Hitler victorioso

Hitler victorioso


«Thor se enfrenta al Capitán América» de David Brin

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THOR SE ENFRENTA AL CAPITÁN AMÉRICA

David Brin

1

El enano de Loki hizo girar los ojos y gimió desconsoladamente cuando el submarino se niveló a profundidad de periscopio. El retorcido ser carente de cuello tiró con sus gordezuelos dedos de su barba gris manchada de amarillo y alzó la vista hacia las crujientes conducciones.

Una cosa de oscuras profundidades arboladas y ocultas cuevas, pensó Chris Turing mientras contemplaba al enano. No prevista para este lugar.

Sólo los hombres elegirían una forma así de morir, en un agrietado ataúd de acero, en un intento desesperado de hacer estallar el Valhalla.

Pero, entonces, era poco probable que el enano de Loki hubiera tenido la menor posibilidad de estar allí.

¿Por qué?, se preguntó de pronto Chris, no por primera vez. ¿Por qué existen tales seres? ¿No se estaba desenvolviendo el mal lo suficientemente bien en él mundo antes de que ellos vinieran a ayudar?

Los motores rugieron, y Chris apartó el pensamiento a un lado. Incluso imaginar un mundo sin la presencia de los æsir y sus servidores en él era por el momento tan difícil como recordar una época sin guerra.

Chris permanecía atado a su silla de emergencia —podía oír el zumbido de la helada agua del Báltico justo al otro lado del delgado mamparo—, y observó al gnomo agazaparse encima de una caja de componentes de la bomba de hidrógeno. Apartó sus deformes pies de la chapoteante agua salada que cubría la cubierta y se estrujó más arriba sobre la caja negra. Otro gemido escapó de labios del enano mientras el periscopio del Razorfin se elevaba y más agua gorgoteaba a través de las líneas de alivio de la presión.

El mayor Marlowe alzó la vista del rifle de asalto que estaba reensamblando por tercera vez.

—¿Qué está carcomiendo al maldito enano ahora? —preguntó el oficial de marines.

Chris agitó la cabeza.

—A mí que me registren. ¿El hecho de que está fuera de su elemento, quizá? Después de todo, los antiguos escandinavos creían que las profundidades eran un lugar para los peces y los barcos hundidos.

—Pensé que eras una especie de experto en los æsir. ¿Y ni siquiera estás seguro de por qué esa cosa está echando espuma por la boca?

Chris sólo pudo encogerse de hombros.

—He dicho que no lo sé. ¿Por qué no vas y se lo preguntas tú mismo?

Marlowe lanzó a Chris una hosca mirada, como si dijera que el chiste no le hacía la menor gracia.

—¿Ir rastreramente a esa hediondez y pedirle al maldito enano de Loki que me explique sus sentimientos? Hummm, antes preferiría escupirle al ojo a un æsir.

Desde su izquierda, el ayudante de Chris, Zap O’Leary, se inclinó hacia adelante y le sonrió a Marlowe.

—Apuesta a que sí, papaíto —dijo O’Leary al marine—. Recuerda que hay un aes junto al telescopio, chico. Sé mi invitado. Escríbele runas en su escupidera. —El excéntrico técnico hizo un gesto hacia los hombres de la Marina, apiñados en torno del periscopio del submarino. Cerca del capitán se erguía una imponente figura envuelta en pieles y cuero, que dominaba con su estatura a todos los demás.

Marlowe miró a O’Leary, parpadeó asombrado. El marine no parecía tan asombrado como confuso.

—¿Qué ha dicho? —le preguntó a Chris.

Éste deseó no estar sentado entre los otros dos.

—Zap sugiere que pruebes escupiéndole al ojo de Loki.

Marlowe hizo una mueca. O’Leary podía haber sugerido muy bien que metiera la mano en un reactor a toda potencia. En aquel momento uno de los marines apretujados en el pasillo detrás de ellos cometió el error de dejar caer un cartucho en la sucia agua a sus pies. Marlowe aventó su frustración en el pobre tipo con enormemente inventivas profanidades.

El enano gimió de nuevo, agitando inquieto los ojos de uno a otro lado, aferrando sus rodillas contra las correas que lo sujetaban sobre la caja sellada herméticamente.

Vengan de donde vengan, no están acostumbrados a los submarinos, pensó Chris. Y seguro que a esos denominados enanos no les gusta el agua.

Chris se preguntó cómo había conseguido Loki persuadir a éste de que participara en aquella misión suicida.

Probablemente amenazándolo con convertirlo en sapo, especuló. Parece muy propio de Loki.

Era una aventura desesperada. A finales de 1962 había muy poco tiempo para lo que quedaba de la Alianza contra el Nazismo. Si existía alguna cosa que pudiera hacerse aquel otoño para detener lo inevitable, valía la pena correr el riesgo.

Incluso Loki —con su aspecto de oso, casi invulnerable, y siempre retumbando con una risa que enviaba estremecimientos por la espina dorsal de los humanos— había traicionado su nerviosismo antes, cuando el Razorfin cayó desde el vientre de un chillante B-65, enviando sus estómagos a un loco voltear mientras el submarino-flecha se sumergía como una enorme piedra en el helado abrazo de Neptuno.

Chris tenía que admitir que él se hubiera puesto irremisiblemente enfermo si aquella breve y al parecer interminable caída hubiera durado un poco más. El impacto y el chillar del torturado metal cuando golpeó el agua fueron, después de todo, casi un alivio.

