Henry
Henry
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Henry
Suena el despertador y lo apago de un manotazo. Emily se revuelve encima de mí.
—¿Qué hora es?
Bosteza y como acto reflejo, bostezo yo también.
—Las cinco y media.
—¿A qué hora sale el tren?
Se despereza y la sábana le cae hasta la cintura. Mi polla se remueve inquieta, pero se va a tener que joder porque vamos con el tiempo justo.
—A las siete.
—Espero que podamos echarnos la siesta esta tarde.
—No cuentes con ello, seguro que Lily nos va a tener ocupados todo el fin de semana. Y el resto te voy a mantener yo ocupada.
No puedo resistirme a tocarle un poco las tetas y a besarla. Ella se deja hacer y me abraza. Llaman a la puerta del dormitorio.
—Y hablando del rey de Roma...
—¡¿Puedo pasar?!
—¡¡NO!!
Los dos gritamos a la vez, y Emily se tapa la cabeza con la sábana.
—Dile que ahora sí.
—No hace falta que te tapes la cabeza, Em.
Me río y se destapa hasta el cuello.
—¡¡Ya puedes abrir!!
Lily asoma su cabeza somnolienta por la puerta.
—¿Nos da tiempo a desayunar? Necesito un café urgentemente o tendrás que llevarme en brazos dormida, Hank.
—Prepara un poco, creo que nos da tiempo, al menos, a tomar uno.
—Pues yo no puedo viajar con el estómago vacío.
—Em, podemos comprar algo de comer en la estación. Parecéis dos niñas pequeñas quejándoos.
—Más te vale que haya algo que me guste, sino te tiro del tren en marcha.
—Me arriesgaré.
Nos levantamos y desayunamos en cinco minutos. En la calle hace un frío horroroso y a Emily empiezan a castañearle los dientes justo antes de que llegue el taxi. Después no para de bostezar durante el camino. Llegamos a la estación veinte minutos antes de que salga nuestro tren a Barcelona, así que desayunan las dos lo que desayunarían seis personas.
—No sé cómo os podéis meter eso a las siete de la mañana.
—¿No decías que te gustan las mujeres que comen?
—Por supuesto, y me alegro de que seas una de ellas. No soporto salir con alguien que cuente calorías, es estresante.
—¿Lo dices por experiencia?
Alza una ceja.
—Sí, salí con una aspirante a modelo hace muchos años. No duramos ni una semana. Las mujeres tienen que quererse y aceptarse como son. Si no te aceptas a ti misma, nunca te aceptarán los demás.
—Y eso lo has leído en la... ¿Cosmopolitan?
Lily se echa a reír.
—Pues no. En el National Enquirer.
Nos echamos a reír los tres.
El viaje a Barcelona dura dos horas y veinte minutos. Nunca había viajado en un tren de alta velocidad, pero es alucinante, apenas se nota nada. Las dos se quedan dormidas en cuanto ponen la cabeza en el asiento, así que para no aburrirme me pongo a ver la película que ponen en el tren. Por suerte es Casino Royale y casi me sé los diálogos, así que no me importa verla en español.
Salimos de la estación y cogemos un taxi para ir al hotel. He reservado en uno céntrico para que nos pille todo más o menos cerca. A ver cómo se toma Emily que compartamos habitación...
Gracias a Dios se queda tan alucinada con el hotel, que no pone ninguna pega.
—Hotel Claris... ¡No me puedo creer que esté en un cinco estrellas!
Emily se pasea nerviosa por la recepción.
—Joder, ni yo. Tantos años reservándolos para otros y muriéndome de envidia, y por fin ya estoy en uno. Cómo se nota que ha pagado él.
Mi prima está igual de entusiasmada. Se echan las dos a reír.
—A ver si os creéis que no vamos a echar cuentas los tres, ya os diré lo que me debéis.
—Entonces tendré que dejar de comer un mes entero para pagar esto.
