Heaven

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25. Me verás arder

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25

Me verás arder

Los cuatro estuvimos de acuerdo en que no tenía ningún sentido intentar calcular cuándo los séptimos volverían a atacarnos. Ya no queríamos continuar con ningún plan ni estrategia más. Sabíamos que era imposible hacer una predicción, y no teníamos miedo. Por supuesto, la batalla no había terminado, pero no creía que los séptimos tuvieran ninguna otra arma escondida que nos pudiera sorprender.

Xavier continuaba esforzándose por asimilar la idea de que por sus venas corría sangre angelical, pero no parecía querer hablar más de ello. Yo no insistí sobre el tema, pues sabía que necesitaba tiempo para aceptarlo. Así que decidí preocuparme por Molly.

A la tarde del día siguiente, obligué a Xavier a salir de la casa para ir a buscarla. Molly nos había evitado desde lo que había sucedido con Gabriel en la cocina, y yo estaba preocupada por ella. Oxford era una ciudad pequeña, no había muchos lugares donde esconderse, y al final la encontramos. Estaba sentada en un rincón del Starbucks. Miraba el teléfono móvil con el ceño fruncido y tenía un bollo en un plato, a su lado. Xavier y yo decidimos comportarnos como si nada hubiera sucedido.

—¿Malas noticias? —preguntó Xavier acercándose sigilosamente por detrás.

—No —respondió Molly.

Molly se apresuró a poner el móvil encima de la mesa, boca abajo: mi amiga nunca había sabido mentir.

—¿A qué viene esa mala cara, pues? ¿Es que tu manicura está fuera de la ciudad?

—Ja, ja, muy gracioso —repuso ella, pero la sonrisa se le heló en los labios.

Me di cuenta de que Molly parecía distinta. Se había alisado los rizos y llevaba una larga trenza de un rojo encendido que le caía sobre el hombro. No llevaba puestos ni su habitual pantalón corto Nike ni una de sus camisetas, sino que vestía una blusa de cuello alto con motivos florales y unos vaqueros descoloridos a juego con unas zapatillas de tenis. La Molly que yo conocía hubiera preferido morirse antes que ponerse un vaquero y unas zapatillas de tenis. Desde luego, era una imagen totalmente distinta para ella, y supuse que lo hacía para ganarse la buena opinión de Wade. Sus grandes ojos azules no tenían el brillo de siempre, pero parecieron chispear al vernos. Xavier y yo arrastramos unas sillas para sentarnos a la mesa con ella y mi amiga nos observó con atención. Por un momento pareció que la Molly de siempre volvía a hacer su aparición.

—¡Tenéis un aspecto asqueroso!

—¡Vaya, gracias! —dijo Xavier.

—Lo siento, pero necesitáis más descanso y menos sexo.

Xavier la miró y forzó una sonrisa.

—No es nada de eso.

Se hizo un silencio. Ninguno de nosotros quería sacar el tema de la escena entre Gabriel y Molly, pero mi amiga parecía querer fingir que nunca había tenido lugar. ¿Tenía miedo de volver a sentirse herida?

—Bueno, ¿y qué hay? —preguntó—. ¿Cómo va todo?

—Las cosas se han tranquilizado un poco —respondí.

—Pero con vosotros siempre hay una crisis u otra —dijo Molly, exasperada.

—Sí —asentí—. Pero, de momento, parece que no podremos regresar a la universidad.

—¡No puede ser! ¡Me estáis abandonando otra vez!

—¡En absoluto! —me apresuré a tranquilizarla—. Continuaremos estando en la ciudad, pero no nos vas a ver en el campus. Hemos dicho a los demás que se trataba de una emergencia familiar, así que, si alguien pregunta, diles eso. Y diles que es lo único que sabes.

—De acuerdo. —Molly resiguió el borde de la taza con el dedo, pensativa—. Supongo que tendré que rezar por vosotros.

Xavier arqueó las cejas. Lo que le sorprendió no fue tanto lo que había dicho como el hecho de que esas palabras las pronunciara Molly. Ella mantenía la vista baja mientras hablaba, como si estuviera repitiendo las palabras que a Wade le hubiera gustado oír.

—Gracias —repuso Xavier con tono despreocupado, dejándolo pasar.

—¿Podré ir a veros? —preguntó Molly.

—Por supuesto —la animé—. Siempre que quieras. Solo llama antes.