Y cualquier cosa parecía una mejora con respecto al largo y chirriante viaje por el polo, eludiendo misiles nazis, espumeando montañas y grises aguas en agitados zigzags, escuchando impotentes, atados a sus puestos, mientras los del aire lanzaban en picado sus ataúdes volantes de acá para allá, rezando porque los maestros æsir del enemigo no estuvieran patrullando aquella sección del norte aquella noche…

De veinte portasubmarinos enviados juntos desde la Tierra de Baffin sólo seis habían efectuado todo el camino hasta las aguas entre Suecia y Finlandia. Y tanto el Cetus como el Tigerfish se habían hecho pedazos con el impacto contra el agua, se habían abierto como latas de sardinas y derramado sus impotentes tripulaciones a una helada muerte.

Sólo quedan cuatro submarinos, pensó Chris.

Aún, se recordó a sí mismo. Nuestras posibilidades pueden ser pequeñas, pero esos pobres pilotos son los auténticos héroes. Dudaba de que ninguno de sus tripulantes pudiera conseguir regresar a través de la oscura y mortífera Europa a la seguridad de Teherán.

—¡Capitán Turing!

Chris alzó la vista cuando el capitán pronunció su nombre. El comandante Lewis había bajado el periscopio y se había dirigido a la mesa de mapas.

—Enseguida estoy con usted, comandante. —Chris se soltó las correas y metió los pies en la salada agua.

—Dile que reservamos nuestro alcohol de contrabando para nosotros —advirtió O’Leary, en voz baja—. Las cosas buenas son demasiado raras para compartirlas.

—Cállate, idiota —murmuró Marlowe. Chris los ignoró a ambos y avanzó chapoteando. El capitán le aguardaba, de pie junto a su «amistoso consejero», la criatura alienígena que se hacía llamar a sí misma Loki.

Conozco a Loki desde hace años, pensó Chris. He luchado con él contra sus hermanos æsir…, y aún me asusta como un demonio cada vez que lo miro.

Dominando a todos los demás, Loki miró enigmáticamente a Chris con sus feroces ojos negros. El «dios de los trucos» se parecía mucho a un hombre, aunque a uno anormalmente robusto y poderoso. Pero aquellos ojos desmentían la impresión de humanidad. Chris había pasado el tiempo suficiente con Loki, desde que el æsir renegado desertó al bando de los aliados, como para haber aprendido a evitar mirarle directamente a los ojos siempre que era posible.

—Señor —dijo, haciendo una seña con la cabeza al comandante Lewis y al barbudo æsir—. ¿Debo suponer que nos aproximamos al punto Y?

—Correcto —dijo el capitán—. Estaremos ahí dentro de unos veinte minutos, salvo imprevistos.

Lewis parecía haber envejecido durante las últimas veinte horas. El joven comandante de submarinos sabía que su escuadrón no era la única cosa que se consideraba prescindible en aquella operación. Varios miles de kilómetros al oeste, la mejor parte de lo que quedaba de la Marina de Superficie de los Estados Unidos estaba enzarzada en una batalla perdida de antemano sólo por una razón…, para distraer a la Kriegsmarine y las SS y especialmente a un cierto «dios del mar», manteniéndolos lejos del Báltico y de la Operación Ragnarök. El primo de Loki, Tyr, no era muy poderoso contra los submarinos, pero, a menos que su atención se viera desviada hacia otro lado, podía hacer que su vida se convirtiera en un infierno cuando su pequeña fuerza intentara desembarcar.

Así que esta noche, en vez de ello, estaría convirtiendo en un infierno las vidas de los marineros estadounidenses y canadienses y mexicanos, muy lejos de allí.

Chris evitó pensar en ello. Demasiados muchachos iban a hallar la muerte allá en las proximidades de Labrador, sólo para mantener a una criatura alienígena ocupada mientras cuatro submarinos intentaban deslizarse subrepticiamente por la puerta de atrás.

—Gracias. Será mejor que se lo diga a Marlowe y a mi equipo de demolición. —Se volvió para irse, pero fue detenido por una mano descomunal en su brazo, que le sujetó gentilmente pero con una presa de acero.

—Tienes que saber algo más —dijo el ser llamado Loki, con voz baja y resonante. Unos dientes imposiblemente blancos brillaron en aquella sonrisa resplandeciente por encima de Chris—. Llevarás un pasajero cuando vayas a la orilla.

Chris parpadeó. El plan había sido sólo para su equipo y el comando de su escolta. Entonces vio la temerosa palidez en el rostro del comandante Lewis…, algo más profundo que el simple miedo a morir.

Chris se volvió para contemplar al gigante envuelto en pieles.

… —jadeó.

Loki asintió.

—Correcto. Habrá un ligero cambio de planes. No acompañaré a los vehículos submarinos cuando intenten romper el cerco a través del Skaggerak. Iré a la orilla con vosotros, a Gotland.

Chris mantuvo el rostro impasible. Con toda honestidad, no había manera, en aquel lado de los cielos, de que él o Lewis o cualquiera pudieran impedir a aquella criatura hacer cualquier cosa que deseara hacer. De una u otra forma, los aliados estaban a punto de perder a su único amigo æsir en la larga guerra contra la plaga nazi.

Si la palabra «amigo» era capaz de describir a Loki…, que había aparecido un día en la pista de un campo de aviación escocés durante la evacuación final de Gran Bretaña, acompañado por ocho pequeños y barbudos seres cargados con cajas, y que se había dirigido al más cercano y alucinado oficial para ordenarle que el avión personal del primer ministro le llevara el resto del camino hasta los Estados Unidos.

Quizás un batallón acorazado hubiera podido detenerle. Los informes de batalla habían demostrado que los æsir podían ser muertos, si tenías suerte y golpeabas lo bastante rápido y duro. Pero, cuando el comandante local se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo, decidió correr el riesgo.

