Hitler

Hitler


Intermedio III

Página 68 de 98

En Mi lucha ya había escrito que un programa como él presentaba constituía «la formulación de una declaración de guerra contra un orden existente, contra un concepto existente del mundo, en principio»[1290]. En septiembre de 1939 inició únicamente el enfrentamiento con la fuerza de las armas, para conducirlo más allá de las fronteras. La primera guerra mundial había sido, al menos en parte, un choque de ideologías y de sistemas de dominación; la segunda lo fue de una forma incomparablemente más agresiva y de principios: una especie de guerra civil, la cual decidía menos sobre el poder que sobre la moral que debía reinar en el mundo del futuro.

Los enemigos que se enfrentaban inesperadamente después de la rápida derrota de Polonia no tenían ningún objetivo territorial en disputa, ningún objetivo a conquistar, y durante cierto tiempo, en la dróle de guerre de este otoño, daba la sensación de que la guerra había perdido sus motivos: en ello se basaba una débil oportunidad de paz. Hitler se había dirigido a Varsovia el 5 de octubre para estar presente en el gran desfile de la victoria, anunciando para el día siguiente una gran «apelación a la paz». Apenas nadie podía presumir cuán sin objeto, cuán indefinidas eran estas últimas esperanzas que inmediatamente se anunciaron. Porque catorce días antes, Stalin ya había hecho saber al dictador alemán que él sentía muy pocas simpatías por un resto de Polonia independiente; y Hitler, con aquella inclinación surgida hacía poco tiempo contra las alternativas de tipo político, había concedido su visto bueno a las negociaciones proyectadas. Cuando estas finalizaron el 4 de octubre, Polonia había sido repartida nuevamente entre sus superpoderosos vecinos, pero al mismo tiempo habían convertido en irrealizables las posibilidades de hallar una solución política a la guerra con las potencias occidentales. Sobre el discurso pronunciado por Hitler en el Reichstag, un diplomático extranjero manifestó que con sus palabras Hitler había amenazado a la paz con la pena de presidio[1291].

Sin embargo, y dentro del marco de su gran concepto, Hitler había obrado de forma consecuente; porque, por mucho que le hubiese agradado reconquistar la constelación ideal de la ayuda occidental, Stalin le ofrecía ahora, finalmente, la frontera común con la Unión Soviética, por cuyo motivo, en el fondo, había iniciado la guerra contra Polonia. El 17 de octubre de 1939 ya había exigido del teniente general Keitel, el jefe del OKW, durante una conversación nocturna, que tuviese en consideración en una planificación futura que la región polaca ocupada «podía ser considerada como un glacis avanzado que poseía mucha importancia militar y podía ser aprovechado para una concentración. Por ello deben ser mantenidos en orden y conservados los ferrocarriles, carreteras y comunicaciones a efectos de nuestros propósitos. Deben ser eliminados todos los intentos de una consolidación de las situaciones en Polonia»; y luego, irónicamente: «la economía polaca debe florecer»[1292].

Pero también moralmente atravesó la frontera que convertía la guerra en irrevocable. Durante la misma conversación exigió se evitasen todos los intentos «para que la inteligencia polaca se convirtiese en un estrato social directivo. En las zonas rurales debe mantenerse un bajo nivel de vida; de allí solo pretendemos obtener fuerzas trabajadoras». Mucho más allá de las fronteras del año 1914 fueron incorporados al Reich el denominado país del Warta, así como la región industrial de la Alta Silesia; el resto del territorio se convirtió en un gobierno general bajo la dirección de Hans Frank y sometido a un proceso de germanización sin consideraciones, así como a una guerra esclavizadora o aniquiladora: Frank debía ser capacitado, manifestó Hitler, «para que finalizase esta obra diabólica». Durante los últimos días de septiembre ya había ordenado a Heinrich Himmler que procediese a la acción brutal de la «depuración racial campesina», dando paso, con la anulación de la administración militar el 25 de octubre de 1939, a su «lucha de nacionalidades». Y mientras las unidades de las SS y de la Policía iniciaban su régimen de terror y detenían, colonizaban por la fuerza, expulsaban, liquidaban, de forma que un oficial alemán hablaba en una carta, horrorizado, de una «banda de asesinos, ladrones y saqueadores», Hans Frank se entusiasmaba con la «época del Este» que ahora se iniciaba para Alemania, una «época de gigantescas nuevas configuraciones colonizadoras y urbanas»[1293].

Hitler manifestó repetidamente sus alabanzas por Heinrich Himmler, quien iba ganando paulatinamente poder gracias a la incrementada ideologización de estos tiempos, por cuanto no temía «proceder con medios indeseables», con los cuales no solo creaba un nuevo orden sino también cómplices[1294]. Parece como si este hecho psicológico, muy alejado de las intenciones expansionistas, contribuyese a mantener la cada vez más descarada criminalidad del sistema: la intención de encadenar la totalidad de la nación al régimen, mediante unos delitos tremendos, creando además la conciencia de que habían ardido ya todos los barcos; aquel complejo de Salamina del que Hitler ya había hablado; también ello, lo mismo que el rechace de toda política, un intento para cortarse a sí mismo todas las posibilidades de retirada. En casi todos sus discursos, pronunciados desde que se inició la guerra, surgía, conjurándola, la fórmula de que nunca más debía repetirse un noviembre de 1918. Él sentía, indiscutiblemente, lo que el teniente general Ritter von Leeb anotó el 3 de octubre de 1939 en su diario: «Mal ambiente entre la población, ningún entusiasmo, no se adornan las casas con banderas, todo espera la paz. El pueblo siente lo innecesario de la guerra»[1295]. Esta política de aniquilamiento que se inició inmediatamente en el Este constituía uno de los medios para convertir la guerra en irrevocable.

Ya no poseía ninguna escapatoria, y se hallaba nuevamente, sintiendo antiguas excitaciones, con la espalda apoyada en la pared. Como solía decir, el conflicto «debía ser ahora llevado hasta el final». Al subsecretario americano que le visitó el 2 de marzo de 1940 le manifestó «que no se trataba de si Alemania podía ser aniquilada»; Alemania se defendería hasta el último extremo; «en el peor de los casos, todos serían aniquilados»[1296].

Ir a la siguiente página

Report Page