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Cine sonoro » 1929. La muchacha de londres

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LA MUCHACHA DE LONDRES

(BLACKMAIL - 1929)

Producción British International, John Maxwell; Inglaterra. Dirección: Alfred Hitchcock. Guión: Alfred Hitchcock y Charles Bennett, con diálogos de Ben W. Levy, sobre la obra teatral de Charles Bennett. Fotografía: Jack E. Cox. Música: Campbell y Connelly. Edición: Emile de Ruelle. Intérpretes: Anny Ondra (Alice White), Sara Allgood (señora White), Charles Patón (señor White), John Longden (Frank Webber), Donald Calthrop (Tracy, el chantajista), Cyril Ritchard (el artista), Hannah Jones (la casera), Phyllis Monkman (el vecino), Harvey Braban (inspector en jefe). Duración: 81 minutos. // Rodada en los estudios Elstree, Gran Bretaña. Estrenada en 1929.

SINOPSIS: Alice White es una jovencita de carácter ingenuo pero coqueto, novia de Frank, detective de Scotland Yard. Discuten una tarde porque Frank quiere ir al cine, pero ella se niega. Se separan y Alice no tiene reparos en salir con un pintor bohemio que conoce en el mismo restaurante donde Frank la ha dejado. El pintor le muestra en su estudio algo de su obra, entre la que se incluye el retrato de un bufón riendo, y también le muestra «cómo pintar» haciendo en el reverso del antedicho cuadro un burdo bosquejo de Alice desnuda. El artista se encuentra en el gozoso proceso de mostrarle «algo más que cuadros» cuando ella reacciona como una muchacha decente y bien educada: apuñala al pintor y huye. Su novio Frank es el encargado de investigar el caso y descubre la culpabilidad de Alice, pero lo oculta hasta poder hablar con ella. Es entonces cuando aparece Tracy, el chantajista que sabe todo y está dispuesto a hablar, salvo que le proporcionen dinero. Frank y sus colegas persiguen a Tracy hasta el museo, donde el hombre se precipita a una muerte instantánea a través de un techo de cristal. Alice trata de entregarse a la ley, pero Frank la convence de desistir. Ha quedado libre socialmente, pero ella y su pareja comparten el doloroso secreto de su culpa moral.

Esta cinta es la primera sonora de Hitchcock y también la primera sonora filmada en Inglaterra. La muchacha de Londres tiene una estructura narrativa sólida por haber sido construida y rodada, en una primera versión, sin el uso del sonido director. Poco tiempo después, ya durante el rodaje, se le pidió al joven director hacer uso del nuevo equipo. Hitchcock volvió a filmar algunas secuencias e incluso se vio obligado a doblar la voz de la checa Anny Ondra con la de la actriz Joan Barry, que recitaba sus líneas en el mismo set, puesto que la posproducción de sonido era en aquel entonces desconocida.

Lo que conocemos de La muchacha de Londres es la versión sonora en la que Hitchcock —quien alguna vez dijo a Truffaut que las películas mudas eran la forma más pura del cine— obtuvo, gracias al sonido, enorme beneficio de las actuaciones, suavizadas por el uso del diálogo hasta el punto de hacer obsoleta en ese aspecto su contraparte muda. También a nivel dramático se hicieron sentir los beneficios del sonido: Hitch sustituyó la situación original del atentado de seducción para adaptarlo a las nuevas exigencias del proceso. En la versión original, dicen Rohmer y Chabrol, «el pintor [en un tracking hacia delante] avanza hacia Alice, y en la versión sonora canta suavemente al piano, trabajando poco a poco hasta arrojarse hacia ella». Las ventajas del cambio son evidentes y contribuyen a la impresión de ambigüedad en la escena, haciendo aún más sorprendente el crimen de Alice. Según Spoto, «el público ha sido manipulado para hacerle sentir el asesinato satisfactorio y horrible a la vez». En la pista sonora vale la pena destacar un efecto que ahora es más bien un lugar común: la heroína escucha durante el desayuno la palabra «cuchillo» aumentada y repetida una y otra vez, creando uno de los primeros usos subjetivos del sonido.

Las primeras imágenes de la película muestran la captura de un presunto criminal y establecen por medio de una maravillosa disolvencia (entre una huella digital y el rostro del hombre) la fácil «cosificación» del criminal. Así, los personajes buenos y malos se definen como tales solo gracias a la identificación del público.