Loki había demostrado su valía una y otra vez desde aquel día, hacía diez años.

Es decir, hasta ahora.

—Si insistes —le dijo al aes.

—Lo hago. Es mi voluntad.

—Entonces se lo explicaré al mayor Marlowe. Discúlpame, por favor.

Anduvo hacia atrás unos pocos metros, luego se volvió. Mientras se alejaba, aquella brillante mirada pareció seguirle, más allá del gimiente enano, más allá de la siempre sardónica sonrisa de O’Leary, hasta el estrecho y mojado pasillo alineado con marines sujetos a sus puestos, todo el camino hasta los tubos de eyección de desembarco.

Las voces sonaban quedas. Todos los jóvenes hablaban inglés, pero sólo la mitad eran estadounidenses. Los distintivos de sus hombros —Franceses Libres, Soviéticos Libres, Irlandeses Libres, Alemanes Cristianos— apenas eran visibles a la débil luz, pero los entremezclados acentos eran inconfundibles, así como la manera en que sujetaban sus armas y el brillo que captó Chris en uno o dos pares de ojos.

Eran el tipo de personas que se presentaban voluntarios para las misiones suicidas, el tipo —común en el mundo tras trece años de horrible guerra— al que poco o nada le quedaba que perder.

El mayor Marlowe había vuelto para supervisar la carga de los botes de desembarco. No se tomó bien la noticia de Chris.

—¿Loki desea venir con nosotros? ¿A Gotland? —Escupió—. El cabrón es un espía. ¡Lo supe todo el tiempo!

Chris sacudió la cabeza.

—Nos ha ayudado un centenar de veces, John. Bueno, sólo con acompañar a Ike a Tokio y convencer a los japoneses…

—¡Vaya cosa! ¡Ya les habíamos zurrado a los japoneses! —El enorme marine apretó su puño, fuertemente—. Como hubiéramos aplastado a Hitler si estos monstruos no hubieran llegado, como la maldición de Satán, surgidos de la nada.

»Y ahora él lleva viviendo entre nosotros desde hace diez años, observando nuestros métodos, nuestras tácticas y nuestra tecnología, ¡la única auténtica ventaja que nos queda!

Chris hizo una mueca. ¿Cómo podía explicárselo a Marlowe? El oficial de los marines nunca había estado en Teherán, como había estado Chris, hacía apenas un año. Marlowe nunca había visto la capital de Israel-Irán, el mayor y más poderoso aliado de los Estados Unidos, el baluarte del Este.

Allá, en docenas de asentamientos armados a lo largo de la orilla este del Eufrates, Chris había conocido feroces hombres y mujeres que llevaban tatuados en sus brazos los números de Treblinka, Dachau, Auschwitz. Había oído sus historias de cómo, una desesperanzada noche tras las alambradas de espino y bajo el hedor de las chimeneas, las hambrientas masas condenadas habían levantado la vista para ver un extraño vapor caer del cielo. Incrédulos, los ojos llenos de muerte habían contemplado maravillados cómo las brumas se unían y coagulaban en algo que parecía casi sólido.

En medio de aquella bruma fantasmal se había formado un puente multicolor…, un arco iris que trepaba, aparentemente sin final, desde el lugar del horror hasta las profundidades de una noche sin luna. Y cada hombre y mujer condenados vieron bajar cabalgando de las alturas a una figura de ojos oscuros sobre un caballo volador. Le oyeron susurrarles desde dentro de sus mentes.

Venid, niños, mientras vuestros atormentadores parpadean incrédulos en mi red mental. Venid todos a mi puente de seguridad, antes de que mis primos descubran mi traición.

Cuando cayeron de rodillas, o se tambalearon en una plegaria de acción de gracias, la figura se limitó a bufar despectivamente. Su voz siseó dentro de sus cabezas:

¡No me confundáis con vuestro Dios, que os abandonó aquí para que murierais! No puedo explicaros la ausencia de Él, o Su plan en todo esto. ¡El Padre de Todo es un misterio incluso para el Gran Odín!

Sabed solamente que ahora os llevaré a la seguridad, tanta como puede haberla en este mundo. ¡Pero sólo si os apresuráis! ¡Venid, y ya me lo agradeceréis luego, si lo consideráis preciso!

Allá en los campos, en los lúgubres guetos, en una ciudad sitiada…, los puentes se formaron en una sola noche, y con el amanecer habían desaparecido como el vapor o un sueño. Dos millones de personas, los viejos, los tullidos, mujeres, niños, los esclavos de las fábricas de guerra de Hitler, treparon por esos senderos —porque no había otra elección— y se hallaron transportados a una tierra desierta, junto a las orillas de un antiguo río.

Llegaron justo a tiempo para tomar apresuradamente las armas y salvar a un Ejército británico que huía del desastre de Egipto y Palestina. Se mezclaron con los atónitos persas, y con los refugiados de la desmembrada Unión Soviética, y juntos edificaron una nueva nación a partir del caos.

Así fue como Loki se apareció en la pista en Escocia, poco después de aquella noche de milagros. No podía regresar a Europa, porque la furia de su familia æsir era salvaje. Regresando hoy a Gotland, corría con toda certeza mucho más peligro que los comandos.

—No, Marlowe. Loki no es un espía. No tengo la menor idea, por la verde Tierra del buen Dios, de lo que es. Pero apuesto mi vida a que no es un espía.

2

Los grandes casquillos gorgotearon y oscilaron mientras salían disparados del submarino y se bamboleaban hacia la superficie del frío mar. Su cascarón externo se abrió, y los marineros sacaron sus remos. Todos los hombres inspiraron su primer aliento de aire limpio en más de un día.

