Holly

Holly


Capítulo 2

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Capítulo 2

Holly hizo un movimiento rápido para aguzar sus sentidos cuando oyó unos sonidos por encima de su cabeza. Estaba encogida formando una bola, solo llevaba las bragas, las botas altas y el reloj, y estaba medio cubierta entre capas de escombros, intentado protegerse del frío. Le dolía el cuello de tanto gritar pidiendo ayuda, y tenía los ojos enrojecidos de haber llorado por el miedo y la frustración.

El pozo estaba oscuro como el túnel de una mina, y hacía ya mucho rato que la batería de su cámara se había agotado, de modo que estaba helada. Aunque no la podía ver, sabía que por encima de su cabeza, colgada fuera de su alcance, estaba la cuerda que había hecho con su ropa. Después de dos horas de trabajo, había conseguido enganchar una tira de sus sostenes en un clavo (moderno, no de los cuadrados) que salía de una tabla caída a un lado de la boca del pozo. No intentó sujetarla a una de las tablas carcomidas del suelo por miedo a que se rompiese al cargar su peso.

Le había llevado horas, pero finalmente había conseguido enganchar la tira en el clavo.

Ya estaba a más de la mitad de la altura cuando la cuerda se rompió. Una costura de su camiseta había cedido y Holly había caído otra vez al fondo. Lo que quedaba de la cuerda estaba colgado dos palmos por encima de sus brazos estirados. Había saltado y maldecido, pero en vano.

La oscuridad llegó pronto a las montañas, y con ella el aire frío. Holly estaba sola en el bosque, atrapada en un pozo rebozado con cemento y prácticamente desnuda. Si conseguía sobrevivir esa noche, ¿cuánto podría aguantar? Si llovía tendría agua para beber, pero dentro del pozo haría aún más frío.

Después de ponerse el sol y extinguirse la luz, Holly hizo lo que pudo para preparar un cobijo con los restos que había en el suelo. Necesitaba ponerse algo debajo y también encima para protegerse del frío.

En ningún momento se permitió a sí misma pensar en el hecho de que nadie sabía dónde se encontraba. El coche estaba tan escondido entre los árboles que podían pasar semanas antes de que alguien lo viese. Y si veían el coche, ¿qué? Estaba en una zona turística, y por todas partes se veían coches curiosos aparcados.

Ni se permitió imaginar que podían pasar semanas antes de que sus padres se preocupasen por su desaparición. «¿Por qué tengo que ser tan independiente?», se dijo apretando los brazos contra el pecho desnudo. Desgraciadamente, en ella no era nada extraño cambiar el itinerario en el último momento y no aparecer por donde había dicho que estaría.

—Casas viejas —dijo, poniéndose ramas de enredadera secas por encima, y soltando gemidos porque tenían espinas. Su apego por las casas antiguas era su perdición.

Presionó el pequeño botón de la luz de su reloj y vio que solo eran las diez. Hubiese dicho que serían las tres de la madrugada. Tenía muchas horas por delante antes de que pudiese sentir el calor del sol.

Cuando oyó por primera vez el ruido por encima de ella, abrió los ojos y todos sus sentidos se pusieron en alerta. Había oído ruidos amortiguados de animales que rondaban por ahí, pero este era distinto. Esta vez el ruido procedía de algo más grande.

—¿Hola? —dijo una voz de hombre—. ¿Hay alguien ahí?

Holly estaba tan aturdida por el frío, el hambre y el miedo que al principio no pudo responder. Cuando intentó hablar, su cuello se cerró por completo.

Al oír que los pasos empezaban a retirarse, sintió pánico y empezó a golpear la pared. Cogió una tabla podrida y la lanzó hacia arriba.

—¡Aquí! —consiguió articular—. ¡Estoy aquí!

Contuvo la respiración cuando los pasos que oía por arriba se detuvieron y volvieron. Al cabo de un segundo, una linterna la iluminaba.

Instintivamente, Holly cruzó los brazos por encima de su pecho desnudo.

—¿Estás bien? —le llegó una voz de hombre desde arriba. No le veía la cara por detrás de la luz.

—Sí —respondió—, solo tengo frío.

—Espera un minuto —dijo, y Holly oyó un crujido.

Al cabo de unos segundos, una camiseta todavía caliente de su cuerpo le cayó sobre la cara. Tiró de ella, la mantuvo sobre su cara un momento y pasó los brazos por las mangas.