Molly asintió con la cabeza, pero parecía un poco intranquila porque no dejaba de echar rápidos vistazos hacia la puerta con gesto furtivo. Tuve la sensación de que no era la inestabilidad de nuestra vida lo que la tenía en ese estado.

—Pero no le puedes decir a nadie dónde estamos —añadió Xavier—. Ni siquiera a Wade.

—No os preocupéis. Sé guardar un secreto.

—Bien —repuso Xavier—. Confiamos en ti.

Hacía calor. Molly se subió las mangas de la camisa y vi que tenía moratones alrededor de las muñecas, como si alguien la hubiera agarrado con demasiada fuerza. Los moratones ya estaban desapareciendo y tenían un tono amarillento por los bordes.

—Molly, ¿qué te ha pasado en las muñecas?

Molly se apresuró a bajarse las mangas.

—Soy tan tonta. Me caí por unos escalones por llevar zapatos demasiado altos.

—¿Dónde estabas?

—En una fiesta de una de las fraternidades.

—¿Con Wade?

—¡No! Él no lo sabe, así que, por favor, no se lo digáis. No le parecería bien.

—Parece que es un poco controlador, ¿no? —insinuó Xavier—. Ni siquiera puedes ser sincera con él.

—No, no lo es —insistió Molly—. Wade es bueno para mí. Solo necesito un poco de tiempo para ponerme a su altura espiritualmente.

—¿Y cómo vas a hacer eso?

—Bueno… —Molly frunció el ceño—. No estoy muy segura. Pero Wade tiene un plan.

—Estoy seguro de que lo tiene —dijo Xavier en voz baja. Levantó los ojos y añadió—: Hablando del papa de Roma.

Los tres levantamos la vista y vimos a Wade en la puerta. Llevaba un impecable polo abrochado hasta el cuello.

—Oh, no. —Molly me cogió la mano por debajo de la mesa—. ¿No le vas a decir nada, verdad?

Sabía que Molly debía de estar reprimiendo un montón de emociones, y que eso no era sano. Pero no era el momento de hablar de ello.

—No lo haría nunca —respondí, casi ofendida—. ¿Qué clase de amiga te crees que soy?

—Gracias.

Molly se mordió el labio inferior y guardó el móvil en su bolso mientras Wade se acercaba a la mesa, pero no pudo cambiar la expresión de culpabilidad a tiempo. Wade, por supuesto, se dio cuenta, pero nos saludó con una sonrisa.

—Hola. ¿De qué habláis?

—Cosas de chicas —dijo Molly.

—¿Con Xavier?

—Para nosotras es como una chica más.

—Normalmente desconecto —apuntó Xavier.

Aquel comentario consiguió provocar una risa de simpatía en Wade, a pesar de su habitual seriedad. Luego se inclinó para darle un beso a Molly en la mejilla. Pero al hacerlo, frunció el ceño y se apartó de ella de repente.

—Molly, ¿eso que huelo es brillo de labios?

—¡Lo has notado! Es nuevo. Se llama Campos de Fresa o… Besos de Fresa, o algo parecido.

—Creí que habíamos acordado que no te ibas a poner maquillaje nunca más.

Molly se sonrojó bajo la mirada de reprobación de su novio.

—Wade, yo no diría que el brillo de labios es maquillaje.

Molly nos miró rápidamente como buscando nuestro apoyo, pero Xavier y yo estábamos demasiado sorprendidos para decir nada.

—¿Te realza el aspecto natural de los labios?

—Eh…, supongo. Sí.

—Entonces, Molly, no lo necesitas. Tú eres perfecta tal como Dios te hizo. ¿Por qué quieres manipular la obra del Señor?

—Lo siento. —Molly bajó la cabeza—. No se me ocurrió pensarlo así.

—Eso es porque te dejas convencer con demasiada facilidad por las mentiras con que las empresas de cosmética engañan a las mujeres. Pero eso es obra del diablo; ¿no estás de acuerdo, Xavier?

—Esto…, sí. —Xavier y yo intercambiamos una mirada de extrañeza—. Pero no es tan grave. Molly siempre lo ha llevado.

—Y ahora se está esforzando por ser mejor —interrumpió Wade—. ¿Está en tu bolso?

—¿Qué?

—El brillo de labios.