—Sería un castigo demasiado cruel, estaba bromeando.
—¿Qué os pasa a los hombres últimamente que os ha dado por haceros los graciosos?
—No sé de qué me hablas.
Se lleva la mano a la frente y se da un golpecito.
—Oh, se me olvidó contarte lo de Max.
—¿Max?
—Sí, el de la librería. Y ahora que recuerdo se me olvidó darte mi regalo también.
—¿Me has traído un regalo?
—Sí, espera.
Pone la maleta en el mostrador de recepción y abre la cremallera. El recepcionista nos mira con cara de póker. Le sujeto la mano antes de que líe alguna si se esparrama todo.
—No, no. Espera a que nos den habitación y ya me lo das, Lil.
Cierra la cremallera y vuelve a dejar la maleta en el suelo.
—El caso es que fui a comprarte un libro y volví a cruzarme con él.
—Es lo más lógico, su padre es el dueño.
—Ya, pero es que encima me calló un chaparrón y entré chorreando de agua. Dejé todo un reguero por todo el pasillo de Foyles.
—Y te dio una fregona, claro.
—No, eso es lo más fuerte, que encima me regaló un libro.
Me echo a reír.
—Lil, dos libros en menos de un mes, tú a ese tío le gustas. Y creo que bastante.
—¡¿Qué?! ¡Qué va!
La miro con una ceja alzada.
—¿De verdad te vas a hacer la tonta conmigo? Estoy seguro de que lo has pensado.
Se muerde el labio.
—Bueno, la verdad es que luego me mandó un mensaje un poco extraño. Pero no quiero malinterpretarlo.
—¿Te dio su teléfono?
—Me lo apuntó en la cubierta del libro.
—¿Y cómo era ese mensaje?
—Pues me llevó a casa, y entonces me escribió que ahora que sabía donde vivía ya no iba a hacer falta que se chocara conmigo en el supermercado.
Emily se echa a reír. Le echo el brazo por los hombros y la acerco a mí.
—¿Tú qué piensas, Em?
—Creo que está más claro que el agua. A ese chico le gustas, Lily.
—Pero yo...
—¡Vamos Lil! ¿Ahora vas a negar que él te gusta a ti también?
—No... Es mono, simpático... Pero me da la sensación de que es un poco aburrido.
—No te fíes de las sensaciones. Yo también tenía la sensación de que Henry era un estirado y mira. Aunque... Espera un momento...
La miro frunciendo los labios.
—¿Aunque...?
—Eres un estirado.
—¿Y ahora a qué viene eso?
—Has cogido habitación en un hotel de estirados.
—Pues tú estabas muy emocionada hace un rato.
—Ya, pero eso no quita para que sea un hotel de estirados. Aquí no verás nunca a chicas como yo, a no ser que sean secretarias que se acuesten con sus jefes, claro.
—Emily, no vayas por ahí.
La miro enfadado.
—¡Estaba bromeando! ¿O solo puedes hacer bromas tú?
—Touché.
Me abraza y me da un beso en los labios.
—¿Vamos a quedarnos toda la mañana aquí o vamos a ver la maravillosa habitación que has reservado?
—Sí, vamos. Tendrás que recompensarme por llamarme estirado.
—¡Ah, no! Si os vais a tirar todo el fin de semana deshaciendo la cama a mí avisadme. Me busco un guía turístico y aquí os dejo.
—Tranquila Lily, seguro que tu primo volvía a estar de broma.
Echan a andar las dos hacia los ascensores y me dejan plantado con las maletas.
—Pues no, no estaba bromeando esta vez...
Cuando Emily ve la habitación se queda pasmada, y tengo que reconocer que yo también. Está decorada en tonos marrones y ocres, el suelo es de madera y las paredes son una mezcla de pintura blanca con azulejos de piedra. La cama es enorme, como la pantalla plana que se encuentra enfrente de un chaiselong de cuero marrón.