—Gracias —dijo mirando hacia la luz.

—Ahora escúchame —le indicó con voz tranquilizadora—. Tengo que apartar la luz unos minutos, mientras busco algo con qué sacarte de ahí. ¿Estarás bien?

—No vas a dejarme, ¿verdad? —Holly oyó el tono suplicante de su voz, notó su miedo.

—¿Dejar a una chica bonita desnuda en un pozo? ¿Crees que estoy loco?

Holly no hubiese ni imaginado que podía sonreír, pero no pudo evitarlo. Cuando él apartó la luz, ella se cubrió el cuerpo con los brazos, ahora enfundados en la camiseta de manga larga, y esperó.

—¡Los suelos están podridos! —gritó hacia él.

—Eso imaginaba —respondió, para que supiese que no estaba lejos.

Holly veía la luz de su linterna ir y venir por la vieja casa. La luz se detuvo en la cuerda que ella había hecho colgada de una tabla caída.

—He intentado hacer una cuerda —explicó innecesariamente. Quería que su voz la tranquilizase.

—¿Es esto lo que ha sucedido? Creí que estabas tomando la luz de la luna.

Holly se relajó un poco más y sonrió. No veía la cara del hombre, pero hasta ahora no había apreciado a nadie tanto como le apreciaba a él —el hombre que había venido para salvarla.

—¿Cómo me encontraste?

—Una mujer me envió la policía.

Eso no tenía ningún sentido.

—¿Quién te envió la policía? ¿Por qué?

De vez en cuando, la luz caía dentro del pozo y siempre daba sobre el esqueleto de algún animal.

—Al parecer, no te presentaste a la cita con la empresa de mudanzas.

Holly los había olvidado por completo.

—¡Es cierto! —exclamó—. No fui. ¿La empresa de mudanzas dio aviso de mi desaparición?

—No, informaron de que estaban furiosos. Pasaron por la tienda del extremo sur del lago y explicaron a los propietarios que la hija mimada de algún pez gordo del gobierno les había dado plantón.

Holly hizo una mueca. Como su padre era embajador, casi siempre daban por sentado que era una chica mimada y que despreciaba a la «gente de abajo». Oyó como movía algunos objetos.

—¿Y qué tiene que ver eso contigo? ¿Puedo preguntarte quién eres?

—Nick Taggert —respondió—, pero no nos conocemos. Por lo menos yo no te conozco. ¿Sigues bien?

—Sí —dijo—, pero no dejes de hablar. ¿Cómo es que intervino la policía en esto? ¿Vio alguien mi coche?

—No.

Él estaba tirando de algo y ella temía que el suelo cediese y terminase atrapado en el pozo con ella. Pero entonces podría encaramarse a sus hombros y salir, bueno, a menos que él se rompiese una pierna al caer.

Holly intentó aclararse las ideas. Él estaba hablando.

—El hombre de las mudanzas paró en la tienda para comprar algo de beber y contó a la dependienta que no te habías presentado a la hora convenida. Entonces ella llamó a la policía para avisar de un posible secuestro, y dijo quién era el secuestrador.

«¿Tú? ¡Oh, no!», pensó Holly. ¿La estaba rescatando un criminal? ¿Qué planeaba hacerle una vez saliese del pozo? No sería que había rebozado el pozo con cemento a fin de utilizarlo para cazar a mujeres desnudas, ¿no?

Holly se cubrió la cara con las manos un momento y se dijo a sí misma que debía calmarse.

—Sí, yo —respondió—. La policía aporreó mi puerta y pidieron que les contase qué había hecho contigo.

—¿Por qué tenía alguien que pensar que tú me habías raptado?

—A ver esto —dijo el hombre mientras ella oía que golpeaba con algo una pared del pozo. Cuando dirigió la luz hacia abajo, ella vio un grueso tallo de enredadera—. Deberías cubrirte las manos con los puños de la camiseta y agarrarte a esta planta mientras yo tiro de ti. Te vas a arañar las rodillas, pero… Espera un minuto.

Holly oyó como un frufrú, y luego un objeto blando cayó a sus pies. Eran sus pantalones tejanos. Te protegerán el cuerpo mientras te subo.

Holly intentó ponerse los tejanos por encima de las botas, pero no pasaban, de modo que tuvo que desatárselas.

—¿Puedes cogerlas?