El enano de Loki parecía poco aliviado. Miraba a través de las oscuras aguas hacia el oeste, donde la delgada y rojiza línea del ocaso silueteaba las colinas de una gran isla báltica, y murmuraba guturalmente en una lengua que nada tenía de terrestre.

Lo cual era de lo más natural. Como la mayoría de los estadounidenses, Chris estaba convencido de que aquellos seres tenían tanto que ver con los antiguos dioses nórdicos —llamados al mundo moderno— como él era Sandy Koufax o no jugaban al béisbol en Brooklyn.

Alienígenas: ésa era la línea oficial…, la historia emitida por la Radio Aliada a través de las Américas y Japón y lo que quedaba del Asia Libre. Criaturas de las estrellas habían llegado a la Tierra, como en las historias de Chester Nimitz, el famoso autor de ciencia ficción.

No resultaba difícil imaginar por qué podían desear ser considerados dioses. Y eso explicaba por qué habían elegido situarse del lado de los nazis. Después de todo, la artimaña no habría funcionado en Occidente, donde, no importaba lo grandes que fueran los poderes de sus huéspedes, los científicos euroestadounidenses hubieran investigado e indagado y la gente hubiera hecho preguntas.

Pero, en la locura teutónica del nazismo, los «æsir» habían hallado un terreno fértil.

Chris había leído documentos de los SS alemanes capturados. Incluso allá en la década de 1930 y comienzos de la de 1940, antes de la llegada de los æsir, estaban repletos de estupideces y misticismo pseudorreligioso…, absurdos acerca de lunas de hielo cayendo del cielo y el espíritu romántico de la superraza aria.

Un mundo conquistado por los nazis pertenecería a los æsir, fueran quienes pudieran ser o lo que pudieran ser. Serían realmente dioses. Del mismo modo que comprendía la lógica de una rata o una hiena, Chris podía seguir las razones de los alienígenas para elegir el bando que habían elegido, malditos fueran.

Las siluetas de los abetos marcaban las cimas de las colinas, aserrando el débilmente iluminado cielo occidental. Los dos botes de carga estaban atestados de marines, cuya misión era establecer una cabeza de playa y penetrar tierra adentro para explorar. Los flancos llevaban grupos de la Marina, que se suponía que debían tener los botes preparados para una huida rápida…, si era que alguien creía que eso podía llegar a suceder.

Los últimos dos botes contenían la mayor parte del equipo de demolición de Chris.

Loki permanecía arrodillado sobre una rodilla en la proa del bote de Chris, y miraba fijamente hacia adelante con aquellos negros y relucientes ojos. Oscuro como era, sin embargo, en aquellos momentos parecía algo surgido directamente de una saga vikinga.

Buena verosimilitud, pensó Chris. O quizá las criaturas creían realmente que eran lo que decían que eran. ¿Quién podía decirlo?

Todo lo que Chris sabía seguro era que tenían que ser derrotadas, o para la humanidad no habría más que oscuridad a partir de ahora.

Comprobó su reloj y alzó la vista al cielo, escrutando las amplias y estrelladas aberturas entre las nubes.

Sí, allí estaba. El Satélite. Llevando las alas de Newton a más de trescientos kilómetros de altitud, rodeando el planeta cada noventa minutos.

Cuando apareció, los nazis alcanzaron el paroxismo y lo proclamaron un portento astrológico. Por alguna razón burocrática desconocida, los oficiales del Pentágono se habían aferrado al secreto hasta que medio mundo creyó en la propaganda de Goebbels. Luego, finalmente, Washington reveló la verdad. Que unos argonautas del espacio estadounidenses estaban orbitando en torno de la Tierra.

Durante dos meses el mundo pareció volverse del revés. Aquella nueva maravilla tecnológica podía ser más importante que la bomba atómica, pensaron muchos.

Luego empezó la invasión de Canadá.

Chris apartó su mente de lo que estaba ocurriendo ahora allí fuera en el Atlántico. Deseó disponer de uno de esos nuevos comunicadores láser, a fin de poder decirles a los hombres de ahí arriba en el Satélite cómo iban las cosas. Pero los dispositivos de amplificación de la luz eran tan secretos, todavía, que los jefes del Estado Mayor se habían negado a permitir que alguno de ellos fuera llevado al corazón del territorio enemigo.

Supuestamente, los nazis estaban trabajando en una manera de derribar el Satélite. Seguía siendo un misterio por qué, con los alienígenas ayudándoles, el enemigo había permitido que su ventaja inicial en cohetes se hubiera perdido de manera tan lamentable. Chris se preguntaba por qué los æsir habían tolerado que la nave espacial estadounidense permaneciera incólume tanto tiempo ahí arriba.

Quizá realmente no puedan operar ahí arriba…, del mismo modo que no han sido capaces de aplastar nuestras fuerzas submarinas.

Pero ¿tiene eso sentido? ¿Es posible que los alienígenas hayan perdido la habilidad de destruir una nave espacial tan tosca?

Chris negó con la cabeza.

No es que importe demasiado, pensó. Esta noche la flota del Atlántico está agonizando. Este invierno nos veremos probablemente obligados a utilizar las grandes bombas para mantener las fronteras con Canadá…, haciendo pedazos el continente aunque logremos contenerlos.

Contempló la figura en la proa del bote. ¿Cómo pueden la habilidad o la industria o el valor prevalecer contra este poder?

Aquellos hombros envueltos en pieles estaban pasivos ahora. Pero Chris los había visto desmoronar edificios con sus manos desnudas.

Y Loki había admitido ser uno de los más débiles de esos «dioses».

—Loki —dijo en voz baja.