—¡¡Oh, Dios!! ¡¡Henry, mira esto!!
Emily me grita desde el baño. La encuentro metida en la bañera vacía.
—¿Qué haces ahí?
—¡¿Has visto esto?! ¡Tienen ducha y bañera!
—Sí.
—Bueno supongo que a ti no te sorprende porque estarás acostumbrado a estas cosas, pero en mi vida he usado una bañera.
—¡¿Cómo?!
—Quiero decir que siempre hemos tenido ducha en casa, y en el mini baño de mi apartamento tampoco coge una. Es más, creo que mi apartamento entero cogería en este baño, y todavía sobraría espacio.
Se echa a reír.
—Bueno, el de Lily tampoco es muy grande. Pero si te soy sincero, cuanto más grande es tu casa, peor llevas lo de vivir solo. A mí, al final, se me vino grande el apartamento de Nueva York.
—Pues a mí no me importaría tener un baño como este, ¿eh? ¿Crees que cabemos los dos en la bañera?
Me guiña un ojo. Me desabrocho la cazadora y me quito la camiseta.
—Pues podemos probarlo.
—¿Qué estás haciendo? Lily dijo...
—Que Lily diga lo que quiera. Ya sabes que yo luego hago lo que que me da la gana. Y ahora quiero meterme en esa bañera contigo.
—Pero, ¿y si llama a la puerta?
—Por mí, como si la tira abajo.
La cojo en brazos y la saco de la bañera para llenarla. Después me desnudo y la desnudo a ella. Cuando el agua está lista, vuelvo a cogerla en brazos y me meto con ella.
—No hacía falta que me cogieras, puedo yo sola.
—Me gusta cogerte en brazos, ¿te molesta?
—No.
—Pues cállate.
—Oye, te has vuelto tú muy contestón.
—Tengo buena maestra.
Le cierro la réplica con un beso. Meto la mano entre sus muslos y le acaricio su punto débil. Ella se remueve entre mis brazos gimiendo. Baja su mano hasta mi polla y cierra sus dedos alrededor de ella. Los mueve arriba y abajo, despacio. Mi corazón se acelera al ritmo de su mano. Agarro su muñeca para que pare y la siento a horcajadas sobre mí. La empujo por el trasero despacio para penetrarla. Ella se sujeta a mis hombros, mordiéndose los labios. Me mira a los ojos regalándome el placer que está sintiendo. En el baño solo se escuchan nuestros gemidos y el chapoteo del agua de la bañera cayendo al suelo. La respiración de Emily se hace más agitada. Yo deslizo mi mano entre nosotros y le acaricio el clítoris, hasta que se corre con un grito. La coloco debajo de mí. Y de rodillas en la bañera, la embisto hasta que me corro con su frente pegada a la mía, y perdiéndome en sus bonitos ojos azules.
Lily llama diez minutos después de vestirnos.
—¿Cómo es que has tardado tanto?
—Hank, no soy tonta. Sabía que ibais a... Bueno, eso.
Emily se pone roja como un tomate. Yo cojo aire y lo suelto despacio.
—Y todavía tendré que darte las gracias.
—El recepcionista me ha dado un mapa de la ciudad.
—¿Te ha dado tiempo a bajar a recepción?
—Hank, lleváis una hora dale que te pego.
Me miro el reloj, tiene razón.
—Lo siento, Lily.
Emily se disculpa arrugando la nariz.
—No te preocupes, así me ha dado tiempo a ducharme, deshacer la maleta y cotillear un poco por aquí. El hotel es la hostia. Lástima que solo sea un fin de semana.
—A la vuelta seduce al librero y le comentas lo mucho que te ha gustado esto, seguro que estará encantado de traerte otra vez.
—¡Vete a la mierda!
Me echo a reír y Emily me reprime con la mirada.