—Lo intentaré —respondió él, y cogió sus botas sin dificultad.

Holly se puso los tejanos, se bajó los puños de la camiseta y cogió el tallo de la planta.

—No lo sueltes —indicó él—. Agárrate al tallo con los brazos y las piernas y cúbrete la piel para no arañarte.

—De acuerdo —susurró Holly, y acto seguido se agarró con todo su cuerpo a la enredadera, sosteniéndose así mientras él tiraba. Al subir pensó: «Sea quien sea, sin duda es fuerte».

Cuando llegó arriba, las manos de él estaban allí para sostenerla, y llevada por la sensación de alivio del momento, le rodeó el cuello con los brazos. Durante un momento lloró; él la abrazó y le acarició el pelo.

—Schsss, tranquila. Ya estás a salvo —al cabo de unos segundos, la apartó con delicadeza—. Salgamos de aquí, ¿quieres?

Cuando Holly dio un paso atrás para apartarse de él, oyó un ruido sordo, seguido enseguida por otro. Cuando él dirigió la linterna hacia el pozo, vio que sus botas se habían caído dentro.

En medio de la oscuridad, levantó los ojos hacia el hombre. No le veía la cara, ni él la de ella, pero ambos sabían que ella estaba haciendo una pregunta. ¿Cómo iba a andar por fuera descalza?

—De acuerdo —concedió—. Quédate la camiseta, devuélveme los pantalones y te sacaré a hombros de aquí. ¿Te parece un buen plan?

—Perfecto —afirmó mientras se apoyaba en su brazo para no caerse mientras se quitaba los pantalones. No era necesario, y tal vez Holly hubiese debido protestar, pero él continuó dirigiendo la linterna hacia ella; incluso después de que se quitase los pantalones siguió iluminando sus piernas. Holly se alegraba de haber pasado tanto tiempo trabajando fuera últimamente.

Además, era extraño, pero le parecía que nunca había estado tan cerca de un hombre como lo estaba de este ahora. Es decir, exceptuando a Lorrie. Ahora bien, debía admitir que Lorrie era la excepción a cualquier situación.

Él se puso los pantalones casi con una sola mano, mientras dirigía la luz hacia ella. Unos segundos más tarde preguntó: «¿Lista?», y ella supo que le estaba dando la espalda.

En su vida había experimentado nada tan erótico como ese paseo. El hombre era delgado, esbelto y musculado. Él estaba desnudo de cintura para arriba y ella tenía las piernas desnudas. Le puso las piernas alrededor de la cintura, cruzó los tobillos, colocó los brazos alrededor de su cuello y apoyó su mejilla sobre su cálida piel.

—Mi héroe —dijo, intentando hacer una broma, pero había sido demasiado sincera para hacerle reír.

—Cuando quieras —indicó, cogiéndole los tobillos con una mano y llevando la linterna en la otra.

Holly, por fin liberada del miedo a morir en ese pozo, sintió el calor de su piel, y mientras avanzaban por el bosque notó cómo su cuerpo se relajaba.

—No te duermas —la avisó—. Te has caído sobre un suelo de cemento. Si tienes una conmoción cerebral, debes permanecer despierta.

—Hablas como un médico —murmuró, sintiendo deseos de besar su cálida piel.

—Son las normas básicas de socorro —replicó—. No te duermas.

—Mmmm —respondió arrimándose más a él, pero entonces se despertó rápidamente—. ¡Oh! ¿Por qué lo has hecho? —le había dado un fuerte pellizco en la pantorrilla.

—¡No te duermas!

—Tengo ganas de darme un baño, un baño caliente muy largo, y…

—Dormirte en la bañera y ahogarte. No te he salvado para perderte después. Vas a venir a casa y te vigilaré toda la noche.

—Mmmm —dijo con voz soñolienta.

Entonces se detuvo y ella notó sus movimientos, estaba abriendo la puerta de un coche. El de ella.

—Ese tono es el causante de que esto haya empezado, en un principio.

Girándose, la dejó en el asiento del pasajero y rápidamente se fue hacia el otro lado del coche.

«¿De qué demonios está hablando?», se preguntó Holly. La puerta del conductor se abrió, se encendió la luz interior del coche y él se sentó en el asiento del conductor.