La mayor parte de las veces, el aes ignoraba a cualquier humano que le hablara sin su permiso previo. Pero esta vez la figura de oscuro pelo se volvió y miró a Chris. La expresión de Loki no era cálida, pero sonrió.

—Estás turbado, jovenzuelo. Espío en tu corazón. —Pareció mirar a lo más profundo de Chris—. Me alegra ver que no es miedo, sino sólo una gran perplejidad.

Encajando con sus supuestos papeles de fabulosos señores del Valhalla, el valor era uno de los atributos humanos más honrados por los æsir. Incluso por el dios de los trucos y la traición.

—Gracias, Loki —asintió respetuosamente Chris. Podrías haberme engañado. ¡Pensé que estaba mortalmente asustado!

Los ojos de Loki eran profundos pozos que resplandecían con la luz de las estrellas.

—En este día decisivo es costumbre otorgar a los valientes gusanos un favor. En consecuencia, te concedo este honor, mortal. Formula tres preguntas. A ellas responderá Loki sinceramente, con su propia vida.

Chris parpadeó, mudo durante un momento por la sorpresa. ¡No estaba preparado para nada como aquello! Todo el mundo, desde el presidente Marshall y el almirante Heinlein hacia abajo hasta el último soldado brasileño, habían ansiado respuestas. Arrogante y reservado, su único aliado æsir había distribuido indicios y atisbos, había ayudado a desentrañar los planes nazis y a detener el implacable avance enemigo, ¡pero nunca había hecho una promesa como aquélla!

Chris pudo captar a O’Leary tenso a sus espaldas, intentando parecer invisible. Por una vez, la boca del beatnik estaba firmemente sellada.

Los bosques de abetos se alzaron sobre ellos cuando el bote entró en los bajíos y fuera del viento vespertino. Pudo oler la oscura madera. ¡Había tan poco tiempo! Chris buscó desesperadamente una pregunta.

—Yo…, ¿quién eres, y de dónde vienes?

Loki cerró los ojos. Cuando los abrió de nuevo, las negras órbitas estaban llenas con una oscura tristeza.

Del cuerpo de Ymir, muerto por Odín, brotó el Mar.

Aferrando el cuerpo de Ymir, Yggdrasil, el gran árbol.

Salidos de la sal y el hielo, los æsir, ¡tiembla, Tierra!

Nacido de Gigante y hombre, Loki, dispensador de alegría.

La criatura miró a Chris.

—Éste ha sido siempre mi hogar —dijo. Y Chris supo que se refería a la Tierra—. Recuerdo eras pasadas y todo lo hablado de ellas en las Eddas…, desde el encadenamiento de Fenris hasta las mentiras de Skymnir. Y, sin embargo… —La voz de Loki parecía ligeramente desconcertada, incluso lenta—. Y, sin embargo, hay algo acerca de estos recuerdos…, algo aplazado, como el liquen cuando yace sobre el hielo.

Se sacudió.

—En verdad, no puedo decir seguro que sea más viejo que tú, niño-hombre.

Los masivos hombros de Loki se estremecieron.

—Pero apresúrate con tu siguiente pregunta. Nos acercamos al Lugar de Reunión. Ellos estarán allí y debemos impedir sus planes, si ya no es demasiado tarde.

Devuelto bruscamente al presente, Chris alzó la vista hacia los salvajes alrededores de las oscuras colinas.

—¿Estás seguro acerca de su plan…, reunir a tantos æsir en un solo lugar?

Loki sonrió. Y Chris se dio cuenta inmediatamente de por qué. ¡Como cualquier idiota surgido de un cuento de hadas, había malgastado una pregunta en un estúpido deseo de ser tranquilizado! Pero el dar seguridades no era uno de los rasgos fuertes de Loki.

—¡No, no estoy seguro, impertinente mortal! —Loki se echó a reír, y los marineros que remaban perdieron brevemente su ritmo cuando levantaron sus miradas ante el irónico y salvaje sonido—. ¿Crees que sólo los hombres pueden ganar honor jugándoselo todo ante la muerte? ¡Aquí está Loki mostrando su valor, para enfrentarse a la espada de Odín y al martillo de Thor esta noche, si es necesario! —Se volvió y agitó un puño del tamaño de un jamón hacia el oeste. El enano se estremeció y se acurrucó al lado de su amo.

Chris vio que los marines ya habían desembarcado. El mayor Marlowe hizo rápidos gestos con la mano para enviar a los primeros rastreadores a explorar el bosque. La segunda hilera de botes metió los remos y fue arrastrada por su impulso hacia la guijarrosa orilla.

Se apresuró a aprovechar el tiempo que le quedaba.

—Loki, ¿qué ocurre en África?

Desde 1949, el Continente Negro había permanecido realmente sumido en la negrura. Desde Túnez hasta el Cabo de Buena Esperanza ardían los incendios y fluían rumores de horror sin cuento.

Loki susurró en voz muy baja:

Surtur necesita tener un hogar, antes del momento de la violencia.

Aquí, en tormento, gritan los hombres, pidiendo un final.

El gigante agitó su enorme cabeza.

—En África y en las grandes llanuras de la Unión Soviética se está llevando a cabo una terrible magia, pequeño, y una terrible desdicha.

Allí en Israel-Irán, Chris había visto algunos de los refugiados —negros y eslavos de altos pómulos—, los afortunados que habían conseguido huir a tiempo de los incendios. Aunque no habían sido capaces de decir lo que estaba ocurriendo en el interior. Sólo los que había visto los anteriores horrores —cuyos brazos llevaban grabados los números de la primera oleada de campos con chimeneas— podían imaginar lo que estaba ocurriendo en el silencioso continente. Y aquellos fieros hombres y mujeres guardaban silencio.

