios aterrizajes.

Robert se iba a levantar del asiento del piloto para dejar a Eric, pero éste dijo:

—¡No, no! Sigue ahí. Aterriza tú el avión.

Esto le llenó de orgullo a Robert, ver que Eric confiaba en él. El primer aterrizaje le salió, por suerte o por habilidad impecable, suave y perfecto. Después hizo dos más, ya no tan buenos.

Eric dijo:

—¿Me permites que lo pruebe yo?

—¡Por favor! Y muchas gracias por dejarme —contestó Robert mientras se levantaba del asiento del piloto y Eric ocupaba su lugar.

 

***

 

Fueron bastantes días de pruebas y vuelos con el avión hasta que al final hicieron un largo informe para la RAF con las recomendaciones para los pilotos de caza ingleses sobre cómo debían de atacar al Heinkel y cómo saber sus puntos débiles.

 

 

Inmediatamente siguieron con el Messerschmitt 110. Una vez más el mismo proceso interrogatorio del piloto alemán en su propia lengua con varios días tratando de ganarse su confianza y de sonsacarle, a pequeñas dosis, información técnica. Cuando ya no podían ir más lejos, con los datos obtenidos se pasaba a la traducción al inglés de manuales, interruptores y pequeños carteles y avisos de la cabina. Después había que preparar las maniobras a ejecutar para probar el avión y salir a volarlo.

Pero el Messerschmitt 110 tan sólo admitía al piloto y al ametrallador. Por tanto sólo se subirían Eric y Robert en el avión y, mientras uno volaba, el otro debía ir haciendo todos los apuntes.

Robert se sintió muy cómodo trabajando con Eric; se compenetraba muy bien con él y cada vez tenían más confianza uno en el otro.

 

***

 

Fueron tres años en los cuales parecía que allí, en Farnborough, la guerra se desarrollaba en otro mundo. Pilotos, ingenieros y personal de mantenimiento y de los talleres trabajan todos juntos para desentrañar los misterios de los aviones alemanes. No era ya sólo el trabajo, sino también la convivencia entre ellos, pues casi constituían como una gran familia.

Poco a poco Robert fue uno de los protagonistas principales, no sólo por su habilidad como piloto, sino también por los conocimientos de alemán y de inglés, idiomas que podía hablar con total soltura.

Únicamente en sus semanas de asueto se acercaba a ver a sus antiguos compañeros polacos: los pilotos del escuadrón Kosciuzko. Allí el ambiente era totalmente distinto. Todos los integrantes del grupo eran pilotos jovencísimos, muchos apenas sobrepasaban los veinte años. Él, en esa base aérea, era como un anciano, como el padre de todos ellos. Pero admiraba el valor con el que se enfrentaban a los combates aéreos. Semana tras semana iban cayendo pilotos… unos no regresaban de las misiones, otros conseguían aterrizar o lanzarse en paracaídas de un avión el llamas con quemaduras tremendas y cicatrices que llevarían de por vida. No obstante, cuando llegaba la noche y el descanso, se trasladaban a bares y a clubs, buscando en la cerveza y en las generosas muchachas inglesas, un atisbo de alegría y desenfreno. Trataban de olvidar al compañero caído. Exprimían la vida como si el siguiente minuto fuera a ser el último de su existencia…

Robert se integraba con ellos en ese ambiente que tenía muy

poco que ver con el academicismo, seriedad y trabajo técnico que desarrollaba en Farnborough. Pero cuando después de haber pasado unos días con los pilotos del escuadrón Kosciuszko, volvía a su trabajo, lo hacía con una conciencia de culpa. Él estaba allí seguro, dentro del peligro relativo que representaban los vuelos de prueba, mientras el resto de los pilotos polacos combatían con fiereza en el aire día a día enfrentándose a un enemigo fuerte y bien armado. Luchaban por tratar de doblegar a Hitler, con la esperanza de que eso hiciese que al final su patria, Polonia, fuera liberada de los dominios alemán y ruso. Se sentía íntimamente culpable de no estar cooperando para la salvación de los polacos… de la salvación de su familia de la cual no podía saber cual era en ese momento su destino. Desde que empezó la guerra había sido imposible tener ninguna noticia de su madre, de su hermana, Gretel, o del destino de la familia de Klara, aunque circulaban rumores de que los alemanes recluían en campos de trabajo a todos los judíos.

