Holly

Holly


Capítulo 3

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Capítulo 3

—Y ahora, ¿qué? —dijo Nick al cabo de unos momentos.

Holly supo a qué se refería. ¿Quería que la dejase en algún sitio? ¿Dejar que fuesen otras personas quienes la vigilasen toda la noche para que no se durmiese? Pero había dicho que él iba a cuidar de ella. Holly no respondió, sino que mantuvo su cuerpo inerte sobre el asiento, con un brazo cayendo sobre el suelo.

—¿Señorita Latham? —preguntó, apartándose de ella, intentando verle la cara en la oscuridad—. ¿Señorita Latham?

Holly siguió sin responder, fingiendo que estaba dormida. Nick se sentó.

—Me pregunto cuánto podría pagar su padre por su rescate —dijo en voz baja.

Los ojos de Holly se abrieron enseguida, él la iluminó con la linterna y se sonrieron.

—¿Significa eso que quieres venir a mi casa? ¿Y que sea yo, el hombre de la moto, quien se ocupe de que no te duermas?

Holly notó como se ruborizaba. Era lo bastante guapa para no haber necesitado nunca ir detrás de ningún hombre. Eran ellos los que la perseguían. Y con todos los hombres por los que ella se había interesado, siempre había sido él quien llevaba a cabo toda la persecución.

No le veía la cara, pero a pesar de lo que acababan de hacer, apenas le conocía.

—Yo… —empezó Holly, pero se limitó a sonreír—. La verdad es que quiero ver qué hay dentro de tu cobertizo.

Al oírlo, él se echó a reír. Su risa, profunda y sonora, hacía que Holly se sintiese segura.

—De acuerdo, el cobertizo —dijo él, y abrió la puerta para salir.

Cuando se encendió la luz del coche, Holly se puso la camiseta y le observó. Tenía las piernas tan largas que no entendía cómo había podido pasar por el espacio entre los asientos delanteros. Le dio la espalda mientras se ponía los pantalones, de modo que Holly pudo lanzar una larga mirada a su espalda, a los músculos que se le marcaban por debajo de la piel y que se afinaban al llegar a la delgada cintura. Tenía un trasero precioso: fuerte y firme, y sus piernas estaban muy musculadas. ¿Se debería al hecho de que estaba siempre poniendo y quitando motores a los camiones?, se preguntaba Holly.

Sonriendo, todavía feliz porque estaba viva, no quiso pensar en lo que estaba haciendo y en lo que había hecho. No era una mujer moderna, respecto al sexo. Más de un novio le había dicho que era un salto atrás hacia la edad media. Holly era el tipo de chica que no dejaba que un hombre la besase hasta la tercera cita. El sexo quedaba a meses vista. Había oído hablar de ligues de una noche, pero eso no era para ella.

Nunca lo había dicho, pero pensaba que su actitud era resultado de haberse enamorado —tal como ella lo veía— de Lorrie siendo tan joven. Le había querido y no hubo sexo. Tal vez todavía estaba buscando ese ideal. O tal vez en su cabeza el sexo y el amor no iban juntos.

Mientras Nick se vestía, ella se puso las bragas (las encontró debajo del asiento de delante) y se deslizó al asiento del pasajero. Cuando él entró en el coche y arrancó el motor, ella miró hacia la carretera.

—Iré a casa mañana —dijo en voz baja—. Mis padres me esperan.

No quería entrar en detalles, ni siguiera en su mente, sobre lo que intentaba decir. ¿Le estaba diciendo que era lo bastante bueno para salvarla, lo bastante bueno para practicar el sexo con ella, pero no lo bastante bueno, digamos, para que le viesen en público con ella?

Sin embargo, él parecía entenderlo perfectamente.

—Así es mejor que aprovechemos al máximo esta noche, ¿no?

—Sí —respondió Holly, cerrando los ojos un momento y pensando que se había vuelto loca. No quería herirle.

—¿Te espera alguien? —preguntó él.

—Sí. Tal vez. Creo. No he… —se detuvo porque él había apartado el coche a un lado de la carretera, había encendido la luz de dentro y la estaba mirando.