Chris tuvo la impresión de que Loki no parecía hablar movido por un sentimiento de piedad, sino simplemente enumerando un hecho, como si creyera que se estaba cometiendo un error, pero ningún mal en particular.

—Una terrible magia… —repitió Chris. Y bruscamente se le ocurrió algo—. ¿Quieres decir que la finalidad no es sólo matar gente? ¿Que se está desarrollando algo más? ¿Algo que se halla relacionado con la razón por la que tú salvaste a esa gente de los primeros campos? ¿Iban a hacerles algo?

Chris tenía la sensación de que había algo importante allí. Algo decididamente crucial. Pero Loki sonrió y alzó tres dedos.

—No más preguntas. Es el momento.

El bote rascó el fondo. Los marineros saltaron a la helada agua para arrastrarlo por la rocosa orilla. Al poco tiempo Chris estaba atareado supervisando la descarga de su equipo, pero su mente era un torbellino.

Loki estaba ocultando algo, riéndose de él por haberse acercado tanto y sin embargo haber fallado el blanco. Aquella noche había algo más que un intento de matar a unos cuantos dioses alienígenas.

Muy arriba, en el oscuro dosel del bosque, croó un cuervo. El enano, cargado con cajas suficientes como para aplastar a un hombre, hizo girar los ojos y gimió suavemente, pero Loki pareció no darse cuenta de ello.

—Vaya jodida madriguera, chaval —murmuró O’Leary, mientras ayudaba a Chris a cargarse al hombro el mecanismo detonador de la bomba—. Un escenario auténticamente jodido.

—Sí —respondió Chris, seguro de comprender al beatnik esta vez—. Un escenario auténticamente jodido. —Echaron a andar, siguiendo las débiles luces de los marines exploradores.

Mientras trepaban por un estrecho sendero que ascendía desde la playa, Chris notó que una sensación de anticipación crecía en él…, una sensación de hallarse, en aquel preciso momento, en el ombligo del mundo. Para bien o para mal, aquel lugar era donde reposaba el destino del mundo. No podía pensar en un final mejor que el de eliminar toda vida de aquella isla. Y eso significaba permanecer al lado de la bomba y detonarla él mismo. Bueno, pocos hombres tenían la oportunidad de ofrecer sus vidas por algo así de grande.

Ahora estaban muy adentro bajo el dosel del bosque. Chris captó los apenas entrevistos movimientos bajo los árboles, los marines que les flanqueaban, custodiándolos a ellos y su preciosa carga. De acuerdo con los mapas de preguerra, sólo tenían que coronar una elevación, luego otra. Desde aquella segunda prominencia, cualquier lugar donde plantaran la bomba sería tan bueno como cualquier otro.

Chris empezó a volverse para mirar a Loki…, y en aquel mismo momento la noche entró en erupción con una cegadora luz. Los focos se encendieron y sisearon y flotaron lentamente a través de las ramas, colgados de pequeños paracaídas. Los hombres se pusieron a cubierto mientras las balas trazadoras perseguían sus sombras fugitivas. Hubo el repentino tableteo de una ametralladora al frente, y fuertes contusiones. Algunos hombres gritaron.

Chris buscó refugio tras un enorme abeto mientras los morteros empezaban a golpear el bosque a su alrededor.

Desde arriba de la colina —incluso por encima de las explosiones— oyeron una retumbante risa.

Aferrándose a las raíces de un árbol, Chris miró hacia atrás. A una docena de metros de distancia, el enano yacía de espaldas, una humeante ruina allá donde un mortero debía haber impactado de lleno.

Pero entonces sintió una mano sobre su hombro.

O'Leary señaló hacia la cima de la colina y susurró, con os ojos desorbitados:

—Mira eso, hombre.

Chris se volvió y contempló, allá arriba, la enorme figura humanoide descendiendo la colina a grandes zancadas, seguida por docenas de hombres armados envueltos en capas oscuras. La figura llevaba una gigantesca maza que chillaba cada vez que la arrojaba, aplastando árboles y marines sin prejuicio alguno. Las gigantescas coníferas estallaban en pedazos y los hombres se convertían en roja gelatina. Luego el arma volvía a la mano del æsir de rojiza barba.

No morteros, se dio cuenta Chris. El martillo de Thor.

Por ninguna parte se veía el menor rastro de Loki.

3

—Vamos, vamos, Hugin. No temas a los oscuros estadounidenses. No harán el menor daño aquí.

El ser con un solo ojo llamado Odín estaba sentado en un trono de ébano, sujetando en su alzada mano izquierda un cuervo del color de la noche. La joya incrustada en el parche del gigante brillaba mucho más que el ojo que había perdido, y sobre sus rodillas tenía cruzada una resplandeciente lanza.

A ambos lados permanecían de pie unas figuras casi tan imponentes como él, envueltas en pieles: una rubia, con una enorme hacha apoyada arrogantemente sobre su hombro, la otra con una barba roja también, apoyada indolentemente sobre un martillo del tamaño de un nombre normal.

Guardias vestidos de cuero negro, con dos relámpagos gemelos en el cuello de sus uniformes, permanecían firmes en torno de la gran sala de enormes vigas toscamente labradas. Incluso sus rifles eran de un pulido negro. La única nota de color en sus uniformes de las SS era un brazalete con una esvástica roja.

El ser llamado Odín bajó la vista hacia los prisioneros, encadenados juntos en un montón en el suelo de la gran sala.

—Oh. El pobre Hugin no os ha perdonado, mis queridos huéspedes estadounidenses. Su hermano, Munin, se perdió cuando Berlín ardió bajo vuestras infernales bombas ígneas.