Por el tono de Wade, podía parecer que ese objeto fuese como una droga ilegal. Molly sacó del bolso un pequeño cilindro de color rosa con la parte superior dorada. No vi la marca, pero me di cuenta de que era un producto de alta cosmética. Seguro que había tardado siglos en conseguirlo. Wade alargó la mano, abierta.

—Dámelo. Será más fácil que yo me deshaga de él.

Miré a Molly con expectación, esperando un estallido de rabia o, al menos, un comentario malicioso, pero no hizo ninguna de las dos cosas. Simplemente mantuvo los ojos bajos mientras Wade se guardaba en el bolsillo el objeto en cuestión.

—Pero a Molly le gusta el maquillaje —solté. Mi tono era más de desafío que de constatación—. ¿Por qué debe dejar de utilizarlo?

—Beth, déjalo —dijo Molly.

—No pasa nada, cariño. —Wade me miró con ojos inexpresivos—. Tiene derecho a tener su opinión. Seguramente es demasiado inocente para darse cuenta de los mensajes perjudiciales que se esconden en la publicidad.

—Pero si solo es brillo de labios —repliqué, abatida.

Noté que Xavier meneaba un poco la cabeza, como diciéndome que ese no era el momento de enzarzarse en una discusión.

—La cosmética, por su misma naturaleza, convierte a la mujer en un objeto —replicó Wade—. ¿Cómo puedes justificar su uso?

De repente, Xavier se puso en pie y nos miró a todos.

—Voy a buscar un café frappé. ¿Alguien quiere algo?

—Yo tomaré uno con leche y vainilla —dije.

Wade negó con la cabeza para indicar que no nos acompañaba.

—Creo que será mejor que nos vayamos.

Wade empezó a ayudar a Molly a recoger sus cosas, pero ella no parecía muy convencida de separarse de nosotros.

—¿Queréis ir a cenar algo? —sugirió—. ¿Tenéis tiempo?

—Claro —respondió Xavier—. Beth, ¿te apetece?

Wade tosió adrede para llamar la atención de Molly.

—Eh, cariño, hoy tenemos estudio de la Biblia. No me digas que te has olvidado.

—Oh, vaya. —Molly pareció contrariada por un momento—. Pero es que hace mucho que no paso un rato con mis amigos.

—Bueno, no te preocupes —repuso Wade—. Puedo ir sin ti. Ve con tus amigos y poneos al día.

Sus palabras decían una cosa, pero su dominante lenguaje corporal indicaba algo muy distinto: había cruzado los brazos sobre el pecho y daba golpecitos en el suelo con la punta del pie. Estaba claro que no le gustaba que Molly no fuera con él. Mi amiga pareció empequeñecerse, indecisa.

—No te preocupes —le aseguré—. Ya iremos a cenar otro día.

—De acuerdo. —Molly se apresuró para alcanzar a Wade, pero, girando la cabeza, añadió—: No os olvidéis.

—Imposible.

—De acuerdo. Mañana os mando un mensaje.

—Molly… —interrumpió Wade. Su voz empezaba a ponerme de los nervios—. Tenemos que irnos ya si no queremos llegar tarde. Ya sabes que detesto ser el último en entrar.

—¡Ya voy!

Wade rodeó a Molly con un brazo y la hizo salir de la cafetería. Los observé mientras salían, y pensé que la sujetaba por los hombros con demasiada fuerza. En ese momento, Xavier regresó con las bebidas.

—Vaya, ese tipo es bastante rarito —dijo, dejando el café delante de mí.

—Sin duda —confirmé—. ¿No es un poco preocupante?

—No lo sé. Molly no es una niña. Ella toma sus propias decisiones.

—¿Tuviste la sensación de que nos pedía… algo así como ayuda?

Xavier frunció el ceño.

—Molly sabe que estamos aquí si nos necesita, ¿verdad?

—Sí, pero ¿y si no es capaz de pedirla? —insistí.

—Supongo que nos daríamos cuenta —repuso Xavier—. Pero no conseguirás nada con Molly intentando hacerle abrir los ojos. Tiene que llegar a esa conclusión por sí misma.