—Mire, señorita Latham —declaró levantando la mano para indicarle que no dijese nada—. No pasa nada porque no me digas tu nombre de pila. Si te preocupa que me enamore de una chica de la alta sociedad como tú porque hemos pasado una noche juntos, y que me pase el resto de mi vida suspirando por ti, te equivocas. Rompí con una mujer hace unas semanas y no he estado con nadie desde entonces. Lo que necesito es sexo sin ninguna posibilidad de oír las palabras relación, compromiso y, sobre todo, matrimonio.

»Lo que me preocupa de todo esto es que si te pasas veinticuatro horas conmigo, te pueda estropear para siempre ante esos novios de sangre azul que prefieren jugar a tenis antes que hacer el amor.

Holly le miró pestañeando durante un momento.

—Te enamorarás de mí —susurró exagerando—. Les pasa a todos los hombres.

—Veinticuatro horas a partir de ahora y te dejaré exhausta sobre la cama de tu horrible casa nueva y serás tú la que no podrá dejar de pensar en mí.

—No sé por qué no te creo —dijo sonriendo.

—Acepto el reto —él levantó su mano para estrechar la de ella.

Él tomó su mano, la giró y entonces la miró con ojos centelleantes. Al cabo de un segundo, Holly se inclinaba sobre él, y el cambio de marchas se le clavaba en la cadera. Introduciendo las manos por debajo de su camiseta, él recorrió su cuerpo hasta los senos, rozándolos y acariciándolos.

El timbre de su móvil la devolvió a la realidad. De mala gana, y con el corazón palpitante, se apartó de él y puso la mano debajo del asiento para sacar el bolso y buscar el teléfono. La llamaba su madrastra, que estaba muy angustiada por ella. Con una mirada a Nick supo que la voz del teléfono era lo bastante alta para que él pudiese oírlo todo.

Nick arrancó de nuevo el motor y empezó a conducir mientras Holly hablaba con sus padres. Que su madrastra estuviese tan afectada era conmovedor; su preocupación hizo que los ojos de Holly se llenaran de lágrimas y sus labios de disculpas. Sí, sí, había entrado en una propiedad privada otra vez. Sí, había estado curioseando en una vieja casa carcomida. Lanzando una mirada a Nick, explicó a sus padres que había estado tan absorta estudiando la casa que se había olvidado de los agentes de mudanzas.

Su padre, un hombre siempre práctico, cogió el teléfono y echó una bronca fríamente a su hija. «Sí, señor», admitió Holly sumisa. «Lo siento, señor.» Cuando hubo acabado, pasó el teléfono a su hermanastra, Taylor.

—Así, ¿qué ha pasado de verdad? —inquirió Taylor.

Como siempre, Taylor se acercaba demasiado a cualquier secreto que Holly intentaba guardar.

—¿Y cómo van tus planes para la boda? —preguntó, intentando distraer a su hermanastra.

—Te lo contaré todo cuando vengas. Espera a ver el vestido que he elegido para ti. ¡Oh! —prosiguió Taylor—, de parte de papá, los agentes de mudanzas estarán ahí pasado mañana a las ocho de la mañana. Debes esperarles en la casa y, por cierto, quiere saber por qué la mujer de la cafetería creyó que habías escapado con un tipo que iba en moto. ¿Sabías que papá conoce a la familia de esa mujer?

—No lo dudo. Supongo que papá llamó a la policía.

—Claro que lo hizo. Pero te dio de margen hasta la media noche. Si no hubieses aparecido entonces, habría enviado a un pelotón.

Holly lanzó una mirada al perfil de Nick, iluminado por la luz del salpicadero. Si no la hubiese rescatado, su padre habría enviado a alguien a buscarla. Después de todo, no hubiese muerto en ese pozo.

Cuando Nick la miró y le guiñó el ojo, Holly mostró una cálida sonrisa. Pensándolo bien, se alegraba de que las cosas hubiesen ido de este modo. Enseguida desvió la atención de nuevo hacia el teléfono.

—Os veré dentro de dos días. No recojas tu vestido hasta que llegue.

—¿Recoger mi vestido? ¡Eres increíble! ¿Crees que voy a ir a un sótano donde venden rebajas y probármelo? Papá traerá un diseñador de Nueva York.