 

***

 

En Farnborough volaba los aviones alemanes pero también aprendió a manejar los mejores aparatos ingleses, pues tenían que hacer combates simulados con ellos para evaluar las ventajas e inconvenientes respecto a los aviones de Alemania.

Así, mientras Eric volaba algunos días el aparato que habían conseguido después de un aterrizaje forzoso en Inglaterra, Robert lo hacía en un Spitfire o un Hurricane enzarzándose en virajes, picados y maniobras al límite para ver las ventajas de uno y otro en ese aspecto.

Poco a poco empezaron a formar nuevos pilotos de prueba

para que les complementaran en su misión. Por lo general solían ser pilotos de caza que, después de bastantes misiones, les daban este destino como un “premio merecido” tras una larga temporada luchando en los cielos.

Una tarde, tomado un té, Eric le preguntó:

—¿Estás verdaderamente contento con este trabajo? Te noto últimamente más introvertido y menos centrado en estos vuelos de prueba.

Robert meditó un poco antes de responder.

—Mira Eric, me siento como un emboscado… casi te diría que como un cobarde que huye de sus obligaciones.

—Perdona, pero no te entiendo.

Robert dio un largo sorbo a su taza y se limpió los labios. Dejó ésta sobre la mesa e, inclinándose hacia su interlocutor como buscando más intimidad, dijo:

—Yo vine aquí para luchar por la liberación de Polonia. Únicamente me destinaron en Farnborough por mis conocimientos del idioma alemán. Pero mis compañeros polacos combaten, pelean, vencen o mueren… Y mientras, yo estoy aquí sin hacer nada para apoyar la independencia de Polonia. Vivo en la retaguardia sin peligros ni riesgos. En mi fuero interno me siento como un cobarde que elude su responsabilidad en la vida.

Eric cogió una pasta que había sobre una bandeja en la mesa, le dio un pequeño bocado y, recostándose en la silla, respondió:

—¿Con eso me quieres decir que entonces yo también me debo considerar un cobarde que huye de la primera línea de frente para estar aquí volando sin riesgos?

Robert en un principio se encontró sin argumentos ante esta pregunta. Meditó un instante antes de responder sin herir los sentimientos de Eric.

—Cada uno tiene su propia manera de pensar. Compréndelo, yo pertenezco a las Fuerzas Aéreas Polacas, soy un integrante de ellas que vino aquí para luchar contra los que han invadido Polonia. Tú eres inglés aunque, como yo, hayas vivido muchos años en Alemania. Pero eres un oficial de la RAF, y este puesto que te han dado es importante para el devenir de la guerra en el aire.

—Sabes que lo que aquí hacemos salva vidas de cientos de pilotos nuestros al decirles cómo deben luchar y cómo deben atacar a los aviones alemanes al descubrirles sus puntos flacos —dijo Eric con un deje de irritación.

—Sí, ya lo sé. Pero yo no puedo evitar ese sentimiento de culpa que me invade; es algo superior a mis fuerzas —respondió Robert con firmeza.

Se hizo un silencio algo embarazoso entre ellos. Ambos apuraban las tazas de té en silencio hasta que Eric habló.

—¿Sabes que edad media tienen los pilotos de los escuadrones de caza?

—Sí, ya lo sé, yo casi podría ser hasta su padre; son muy jóvenes. Pero, ¿piensas que no tengo una habilidad y experiencia mayor volando que esta aglomeración de chiquillos que se enfrentan a los alemanes?

La pregunta dejó un tanto en suspenso a Eric.

—Sinceramente pienso que no sólo tienes mucha más habilidad que ellos, es que eres un piloto… podríamos decir… casi fuera de serie. Pero mi duda es si tienes la resistencia moral y la determinación que se necesita para ser un piloto de caza. Eso es algo que da la juventud. Tú ya estás en la treintena, no como el resto de los pilotos que apenas sobrepasan los veinte años.