Yo no acababa de comprender qué clase de relación tenía Molly con Wade, pero lo que había visto era suficiente para saber que no era una relación sana. El hecho de que estuvieran juntos no parecía adecuado. Él no era su tipo, y era evidente que ella tenía problemas para afirmarse cuando estaba con él. No pude evitar pensar que se había metido en esa relación para superar lo de Gabriel. Y ahora estaba comprometida. Debía de sentirse muy confundida, por lo menos. Me recriminé el hecho de haber estado tan absorbida por mis propios problemas y de no haberme dado cuenta de lo que le estaba pasando a mi mejor amiga. Pero no estaba dispuesta a dejar que Molly cometiera un error tan grande. De una forma u otra, tenía que sacarla de esa situación.

Más tarde, en casa, hablé del tema en la mesa, mientras cenábamos. Al tiempo que Ivy me servía ensalada y carne asada, conté lo que había sucedido en la cafetería.

—Tengo un mal presentimiento respecto a que Molly esté con Wade.

—¿Por qué dices eso? —preguntó mi hermana.

Gabriel, que estaba en el banco, ni siquiera levantó la mirada.

—¿Puedes creerte que no deja que se ponga brillo de labios?

—Eso significa que es un controlador, no un asesino en serie —repuso mi hermana—. No juzgues de forma precipitada.

—¿Qué deberíamos hacer?

—Nada. No nos corresponde interferir en las relaciones de las personas. Molly ya nos los dirá si nos necesita.

—Eso es lo que yo dije —añadió Xavier, abriendo una lata de Coca-Cola y mirándome con expresión de «tenía razón».

—¿Y si está demasiado asustada?

—¿Tienes alguna prueba de que se encuentre en peligro? —preguntó Ivy.

—No.

—Entonces no deberías meterte.

—Pero tiene unos moratones —dije.

Por algún extraño motivo, al decirlo sentí que estaba traicionando la confianza de Molly.

Gabriel levantó la cabeza.

—¿Moratones? —preguntó.

Hasta ese momento, mi hermano no había intervenido en la conversación. De hecho, casi no había hablado con él desde esa noche en el sótano. Unas cuantas veces me había despertado a mitad de la noche, había bajado las escaleras para ir a buscar agua y había visto que su dormitorio estaba vacío. Gabriel se había mostrado muy reservado mientras se curaba y, al igual que Molly, no había vuelto a hablar de ese día. No creía que hubieran hablado entre ellos, pues estaba claro que ambos habían decidido fingir que aquello no había sucedido. Pero ahora Gabriel parecía reaccionar ante la idea de que alguien pudiera hacerle daño.

—En la parte interna de los brazos. Cuando le pregunté cómo se lo había hecho, dijo que se había caído por llevar tacones demasiado altos.

—Parece posible —dijo Ivy.

Pero Gabriel se había enderezado y negaba con la cabeza.

—No en el caso de Molly —dijo en voz baja.

—¿Qué?

Xavier no comprendía el razonamiento de Gabriel.

—Molly lleva tacón alto desde quinto curso —aclaré—. Nunca la he visto ni tropezar. Y, además, ¿cómo es posible que solo se haya hecho moratones en las muñecas?

—No lo sé. —Xavier dobló su muñeca en todos los ángulos, como estudiando las posibilidades—. Supongo que podría suceder.

—Quizá deberíamos ir a ver cómo está —sugirió Gabriel—. Solo para estar tranquilos.

—Pero si acabo de preparar la cena.

Ivy parecía fastidiada.

—Un momento —interrumpió Xavier—. ¿Cómo vamos a explicar nuestra presencia? Resultará un tanto extraño, ¿no os parece?

—No tenemos por qué hablar con ella —repuse—. Solo quiero ver cómo está todo, asegurarme de que está bien. Luego nos iremos.

—¿Dónde están ahora? —preguntó Gabe.

—En una clase de estudio de la Biblia.

—Vale. Vamos allá.

Bajo la luz menguante del final de la tarde, la capilla del campus se veía hermosa, con su torre y sus arcos. Era como un santuario en el corazón del bullicioso campus. Al cruzar sus puertas siempre te daba la sensación de penetrar en otra dimensión, una más silenciosa en la cual las preocupaciones mundanas no tenían lugar. Me pregunté si Wade tenía permiso para utilizar ese espacio para sus reuniones. La puerta estaba abierta, y una voz extraña e hipnótica se oía procedente del interior. No me pareció que se tratara de una sesión de estudio de la Biblia, y supuse que eso era una simple excusa que Wade había dado a la universidad para utilizar el sitio.

—La única manera de conquistar la carne es mortificarla —dijo alguien—. Doblegarla, arrancarla.