—De acuerdo, pero déjame ver los bocetos. Ahora he de colgar. Tengo algo que hacer. Adiós, Taylor, besos a todos.

Nick había tomado el camino de entrada a una vieja casa desvencijada.

—No es gran cosa, pero es mi hogar —comentó.

Ella estaba estudiando la casa, ahora iluminada por la luz de los faros, intentando, como siempre, calcular la fecha de la estructura. Principios del siglo XIX, ni el más mínimo detalle que destacar en ella.

Nick salió del coche y le abrió la puerta. Cuando Holly le miró a los ojos, se olvidó de la fecha de la casa. Disponía de veinticuatro horas para pasarlas con este hombre.

—Con esta mirada no vas a poder entrar y comer —dijo Nick.

—Hay distintas formas de saciarse —respondió, intentado que su voz sonara sensual. Un minuto después estaba tendida sobre el capó del coche, con las bragas en los tobillos, haciendo el amor sobre el frío metal.

—¡Sí! ¡Sí! —se oyó gritar a sí misma mientras él la penetraba.

Su boca cubrió la de ella para acallarla, y cuando llegó, ella lo hizo con él.

Cuando se separaron, Holly tuvo que apoyarse en él porque las piernas no la sostenían. Nick la tomó en brazos y subió las escaleras del porche. En la puerta dudó.

—Por dentro no se parece en nada a lo que estás acostumbrada.

—No vas a sorprenderme. He recorrido todos los Estados Unidos estudiando casas antiguas. Una vez… —se interrumpió cuando Nick la introdujo en la casa, la depositó en el suelo y accionó el interruptor de la luz.

Holly tardó unos segundos en recuperarse cuando vio el mugriento interior, con las mesas hechas de latas de cerveza y las sillas, en las que el relleno se salía por los agujeros.

—No vives aquí —aseveró.

—¿Esta opinión se basa en…? —preguntó levantando una ceja.

—Lo que sé acerca de casas viejas. Se nota que esta casa no está habitada —Holly le miró—. Así pues, ¿dónde vives?

Sonriendo, cogió una llave colgada de un clavo que había en la pared, se llevó las puntas de los dedos a los labios en alusión a su secreto y volvió a salir por la puerta. No necesitaba decirle que se dirigía al cobertizo.

«Principios del XVIII, como mucho», pensó Holly al ver el cobertizo. Había unas lámparas discretas aquí y allá que se encendían a medida que se iban acercando. El ojo avezado de Holly observó que el aspecto desvencijado del cobertizo no era auténtico. Era una construcción sólida, y alguien había gastado mucho dinero reforzando el edificio.

No se sorprendió al ver las puertas de acero del interior de las puertas del cobertizo, como tampoco se extrañó mucho al ver el taller que había dentro. El nombre Hollander estaba por todas partes.

Su madre era hija única, la heredera de Hollander Tools, pero la empresa la dirigía una junta de directores creada por el abuelo de Holly. Este había empezado a fabricar herramientas de precisión porque era algo que necesitaba y que también le apasionaba. Pero no estaba dispuesto a que al morir, su amada empresa pasara a manos de una hija que no estaba interesada en ella, de modo que se aseguró de que su hija y su nieta dispusiesen de unos buenos recursos económicos, pero no les dejó el control de la empresa en sí.

En la actualidad, el único vínculo existente entre Holly y la empresa era que una vez al año asistía a una reunión de la junta en la cual le comunicaban que todo marchaba a las mil maravillas. La única vez que hizo uso de su vínculo con Hollander Tools fue a los trece años. Llamó al presidente y le pidió que, por favor, enviase una línea completa de herramientas de trabajo para madera con el objeto de que ella y Lorrie pudiesen trabajar en la casa de él. Lo que les llegó llenaba la vieja cocina, la vaquería y la fresquera.

Ahora Holly observaba el camión —o tal vez debería decir El Camión—, ya que estaba en el centro del magnífico taller. Dentro de la cabina había espacio para dos personas —dos personas delgadas. Por la ventana trasera, sin cristal, salían varios tubos, y también por las ventanas laterales. La caja estaba repleta de máquinas y de neumáticos de recambio.