—Me gustaría intentarlo. Creo que debo hacerlo —respondió secamente Robert.

Eric se empezó a levantar de la mesa pero, antes de hacerlo, se dirigió a Robert mirándolo fijamente.

—Eres alemán de nacimiento. ¿Serías capaz de luchar contra tu propia patria?

Casi con rabia la respuesta de Robert sonó como un latigazo.

—¡Yo no tengo nada en contra del pueblo alemán, ni en contra del pueblo ruso! Yo quiero luchar contra Adolf Hitler y contra Joseph Stalin. ¡Ellos son los responsables de invadir Polonia, de masacrar a los polacos, de matar a mi padre y de secuestrar a mi familia!

 

***

 

A partir de ese día las relaciones entre Eric y Robert fueron algo distantes. Seguían trabajando juntos con total profesionalidad, pero después de los vuelos ya no se reunían para tomar unas cervezas o intercambiar opiniones.

Mientras, continuaban las evaluaciones y vuelos de prueba de los aviones alemanes que conseguían reparar después de aterrizajes forzosos a resultas de combates o fallos mecánicos.

También iban incorporándose nuevos pilotos de la RAF a este cometido.

 

***

 

Ya a principios del año 1944 un día, al acabar Robert un vuelo de prueba de un bombardero Dornier alemán, y mientras rellenaba junto a los mecánicos e ingenieros los partes de vuelo y el informe de evaluación, entró un soldado y le dijo de una manera solemne y en posición rígida:

—El capitán Brown le requiere en su despacho.

Robert terminó de rellenar los formularios. Siempre pensó que ésta era la parte más ingrata de su trabajo, y se dirigió a las oficinas que había en la parte trasera de uno de los hangares.

Llamó a la puerta con suavidad.

—¡Adelante! —La voz de Eric sonó firme.

Estaba sentado detrás de una mesa llena de papeles por todas partes. Nunca había sido su fuerte el orden, aunque decía siempre que se movía en un “caos controlado”.

—¡Ah! Eres tú, Robert.

—Sí. Me dijeron que me llamabas.

Eric empezó a rebuscar entre la miriada de papeles esparcidos sobre la mesa de despacho hasta que encontró una comunicación oficial. Sin decir palabra se la dio a Robert mientras aparentemente seguía trabajando en otros informes.

Ahí, de pie, leyó lo que decía en este escueto escrito: la semana siguiente se incorporaría al escuadrón Kosciuzco para volar en él como parte de uno de los jefes de escuadrilla siendo cesado en sus trabajos como piloto de pruebas en Farnborough.

Se quedó inmóvil, como paralizado. Eric le sacó de su abstracción:

—Era lo que querías, ¿no?

Robert no supo articular palabra. Iba a darle las gracias pero Eric preguntó cambiando de conversación mientras seguía con la vista fija en alguno de los papeles de la mesa:

—¿Qué tal ha ido el vuelo en el Dornier?

—Bien… bien… Queda todavía concluir la evaluación de los ataques simulados con el Spitfire, ya sabes.

—Por favor, puedes retirarte. Tengo bastante trabajo.

Robert saludó militarmente, algo que no solía hacer cuando estaban los dos en privado, y salió de la oficina.

Tenía un sentimiento ambiguo y extraño. Iba a ser ahora un piloto de caza, pero no sabía bien si al final esa era una decisión acertada. Sí, siempre había dicho que quería ir al frente… pero quizás sabiendo que nunca lo conseguiría. Ahora tendría que luchar de verdad en el aire, en combate contra sus enemigos, jugarse la vida como habían estado haciendo sus compañeros polacos.

 

***

 

Cuando se incorporó al escuadrón Kosciuzco lo primero que le sorprendió es que no conocía ya apenas a ninguno de sus integrantes. Todos los componentes que se escaparon con él desde Polonia o bien habían muerto o bien estaban ya relevados y en otros destinos más cómodos después de muchos meses en primera línea de combate.

Se presentó al Wing Commander, el cual no le recibió de muy buena gana. Le hizo algunas preguntas sobre su años volando, las horas que tenía y la experiencia en combate. Al decir Robert que nunca había hecho misiones de guerra su interlocutor se quedó un tanto sorprendido. ¿Para qué le mandaban entonces a este piloto mayor si nunca había experimentado una lucha en el aire en un avión de caza?