El ojo que le quedaba al jefe æsir brilló ferozmente.

—¿Y quién puede culpar por ello a mi pobre pájaro guardián, o no comprender el dolor de un padre, cuando el mismo diluvio de llamas consumió a mi chico más brillante, mi previsor Heimdall?

Los supervivientes de la fracasada incursión estaban tendidos en el duro suelo de piedra, exhaustos. El inconsciente y agonizante mayor Marlowe no estaba en condiciones de responder por ellos, pero uno de los voluntarios británicos libres se puso de pie, haciendo resonar sus cadenas, y escupió al suelo frente a la criatura humanoide.

—¡Higgins! —O’Leary intentó tirar del brazo del hombre, pero fue apartado a un lado por éste con una sacudida.

—Sí, se cargaron a tu precioso chico en Berlín. ¡Y tú mataste a todo el mundo en Londres y París como venganza! Digo que los yanquis fueron demasiado blandos al dejar que eso los detuviera. Hubieran debido seguir adelante, fuera cual fuese el precio, hasta acabar con el último hijo de puta ario y…

Su desafío se vio cortado cuando un oficial de la Gestapo lo derribó de un golpe. Los soldados de las SS dejaron caer violentamente las culatas de sus rifles sobre él, una y otra y otra vez.

Finalmente, Odín hizo un gesto para que se retiraran.

—Llevad el cuerpo al centro del Gran Círculo, para ser enviado a Valhalla.

El oficial de la Gestapo levantó bruscamente la vista, pero Odín retumbó con un tono que exigía obediencia.

—Quiero a ese valiente hombre conmigo, cuando el Invierno Fimbul sople —explicó la criatura. Y, evidentemente, pensó que con eso había dejado resuelto el asunto. Mientras los guardias uniformados de negro separaban el inerte cuerpo de sus cadenas, el jefe de los æsir acarició su cuervo debajo del pico y le ofreció un bocado de carne. Se dirigió al enorme pelirrojo que estaba de pie a su lado.

—Thor, hijo mío. Estas otras cosas son tuyas. Admito que son una pobre recompensa, pero mostraron una cierta proeza siguiendo al Mentiroso hasta tan lejos. ¿Qué harás con ellos?

El gigante apretó fuertemente su martillo con unos guanteletes del tamaño de perros pequeños. Evidentemente, era una criatura que hacía que incluso Loki pareciera pequeño.

Avanzó unos pasos y escrutó a los prisioneros, como si estuviera buscando algo. Luego su mirada se detuvo en Chris, pareció iluminarse. Su voz sonó tan profunda como el gruñir de un terremoto.

—Me dignaré hablar con uno o dos de ellos, padre.

—Bien —asintió Odín—. Haz que los arrojen a un pozo en alguna parte —le dijo al general de las SS que tenía más cerca, el cual dio un taconazo y se inclinó profundamente—. Y aguarda los deseos de mi hijo.

Los nazis obligaron a Chris y a los otros supervivientes a ponerse de pie y tiraron de ellos, en fila india. Pero no antes de que Chris oyera al æsir más viejo decir a su descendiente:

—Descubre lo que puedas acerca de ese engendro de lobo, Loki, y luego entrégalos todos para ser usados en el sacrificio.

4

El pobre mayor Marlowe había tenido razón en una cosa. Los nazis nunca habrían vencido sin los æsir, o sin algo como ellos. Hitler y su pandilla debieron creer desde un principio que de algún modo podían apelar a los antiguos «dioses», o de lo contrario seguramente nunca se hubieran atrevido a desatar una guerra así, una guerra que seguramente involucraría a los Estados Unidos.

De hecho, a principios de 1944 todo había parecido a punto de terminarse. El coste había sido grande, por supuesto, pero nadie allá en casa temía la derrota. Los soviéticos estaban empujando desde el frente del este. Roma había caído, y el Mediterráneo era un lago aliado. Los japoneses se estaban desmoronando —empujados hacia atrás o atrapados isla tras isla—, mientras que en Inglaterra se estaba agrupando la mayor armada de la historia, preparándose para cruzar el Canal y atravesar a los nazis de parte a parte de una vez por todas.

En las fábricas y los astilleros de todos los Estados Unidos el Arsenal de la Democracia estaba proporcionando más material en un mes que el que el Tercer Reich había producido en su mejor año. Los barcos eran botados a intervalos de pocas horas. Los aviones cada escasos minutos.

Y, lo más importante de todo, en Italia y en el Pacífico, los campesinos y los muchachos de las ciudades se habían enfundado uniformes de soldados y habían sido templados y se habían convertido en guerreros de un gran ejército. Hombre a hombre, ahora estaban a la par con su experimentado enemigo. Y el enemigo se veía enormemente superado en número.

Ya se hablaba de la recuperación de la posguerra, de planes para ayudar a la reconstrucción y de unas Naciones Unidas que mantuvieran la paz para siempre.

Chris era sólo un niño con pantalones cortos allá en 1944, que devoraba las novelas de Chet Nimitz y rezaba con toda su voluntad que en su edad adulta pudiera hacer alguna vez algo la mitad de glorioso que lo que estaban consiguiendo sus tíos en ultramar en aquellos momentos. Quizá fueran aventuras en el espacio, esperaba, puesto que, después de eso, el horror de la guerra nunca volvería a permitirse.

Y entonces llegaron los rumores…, historias de retrocesos en el frente oriental…, de los Ejércitos soviéticos viéndose obligados a retirarse repentina e inesperadamente. Las razones no estaban claras…, lo que llegaba eran en su mayor parte supersticiosos ecos a los que ninguna persona moderna podía dar crédito.

Voces en una esquina.