—Bien, ¿dónde pongo mi lima? —preguntó Holly, parpadeando, y él se puso a reír.

Amigablemente, él puso su brazo por encima de los hombros de Holly y le propuso:

—¿Qué te parece comer algo, tomar un buen baño y un poco de sexo oral?

—Suena bien —respondió Holly sonriendo, dirigiéndose junto a él hacia una de las salas con paredes de cristal donde se veía una cocina. El taller estaba tan limpio como la casa sucia.

Unos minutos más tarde ella estaba troceando verduras mientras él partía unos huevos, ponía pan en la tostadora y preparaba zumo de naranja fresco. Hizo una tortilla enorme y formó una pila de tostadas de más de un palmo de altura. Entonces se sentaron en la barra uno junto al otro, con las piernas en contacto desde la rodilla hasta la cadera, y comieron de una sola fuente, a veces dándose un bocado el uno al otro.

—¿Cómo conociste a Leon? —preguntó ella—. ¿Es…? —Nick le puso un trozo de tortilla con queso en la boca para que se callara.

Después de engullirlo, Holly prosiguió:

—¿Vienes aquí a menudo? ¿Qué querían esos tipos de las motos? ¿Ibas a…?

Nuevamente, Nick le llenó la boca.

—De acuerdo —accedió ella engullendo—. Lo he captado. Podrías decirme…

Esta vez, él la besó.

—Soy lo que ves —dijo Nick.

Ella entrecerró los ojos observándole.

—¿Tu novia te dio una patada porque se moría de ganas de comunicarse?

Nick le sonrió, con los ojos brillantes.

—Algo así. ¿Quieres esa tostada?

Holly escondió la última tostada detrás de su espalda.

—Tiene un precio. Dime una cosa de ti que pocas o ninguna persona sepan.

—De acuerdo —concedió—. Soy muy bueno escuchando. Explícame cualquier cosa sobre ti y te escucharé.

—Ese no es el tipo de dato que yo esperaba.

Él tendió la mano para pedirle la tostada y ella se la dio.

—Y tú, ¿qué estabas haciendo en ese pozo?

Holly quería seguirle el juego de guardar secretos, pero no podía. Seguramente no volvería a ver a este hombre después de pasado mañana, de modo que tal vez podía hablar con él. Pero ¿sobre qué?

Como Holly no decía nada, él la cogió de la mano y la llevó al baño. No había bañera, pero sí una ducha grande. Nick abrió el grifo. Al momento siguiente estaba desabotonando la camisa que le había prestado y que todavía llevaba.

Holly dio un paso atrás. Era consciente de que iba a sonar un poco raro después de todo lo que habían hecho, pero ducharse juntos le parecía demasiado íntimo, demasiado personal, para hacerlo con un extraño.

—Quizá no sea una buena idea. En el fondo no nos conocemos y…

Él se inclinó hacia atrás, contra el mueble del lavabo y Holly pudo ver su magnífica espalda reflejada en el espejo.

—¿Que no nos conocemos? Veamos, sé que tu familia se preocupa mucho por ti, pero que tu padre casi te da miedo. Sé que tu hermana es una esnob y que te aterroriza la posibilidad de dar esa imagen. Sé que ahora mismo te debates entre dos impulsos: te atraigo mucho, pero no sabes cómo decirme que no soy el tipo de hombre que puedes presentar a tu familia. ¿Qué tal, por ahora?

—Demasiado bien —respondió Holly haciendo una mueca—. ¿Cómo sabes todo esto?

—Ya te he dicho que sé escuchar. En lo único que no acabo de atar cabos es con el hombre de tu vida, el hombre del que hablaba la mujer de la cafetería. ¿Por qué no ha hablado por teléfono contigo? ¿No está preocupado por ti?

Ahora era ella quien debía hacerle callar. De pronto, se abalanzó con todo su cuerpo hacia él, apoyando la cara en su cuello.