Tampoco fue recibido con agrado por el resto del grupo de pilotos. En su fuero interno pensaban que, dada la edad de Robert, iban a llevar a un pasajero en la cabina del avión más que a un combatiente que se pudiera integrar en el grupo.

 

***

 

En unos días empezaron los vuelos de entrenamiento para adaptarse a las tácticas de combate. Como Robert ya había volado bastantes horas el Spitfire en Farnborough, no le tuvieron que soltar en el avión. Desde el primer día de vuelo intentó dar lo máximo de sí mismo y dejó bastante sorprendidos a sus colegas y al Wing Commander por la habilidad con la que pilotaba el avión. En los combates simulados salía en general victorioso y ganaba a sus oponentes pues la experiencia total de vuelo era muy superior a la de los jóvenes pilotos del escuadrón. Además, había hecho muchos ataques aéreos simulados cuando estaba en Farnborough para evaluar las características de los aviones alemanes en comparación a los Spitfire ingleses.

Después de una semana de vuelos los componentes del escuadrón le tenían ya un cierto respeto y admiración, sobre todo debido a que Robert les contaba cómo volaban los aviones alemanes que él había pilotado en los vuelos de evaluación, dándoles trucos y consejos sobre cómo combatir en el aire contra ellos.

Una semana después empezó con las prácticas de tiro con el Spitfire ya que nunca había disparado una sola bala desde un avión.

—Mañana saldrás conmigo como mi “punto” en la misión que hagamos de escolta de los bombarderos hacia Alemania. Prefiero que vueles en mi flanco unas cuantas veces antes de que te conviertas en un piloto más del escuadrón —le dijo el Wing Commander después de una misión simulada de tiro aire-tierra.

 

***

 

Robert durmió poco esa noche. Estaba inquieto. Al día siguiente vería lo que era la batalla aérea de verdad. Se habían acabado ya las prácticas y las simulaciones.

Amaneció un día despejado y sin viento, ideal para volar. Después del briefing sobre la misión que dio el Wing Commander, éste le dijo:

—Mantente cerca de mí, procura no retrasarte y cubre siempre mi flanco cuando ataque. No intentes derribar ya tu primer avión. Tu misión es protegerme y cubrirme para que yo pueda atacar a los aviones enemigos. Ya tendrás tiempo más adelante para conseguir derribos.

Cuando se subió a la cabina del avión para ponerlo en marcha empezó a notar aquella sensación extraña en el estómago, esa inquietud que recordaba de cuando tenía catorce años y por primera vez iba a volar en un planeador.

Todo se le pasó en cuanto estuvo en el aire volando a la derecha de su jefe.

Se dijo a si mismo: «Haz las cosas como tú sabes. Tienes más experiencia y habilidad que todos los que están alrededor de ti, y también de tus posibles oponentes».

Fue una misión sin historia. Tan sólo atacaron a la formación de bombarderos unos pocos cazas alemanes, pero muy lejos de la posición que él ocupaba.

No entró en ningún momento en combate.

Voló durante toda una semana como punto del Wing Commader, pero sólo hizo un ataque de verdad. Fue contra un bombardero Heinkel, al cual ametrallaron y que, debido a que las armas de su jefe se encasquillaron, él tuvo que rematar el ametrallamiento.

Por esto fue recibido con todos los honores al aterrizaje: se había anotado el primer derribo en conjunción con el Wing Commader.

Éste, después de darle la enhorabuena, le dijo:

—Mañana ya sales tú solo con tu escuadrilla.

 

***

 

Toda la primavera estuvo cogiendo experiencia y sintiéndose ya más seguro en el aire. Los demás pilotos le tenían en buena estima por su habilidad y, a la hora del asueto por la noche, le admitían, pese a su edad, como uno más en los clubs o bares cercanos.

Únicamente las chicas que tomaban copas con los pilotos le trataban con una deferencia especial, cosa que él no agradecía pues quería ser uno más en el grupo de aviadores.

 

***

 

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