«El viaje de regreso de Alice a su hogar», dice Spoto, «está lleno de recordatorios y presagios de su culpabilidad: “White[1] para pureza” anuncia el letrero de Gordon’s Gin sobre Picadilly; esta chica ciertamente va con la pureza. [¡Si hasta mata por ella!]».

El personaje de Alice White es la encarnación del concepto más burdo y esquemático de la mujer «buena» (tan burdo como lo representa el dibujo del pintor) y será, por tanto, objeto de burla: en las últimas imágenes de la película vemos a la pareja unida, ya no por el amor, sino por el secreto y la culpa, y delante de esa patética imitación de las relaciones humanas pasa por última vez la imagen del bufón riendo, que les cierra definitivamente la entrada al «paraíso» y recuerda a Alice (Eva, la mujer desnuda) y a Frank el origen hipócrita y simplista de sus crímenes; sus crímenes, porque han borrado uno con otro nuevo para guardar el frágil lazo que unirá sus vidas: la apariencia.

En una entrevista concedida a Peter Bogdanovich en 1963, Hitchcock dice: «Yo quería terminar La muchacha de Londres tal como empezaba. Solo que esta vez la chica sería la arrestada. Pero en aquellos días no me hubieran apoyado en eso. Tuvo que ser un final feliz». Esa declaración confirma lo mismo que Sospecha y El enemigo de las rubias: el final actual de la cinta vuelve la situación más frágil y terrible que el final prohibido por los productores.

El trucaje técnico (Schüfftan process) de La muchacha de Londres ofreció a Hitchcock no solo la posibilidad de lograr secuencias filmadas en sitios de difícil acceso, sino imágenes tan bellas como la del chantajista suspendido en el vacío frente al rostro impasible de una estatua gigantesca. Eso, resalta Spoto:

Hace conversar extrañamente los sentimientos de impotencia y serenidad. La imagen de la impotencia es el hombre disminuido, digno de piedad en su huida de un mundo amenazante en el que su propio crimen es opacado por la intención criminal del detective que lo persigue. La imagen de la serenidad es la gran cabeza pensativa, divina en su distanciamiento ante el caos.

Leff hace un parangón entre esta secuencia, la de la estatua de la libertad en Sabotaje y la del Monte Rushmore en Con la muerte en los talones, y dice que la intención más clara de todas ellas es mostrar monumentos levantados en honor a la humanidad, que permanecen indiferentes ante los dramas humanos que pasan frente a ellos.

«En La muchacha de Londres, el verdadero chantajista moral es el detective», nos dice Spoto, y es verdad. Comparado con el chantajista ingenuo y amateur, el personaje de Frank Webber se vuelve el único criminal «profesional» de la cinta y comete un asesinato «a sangre fría». Hitchcock dirá, hablando de Pánico en la escena: «Son los mismos villanos los que están más asustados».

Spoto resalta la constante del enfrentamiento «amor versus deber» y la insistencia en mostrar al «trabajador de la justicia» exactamente como eso: un trabajador más, como cualquiera de otro oficio, que tiene niños y una vida personal que lo espera y que se «lava las manos» al volver a casa para dejar atrás su «sucio trabajo». Otra característica del «trabajador de la justicia» (que comprende a jueces, abogados y policías) es la «atracción protectora» que siente por algunos de los personajes, que puede volverse a ver en cintas como Asesinato (Murder!, 1930), Sabotaje, La sombra de una duda (Shadow of a Doubt, 1943), Pánico en la escena y Extraños en un tren (Strangers on a Train, 1951), y el deseo de usar la justicia a la ligera como instrumento de provecho personal (sentimental); eso sucede en El enemigo de las rubias, en La muchacha de Londres misma, en Asesinato, en El proceso Paradine (The Paradine Case, 1947), o en Yo confieso (I Confess, 1953).

La ambigüedad moral de La muchacha de Londres, ya prefigurada en The Manxman, hace de esta película, en ese sentido, el primer filme «moderno» de Hitchcock.

APARICIÓN DE HITCHCOCK: Es molestado por un niño en el tren, mientras trata de leer.

La muchacha de Londres (1929) fue la primera cinta sonora de Alfred Hitchcock

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