—Tienes razón, pero basta de charlar, tan solo…

Él la besó, interrumpiéndola, y luego cogió la camisa que llevaba y tiró de ella bruscamente. Los botones rodaron por el suelo, y en unos segundos estaban desnudos dentro de la ducha. Holly deseaba continuar besándole, quería hacer el amor sobre el plato de la ducha. ¿Quién pensaría que el hecho de escuchar a alguien anticuado tuviese efectos afrodisíacos? Pese a que había dicho que lo único que quería de ella era sexo, Holly le interesaba lo bastante para que escuchase, recordase y pensase.

Nick la estaba besando en la oreja izquierda y el cuello:

—Dígame, señorita Latham, ¿qué había dentro de ese pozo con usted?

—Serpientes —respondió ella, pasando las manos cubiertas de jabón entre sus piernas-serpientes largas, fuertes y escurridizas.

—Podrías engañarme —susurró él—. Hubiese jurado que era una familia de… —él le lamía el lóbulo de la oreja— mofetas. Holly se rió mientras frotaba sus labios contra los de él.

—¿Qué hay del sexo oral?

—No hasta que yo te limpie —objetó él mientras sus dedos enjabonados entraban en ella.

Holly se apoyó contra la pared de la ducha, con los ojos cerrados, entregándose al placer que le daban sus manos. Nick deslizó las manos cubiertas de jabón por todo su cuerpo, acariciándola. Luego levantó el pie de ella, lo colocó encima de su rodilla y le acarició los dedos de los pies.

Holly nunca había sentido tanto placer sensual. Incluso se preguntó si ese placer se debía a la clase a la que Nick pertenecía. Nunca lo había dicho en voz alta, pero lo cierto era que había clases en la libre sociedad estadounidense. En los caros internados en los que había estado, siempre se sabía a qué clase pertenecía una persona. Pese a que la madre de Holly había sido una rica heredera, fue su padre, con sus ilustres antepasados, quien la puso en la lista de las personas a las que es preciso conocer.

La camarera de la cafetería creía que estaba contando a Holly algo que ignoraba, pero ella sabía de primera mano cómo funcionaban los matrimonios con… con personas como Nick. Su madrastra se había fugado con un hombre guapo que tenía un taller de reparaciones. Al cabo de poco tiempo ya estaba embarazada, y su rica familia de sangre azul la había repudiado. Cuatro años después, su marido falleció en un accidente de coche y Marguerite se quedó sola con una hija pequeña a la que mantener. Trabajó de camarera hasta que conoció a James Latham.

Ahora, mientras la mano de Nick la acariciaba, entendió que una mujer pudiese escapar con un hombre atractivo en una moto. Hasta ahora había sido despectiva, incluso creída. En uno de los institutos pillaron a una chica que tenía una relación con uno de los instructores de natación. Holly había sido despectiva. ¿Cómo podía una chica ser tan alocada?, se preguntaba. ¿Cómo podía herir a su familia de ese modo? Además, ¡la mujer del instructor estaba embarazada!

Sin embargo, ahora Holly empezaba a entenderlo. ¿Tendrían todos ellos una vida sexual así? Todos los chicos que había conocido eran… eran… Bueno, no se duchaban juntos, y no ponían a una chica sobre el capó de un coche.

Nick bajó su pie y se inclinó sobre su cara.

—Estás pensando —dijo—. Si puedes pensar significa que no lo estoy haciendo bien.

—En realidad, no es que pensase —replicó ella, besándole en el cuello. Su robusto cuerpo la oprimía contra la pared.

—¿Qué es lo que, en realidad, no estabas pensando?

—No me extraña que tengáis tantos hijos —declaró, y enseguida se quedó horrorizada por lo que acababa de afirmar—. No quería decir…

—Tengo siete hermanos y hermanas —aseveró, aparentemente en absoluto ofendido—. Y por lo menos un millón de primos. Tengo primos por todas partes.

Nick estaba recorriendo todo su cuerpo con las manos. El chorro de agua caliente le daba en la espalda y le salpicaba la cara. Sus manos le acariciaron las caderas, separaron sus piernas, se deslizaron entre ellas y sus dedos empezaron a introducirse en ella.

—En una misma casa en la que había que hacer reparaciones constantemente vivíamos tres familias. Crecimos básicamente con la comida que producíamos.