Con los ojos muy abiertos, Holly vio que su salvador era el hombre al que había visto en la cafetería, el hombre tan atractivo que había dado una vuelta en moto. El hombre que era amigo del aficionado a los camiones. El hombre al que había apodado Cielo.

Cerró la puerta y la luz se apagó, pero no arrancó el coche.

—La mujer de la tienda dijo que habías estado devorándome con los ojos y que había visto como tu coche giraba hacia mi lado del lago. Cuando no te presentaste a la cita con los de las mudanzas, la mujer llamó a la policía y les contó que probablemente yo te había raptado.

—Lo siento —murmuró Holly. Dentro del coche estaba tan oscuro como lo estaba antes el pozo.

Holly estiró el brazo y le cogió la mano. Era del todo consciente —vibrantemente consciente— de que su mitad inferior y la mitad superior de él estaban desnudas. Llevaba poca ropa y gran parte de su cuerpo estaba descubierto. Recordó el frío del pozo y ansió sentir un poco de calor.

—Tan solo te miraba, pero ella creyó… —Holly no terminó la frase, no sabía muy bien qué decir para explicarse. Cogió la mano de él entre las suyas—. ¿Qué te indujo a venir a buscarme?

—La lógica —explicó—. Si no estabas donde se suponía que debías estar, y habías girado hacia este lado del lago, tal vez tenías problemas.

—Me he pasado horas ahí dentro —aseveró. No pretendía decirlo como una crítica por haber tardado tanto, pero sonó como si lo fuese—. No quería…

—No pasa nada. Tardé un poco en superar la injusticia de la acusación antes de que en mi cabeza se impusiese la lógica.

—Injusticia de la acusación —repitió ella sonriendo—. ¿Qué significa eso? ¿Que a las mujeres nunca las secuestran los hombres? ¿En particular los hombres que llevan motos y tienen un cobertizo secreto?

—¿Un cobertizo…? —empezó él. Holly no le veía la cara, pero notaba que se había vuelto hacia ella—. Eres una fisgona, ¿verdad?

—No. Esa mujer temía que me casase contigo y terminase trabajando en una tienda de comestibles junto a un lago y sintiéndome celosa de mi hermana, que conduciría un Mercedes, de modo que me habló de ti.

Él se puso a reír, y mientras lo hacía levantó la mano y la acercó a la cara de la muchacha. Tal vez iba a palpar su cabeza por si tenía algún chichón, pero Holly se sentía demasiado cerca de él para eso.

Se movió hacia él, y cuando su mano rozó sin querer su pecho, sintió que por dentro ardía. Era un fuego prendido por la vida, por la alegría de continuar viva.

Él la atrajo con sus brazos mientras ella se inclinaba hacia él, por encima del cambio de marchas.

—Tenía tanto miedo… —dijo apoyando la boca en su hombro.

—Yo también. Vi tu coche oculto bajo los árboles y supuse que te pasaba algo malo. No sabía si podría sacarte de ese pozo o no.

—Pero lo hiciste —susurró, con los labios cerca de los suyos—. Me has salvado.

—¿Significa eso que ahora me perteneces? —susurró él bromeando, y la besó en la mejilla.

—Creo que tal vez sí —respondió ella, y movió la boca para que pudiese besarla. Abrió la boca bajo la de él, y cuando sus lenguas se tocaron, gimió.

En unos segundos, su alivio se había convertido en deseo, y la poca ropa que llevaban se la quitaron. Cuando la rodilla de Nick se dio con la palanca del cambio, los dos se deslizaron por la abertura entre los asientos envolventes hacia la exigua parte posterior del Mini.

Sus piernas, brazos y torsos se entrelazaron, y sus labios y lenguas besaban, acariciaban y lamían. Ahora totalmente desnudo, Nick se echó sobre su espalda y colocó a Holly encima de él. Ella lanzó un grito y luego usó toda su energía contenida y la sensación de que este hombre la había devuelto a la vida para mover su cuerpo encima de él en un crescendo de éxtasis.

Nick permaneció tendido, con las manos puestas sobre las caderas de ella, levantándola, ayudándola, hasta que no pudo aguantar más. Entonces dobló las piernas, la tendió de espaldas sobre el asiento y empujó con fuerza dentro de ella, una, dos, cuatro veces, hasta que se dobló sobre su cuerpo, completamente sudado, saciado y satisfecho.

Debajo de él, Holly sonreía con los ojos cerrados. Se sentía extasiada, realmente extasiada.

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