Malditos soviéticos… Desde un principio supe que no iban a aguantar… Todo el tiempo gimoteando acerca de un «segundo frente»… ¡Bien, les daremos un segundo frente! Salvaremos sus culos… No te preocupes, Iván, el Tío Sam ya viene…

Junio, y el cielo normando se llenó de aviones. Los barcos cubrieron el mar del Canal…

Sentado contra una fría pared de piedra en una celda subterránea, Chris cerró fuertemente los ojos e intentó aplastar el recuerdo de los granulados filmes en blanco y negro que le habían mostrado. Pero no consiguió apartar de sí las imágenes.

Barcos, hasta tan lejos como uno podía ver…, la mayor armada de hombres libres jamás reunida…

No fue hasta que se unió a la OSS que Chris vio realmente las fotografías jamás mostradas al público. En todos los años transcurridos desde entonces deseó no haberlas visto.

El día D…, D de desastre.

Ciclones, centenares de ellos, girando como horribles peonzas, surgiendo de las brumas matinales. Crecieron y treparon hasta que los oscuros embudos parecieron extenderse más allá del cielo. Y, mientras se aproximaban a los barcos, uno creía poder ver diminutas figuras volando en sus flancos, empujando las tormentas más y más aprisa con sus batientes alas…

—Marlowe ya ha acabado, hombre —suspiró pesadamente O’Leary, dejándose caer al lado de Chris—. Ahora tú eres el que manda, papi.

Chris cerró los ojos. Todos los hombres mueren, pensó, recordándose a sí mismo que realmente nunca le había gustado demasiado el hosco marino.

De todos modos lo lamentó, aunque no fuera por otra razón más que porque Marlowe había sido su aislamiento, protegiéndole de esa maldita cosa llamada «mando».

—Así que, ¿qué viene ahora, jefe?

Chris miró a O’Leary. El hombre era realmente demasiado mayor para dedicarse a juegos de niños. Había arrugas en las comisuras de aquellos tristes ojos, y el bebé gordo estaba criando papada. El Ejército reconocía a los genios, y extraía un buen número de ellos de entre sus expertos civiles. Pero Chris se preguntaba cómo aquel escapado de Greenwich Village había podido llegar a una posición de responsabilidad.

Loki lo eligió. Ésa era la auténtica respuesta. Del mismo modo que me eligió a mí. Hay que felicitar el agudo talento del dios.

—Lo que viene es que todo importa ya un comino, O’Leary. Sólo basta con que hagas una de cada tres frases tuyas ininteligible para proporcionarte así la muleta emocional que necesitas.

O'Leary se encogió sobre sí mismo, y Chris lamentó de inmediato su estallido.

—Oh, no importa. —Cambió de tema—. ¿Cómo están el resto de los hombres?

—Hechos polvo, supongo… Quiero decir que están bien, para unos tipos cuyo destino es un acortamiento ritual de sus vidas dentro de pocas horas. Todos sabían que ésta era una misión suicida. Sólo que deseaban haberse podido llevar con ellos a unos cuantos más de esos cabrones, esto es todo.

Chris asintió. Si hubiéramos conseguido uno o dos años más

Por aquel entonces los científicos especialistas en misiles hubieran dispuesto de cohetes lo bastante precisos como para lanzar un golpe quirúrgico, haciendo inútil aquel intento de deslizar subrepticiamente bombas por debajo de las narices del enemigo. El Satélite era sólo el principio de las posibilidades, si hubieran conseguido algo más de tiempo.

—Higgins tenía razón, hombre —murmuró O’Leary mientras se dejaba caer contra la pared al lado de Chris—. Hubiéramos debido aplastarles con todo lo que teníamos. Fundir Europa hasta convertirla en una losa, eso es lo que hubiéramos debido hacer.

—Cuando hubiéramos dispuestos de las bombas suficientes como para conseguir algo más que detenerles un poco, ellos también habrían tenido armas atómicas —señaló Chris.

—¿De veras? Después de que freímos Peenemünde, sus sistemas de entrega se vieron parados. ¡Y ni siquiera tienen el menor indicio de cómo fabricar algo termonuclear! Vamos, ni aunque consiguieran desmantelar nuestra bomba…

—¡… Dios no lo permita! —Chris parpadeó. Su corazón latió aceleradamente con sólo considerar la posibilidad. Si los nazis conseguían dar el salto de las bombas A a las armas de fusión…

El técnico agitó vigorosamente la cabeza.

—Yo mismo me encargué…, quiero decir que verifiqué personalmente los detonadores de destrucción, Chris. Cualquiera que curiosee intentando ver cómo funciona una bomba H de los Estados Unidos se va a llevar una sorpresa desagradable.

Esta, por supuesto, había sido una de las exigencias fundamentales antes de que se les permitiera intentar aquella misión. Si hubieran conseguido ensamblar el arma cerca del «Gran Círculo» de Aesgard, el curso de la guerra habría podido cambiar radicalmente. En este momento, todo lo que podían esperar era que los componentes separados se fundieran en masas informes como se suponía que harían cuando expiraran sus tiempos.

O'Leary insistió:

—Sigo pensando que hubiéramos debido lanzar todo lo que teníamos en 1952.

Chris sabía cómo se sentía el hombre. La mayoría de estadounidenses creían que el precio hubiera valido la pena. Un golpe a plena escala contra la tierra natal de Hitler habría acabado con sus ansias. Las represalias del monstruo, con cohetes más toscos y bombas de fisión, hubiera sido un precio digno de pagar.

Cuando había sabido la auténtica razón, al principio se había negado a creerla. Chris supuso que Loki estaba mintiendo…, que era un truco æsir.

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