Uno de sus pulgares la penetró, moviéndose de dentro afuera de un modo lento y sensual.

—Vivíamos tan lejos de las otras casas que el autobús escolar y el cartero no querían venir a nuestra casa. Hasta que cumplí nueve años no tuvimos televisión. Me pasaba el día fuera, pescando para la familia. Era el mejor pescador…

—Basta —le cortó Holly, poniendo la mano en su mejilla—. No quiero oír nada más. Tan solo… —iba a decir «disfrutemos de este momento», pero lo que le estaba haciendo provocó que dejase de hablar… y de pensar.

Él se había arrodillado y había hundido la cara entre sus piernas. Ella había proporcionado sexo oral, pero nunca lo había recibido. Al primer contacto de su lengua, Holly abrió los ojos fascinada. Un segundo después, cerraba los ojos y abría las piernas. Si él no la hubiese sostenido, se habría caído al suelo.

Justo cuando Holly sentía que no podía aguantar más, Nick la levantó, puso las piernas de ella en torno a su cintura y la colocó sobre su miembro erecto.

Ella le rodeó con sus brazos y le clavó las uñas en la espalda, estrechándole cada vez más, deseándole cada vez más. Sus piernas le apretaban, y con los hombros se apoyaba en la pared de la ducha.

Cuando Holly comenzó a correrse, se puso a gritar, y Nick la sujetó para evitar que se cayese. Durante unos momentos, él la afianzó con fuerza, sin dejar que cayera.

—¿Estás bien? —le preguntó al cabo de un rato.

—Creía que iba a morir.

Holly notaba como Nick sonreía apoyado en su cuello.

—¿Tu primer orgasmo? —le preguntó.

—¡Claro que no! —replicó ella, notando que la vida volvía a sus piernas—. He tenido millones de orgasmos, uno por cada uno de tus primos.

Holly notó que los músculos del estómago de Nick se movían porque se aguantaba la risa, y eso la ofendió.

—Mira, Camionero, solo porque de pequeño durmieseis seis en una cama no significa que lo sepas todo sobre la vida y el sexo, y que nosotros no sepamos nada.

Aún sonriendo, se apartó de ella, se enjabonó las manos y empezó a limpiarla, pero esta vez no resultaba sensual, era una tarea.

Del mismo modo efectivo, Holly se enjabonó las manos y empezó a limpiarle a él.

—¿Quién es nosotros?

—Solo me refería… —dejando la frase en suspenso, le miró. En su rostro había una sonrisa exasperante, una sonrisa de superioridad que ella quería borrar.

—¡Tus superiores! —dijo ella—. Ya sabes, aquellos de nosotros que damos nuestras vidas por mantener el equilibrio del mundo.

—¿Ah, sí? —dijo dándole la vuelta y enjabonándole la espalda—. Te encontré en un pozo de una casa vieja, desnuda, helada y hambrienta. ¿Pensabas dar tu vida por esa casa vieja?

—Yo no —replicó—. Me refiero a las personas como mi padre. Él…

Holly se detuvo un momento mientras él le pasaba las manos por los pechos.

—¿Él qué? —insistió Nick con voz seca.

Holly estaba decidida a borrar esa sonrisa de su cara.

—Mi padre viaja por todo el mundo, de crisis en crisis. No tiene vida privada. Su teléfono nunca deja de sonar. Él…

—Por eso te envió a un internado, para que te criasen unos extraños —afirmó Nick.

—¡No te atrevas a hablar mal de mi padre! Era… es…, bueno, me estás distrayendo —Nick le estaba frotando los pechos.

—Mi padre jugaba a pelota con nosotros. Mi tío me enseñó a ir en moto y los domingos íbamos juntos a la iglesia —él se apartó de Holly, manteniendo las manos sobre sus caderas—. Señorita Latham, le había dicho que su hermana era una esnob, pero usted también lo es.

Al momento, Nick cerró el grifo y salió de la ducha, dejando a Holly farfullando enfadada.

Ella también salió y cogió una toalla que había junto a la puerta. Nick se estaba secando.