Gabriel e Ivy se miraron, y mi hermano frunció el ceño. Me acerqué de puntillas hacia la puerta para ver qué estaba sucediendo en el fondo de la sala, pero con cuidado, para no delatar nuestra presencia. Ahí dentro había un grupo de unas diez personas. Wade era quien estaba hablando, y otros tres hombres se encontraban de pie a su lado. El resto eran chicas, y estaban arrodilladas en los bancos. Pero Molly estaba delante del altar y, por alguna razón desconocida, no llevaba puesta su ropa, sino que vestía con un camisón de seda que parecía proceder de otro siglo. Incluso desde la distancia en que me encontraba me di cuenta de que tenía la piel erizada y de un tono muy rosado a causa del frío que hacía en la capilla. Los ojos de Wade mostraban una intensidad que los hacía parecer encendidos, y estaba tan concentrado en lo que decía que no miró hacia nosotros en ningún momento. Parecía estar hablando solamente para Molly.

—Debes reconocer tu debilidad ante el Señor. Debes rechazar a aquellos que te llevan por el mal camino y comprometerte con una vida dedicada a la contemplación.

—Lo sé —murmuró Molly.

Asentía con la cabeza, pero no parecía tan segura de sí misma como pretendía.

—Quiero ayudarte, pero tú tienes que colaborar conmigo, Molly —dijo Wade—. ¿Estás dispuesta a unir tu vida a esta iglesia?

—Lo estoy.

—¿Y estás dispuesta a realizar los sacrificios necesarios para servirla de la forma debida?

¿Se trataba de alguna especie de estrafalaria iniciación?

—Lo estoy —susurró Molly, pero Wade no había terminado todavía.

—¿También a dejar a un lado la vanidad mundana como muestra de tu devoción?

—Sí.

Molly tenía la voz ahogada, como si estuviera a punto de llorar.

Wade se acercó hasta ella, que seguía arrodillada, y se detuvo erguido y solemne, como si fuera un verdugo. Llevaba algo en la mano, algo que no pude ver bien hasta que levantó el brazo por encima de la cabeza de mi amiga. Entonces la luz procedente de los cristales entintados se reflejó en el metal y me di cuenta de que se trataba de unas tijeras.

—Solo cuando dominamos las debilidades de la carne podemos ser verdaderamente libres.

Wade cogió la trenza de Molly con la mano que tenía libre, como si la sopesara. ¿De verdad iba Molly a permitir que le hiciera eso? Con el rostro limpio de maquillaje, las pecas eran más evidentes y tenía el aspecto de una niña. Miré a Gabriel: tenía una expresión pétrea y sus ojos plateados centelleaban de enojo.

—Apártate de ella.

La voz de Gabriel pareció reverberar en los muros de la capilla. Wade, sorprendido, bajó el brazo y miró a su alrededor en busca del intruso. Al verme recuperó un poco la compostura, aunque la presencia de Gabriel lo había dejado perplejo.

—¿Quién eres? —preguntó. Miró a Molly, enojado—: ¿Les dijiste que vinieran?

—No. —Ella tartamudeaba, y se puso en pie, temblando—. Yo… Yo…

Miró a Wade y a Gabriel con expresión insegura. Entonces mi hermano pronunció su nombre, aunque no como si la llamara ni como si le ordenara algo: solo pronunció su nombre en voz baja, como si se sintiera profundamente apenado de verla en esa situación. Y entonces Molly se derrumbó. Se soltó de la mano de Wade y corrió a los brazos de Gabriel, llorando.

Wade levantó las manos en un gesto de impotencia, como si no supiera qué hacer. Molly todavía tenía el rostro contra el pecho de Gabriel y él le había puesto una mano en la nuca con gesto protector.

—¿Qué absurdas ideas te ha metido en la cabeza? —preguntó en un susurro.

—La oración y el ayuno nos acercan a Dios —gritó Wade, a la defensiva—. Solo entonces nos muestra su verdadero propósito, como hizo con Daniel.

—Daniel era un profeta, idiota —repliqué.

—Beth, ya está bien. Los insultos no sirven para nada.

—Pero está loco.

—Solo está muy equivocado —dijo Gabriel—. El camino hacia Dios es un viaje personal. Wade, no puedes forzar a nadie aislándolo y cortándole el pelo.