—También me ha dado tiempo de marcar en el mapa las localizaciones del libro.
—Pues sí que te ha cundido el tiempo, sí.
—Y a ti también, así que cállate ya.
Pongo los ojos en blanco. Emily ya ni se sonroja.
—Bueno, Lil, entonces... ¿Primera parada?
—Pues la Rambla de Santa Mónica, claro.
Cogemos un taxi hasta el Liceo. La Rambla de Santa Mónica es el último tramo de La Rambla antes de llegar al puerto, así que damos un paseo disfrutando del paisaje. Y del clima, es templado y agradable. Cuando llegamos allí, Lily nos conduce a una calle estrecha.
—Es la calle del Arco del Teatro, Hank.
—Así que se supone que aquí es donde está el Cementerio de los Libros Olvidados, ¿no?
—Sí, sería genial encontrarlo. ¿No crees?
Emily nos mira curiosa porque no entiende nada.
—Te prestaré el libro para que lo leas, Em. Así entenderás su entusiasmo.
Me sonríe con su preciosa sonrisa de hoyuelos.
—Vale.
Después caminamos siguiendo los pasos de Lily hasta la calle Santa Anna. Donde se sitúan la tienda y la vivienda de los Sempere. Hace un montón de fotos y seguimos caminando hasta El Raval, un barrio muy antiguo y en el que transcurren muchas escenas del libro.
Volvemos nuestros pasos hacia La Rambla para bajar por el paseo de Colón. Es bonito ver el mar de nuevo. Emily me coge de la mano y me sonríe. Lily nos mira y sonríe también.
—¿Sabéis que me encantáis? Aunque tenga que ir de sujetavelas.
—Cállate...
Paramos a comer en el primer restaurante que nos llama la atención. Bueno, más bien le llama la atención a Lily por el nombre, El Café de la Casa de Lles Letres. Pedimos cosas típicas de aquí, pero lo que más me ha gustado son los huevos rotos con jamón. Lily, en su línea, se pone morada.
—Después iremos a ver la iglesia de Santa María del Mar.
—Lily, no te líes mucho hoy que estamos cansados.
—¿Cansados de qué?
Me mira alzando una ceja.
—Del viaje. No me mires así.
—Vale, pues mañana iremos hasta el Tibidabo entonces. Y ya de paso vemos el Palacete Aldaya.
—¿A ti que te parece, Em?
—Me parece bien todo lo que digáis, no conozco esto.
—¿No estás cansada?
—Y si lo estoy no soy tan quejica como tú.
—Cómo sabía yo que era inútil discutir con dos mujeres, siempre lleváis las de ganar.
Nos echamos a reír.
Santa María del Mar me deja sin palabras. Bueno, nos deja sin palabras a los tres, que miramos sus impresionantes columnas con la boca abierta. Y así nos pasamos, no sé, como diez minutos parados como gilipollas admirando esta maravilla de la arquitectura. Cuando conseguimos cerrar la boca paseamos entre sus columnas para verla entera.
Salimos de la iglesia y damos un pequeño paseo, ellas aprovechan y hacen unas cuantas compras. Emily me regala un pisapapeles para mi escritorio con los monumentos más emblemáticos de Barcelona. Después regresamos al hotel en un taxi.
Estoy tan cansado que nada más entrar en la habitación me dejo caer en la cama dando un sonoro suspiro.
—¿Sabes qué, Henry?
Me apoyo en un codo y me quedo mirándola.
—¿Qué, preciosa?
—¡Qué siempre he querido hacer esto!
Se sube a la cama de un salto y se pone a brincar sobre ella. Cuando ya ha dado unos cuantos botes, le agarro del tobillo y tiro para que se caiga. Ella se queda bocarriba muerta de risa. Me coloco encima de ella y le retiro los mechones de la cara.
—¿Aún te quedaban fuerzas? Porque yo estoy molido.
—Quién lo diría...