—¡No soy una esnob! Yo me relaciono con todo el mundo, hablo con personas de todas las condiciones sociales. Puedo…

—¿Crees que todas las personas ansiamos tener tu vida? ¿Crees que todos los hombres que han crecido en una casa con menos de cuatro baños se mueren por casarse con una chica con demasiados estudios, solitaria, nerviosa y reprimida como tú? No, señorita Latham, no es así.

Nick lanzó la toalla sobre el lavabo y salió desnudo del baño.

Holly se quedó plantada, desconcertada, cubriéndose con la toalla y mirando la puerta. ¿Demasiados estudios?, ¿solitaria?, ¿nerviosa?, ¿reprimida? Ella no se veía a sí misma de ese modo.

Envolviendo su cuerpo con la toalla, salió del baño. Él vestía unos tejanos limpios y una camisa. Iba descalzo y estaba rebuscando en una cómoda.

Holly intentó recuperar su dignidad, pero no era fácil, puesto que solo vestía una toalla. Además, el pelo aún mojado le caía sobre la cara.

—Creo que me has interpretado mal —le dijo, estando él de espaldas—. Yo no creo que tú, o la gente que ha crecido como tú se mueran de ganas por casarse con personas como yo, pero sí pienso que…

No sabía cómo expresar lo que quería decir, si es que sabía qué pretendía decir.

Él saco algo de ropa de un cajón y la miró.

—Piensas que todos ansiamos vuestro dinero, y que haríamos cualquier cosa para eludir el miedo a la factura de la electricidad del próximo mes. Crees que todos soñamos con poner las manos sobre una chica rica para poder dejar atrás nuestras sórdidas vidas de clase trabajadora.

Nick avanzó hacia ella hasta que estuvieron frente a frente, casi rozándose.

—Sé lo suficiente sobre tu vida, señorita Latham, para saber que no la ganaría en una apuesta. ¿Sabes qué es lo que tiene mi familia en abundancia? Amor, eso es. Cuando se casó mi hermana, no vino ningún diseñador de Nueva York. Mi madre le hizo el vestido, y había amor en cada una de las puntadas de las costuras. ¿Puede hacer eso tu elegante y prestigioso diseñador?

—No —respondió Holly en voz baja.

Nick tenía razón, claro. Pero siempre le habían dicho que las personas que tenían menos dinero del que tenía su familia eran menos afortunadas. Había oído como su madrastra contaba historias terribles sobre su vida con su primer marido. Le había sido infiel, y todo el dinero que ganaba lo gastaba en bebida.

Tal vez a causa de esas historias de personas cercanas a ella había sido injusta, pensó. Tal vez…

—Ponte esto —indicó Nick lanzándole algo de ropa a los brazos—. Es de Leon, pero quizá te vaya bien.

Holly se puso la ropa en silencio. Eran unos tejanos azules y una camisa vieja de manga corta. Llevaba unos calzoncillos limpios pero húmedos, pero iba sin sostén, sin calcetines y descalza.

El clima entre ellos había cambiado. Nick se fue al otro lado del garaje, donde Holly no podía verle, pero sí sentía su rabia. «¿Todo esto es por mi culpa?», se preguntó. Tal vez alguien como ella ya le había menospreciado. «Alguien como yo», pensó haciendo una mueca.

Holly dejó de abotonarse la camisa y sonrió. Había pasado de pensar en personas como él a alguien como yo.

—¿Lista para salir? —le preguntó, mirándola fijamente. Sus ojos estaban sombríos y su mandíbula rígida. Con las patillas sin afeitar, parecía un pirata.

—¿Irnos? —preguntó Holly—. ¡Oh! —la llevaba de vuelta a la casa alquilada de sus padres. Ya era de día y había terminado con ella.

Holly se enrolló las perneras de los pantalones y empezó a andar detrás de él. Ninguno de los dos pronunció palabra de camino al coche.

Luego, para sorpresa de Holly, al final de la carretera dobló a la izquierda, no a la derecha. Iba hacia su lado del lago, no hacia el de ella.

—¿Adónde me llevas? —quiso saber.

Él la miró con sorpresa mientras estiraba un brazo hacia el asiento de atrás y le tendía sus sandalias.