Molly levantó la cabeza para mirar a Gabriel; tenía la punta de la nariz roja a causa del llanto.

—Yo intentaba corregir mis pecados, porque me di cuenta de que por eso tú no podías quererme.

Gabriel cerró los ojos un momento.

—Molly, uno se corrige cuando modifica su vida, no cuando permite que otra persona se la cambie.

—El hecho de ir a la iglesia no te convierte en una cristiana, al igual que sentarte en un garaje no te convierte en un coche —dije, citando una frase de un libro que había leído hacía poco—. Se trata de lo que sientes, Molly, y tú ahora mismo te sientes hundida.

—Molly, no los escuches. Tú eres una pecadora —dijo Wade—. Tienes el mal en ti, y yo soy el único que puede redimirte.

—¡Cristo es el único que puede redimir a una persona! —grité—. ¡Tienes un enorme complejo de Dios, amigo!

—¿Quién eres tú para juzgarla? —preguntó Gabriel clavando sus ojos en Wade—. Tú eres tan pecador como cualquiera.

—Es una mujer. —Wade meneó la cabeza—. Eso la convierte en una persona corrompida y lujuriosa por naturaleza. Fue Eva quien hizo pecar al hombre. Eso significa que yo soy más justo que ella.

—¿Ah, sí? —respondió Gabriel—. Qué interpretación tan interesante.

—Molly, estás cometiendo un grave error —insistió Wade, sin hacer caso a mi hermano—. Estoy intentando ayudarte porque te quiero.

—No me hagas reír —me burlé.

—Tú… —Gabriel señaló a Wade con el dedo índice—. Si te veo hablar con ella otra vez, tendrás que responder ante mí. ¿Comprendido?

—¿Y tú quién te crees que eres? —Wade había recuperado la confianza en sí mismo y no estaba dispuesto a que un desconocido se llevara a Molly sin presentar batalla.

Gabriel sonrió ligeramente. En ese mismo instante, las luces empezaron a parpadear y las contraventanas chocaron entre sí. La puerta de la capilla se abrió de repente y un fuerte viento se arremolinó alrededor de su cuerpo.

—No tienes ni idea.

Wade dio unos pasos hacia atrás, alarmado, mientras la pequeña congregación ahogaba un grito. No sabían quién era Gabriel, pero no tenían ninguna duda de que se encontraban en presencia de alguien importante. Entonces, mi hermano cogió el pasador metálico que sujetaba la trenza de Molly y se lo quitó. Ella permaneció completamente inmóvil mientras le liberaba el cabello, que cayó a sus espaldas como una cascada de color caoba. Entonces, sin decir palabra, la acompañó fuera de la capilla.

—Íbamos a casarnos —apuntó Molly, abatida, cuando estuvimos todos dentro del coche de Gabriel.

—Pero eso no tenía nada que ver con el amor —dijo Gabriel—. Desde el principio ha sido una cuestión de poder.

—Desde luego, tengo un don para elegir a los chicos. ¿Qué me pasa?

—Todos tomamos decisiones equivocadas a veces —repuso Gabriel.

Era extraño que se hubiera incluido a sí mismo en esa observación. El Gabriel de antaño hubiera dicho que errar era propio de los seres humanos, pero esta vez parecía sentirse uno de nosotros; ya no nos observaba desde la distancia.

—¿De verdad? —Molly se limpió la nariz con un pañuelo de papel que Xavier le había ofrecido—. ¿No me estáis juzgando?

—No, quien te juzgaba era Wade —contestó Xavier—. Nosotros no.

Molly sorbió por la nariz y miró por la ventanilla del coche.

—Me siento una fracasada en todo.

—No lo eres —contestó Gabriel desde el asiento del conductor—. Simplemente eres joven y estás confundida. Es normal.

—¿Cuánto tiempo tardaste en ser tan sabio?

Mi hermano la miró por el retrovisor.

—Unos dos mil años, más o menos.

A pesar de las lágrimas, Molly tuvo que sonreír.

—Un día encontrarás tu lugar en el mundo —dijo Gabriel—. Y todo esto solo será un recuerdo lejano.

No pude evitar preguntarme si se incluía a sí mismo en esa afirmación. ¿También él sería un recuerdo borroso para Molly dentro de unos años? Lo único que sabía era que mi hermano no era alguien fácil de olvidar, y por la expresión de Molly me di cuenta de que ella lo sabía.

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