Se remueve y frota mi evidente erección contra su ombligo.
—Es que dejé unas cuantas fuerzas de reserva. Para ti.
—No sabes tú nada.
—¿No quieres?
Le acaricio el cuello con mis labios. Ella suspira y noto como el pulso se le acelera.
—Se va a hacer bastante difícil decirte que no si sigues por ese camino.
Me río pero solo me sale un resoplido.
—Dejaría de hacerlo si supiera que no es lo que quieres.
—Vamos, cállate y a lo que estás.
Me sujeta la cara y me besa en los labios. Abre la boca y su lengua busca la mía. Yo me retiro un poco para hacerle de rabiar. Ella me sigue el juego intentando morderme. Al final me sujeta con fuerza y sus labios parecen fundirse con los míos. Dejo de besarla y la miro a los ojos. Tiene las mejillas arreboladas y sus ojos tienen un brillo especial.
—No sé si voy a poder mantener el trato.
—¿Qué trato?
—El de ir poco a poco contigo.
La noto temblar bajo mis brazos.
—No, no tengas miedo, Em.
—No tengo miedo, Henry. No contigo.
Me acaricia la cara.
—Esto no entraba en mis planes.
—¿El qué?
—Enamorarme tan pronto de ti.
Se muerde los labios y los párpados se le llenan de lágrimas. Me abraza con fuerza y me da besos suaves por el borde de mi mentón. Después hace fuerza con las piernas para darme la vuelta, yo la ayudo y me dejo hacer. Se coloca encima de mí. Una lágrima solitaria le corre por la mejilla. Acerco mi mano para limpiársela y ella recuesta su mejilla contra mi palma. Sonríe. Y ahora entiendo cómo he podido enamorarme de ella tan pronto. Emily puede ser una tocapelotas y una contestona sin remedio, pero cuando sonríe... Dios, esa sonrisa ha conseguido derrumbar todos los muros que he construido alrededor de mi corazón destrozado.
Tira de mi jersey de lana y me lo saca por la cabeza. Después se desabrocha ella la camisa vaquera y se la quita. Me baja la cremallera de los pantalones despacio, mientras me mira a los ojos. El deseo se refleja en su mirada. Se los desabrocho yo a ella y vuelvo a tumbarla bocarriba en la cama para bajárselos. Le acaricio la pierna mientras se los quito. Le recorro con la lengua el muslo derecho acercándome a su entrepierna. Le quito las bragas también. Y mi boca se dedica a adorarla hasta que se deja ir agarrada a las sábanas. Repite la operación conmigo y creo que voy a morirme cuando se mete mi polla en su boca. Sabe muy bien cómo hacerlo y a punto estoy de derramarme en su garganta, pero me retiro a tiempo para colarme dentro de ella y empujar..., gemir..., empujar, gemir, empujar, empujar... GRITAR.
Nos despertamos a una hora prudencial, y bajamos a desayunar a la cafetería del hotel. Lily está tecleando en su móvil con una sonrisa tonta en la boca.
—¿Hablando con el librero?
Da un respingo y nos mira con los ojos muy abiertos.
—No... Digo sí. Me mandó anoche un mensaje, pero he aguantado hasta esta mañana para contestarle.
—¡Guau! ¡Vaya record, Lil! ¿Cuánto han sido? ¿Unas... ocho horas?
—No empieces ya desde por la mañana a tocar las narices, Hank. Buenos días, Emily.
—Buenos días, Lily.
Desayunamos fuerte porque nos espera otro día pateando Barcelona. Lily odia coger taxis, y a mí también me apetece caminar, aunque esté cansado. Bajamos hasta el Paseo de la Bonanova para coger el tranvía al Tibidabo, en la Plaza John F. Kennedy. Vamos los tres emocionados porque nunca hemos montado en uno. Y después montamos en el funicular que sube a la montaña. Arriba visitamos el Templo Expiatorio del Sagrado Corazón, que nos deja casi tan impresionados como la iglesia de Santa María del Mar. Después disfrutamos de las vistas de la ciudad desde allí arriba. Es todo tan bonito que no me arrepiento del viaje. Ni de haberlo compartido con Emily. Contemplamos el mar mientras la abrazo por la cintura.