—A sacar tus botas del pozo, y he pensado que si querías ver las casas viejas de por aquí, podríamos pedir permiso a los propietarios. No tienes que entrar ilegalmente, ¿verdad? No se trata de una necesidad profundamente arraigada en ti, ¿no es cierto?

Apoyando su espalda en la puerta, Holly le dirigió una dura mirada. ¿Todo su enojo había sido una farsa?

—Tienes una vena de antipatía, ¿lo sabías?

—Una vena de antipatía. ¿Has creado tú esta expresión? Ya sabes lo que pasa con los campesinos blancos del sur pobres y sin estudios. Debes hablar despacio y con palabras muy sencillas.

—¿Seguro? ¿Qué es lo que dijiste anoche? ¿Que intentabas superar la injusticia de la acusación? Ahora te pregunto: ¿es así como hablan los campesinos blancos del sur?

Nick detuvo el coche bajo el árbol donde Holly había aparcado la noche anterior.

—No te enamores de mi, Latham —advirtió él al abrir la puerta y salir del coche.

—¡Ni soñarlo! —replicó ella mientras salía—. Para tu información, ya he entregado mi corazón.

Nick abrió el portamaletas del Mini y sacó una cuerda.

—Mientras tu cuerpo esté disponible… —apuntó él lanzándole un guiño lascivo y empezando a subir por la colina.

Tras este comentario, Holly pensó en quedarse en el coche. O tal vez debería quitarse la ropa y cruzar el lago a nado, hasta alcanzar la casa de sus padres. Sonriendo, pensó en el impacto que causaría en los vecinos cuando la viesen salir desnuda del lago y dirigirse hacia la casa del embajador. Un segundo después, Holly imaginaba los titulares de la prensa sensacionalista.

—¿Esperas que te lleve a cuestas? ¿Otra vez? —preguntó Nick desde la colina.

—¿Cuándo vas a ponerte caliente y ser amable conmigo de nuevo? —le soltó ella.

Completamente serio, Nick se miró el reloj y le dijo:

—Dentro de unos treinta y dos minutos. ¿Podrás esperar tanto?

Holly tuvo que esforzarse para no ponerse a reír, pero mantuvo la cara impasible.

—Que sean veintiocho —indicó en tono inexpresivo.

—Trato hecho. Ahora trae tu bonito trasero hasta aquí. Si me quedo atrapado en ese pozo, tendrás que ir a buscar ayuda.

—Sí, señor —dijo, y empezó a subir la cuesta tras él.

—Buena actitud.

—Con esto basta. La próxima vez, tú estarás arriba y harás todo el trabajo.

—Siempre la misma historia.

Holly le alcanzó y le dio un golpe en la espalda. El brazo de Nick se alzó rápidamente, la atrajo hacia él y la besó profundamente. Cuando apartó su boca, la miró directamente a los ojos y sonrió.

—Deja de preocuparte. No te preocupes por mí. Yo no me preocupo por ti. Vive el momento. Disfrútalo y no pienses en mañana. ¿De acuerdo?

Holly asintió con la cabeza y le sonrió, y justo cuando parecía que iba a volver a besarla, ella dijo:

—¿De verdad crees que hay casas de antes de la guerra por aquí?

Nick la soltó, pero seguía sonriendo.

—Estás obsesionada, ¿verdad?

—Completamente.

Holly le seguía con cautela, pisando sobre las hierbas que él iba aplastando. Llevar sandalias en un lugar donde sabía que había serpientes venenosas era algo que no la tranquilizaba, precisamente.

—Deberías haber traído una escalera —gritó Holly desde atrás.

Nick le mostró la cuerda como si eso fuese la respuesta. Y lo era, ya que procedió a atarla a fin de utilizarla para bajar al pozo a recoger sus botas.

También recuperó la cuerda que ella había hecho con su ropa, de modo que por lo menos tendría un sujetador que ponerse.

—¿Lista? —preguntó Nick cuando hubieron terminado en la casa.

—¿Para qué?

—Para ver tus casas.

—Sí —respondió, cogiendo la mano que él le tendía y siguiéndole colina abajo hasta el coche.

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