—Si fuera verano podríamos habernos dado un baño.
—Podemos bajar si queréis, aun que no nos bañemos. Hace buen día.
—Claro, solo nos queda por ver el Palacete Aldaya, y nos pilla de paso cuando bajemos. Podemos comer por el paseo marítimo.
Nada más decir eso mi estómago comienza a rugir a coro con el de Emily.
—¿Tienes hambre, pequeña?
—Un poco...
Lily se vuelve hacia nosotros con la cámara de fotos en alto.
—¡Claro es que no hemos almorzado! Ahora buscamos un bar y picamos algo. Seguiremos la costumbre española. ¡Sonreíd!
Cogemos el funicular de vuelta y otra vez el tranvía, y gracias a Emily y su español, nos bajamos en la parada que nos pilla cerca del palacete. Pero antes entramos en uno de los bares de la avenida y tomamos unos aperitivos de muerte. ¿Es que aquí toda la comida está buena?
Caminamos hasta el edificio al que el señor Zafón denominó Palacete Aldaya. Está alquilado o comprado por una empresa consultora. Aún así, si ignoras el cartel, casi puedes ver al joven Julián Carax y a Penélope Aldaya tras sus ventanas.
—Con todos estos sitios tan bonitos, ya tengo ganas de leerme el libro.
—Te lo dejaré en cuanto lleguemos a Madrid.
Termino convenciéndolas de que cojamos un taxi desde allí a la playa, porque nos pilla bastante retirado y no quiero acabar tan muerto que el lunes no me pueda levantar ni para trabajar.
La playa de la Barceloneta es enorme. Y como hace un tiempo estupendo, nos sentamos a comer en un restaurante que tiene la terraza sobre la arena. Ellas se sientan al sol, yo prefiero la sombra.
Cuando terminamos de comer, Emily tiene las mejillas rojas.
—Creo que me he quemado.
Se toca la cara y hace un gesto de disgusto.
—¿Te duele?
—Me escuece un poco. Solo espero que no me haya dado una insolación y os fastidie lo que queda de fin de semana.
Pero cuando volvemos al hotel se queja de que le duele la cabeza.
—Pues yo no he traído ninguna pastilla. Soy un desastre con esas cosas, cariño.
—Yo tengo, Hank. Iros a la habitación y ya os las llevo yo.
Emily se sienta en la cama mientras se masajea las sienes.
—Lo siento. No debí ponerme al sol.
—No digas tonterías. ¿Te encuentras muy mal?
—Solo es dolor de cabeza, igual hasta tengo un poco de fiebre. Pero seguro que con la pastilla se me pasa, no te preocupes.
Pero al final pasa una noche horrible de sudores y escalofríos. Tan pronto se abraza a mí tiritando, como me suelta y busca el frescor en las sábanas, lejos de mí. Yo me paso la noche pendiente de ella. Sé que no es nada, pero estoy un poco asustado porque pueda pasarle algo.
Por la mañana se despierta pálida y con el pelo revuelto y pegado del sudor.
—Doy asco. ¿A qué sí?
Se tapa con la almohada.
—No. De hecho estaba pensando que hasta estando enferma eres preciosa.
Asoma los ojos por encima de la almohada.
—No me gustan las mentiras.
—No te estoy mintiendo.
Deja la almohada a un lado y me sonríe apartándose el pelo de la cara.
—Voy a ducharme. Aunque tú estés tan ciego que no puedas verlo, doy asquito, tesoro.
Me echo a reír.
—¿Te encuentras mejor, entonces?
—Durante toda la noche he tenido el mejor enfermero del mundo. ¿Tú qué crees?
Me acaricia la cara. Me acerco para darle un beso. Ella me frena con la mano.
—No, no. Luego me lo das. Cuando no huela a...
Acerca la nariz a su brazo e inspira.
—Puaaag... Estación de metro en hora punta.
Se levanta y se mete en el baño.
Lily llama a la habitación para preguntar por Emily. Quedo con ella en bajar a la cafetería a desayunar, pero no le aseguro que vayamos a ningún sitio según está Emily. Ésta me da una voz desde el baño.
—¡Estoy bien! ¡Iremos con ella, Henry!
—Dice que iremos contigo, pero hoy nada de caminar hasta que nos duela el alma, Lil.
—Hoy bajaremos a ver la Sagrada Familia. ¿A qué hora sale el tren de vuelta?
—A las siete.
—Entonces volveremos aquí después de comer para recoger la maleta.
—Vale.
Emily sale del baño con la toalla enrollada alrededor del cuerpo. Es tan pequeña que le cubre lo justo. Y las vistas que ofrece, con el pelo mojado y mejor color en la cara, son fatales para mi libido. Me siento en el borde de la cama.
—No te sientes, ya lo he visto.
—¿El qué?
—No disimule señor Shelton, los dos sabemos ya lo cachondo que le pone su secretaria.
—Ven aquí.
La cojo del brazo y la siento en mis rodillas. Le retiro el pelo húmedo del hombro y le doy un beso.
—¿De verdad te encuentras bien?
—Sí, no te preocupes.
Me rodea el cuello con sus brazos.
—¿Sabes qué?
—¿Qué?
—Yo tampoco me lo esperaba.
—¿El qué?
—Enamorarme tan pronto de ti. Ni siquiera creí que fuera a hacerlo. Pero me lo estás poniendo muy fácil.
Me da un beso en la punta de la nariz y se levanta.
El día ha amanecido un poco nublado, pero sobre las doce de la mañana vuelve a salir el sol. Aunque hace mucho más frío que ayer. Emily se compra un gorrito de lana y se lo pone para que no le dé mucho el sol en la cabeza.
La Sagrada Familia es espectacular, por ponerle un adjetivo. No me suele gustar mucho visitar iglesias, pero todas las que estamos viendo aquí me están dejando asombrado. La arquitectura de ésta es muy especial, creo que no hay otra como ella. Tiene ocho torres, pero la guía nos dice que el arquitecto Gaudí la proyectó con dieciocho, así que por eso siguen de obras. Todo el interior es de mármol de colores claros y la luz inunda cada rincón. Las altas columnas sostienen un techo fuera de lo común. Está prohibido hacer fotos, pero Lily no atiende a normas, y menos cuando ha tenido que pagar por la entrada, y hace todas las que le da la gana. Hasta que le llaman la atención y se pone colorada hasta las orejas, claro. Subimos en ascensor por una de las torres y volvemos a disfrutar de las vistas desde allí.
Después de comer volvemos al hotel, como habíamos acordado, y Emily se echa un rato en la cama. Aunque quiera disimular sé que no se encuentra bien del todo, aún.
—Siento que ayer no pudiéramos disfrutar de la cama. Yo creo que fue un castigo por saltar en ella.
Pone un puchero. Me acerco y me siento junto a ella, en el borde de la cama. Le acaricio la mejilla.
—Ya tendremos tiempo de disfrutar de camas como ésta. Duerme un poco, Em. Te despertaré cuando tengamos que irnos.
Me agarra la mano y entrelaza sus dedos con los míos.
—Muchas gracias, Henry. Ha sido el mejor fin de semana de mi vida.
Cierra los ojos y se queda dormida.
A las siete menos cuarto llegamos a la estación. Esta vez no se duermen en el tren y van las dos compartiendo una cháchara animada. Así que esta vez el que se duerme soy yo.